La «Civilización como un tren desbocado». El caso de la etnia Aché de Paraguay

 A finales de los años 60, el plan de expansión de carreteras y el empujón al sector agroganadero de Alfredo Stroessner, durante su dictadura militar, provocó una desmedida deforestación del primigenio bosque atlántico de Paraguay. Esto fue arrinconando a los últimos Aché no contactados, un pueblo indígena, que hasta entonces eran grupos nómadas cazadores-recolectores, habitantes de lo profundo del bosque, que vivían en perfecta simbiosis con su entorno

Repentinamente, vieron como la mano del hombre blanco destruía su hogar y fuente de sustento, se vieron abocados a una lucha por sus tierras ancestrales y por la supervivencia vivían en pequeños grupos nómadas dentro del extenso bosque, eran guerreros, y los primeros contactos fueron violentos. A medida que crecían los asentamientos de agricultores a la orilla de la nueva carretera que había abierto el territorio Aché en los bosques de Canindeyú, el grupo indígena se convirtió en un problema, puesto que la destrucción de su hábitat les llevó a la escasez, y esto a cazar el ganado y saquear las cosechas de las granjas que ahora ocupaban lo que había sido su hogar desde tiempos inmemoriales, las represalias fueron terribles.

El modo de vida nómada de los Aché entró en conflicto con la civilización tal y como la conocemos, así que el régimen dictatorial comenzó una campaña de sedentarización forzada para expulsarlos de la región y meterlos en reservas

Como es bien  sabido, la solución de la “civilización” para cualquier “conflicto” es siempre alguna variante de lo mismo: aplastar, destruir, incendiar, dinamitar, etc…(somos así, gente constructiva).

Así que ocurrió lo lógico, los Aché no se iban a dejar expulsar de sus tierras para acabar confinados como ganado, así comenzó una persecución del grupo indígena, de forma que fueron víctimas de cacerías humanas, asesinatos, secuestros de niños para su posterior venta como esclavos… Los que terminaron en reservas tampoco les fue mucho mejor con malos cuidados médicos y alimentación (que sumado al contagio de enfermedades pulmonares desconocidas para ellos causó estragos en las reservas), esto añadido a los asesinatos durante las cacerías diezmó a los Aché, convirtiéndose, este episodio, en uno de los más vergonzosos del siglo XX (y los hay a montones, que conste…).

La población Aché se redujo hasta que llegaron a quedar menos de 500 personas, la mitad de los que había en 1960, cuando se comenzó a construir las carreteras en su territorio.

El cazar a los “Guayakies” (término despectivo que significa “ratón de monte”, con el que se referían a los Ache), para nada estaba mal visto, de hecho hay testimonios estremecedores:

-«Para los peones paraguayos del este, matar a un Guayaki no solo no constituye un delito, sino que es una acción digna de elogio, como cazar un jaguar»-

-“También   en casa de un propietario de yerbales esta un  cráneo como trofeo  perteneciente a una chica  traída por un villano, que luego de haberla violado la mato”-

-» En las aldeas situadas cerca de la zona Guayaki están los esclavistas que organizan verdaderas cacerías en búsqueda de los silvícolas. Sorprenden a una familia Guayaki y luego de haber asesinado a los padres, llevan a los niños para venderlos. El pueblo San Juan Nepomuceno, a siete kilómetros al sur este deAbai era considerado el centro principal de este mercado.»-

-“…soñé que todos los blancos… ¡habían huido!. Luego se retractó y, cortés como siempre, me explicó que era un sueño nada más, y que, claro, se necesitaba a los blancos. ¿para qué?, le pregunté. Y mirando hacia un vecino blanco que pasaba en ese momento, respondió, sonriendo amablemente: para comprar y matar a nuestras niñitas.”-

-“Jamo juka tarâ. Chuvipe juka tôpe. Krajagmai beru pacho. (los blancos han matado a muchos. Con el fuzil lo mató en la cabeza. Al finado Krajagi, el blanco lo ha matado a golpes.”-

-“Luis Albospino (presidente de la Asociación Indigenista de Paraguay), cuenta como se realizan las cacerías: Con el traicionero mboca-ñuhá (trampa hecha con un fusil camuflado en la espesura, que se dispara automáticamente al pasar la víctima), o con comida envenenada, con señuelos (indios guayakies capturados cuando niños y, ya adultos, utilizados para atraer a sus hermanos de raza), perseguidos por perros o guías indios de otras tribus.”-

-El periódico abc color, en 1972 entrevistó a Chase Sardi (antropólogo paraguayo): “Gente del campo paraguaya me dijo que el precio de los niños Aché está cayendo por la gran oferta existente, dicen que hoy es aproximadamente el equivalente de 5 dólares por una niña Aché de unos 5 años.”-


