La matanza de Badajoz. Responsables, testigos y testimonios reales frente a la historiografía franquista

La historia de cómo sucedió y quiénes perpretaron una de las mayores matanzas de los franquistas al principio de la guerra


Desde que se pusieron en marcha las columnas franquistas, que partieron de Sevilla dirección Madrid el 3 de agosto de 1936, dejaron a su paso una estela de horror y muerte

Aunque la de Badajoz fue la matanza que más eco tuvo gracias a la presencia de periodistas extranjeros, estas prácticas genocidas las venían realizando en todas las poblaciones que ocupaban: Almendralejo, Llerena, Mérida, y un largo etcétera. Como apunta Paul Preston, lo que ocurrió en Badajoz podría tomarse como una advertencia a Madrid.

Franco ya había aterrorizado a los habitantes de Badajoz, con lo que les ocurriría si no se rendían, en una proclama fechada en Mérida el 12 de agosto de 1936: Vuestra resistencia será estéril y el castigo que recibiréis estará en proporción de aquella. Cumplió su amenaza a rajatabla. La matanza formaba parte de la táctica de eliminación física del adversario, no importaba que ello conllevara la muerte de muchos inocentes. En la toma de Badajoz se produjeron los hechos más repugnantes; asesinatos, violaciones, saqueos, mutilaciones; todo ello con el beneplácito de los jefes militares franquistas.

La brutal represión, que empezaría el 14 de agosto, se entiende aún menos si tenemos en cuenta que en Badajoz apenas había habido represalias contra los elementos de derechas. De hecho las autoridades evitaron que las enfervorizadas masas tomaran venganza por los bombardeos a que estaba siendo sometida la población. Cuando un grupo de personas intentó asaltar la cárcel para asesinar a las personas que estaban allí encarceladas por apoyar el golpe; los diputados de Izquierda Republicana, Luis Pla Álvarez, Eloy Domínguez Marín y Joaquín Vives Castrillón; junto al gobernador civil, Miguel Granados y el director de la prisión Miguel Pérez Blanco, lo evitaron haciendo que la Guardia de Asalto contuviera a la muchedumbre. Los tres primeros fueron asesinados, Granados logró huir, mientras que Pérez Blanco continúo en la ciudad prestando sus servicios a los franquistas.

Este trágico episodio de la guerra civil española ha intentado ser borrado de la memoria; primero por los propios franquistas desde el primer momento; mintiendo y tergiversando los hechos ocurridos en la capital pacense, como aparece en las normas de censura dictadas por el comandante Cuesta Monereo, que en su apartado noveno dicen: En las medidas de represión se procurará no revestirlas de frases o términos aterradores, expresando solamente “se cumplió la justicia”, “le llevaron al castigo merecido”, ” se cumplió la ley”, etc. Pero lo más indignante es que ya en democracia se haya seguido intentando borrar las huellas de lo sucedido. En 2002 el ayuntamiento socialista de Badajoz demolió la plaza de toros, en lugar de convertirla en lugar emblemático de la memoria histórica.

No fue solo en la plaza de toros donde se produjeron los asesinatos, por todas las calles de Badajoz corrían ríos de sangre; sangre vertida por hombres y mujeres, que en muchos casos no siquiera habían participado en la defensa de la ciudad. Simplemente por llevar una pulsera de oro o alguna modesta alhaja, los mercenarios moros al servicio de Franco asesinaban sin piedad al portador. Como dijo Rafael Tenorio (TENORIO, 1979:8): […] importan menos las cifras que lo que simbolizan. Doscientos o cuatro mil ¿qué importa?, lo que realmente cuenta es el hecho de matar colectivamente a gente indefensa. Reig Tapia define perfectamente lo que fue la matanza de Badajoz: ¿ Qué grado de sadismo, que perversión patológica hizo posible que dichas autoridades no sólo no impidieran, sino que jalaran a los sádicos matarifes que abandonaron a semejantes sevicias y asesinatos? ¿Bajo que código de honor militar o cristiano actuaron?

La matanza

Surge de los asesinatos perpetrados en Badajoz por las tropas franquistas, un lugar emblemático; la plaza de toros, en ella se acometió uno de los hechos más crueles y sanguinarios de la guerra civil. El periodista francés Marcel Dany le relató a Rafael Tenorio (TENORIO, 1979b: 128) el procedimiento: La plaza de toros sirvió de prisión durante los primeros momentos […] No cesaban de traer nuevos presos en camiones. Yo los vi llegar acompañados de camisas azules de la Falange […] Vi como los llevaban dentro de la plaza de toros, escuché las descargas […] luego vi como sacaban los cadáveres.

