Aprendieron a hablar con los ojos, a escuchar con los ojos, a entender los matices del dolor o de la alegría al notar el retorno del mínimo aliento, al detectar una pequeña, ínfima, leve mejoría o la sombra ladina, determinada y negra de la muerte solo con cruzar una mirada con los pacientes asolados por una peste, que vino a invadir los pulmones de los pequeños seres esparcidos por la Tierra toda, fuera de época. Las Higías de este mundo aprendieron eso, y todo el valor de cada uno de los minutos del pensamiento de un ser humano.
La madre de todas, Higía la diosa, observaba desde lo alto de las cumbres y no recordaba un desastre igual desde el siglo de Pericles, cuanto la peste negra asoló Atenas, llevándose por delante casi una civilización completa. En aquellos siglos remotos, por más que Panacea inventaba cataplasmas, ungüentos y bebedizos no daba con la cura. Y esa infección terminó con la potencia de una próspera ciudad Estado, que había resistido orgullosa las embestidas de los mejores guerreros del mundo civilizado. No supo luchar contra una plaga invisible, que hacía cuerpo en las aglomeraciones, que entró callada por el puerto del Piero entre los afanes del comercio y se expandió en las calles de mano en mano, de abrazo en abrazo, de conversación en conversación, de intercambio en intercambio.
Higía contempla ahora desde sus cumbres los estragos de una pandemia planetaria, terrible y acosadora como pocas. Como hacen las diosas buenas, junto a Panacea, su hermana preferida, no para de trabajar para hallar una cura que devuelva el aire a los pulmones y la tranquilidad a los cuerpos devastados.
El trabajo callado de miles de Higías y Panaceas, conectadas con sus laboriosas mentes en todos los hospitales repartidos por el Planeta, construye hoy un muro de amor, dignidad y esperanza que lucha sin resuello contra la primera gran plaga del siglo XXI sin descansar sus manos ni sus cuerpos. Son miles de hormigas laboriosas en hilera, que intentan sostener la vida y aferrarla con mimo a una almohada confortable, para impedir que en cualquier incomodidad fruto de un mal sueño se prive en la garganta y no haya oxígeno capaz de reanimarla.
Cuando miro a los ojos a Helena Galán veo a una Higía incansable, morena, determinada, con una fortaleza forjada a fuego con el entendimiento de los miedos y las debilidades de los seres humanos, que aman la vida por encima de todas las cosas y que la derraman a cántaros por los demás, hasta cuando hablan. Helena es técnica de enfermería en un hospital público de Toledo. Ha visto mucho, ha vivido mucho. Encadena contratos de tres meses desde que el mercado determinó, que se puede especular hasta con las jornadas laborales de las enfermeras.
Mi Higía particular viene de largas luchas por la sanidad pública, viene de navegar por las calles en mareas blancas de luz, para que la salud arrope con un manto de algodón limpio a cada uno de los seres que lo precisen. Nunca se ha rendido.
Mi Higía particular hizo caer con sus luchas, junto a sus hermanas -Higías y Panaceas de Toledo- a todo un poder político corrupto tras un mes de encierros con pacientes en el hospital de su ciudad. Sus acciones impidieron, que un bien público esencial se convirtiera en un asiento contable más en el balance de un fondo de inversión. Juntas evitaron que esas fáciles ganancias se transformaran en afilados puñales en el corazón del cuerpo social. Y lo hicieron orgullosas, a pesar de todos los costes personales, de todas las represalias laborales que tuvieron que soportar. La unión se convirtió en fuerza blanca de enfermeras.