Mark Münzel, etnólogo y antropólogo alemán, y Bartomeu Meliá, antropólogo español documentaron y denunciaron tan terriblessucesos (este último fue expulsado por Stroessner con motivo de las acusaciones), y aunque entidades internacionales, como la  Liga Internacional por los Derechos del Hombre (en 1974 pidió ante la ONU que se acusara a Stroessner de genocidio, esclavitud y tortura), la Comisión Interamericana de Derechos humanos (en 1978), la Sociedad Anti-Esclavista, la coferencia Católica de EEUU, la Liga Anti-Difamación o la Asociación Americana de Abogados Democraticos, entre otras, solicitaron formalmente que se investigaran y juzgaran los crímenes, tanto los EEUU (el mayor donante financiero de Paraguay), como, por supuesto, el régimen dictatorial hicieron oídos sordos (el régimen argumentó que el gobierno nunca tuvo una política sistemática de exterminio de los Aché y que los contactos con los indígenas solo tenían la intención de ayudarles,… ¡hay que joderse!…). El caso es que los indígenas Aché estuvieron a un paso de la extinción, como escribió en 1968 Juan Alfonso Borgognon, vicedirector del Departamento de Asuntos Indígenas del Ministerio de Defensa de Paraguay.

Aún así el ligero auge económico de Paraguay y las pretensiones del régimen de atraer mayor inversión extranjera, les “obligó”, en cierta forma a limitar las “correrías” (cacerías humanas), sobre todo por el tema de la esclavitud, que era bastante descarado y queda bastante feo de cara a posibles inversores. Paradójicamente, esto tampoco fue todo lo bueno que debía para los reducidos grupos indígenas, ya que, la mejora de las comunicaciones provocó una subida en los precios de la tierra y los productos de los mismos, lo que se tradujo en una mayor superficie para explotar recursos y menos para el sustento de los Aché.

La solución al “problema” de los indígenas, no pasaba por detener las masacres por la vía legal, sino por confinar a los Aché en reservas. Juan Manuel Jesús de Pereira, un terrateniente e importante traficante de esclavos “Guayakies” (y amigo y socio de Pichín López, el mayor cazador de hombres de la zona), se convirtió en la solución a este “problema”.

Un reducido grupo de indígenas desesperados, se rindieron a Pereira totalmente a la desesperada, y el elemento este los puso a trabajar sus tierras (eran unos 20), les contó a las autoridades que habían venido a él porque le amaban, que no eran esclavos. El caso es que las autoridades vieron en esto una buena baza para la sedentarización de los indígenas, y nombraron a Pereira funcionario del Departamento de Asuntos Indígenas del Ministerio de Defensa, y su finca se acabó convirtiendo en la “Colonia Nacional Guayakí”.

Pereira siguió aumentando el número de indígenas en su hacienda, mediante cacerias humanas y de forma violenta, eso sí (por no perder las buenas costumbres, y eso), ya que con ello aumentaba su poder y las ayudas del régimen. Tan importante se tornó Pereira que, a pesar de haber cometido asesinatos, violar a una niña de 10 años, y después de sus tropelías, durante sus muy frecuentes borracheras, jactarse de ellas en público, que no hubo acciones legales contra él, se sabía intocable por la ley… Según el New York Times “Manuel de Jesús Pereira ha juntado, enérgicamente, indígenas dentro de la colonia, manteniéndolos subalimentados, usándolos como trabajadores agrícolas impagos, permitiendo que ellos mueran por negligencia médica, despilfarrando ayuda monetaria y abusando sexualmente de las muchachas jóvenes”

Las condiciones alimentarias y médicas en la Colonia Nacional Guayakí eran lamentables, y la mortandad muy alta (de Abril de 1972 a Julio murieron mas de 70 Aché, parece ser que por una epidemia de gripe dentro de la colonia).

…Y esta era considerada la “solución” al “problema” Aché…

Tras la llegada de la democracia (con la caída de Alfredo Stroessner en 1989), tampoco hubo una voluntad de investigar y juzgar los crímenes de la dictadura (¡anda!, ¡como un país del sur de Europa de cuyo nombre no quiero acordarme!), por lo que el genocidio Aché aún hoy no ha sido perseguido. Por esto la comunidad Aché ha presentado querella penal ante los tribunales argentinos a través del principio de jurisdicción universal (¡Toma!, ¡dos de dos!).

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Han pasado entre 35 y 50 años desde que los Aché de los distintos subgrupos fueron contactados y «pacificados».

Hoy en día, la población Aché asciende a 1800 personas aproximadamente, están diseminados en varias comunidades (Arroyo Bandera, Chupa Pou, Kwe Tuwy, Cerro Moroti, Ypeti-mi, Puerto Barra), algunos de los niños que fueron secuestrados, ya adultos, han vuelto con su gente.