Los prisioneros eran reunidos en la arena de la plaza, allí eran ametrallados con saña por las ametralladoras instaladas en las contrabarreras del toril. No contentos con esto, en ocasiones los regulares y legionarios bajaban al ruedo y allí asesinaban a los indefensos presos a bayonetazos. En una de estas ocasiones el miliciano Juan Gallardo Bermejo logró arrebatar la bayoneta a uno de los legionarios-toreros y lo mató con su propia arma. En ese momento se retiraron de la arena moros y legionarios y comenzó el ametrallamiento de las personas allí congregadas. Uno de los que con más saña realizaba estas prácticas era un moro llamado Muley, según testimonio de un superviviente de la matanza, Juan Adriano Albarrán. Entre los asesinados había milicianos, obreros, campesinos, tanto hombres como mujeres; nadie se salvaba del salvaje furor vengativo de las tropas franquistas.

Es difícil hacerse una idea del terror que se cernió sobre la plaza de toros. El testimonio de algunas de las personas que vivieron los horrores solamente sirve para hacernos una pálida imagen de lo que allí sucedió. Las ejecuciones se llevaron a cabo en la plaza de toros, habiéndose distribuido invitaciones para el espectáculo […] Grupos de hombres eran ametrallados como perros de caza eran empujados al ruedo para blanco de las ametralladoras […] En los tendidos los invitados registraban con comodidad las angustias y las muecas de la inválida masa humana que, saliendo de su espanto intentaba escapar a la condena (ZUGAZAGOITIA: 124-125). En Badajoz, los facciosos han cometido el crimen más enorme y espantoso registrado en la historia de España. Más de tres mil antifascistas fueron concentrados en la plaza de toros. Y después de haber ocupado las gradas de las plaza, los elementos oficiales, los falangistas, los militares, requetés, incluso “señoritas”, empezó el espectáculo […] (SANZ: 101-102).

El periodista Marcel Dany no vio los fusilamientos, pero si nos ha dejado la impresión que le causaron: Yo no pude ver los fusilamientos, pero escuchaba las descargas y oía los lamentos y los gritos de las víctimas. Además tuve tiempo de ver lo que sucedía y escuché testimonios de la gente. Entre los prisioneros había muchas mujeres (citado, TENORIO, 1979b: 128).

Uno que si estuvo en la plaza fue Francisco Moreno Martínez; así nos describe lo ocurrido: Nos pasaron a la plaza de toros y nos alojaron en unos pasadizos debajo de las gradas y que no había más luz que la dejaba pasar por las ranuras o aspilleras que había en las murallas. Al día siguiente empezaron los fusilamientos. El sistema que tenían era el siguiente: entraba por la puerta que daba al ruedo de la plaza un cabo bajito de la Legión y pistola en mano y cojeando porque tenían el pantalón ensangrentado como de estar herido. Este señor contaba hasta veinte, los sacaba al ruedo, donde esperaban los guardias civiles que componían el piquete de ejecución, por lo menos siempre que salí allí eran guardias civiles los que fusilaban. (citado MERCHÁN)

Pero no solamente fue en la plaza de toros donde se fusiló, prácticamente toda la ciudad fue testigo mudo de las atrocidades que cometieron las tropas comandadas por el coronel Yagüe.

Cadáveres en las tapias del cementerio

 Los últimos combatientes republicanos que resistieron atrincherados en la catedral hasta que se quedaron sin munición, fueron fusilados en el altar mayor; al día siguiente sus cadáveres aún seguían en el lugar donde habían sido asesinados. No bastaba el asesinato, había que ensañarse, como lo demuestran las fotos realizadas por algunos oficiales alemanes de los cadáveres castrados por los moros. Supuestamente, Franco prohibió, a partir de entonces, que se realizaran castraciones; pero fue una práctica que continuó realizándose allí por donde pasaban los regulares; a otros se les marcó a fuego vivo como si fueran ganado; en la plaza de Penacho, falangistas y moros abrían el vientre de sus víctimas y les metían la cabeza dentro. Otros fueron asesinados frente a la Comandancia Militar o las tapias del cementerio.