Hoy se deja las huellas de sus manos en cada turno interminable. Mira a sus pacientes a través de su escafandra de plástico transparente y sonríe con los ojos, para poner ánimo y distraer los estragos de un virus que busca cada mínima debilidad de un cuerpo para ocupar todas sus esquinas y arrasarlo. Cada jornada que abre la puerta de la UCI de infecciosos, en la que trabaja para expulsar esta plaga invisible de los cuerpos asolados, siente un miedo atroz, que la oprime el estómago y la estruja las entrañas, porque trabajan al límite de sus fuerzas, con escasos medios y protección. En los peores días de la pandemia llegaron a confeccionarse monos de protección con las fundas lavadas de los colchones de las camas y hasta con bolsas de basura, porque no había Epis de protección. La pandemia llegó como una plaga imposible y asoladora, encontrando los hospitales públicos raquíticos de fuerzas y efectivos, y sin corazas ni pertrechos, sin munición adecuada para hacer frente a semejante ejército devastador.
Mi Higía Helena pone en palabras rotas su sufrimiento. Han quedado grabados, en unos íntimos minutos de teléfono, sentimientos que han ido llenando su cuerpo de mujer como se llena una vasija de barro y los vierte para mí, con frases que son lágrimas que traga su garganta. Mi Higía Helena me habla de su madre, que luchó durante un largo ingreso hospitalario contra una grave enfermedad. Cuando salió y la enviaron a casa, justo comenzó esta pesadilla y ella tuvo que trabajar en el hospital jornadas infernales de hasta 24 horas y aislarse.
Ha dejado para mi palabras de anhelo vital interrumpido por la muerte. Le debe muchas conversaciones a su madre, y nunca se las podrá entregar. Se las cuenta al viento cuando puede, a ver si es posible que las palabras lleguen de algún modo, en forma de susurros en brisa de caricias.
Mi Higía Helena añora meses de contacto físico con su hijo, que no va a poder recuperar. El aislamiento de una enfermera de UCI en tiempos de pandemia es duro, es imperativo, es necesario. Y la vida se escapa, el tiempo se derrama y nunca vuelve. Ella lo sabe. Ella lo sufre.
Lo último que ha dejado grabado en ese teléfono para mí, ella, la enfermera de UCI de infecciosos Helena Galán, ella mi Higía particular, mi amiga Helena, es una descripción de la situación hecha a flor de piel y una petición llana de responsabilidad y de solidaridad:
Una jornada laboral ahora es difícil de describir. Se sabe cuando se entra, pero no cuando termina. Tienes que buscar tu EPI, ver si te toca una bata reutilizable, o si te toca una hecha con los cubre colchones de las camas, o un mono de esos talla XXL, enormes, y toca ponértelo y saber que a partir de ahí, cuando atraviesas la puerta de la UCI te encuentras con pacientes entubados, en situación extrema, que intentas ayudar… simplemente el hecho de moverles levemente para asearles un poco supone sufrimiento y dolor para ellos y sabes que lo tienes que hacer, porque la dignidad de un paciente está por encima de todo…cuando les despronas, les das la vuelta, porque algunos están boca a bajo, te asustas, porque sus caras están deformadas y tienen heridas y llagas provocadas por la postura y las máscara de respiración, úlceras, heridas en la cabeza y en el cuerpo. Sabes que eso se cura, pero los primeros días era muy impactante ver eso, nunca lo habíamos visto, nunca lo había visto… a veces se nos saltan las lágrimas y nos enfadamos con nosotras mismas, tenemos mucho estrés, por las vidas de las personas y por nosotras mismas, hay días que no sabes si te has podido contagiar al entubar a alguien con urgencia, porque se te ha olvidado ponerte una protección a tiempo, ponerte unas gafas, porque si no entubas rápido se te muere una persona. Por eso decidimos llevar el EPI todo el tiempo puesto y mi contacto con los compañeros y compañeras es a través de la pantalla. Todo el tiempo.