Su cultura es un bien único en el mundo que continúa en peligro, ya que, durante años, los jóvenes emigraron a las ciudades a estudiar y trabajar, y su cultura ancestral no fue apreciada en su justa medida por parte de la sociedad paraguaya. Viven un momento crítico de transferencia de su saber ancestral por parte de los mayores a los niños, ya que a medida que pasan los años, cada vez quedan menos Aché que atesoran estos conocimientos (aunque los jóvenes, poco a poco vuelven a apreciarla como es justo).

Solo los ancianos mantienen la vasta sabiduría de los bosques, al igual que su extraña lengua única (Aché), (aunque es de origen Tupí-Guaraní las diferencias con el guaraní son tan grandes que ambas eran ininteligibles entre sí en el momento del contacto). Los maestros de las escuelas en las comunidades están realizando un muy duro trabajo para alentar el interés de los jóvenes por la cultura nativa, así como, desde España la ONG Dingua, también trabaja por la salvaguarda de los conocimientos y la lengua Aché, para evitar una terrible pérdida étnica.

Su modo de vida cazador-recolector milenario ha cambiado radicalmente, solamente los mayores siguen entrando regularmente al monte llevando un modo de vida similar al de antaño, y sólo ellos tienen permiso para adentrarse en la reserva de Mbaracayú y rastrear entre la maleza con sus arcos y largas flechas serradas y las de hojas metálicas de doble filo para cazar monos o grandes mamíferos como los pecaríes, o el tapir, o bien capturar armadillos, recolectar miel o larvas de grandes coleópteros de los troncos de árboles muertos.

Actualmente realizan trabajos muy diversos, como maestros de las escuelas en las distintas comunidades, también trabajos agrícolas, propios o para otros, como una explotación de yerba mate sostenible y respetuosa con el monte en la comunidad de Kwe Tuwy, o empleados en los campos de soja. También son muy apreciados como guardabosques cuidando de la Reserva de Mbaracayú, realizan y venden artesanía de madera pirograbada…

Tristemente, el territorio boscoso es cada vez más escaso a pesar de ser reserva natural. Las extensas plantaciones de soja están ganando terreno al monte (según periodismohumano.com, Paraguay es el país con la tasa de deforestación más alta del mundo).

Los Aché aún hoy no se han librado de la amenaza de los blancos, de unos años a esta parte aumenta la frecuencia con la que las empresas dedicadas a monocultivos de soja transgénica negocian el arrendamiento de las tierras con las comunidades para llevar a cabo sus explotaciones, algo del todo ilegal (el Capítulo V de su Constitución dice que las tierras indígenas son intrasferibles y no son arrendables).

Usaré la fría herramienta de los números para intentar describir una parte de la problemática, no sólo de los indígenas, sino también del campesinado: y buena parte de la ciudadanía más pobre:

-Paraguay ocupa el sexto lugar en producción de soja y el cuarto como exportador a nivel mundial. Según datos de la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos del país, a fecha del 2007, la pobreza extrema en el campo ascendía al 24.4%, además otro 10.6% de la población rural se encuentra en la franja de pobreza no extrema. El aumento de la producción de soja ha significado la sustitución de cultivos alimenticios de los que depende la soberanía alimenticia de Paraguay, por la producción de cultivos que benefician sólo a unos pocos (en su mayoría extranjeros), y supone la destrucción del bosque nativo y áreas donde habitan las comunidades indígenas.

El 85% de las tierras cultivables se encuentra en poder de un 2.6% de los propietarios del total, dentro de este 2.6% se pueden encontrar las conexiones con los herederos políticos de la dictadura, grandes terratenientes y medios de comunicación y casi el 20% del territorio paraguayo está controlado por extranjeros.

La soberanía alimentaria de los países es algo delicado, los defensores de los transgénicos aseguran que estos son la forma de acabar con el hambre en el mundo, la realidad es que es una de las fuentes creadoras de hambre en el mundo, por ejemplo el 60% de la producción de soja paraguaya se envía a Europa para alimentar ganado y como biocombustibles (¿sacrificando terrenos para cultivar alimentos, y sumiendo en el hambre a partes importantes de población, y que el beneficio económico se lo lleven empresas extranjeras, en su inmensa mayoria?).

A esto hay que añadir el efecto de los agrotóxicos: entre el 95% y 100% de la soja que se cultiva es resistente al glifosato de Monsanto, en 2010 las plantaciones ocupaban 2.680.000 Ha y se han llegado a verter alrededor de 24 millones de litros de agroquímicos en los cultivos sojeros los años “buenos”.

¿Y cómo funciona el pedazo de invento este de Monsanto?, pues han modificado genéticamente la semilla de la soja con la finalidad de que sea inmune al herbicida Glifosato, un tipo de herbicida no selectivo, esto es que mata todo vegetal a su paso, (creado también por Monsanto, claro). La finalidad es que rociando los campos de soja transgénica desde avionetas, o maquinaria agrícola (dependiendo de la extensión del cultivo), el herbicida acaba con toda la vegetación no deseada menos con la soja resistente.