Los asesinatos continuaron los días siguientes. Todos los días a las doce de la mañana, en la plaza de Penacho, se producía el “espectáculo” de la ejecución de prisioneros, amenizado con música y a la que estaban obligados a asistir los habitantes de la ciudad.

Asesinados en las calles de Badajoz

El día 20 de agosto se celebró un acto, con misa y desfile incluido, al que se invitó a toda la población. Como culminación del “festejo” fueron fusilados dos alcaldes republicanos de Badajoz, Juan Antonio Rodríguez Machín y Sinforiano Madroñero Madroñero, el diputado socialista Nicolás de Pablo Hernández, en unión de ocho compañeros y siete portugueses entregados por la policía de Salazar, dos de ellos eran menores de 16 años. En septiembre continuaron las masacres. El día 6, cuarenta y tres heridos que se encontraban en el hospital provincial fueron asesinados en la plaza de toros, mediante el procedimiento de un tiro en la nuca; así lo testimonió Modesto González Jorge, hermano de uno de los asesinados. (ver VILA: 62)

Es difícil cuantificar las víctimas: Jay Allen -según le manifestaron oficiales franquistas- da la cifra de 4.000; Ricardo Sanz, 3.000; James Cleugh -propagandista católico-, 2.000; Tuñón de Lara, 1.200; Paul Preston, 4.000; Reig Tapia, entre 600 y 800 en la noche del día 14, y un mínimo de 1.200 el día 15; A. Disfeito, 8.000; Vila, 9.000; cuatro mil de ellos en la plaza de toros; y Francisco Espinosa -que es el que ha elaborado la investigación más completa- da la cifra de 3.800.

Los responsables

El máximo responsable fue, sin duda, el teniente coronel Juan Yagüe.

Teniente Coronel Juan Yagüe

Yagüe ya había tenido una destacada actuación en la feroz represión que se ejerció en Asturias tras la revuelta de octubre de 1934. Tal era su ansia represiva que tuvo un fuerte enfrentamiento con el general López Ochoa, cuando éste llegó a un acuerdo con los obreros llegándole a acusar de ser cómplice de los insurrectos. Tenía pues experiencia en masacrar poblaciones civiles. En Badajoz nadie puso reparos a sus crueles represalias.

En segundo lugar están los militares que mandaban las tres columnas que entraron en Badajoz: el comandante Castejón, y los tenientes coroneles Asensio y Tello; ellos permitieron que las tropas a su mando realizaran todo tipo de tropelías, incluso en ocasiones las animaron.

Yagüe nunca se arrepintió de lo ocurrido en Badajoz; es más, se vanagloriaba de ello. Al periodista francés Jacques Berthel le dijo: Es una espléndida victoria. Antes de avanzar y ayudados por falangistas vamos a acabar de limpiar Extremadura. En una entrevista concedida al periodista norteamericano John T. Whitaker, cuándo éste le preguntó si era cierto que había fusilado a miles de personas, contestó: Naturalmente que los hemos matado. ¿Qué suponía usted? ¿Iba a llevar a 4.000 prisioneros con mi columna, teniendo que avanzar contra reloj? ¿O iba a dejarlos en mi retaguardia para que Badajoz fuera roja otra vez? Esta contestación demuestra claramente el talante inhumano de Yagüe.

Pero no solo fueron los militares los que tienen responsabilidad en la matanza de Badajoz; contaron con la inestimable colaboración de falangistas, religiosos y demás “gente de orden”, tanto en la práctica directa de asesinatos como en la elaboración de las listas de los que deberían ser eliminados. El falangista Mariano Ramalho -un sobrino suyo, Luis Ramalho, fue el primer presidente de la Junta de Extremadura-; el sacerdote Isidro Lomba, encargado de realizar las listas de los que había que ejecutar; Juan Galán Bermejo, también sacerdote, y que se jactaba de haber asesinado él mismo a más de cien “rojos”; Arcadio Carrasco que irónicamente fue nombrado marqués de la Paz y presidente del Sindicato Vertical; Jorge Pinto, terrateniente de Olivenza, que hacia bailar a las mujeres antes de asesinarlas abriéndoles el vientre y sacando sus órganos.