La falta de apoyo de las administraciones, nos esperábamos su falta de apoyo, porque nunca la hemos tenido. Pero lo que me ha sorprendido, para bien, es el gran equipo de profesionales que hemos formado, un grupo de personas que no nos conocíamos previamente y que ahora nos ayudamos, nos compenetramos, cada vida salvada es una fiesta…
Estar lejos de mi familia ha sido muy, muy duro, era la primera vez que me separaba de mi hijo en 20 años. Sabía que ese momento iba a llegar porque se preparaba para irse a Madrid a estudiar, pero sinceramente me doy cuenta de que no estoy preparada para vivir sin él y menos en esta situación. Puedes pensar que estás preparada para que tu hijo vuele del nido por algo bueno, positivo, porque empieza su vida y va a prosperar, pero no por culpa de un virus, tener que separarme de él por culpa de esta mierda, por obligación, para eso no estoy preparada.
Actualmente mi hijo sigue en casa de unos familiares hasta que yo me vacune, ya me he puesto la primera dosis, estoy a la espera de la segunda, y deseando tener en mi casa a mi hijo, que es donde tenía que haber estado siempre.
Mi último mensaje es una petición de responsabilidad a todos los estamentos políticos, a la ciudadanía, a los profesionales, a todos. Y te pido por favor que la transmitas. No necesitamos que nadie nos diga que tenemos que confinarnos, podemos y debemos autoconfinarnos. Esto solo lo para el aislamiento, el autoconfinamiento, necesitamos que nos cuidéis fuera, porque dentro estamos asfixiadas, al límite de nuestras fuerzas, tenemos que cuidar a mucha gente. El personal sanitario no existe ahora mismo, solo hay el personal sanitario que estamos trabajando al cien por cien contra el virus. Los casos aumentan, las UCIs están llenas, las camas están llenas, y no hay personal para tanto. Nos pilla muy cansadas, hartas, enfadadas, y solo pido por favor, que tenéis que cuidar a quien nos cuida. Esto ya es insoportable, anímicamente, físicamente, psicológicamente, y es lo único que pido a los lectores si realmente puede llegar a editarse este relato en esta situación.
La diosa Higía habla por la boca de la enfermera Helena Galán: hay que cuidar a quien nos cuida. Así de simple, así de importante.
Epílogo
Tuve la suerte de conocer a Helena Galán cuando era concejala electa de Ganemos Toledo. Me enamoré de ella durante la primera conversación que mantuvimos. La humanidad aflora en sus ojos cuando te mira. Te dice verdad. Es una de esas personas especiales que te toca y acaricia con la mirada.
Helena es una luchadora incansable por la sanidad pública, las ha pasado canutas, represaliada en su trabajo miles de veces, una profesional comprometida y excepcional. Cuando terminó su mandato político volvió a su puesto de trabajo. Encadena contratos de tres meses como técnica de enfermería uno tras otro en el hospital público de Toledo y se está dejando la vida a borbotones, cada jornada, durante esta pandemia.
Tenía idea de escribir sobre ella e incluirla en este libro de mujeres trabajadoras y luchadoras por derechos antes de esta cruel pandemia. En la marea blanca de Castilla la Mancha todo el mundo la conoce, es una de las personas que siempre han estado ahí peleándose el derecho a la salud para todas nosotras. He ido hablando con ella durante este terrible año, y viendo sus peticiones desesperadas y sus manifestaciones exigiendo solidaridad y ayuda por las redes. Este relato por fuerza tenía que ser, y es, un homenaje a todas la Higías Helenas que nos cuidan, ellas se dejan la vida por salvar nuestra salud.
Tenemos con ellas una deuda que va a durar siglos.
*Nota de la autora: Ahora que en tantos sitios de España las derechas cerriles se esfuerzan por cargarse la sanidad pública, la de todos y todas, y privatizar para engordar la cuenta corriente de sus propias empresas en aquellos lugares en los que gobiernan, he creído conveniente publicar en prensa este relato perteneciente a la tercera parte de ROJAS, Utopía 2022. Este relato es un recordatorio de cómo el personal sanitario de la sanidad pública se dejó la piel para atendernos durante la terrible pandemia de la Covid 19 y a día de hoy se les sigue pagando -como en la Comunidad de Madrid, o en la de Andalucía, donde en breve se votará de nuevo- con precariedad y escasez de recursos.