Además del evidente deterioro medioambiental que supone esterilizar enormes extensiones de terreno y bosque (a los caprichos del viento, vamos), y a pesar de que la empresa Monsanto asegura la escasa toxicidad del producto (yo se la untaba en pan, a los de la junta directiva para desayunar un par de mesecitos, a ver que tal…), hay muchos estudios que demuestran que no es tan bonito como lo pintan (claro, que es Monsanto: envenenaron con PCB a sabiendas la población de Anniston, en Alabama, por no perder beneficios, crearon el agente naranja,… de verdad os animo a buscar información de esta gente, que es la mar de entretenido).

Sin ir más lejos desde la facultad de ciencias médicas de la Universidad Nacional de Asunción, se ha realizado un estudio que demuestra la relación entre las malformaciones en fetos con la exposición a estos productos. El informe asegura que alrededor del 40% de niños cuyas madres tuvieron contacto directo o indirecto con los químicos, en el Departamento de Itapúa, ha nacido con malformaciones.

Bueno, pues las empresas sojeras llevan un tiempo viniendo a  las comunidades y prometiéndoles riquezas sin igual a cambio de arrendarles las tierras, para los cultivos de soja transgénica. Abogados con el colmillo retorcido y zorrerías en mil batallas legales, les ponen a firmar unos contratos a un pueblo que salió de la vida nómada en el bosque profundo hace 50 años.

Según rubrican el documento, unas avionetas aparecen en el cielo y fumigan el trozo de bosque para desecarlo, y… et voilà !. Lo siguiente es que encuentran el campo de soja a la puerta de casa con todas las consecuencias, y ya llevan unos cuantos años esperando los millones de lingotes de oro (o lo que sea) que les iban a dar a cambio de sus tierras.

Por supuesto, las fumigaciones y filtraciones a los acuíferos que suministran los pozos de las comunidades, les dejan expuestos a productos altamente tóxicos, y con muy escaso acceso a servicios médicos y de salud, por lo remoto de la ubicación de las comunidades.

De un tiempo a esta parte, también ven invadidas sus tierras por campesinos guaraníes, que deciden que, si sojeros extranjeros vienen a esquilmar el monte protegido, ellos con más derecho, que son nativos, y se pueden ver escenas de campos bordeados, por un lado por campesinos armados con escopetas de caza, y por otro Aché con sus arcos y flechas (los campesinos han tomado una postura activa en contra de la industria sojera, y eso también les esta pasando factura, como el reciente asesinato del líder campesino Digno González Maidana, del asentamiento Santa Librada, presuntamente, perpretado por sicarios.

Era conocido por su posición crítica contra el cultivo intensivo de la soja transgénica y militaba en una organización que impulsa la defensa y promoción del cultivo de semillas nativas).
Además el monte se ha vuelto más peligroso que nunca, antaño, al abrigo del bosque, debían preocuparse de que no les sorprendiese el jaguareté (jaguar), ahora se encuentran con cazadores furtivos y narcotraficantes que cultivan en el interior del bosque, armados hasta los dientes, y con muy mala baba.

En 2013 Bruno Chevugi un apreciado Aché (e incansable activista por los derechos de su pueblo) que trabajaba como guardabosque de la reserva del Mbaracayú, fue asesinado mientras transitaba el río Jejuimi en una barca junto a otros guardabosques.

Han pasado muchos años desde el primer contacto del pueblo Aché con el hombre blanco, hasta hoy, su vida no ha mejorado, por ello, en lo más mínimo, y los Aché continúan al borde de ser engullidos por el monstruo que es la “civilización”, ojalá encuentren la sabiduría y la fuerza para mantener su espíritu impermeable a la codicia del hombre blanco y hermanado con lo profundo de la espesura, como ha sido siempre, como debe ser.

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No me gustaría terminar el artículo sin agradecer la tremenda labor que realizan los maestros de las escuelas de las comunidades Aché, así como a la gente de Dingua, por su modesto, pero gran trabajo en la salvaguarda de esta cultura al borde de la extinción. También a los guardabosques de la reserva, y la gente de la asociación Moises Bertoni que trabaja en favor de la protección de la reserva de Mbaracayú. Y hacer especial mención a los mayores Aché, gente extremadamente hospitalaria.

Fuentes– “Los Aché del Paraguay: Discusión de un genocidio”, dingua.org, periodismohumano.com, http://paraguaymadrid.blogspot.com.es, http://es.globalvoicesonline.org, blog estántocandoatupuerta, abc color, “Informe de la gira de verificación sobre los impactos de la soja transgénica en Paraguay”(Red por una América Latina Libre de Transgénicos, Alianza Biodiversidad).

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