Avelino Villalobos, Leopoldo Ríos, Antonio Ardillas, Agustín Carandell, que asesinó a treinta y cuatro presos atados entre sí en la puerta del ayuntamiento; el marroquí Ahmed Mohamed Muley, que se ponía el traje de torero y asesinaba a sus víctimas clavándoles una bayoneta en el cuello; Eduardo Esquer, que postriormente sería diputado en las cortes franquistas; y un largo etcétera de personas para las que la vida humana no tenía ningún valor.

Juan Galán Bermejo «El cura de Zafra»

Arcadio Carrasco

 Yagüe intentó quitarse la responsabilidad de encima; meses más tarde les dijo a los falangistas Dionisio Ridruejo y Alcázar Velasco, que la orden de realizar la matanza de Badajoz partió del falangista Arcadio Carrasco. No es creíble que un falangista actuara de forma independiente, y menos creíble aún que éste tuviera poder sobre los militares.

Testigos extranjeros

Mario Neves

Neves era un periodista portugués que actuó como corresponsal del Diario de Lisboa en Extremadura. Fue el primero, junto al francés Jacques Berthet de Le Temps; Marcel Dany, también francés de la Agencia Havas; y John T. Withaker, del New York Herald Tribune, y el fotógrafo francés René Bru, en llegar a Badajoz.

Carnet del periodista Mario Neves

Mario Neves no simpatizaba con las fuerzas republicanas; aún así dio un ejemplo de honradez al denunciar las atrocidades de las que fue testigo. En su primera crónica, emitida el día 15, decía: Escenas de horror y desolación en la ciudad conquistada por los rebeldes […] Acabo de presenciar un espectáculo de desolación y de espanto que se apagará de mis ojos […] Junto a las paredes de la Comandancia Militar, la calle está salpicada de sangre […] Le preguntamos a Yagüe si había muchos prisioneros, nos respondió que sí – y fusilamientos… decimos nosotros. Parece que ha habido dos mil…; el comandante Yagüe se sorprendió con la pregunta declara ¡No deben ser tantos! […] Estas notas redactadas minuciosamente […] no conseguirán dar una pálida idea del espectáculo de desolación y de horror que han visto mis ojos.

Al día siguiente remitió otra crónica al Diario de Lisboa: Nos afirman varias personas que nos acompañan que los legionarios del Tercio y los marroquíes “regulares” encargados de ejecutar la decisión militar deseaban conservar durante algunas horas los cadáveres en exposición, en tal o cual punto, para que el ejemplo produzca sus efectos.

Finalmente la crónica que envió el día 17 fue censurada por las autoridades portuguesas que obligaron a Neves a retractarse y negar que hubiera habido alguna matanza, so pena de ser encarcelado.

Los ataques que sufrió Neves por parte de los propagandistas franquistas fue atroz. El que dio el pistoletazo de salida para la persecución historiográfica de Mario Neves fue el militar británico McNeill-Moss (que también negó el bombardeo de Guernica). Aducía el propagandista inglés que las crónicas de Neves no coincidían con las de otros periodistas. McNeill tergiversa hasta lo indecible el artículo de Neves; por ejemplo omitiendo párrafos que no le interesaban, como: Algunos cuerpos estaban tumbados aquí [Puerta de la Trinidad]… El mismo espectáculo se repetía en la calle san Juan, junto a la que fueron fusilados los milicianos que habían caído en manos de los rebeldes. Por otra parte, McNeill no hizo alusión alguna al segundo despacho enviado por Neves.

Ante la sarta de mentiras de McNeill -repetida por múltiples panfletistas franquistas nacionales y extranjeros-, Neves se vio obligado a enviar una carta a los periódicos desmintiendo el panfleto de McNeill-Moss: El autor McNeill-Moss, intentando defender un determinado punto de vista, utiliza mi nombre y mi documentación […] escrita por mi después de la toma de Badajoz por las tropas del coronel Yagüe. Sin embargo McNeill-Moss da un sentido falso a lo que yo escribí, empleando mis palabras para enfrentarlas a las informaciones de otros compañeros que fueron conmigo, padeciendo los mismos peligros y las mismas emociones […] No sólo el comandante McNeill-Moss ha dado una interpretación errónea a mis crónicas objetivas, sino que deshecha una parte importante de mis textos y no duda en producir un artículo del que elimina las líneas que no le gustaron, sin indicar siquiera esas mutilaciones […], dado que ha usado mi nombre para hablar de hechos que no corresponden exactamente con lo que yo escribí, he decidido escribir esta carta y pediros que la publiquéis. (citado SOUTHWORTH: 39)

A pesar de los intentos de la historietografía y de los publicistas franquistas, las crónicas de Mario Neves han quedado como el más vivo reflejo de la barbarie con la que se emplearon los sublevados en la ocupación y represión de Badajoz.

Jay Allen

El periodista norteamericano Jay Allen no estuvo en Badajoz en los primeros días, pero su crónica sobre lo sucedido recorrió el mundo al ser una de las más impactantes escritas durante la guerra civil española. Allen llegó a Badajoz el día 23 de agosto; su artículo titulado Slaugther of 4.000 at Badajoz City horrors, fue publicado el día 30 por el Chicago Tribune y el London News Chronicle.

Para su crónica, Allen entrevistó a múltiples testigos de los sucedido. Según él se asesino a 4.000 personas, 1.800 de ellas en tan sólo doce horas en la plaza de toros. A las cuatro de la mañana introdujeron en la plaza por la puerta donde las cuadrillas inician el paseillo en las corridas de toros. Les esperaban las ametralladoras. Después de la primera noche, se calculaba que en el extremo más alejado de la plaza la sangre había penetrado un palmo de profundidad en el suelo. No lo pongo en duda. Mil ochocientos hombres -también había mujeres- murieron allí en poco más de doce horas. Hay más sangre de la que parece en mil ochocientos cuerpos.

En las fechas en que estuvo Allen en la capital pacense, aún se producían cincuenta asesinatos por día. Allen también fue el que testimonió la ayuda del régimen del dictador portugués Salazar a Franco; denunció que las autoridades portuguesas entregaban a Franco a los republicanos que habían huido de Badajoz; y como los aviones de los sublevados utilizaban los aeródromos portugueses para bombardear las poblaciones extremeñas.

Jay Allen, al igual que Neves, sufrió los ataques de los servicios de prensa franquistas dirigidos por Luis Bolín. Uno de los que salió en su defensa fue John T. Whitaker: Jay Allen fue el primer corresponsal que entrevistó a Franco, y en general está considerado como el periodista mejor informado sobre los asuntos españoles. Su narración fue atacada y difamada por hombres pagados de un extremo a otro de Estados Unidos. Uno de los trucos más empleados fue negar que Allen hubiera estado en Badajoz durante la toma de la ciudad. El comunicado de Allen dice rotundamente que llegó más tarde, que no pudo enviar un informe procedente de un testigo ocular, pero que citaba las informaciones franquistas.

La prensa extranjera

Gracias a los periodistas extranjeros se pudo conocer la verdad de lo ocurrido en Badajoz, sin su testimonio, el genocidio perpetrado en la capital extremeña hubiera sido uno más de los ocultados por los franquistas. En un intento baldío de ocultar lo ocurrido en Badajoz; Yagüe prohibió la entrada de periodistas en la ciudad pacense, así lo atestigua el periodista portugués Leopoldo Nunes, que era simpatizante del bando sublevado. Corrobora esta prohibició el francés Émile Condroyer, que fue el primero en narrar las peripecias que pasó René Bru por plasmar en imágenes el horror que vio cuando llegó a Badajoz.

Además de Neves y Allen, fueron varios los periodistas que enviaron sus crónicas sobre lo sucedido a diversos medios de información europeos y americanos. El día 15 de agosto Marcel Dany envió un telegrama a la agencia Havas: La ciudad de Badajoz ha caído esta noche enteramente en poder de las tropas rebeldes. Ha habido ejecuciones masivas. Ese mismo día apareció en Temps, una ampliación de la noticia: Hasta el momento alrededor de 1.200 han sido fusilados bajo la inculpación de resistencia armada o de graves crímenes […] Los arrestos y ejecuciones en masa, en la Plaza de Toros, continúan […] Solamente en la calle san Juan hay numerosos cuerpos […]. El día 16 apareció en Le Populaire un despacho de la agencia Havas, firmado por Marcel Dany: En la plaza del ayuntamiento, en particular, están tumbados numerosos partidarios del gobierno que fueron alineados y ejecutados contra la pared de la catedral. Han corrido por las aceras ríos de sangre. Por todas partes se encuentran charcoscoagulados. (citado SOUTHWORTH: 386).

No menos contundente fue otro periodista francés, Jacques Brethel, cuyo relato publicó Temps: Los milicianos y los sospechosos arrestados por los rebeldes han sido pasados de inmediato por las armas… cerca de mil doscientos han sido fusilados. (citado SOUTHWORTH: 386).

El día 17 de agosto se lee en los titulares del Temps: NO SON 500, SINO MÁS DE 4.000 MUERTOS. En las páginas interiores aparecía una crónica de Berthet: En estos momentos [15 de agosto] alrededor de mil doscientas personas han sido fusiladas […] Hemos visto las aceras de la Comandancia Militar empapadas de sangre […], los arrestos y ejecuciones en masa continúan en la Plaza de Toros. Las calles de la ciudad están acribilladas de balas, cubiertas de vidrios, tejas y de cadáveres abandonados. Sólo en la salle san Juan hay trescientos cuerpos […](citado TENORIO, 1978: 9). Ese mismo día aparecía en París Soir una crónica de Henri Danjou: Las fuerzas del Tercio hacían blanco sobre los cadáveres, a los cuales se empezaba ya a dar sepultura. Esto es un ejemplo de la crueldad sin sentido que emplearon las tropas franquistas.

El periodista portugués de extrema derecha, Arthuro Portella escribió, en tono triunfalista, en el Diario de Lisboa, que el número de fusilados en Badajoz se elevaba a 4.000 personas. Un caso trágico fue el de otro periodista portugués, Mario Pires, corresponsal del Diario de Noticias, tal impresión le causó lo que vio en Badajoz que enloqueció, teniendo que ser recluido en un centro siquiátrico: En la plaza de toros el sol bate de lleno el ruedo y sobre las formas siniestras de marxistas fusilados. Aquí se hace la concentración de presos. Entran dos grupos de “manos arriba”. Quinientos, tal vez seiscientos. No hablan, no protestan. Ninguno de ellos grita su inocencia […] Unos amigos prueban la no culpabilidad de uno de los detenidos. Lo devuelven a la libertad; a la vida. Nunca vi ni espero ver, expresión como la de esa hombre, en el momento de salir de la Plaza de Toros. Nunca vi ojos más brillantes, más expresivos, más dolidos […] (citado ESPINOSA: 209)

El escritor católico francés, François Mauriac publicó un artículo el día 18 en Le Figaro condenando los asesinatos cometidos en Badajoz. Estos hechos y los ocurridos posteriormente en Guernica hicieron que el eminente escritor francés cambiara radicalmente su opinión sobre lo que estaba ocurriendo en España.

El periodista norteamericano Peter Wyden clasificó lo sucedido en Badajoz como una premonición de Auschwitz. Estas opiniones no las compartía Yagüe.

El periodista John T. Withaker, que acompañó a las tropas de Yagüe durante algunas semanas, escribió: El coronel Yagüe que mandaba las fuerzas franquistas en Badajoz, se reía al oir los desmentidos sobre las matanzas: “Naturalmente que los hemos fusilado -me dijo- ¿Qué se podría esperar? ¿Pensaban que iba a llevar conmigo a cuatro mil rojos cuando mi columna avanzaba luchando contra reloj? ¿Tenía que dejarles en libertad en mi retaguardia para que Badajoz volviera a ser una ciudad roja? Whitaker no era sospechoso de ser un “rojo” empedernido; habia sido condecorado por Mussolini en agradecimiento a las crónicas que envió desde Abisinia.

Varios de estos periodistas fueron posteriormente represaliados. René Bru fue detenido por orden de Luis Bolín, la Casa Pahté para la que había realizado las fotos tuvo que devolver los behativos para que fuera puesto en libertad. Marcel Dany fue detenido y posteriormente expulsado de Portugal por denunciar la entrega de cincuenta y nueve civiles españoles a los franquistas por parte de las autoridades postuguesas -ya había sido expulsado de España-. Neves fue detenido e interrogado por la policía portuguesa y obligado a retractarse. Jean D’Esme también fue expulsado de España. Arthur Koestler, quién en 1937 defendió la información que proporcionó Neves frente a las insidias de McNeill Moss, fue apartado de su labor periodística en España, cualquier medio que diera cobertura a sus escritos perdería la corresponsalía en la zona controlada por los sublevados.

No cabe duda que gracias a la integridad de estos periodistas la verdadera cara del franquismo quedó al descubierto. Como apunta Francisco Espinosa: La importancia de las informaciones de los periodistas extranjeros radicaba en que de un solo golpe habían hecho caer dos mitos: el de una guerra civilizada y el de la neutralidad portuguesa. (ESPINOSA: 205)

Testimonios Reales

Amén de las crónicas de los periodistas extranjeros desplazados a Badajoz, también contamos con el testimonio de personas que vivieron aquellos terribles momentos. Gracias a ellos podemos conocer con más detalles lo ocurrido en la capital extremeña.

Alfonso González Bermejo: «La gente no quiere hablar por el pánico que tienen todavía en el cuerpo sesenta años después. Aquella fue la mayor salvajada del mundo. En Extremadura murieron más de cincuenta mil personas. Legionarios y moros violaban a mujeres y niñas, castraban a los hombres y, sin escrúpulos, se ponían los testículos en la boca como trofeos. La sangre corría por las calles como el agua». (citado DISFEITO). Estas declaraciones realizadas en el 1996 podrían escucharse hoy mismo. En las investigaciones que estoy realizando en la actualidad sobre la represión franquista en pueblos de la comarca de Barros, me encuentro, en la mayoría de las ocasiones, con la negativa a hablar de las personas que fueron testigos de la época -cada vez quedan menos- de lo ocurrido en 1936 y años posteriores. El miedo sigue firmemente instalado en el pensamiento de la gente.

Un defensor de Badajoz, Manuel García Moreno, nos relata cómo fueron los últimos momentos de la defensa: «Estaba defendiendo la Puerta del Pilar el 14 de agosto y la abandonamos cuando ya estaban encima de nosotros […] salimos por Villanueva del Fresno y les destrozamos la columna Castejón. Cuando lo tomaron mataron a todos los que cogieron. Los que escaparon nos contaban que los llevaban a la plaza de toros, les colocaban banderillas como a las reses. En el cementerio mataron a dos tíos míos, después de obligarles a cavar su propia tumba, junto con diez mujeres y dieciocho hombres». (citado DISFEITO)

Jorge Morales: «El 19 de agosto se celebró un acto cívico-militar con la presencia de obispos y las nuevas autoridades, y al final de la misa, ante todos los asistentes, fue fusilado el exalcalde republicano de la ciudad junto a otros doce compañeros. Mientras, la banda militar amenizaba el terrible espectáculo. Los cadáveres de los asesinados estuvieron tres días expuestos al sol, con un letrero que decía “estos son los asesinos de Badajoz”. Al hijo de un teniente que mataron los republicanos, le preguntaron los moros que quería a cambio de la muerte de su padre, y él pidió que liquidasen a cuatrocientas personas de los pueblos cercanos. En la finca de Los Bonales, fue el fusilamiento; y aunque han pasado setenta años, aún queda alguna señal que otra». (citado DISFEITO)

El diario de la familia Pinna también sirve de recordatorio de aquellas fechas: […] «en la plaza de toros, los nacionales metían a todos los dudosos, el que era acreditado por alquien quedaba en libertad. Días después, ya en la cárcel, suponemos que una vez realizada esa depuración sacaban cada día a cien presos y los fusilaban». (citado ESPINOSA: 96-97)

Era tal el estado de ánimo de la población que el coronel Eduardo Cañizares -gobernador militar de la ciudad- no sabía cómo mejorar esta situación, así se lo comunicó a Franco en un telegrama enviado el 22 de agosto: «Muy abatida en el campo y en la plaza. Para levantarla he organizado un desfile, unas manifestaciones y gran propaganda, pero son poco sensibles y el susto no acaba de salírseles del cuerpo». ¿Pero cómo se les iba a pasar el miedo, si en la fecha del telegrama aún se continuaba asesinado a gente de forma indiscriminada?

Historiografía franquista

El primero en cuestionar lo que ocurrió en Badajoz fue el militar -metido a historiador- británico, McNeill-Moss en su obra The legend of Badajoz (Londres, 1937). Si analizamos mínimamente los argumentos de McNeill-Moss para negar la matanza, vemos que estos se basan en una sarta de mentiras sin pies ni cabeza.

Ya hemos referido anteriormente como el propio Mario Neves refutó uno de los argumentos del militar inglés, que negaba la veracidad de sus crónicas porque no coincidían, según él, con las de otros corresponsales. Otra de las supuestas “pruebas” de McNeill-Moss es que el comunicado que publicó la United Press estaba firmado por Reynols Packard, y éste nunca había estado en Badajoz. Lo que no decía McNeill es que los comunicados de prensa de las agencias se atribuían siempre al corresponsal jefe, fuera él o no el autor material de la noticia. La United Press desmintió que Packard fuera el autor de la noticia, pero nunca desmintió la veracidad de la misma.

No me extenderé en derribar los argumentos de McNeill-Moss, ya lo hicieron sobradamente Herbert R. Southworth en El mito de la cruzada de Franco, Arthur Koestler en Spanish Testament (Londres, 1937) (Koestler fue detenido por orden Luis Bolín, pasando varios meses en la cárcel); el propio Mario Neves, o Marcel Dany en una carta que remitió a Herbert Southworth: «Contrariamente a los que dicen los señores MacNeill-Moss o Dahma… Mario Neves sí que estaba en Badajoz con el señor Berthet y conmigo durante las primeras horas de la mañana después de la toma de la ciudad […], es decir, mientras las tropas seguían limpiando el barrio alto, mientras se efectuaban registros y arrestos, mientras se fusilaba en la plaza de toros y en las calles y dentro de la catedral todavía estaban los cadáveres de civiles y militares republicanos».  (SOUTHWORTH: 392)

Aunque ningún historiador mínimamente serio, por no decir decente, niega lo ocurrido en Badajoz; el legado de McNeill-Moss tuvo, y tiene, amplia difusión en los historiadores, publicistas y juntaletras neofranquistas. Por ejemplo Juan José Calleja, que en su biografía, mejor dicho hagiografía, sobre el general Yagüe, se limita a decir que se reprimía en ambos bandos, y que los “rojos” (sic) tergiversaron lo ocurrido en Badajoz. En similares términos se manifestaron Ramón Salas Larrazábal y Martínez Bande; ambos militares que combatieron en las filas franquistas. De la Cierva y su discípulo más aventajado, Pío Moa, mantienen que se creó la leyenda de Badajoz para tapar los asesinatos de la cárcel Modelo.

En 2010 apareció el libro La matanza de Badajoz ante los muros de la propaganda. Los autores son Francisco Pilo Ortiz, Fernando de la Iglesia y Moisés Domínguez, estos “historiadores” tienen la poca vergüenza de decir que Yagüe prohibió la entrada de periodistas para protegerles; ¿de quién? ¿de los muertos que yacían tirados en las calles como perros?; también niegan, porque según ellos los periodistas no lo vieron, la matanza en la plaza de toros; se olvidan de mencionar el testimonio de Berthet, que si lo oyó, porque estaba en la entrada de la plaza de toros, y que vio como sacaban los cadáveres. También mienten cuando dicen que hubo entrevista de Whithaker con Yagüe, ya que esta, según ellos nunca se publicó. Se ve que leen poco, Whitaker la publicó en su artículo Prelude to world war. A witness from Spain, publicada en Foreign Affairs, vol. 21 (1942-1943), pp. 104-106. «La auténtica leyenda de Badajoz no es otra que la puesta en circulación por la propaganda franquista y su pretendida historiografía». (REIG TAPIA: 187)

Conclusiones

Las columnas comandadas por Yagüe fueron dejando un rastro de terror por todas las poblaciones que iban ocupando. Si en Badajoz redoblaron sus sádicos esfuerzos fue por la resistencia que ofreció la ciudad. Ha quedado confirmado, incluso por el propio Yagüe, que los asesinatos que se produjeron se hicieron sin atender a las más mínimas normas de guerra.

El que hubiera que quemar los cadáveres con gasolina para evitar brotes epidémicos es una muestra de la magnitud de la matanza. Nadie que tenga un mínimo de humanidad puede negar, a pesar de los intentos de todos aquellos que “con Franco vivían mejor”, de manipular la verdad histórica, que no es otra que en Badajoz se cometió un genocidio.

Bibliografía sucinta

  • ALONSO GARCÍA, Héctor (2006): La cuestión de las cifras en la batalla de Badajoz; ponencia presentada en el Congreso La Guerra Civil Española 1936-1939. Madrid.
  • CALVO TRENADO, Raúl (2005): La masacre de Badajoz por el ejército franquista en 1936, enhttp://www.profesionalespcm.org/_/MuestrasArtículos2php?id=5855
  • CEBRIÁN VÁZQUEZ, Gonzalo (2014): Los sucesos de Badajoz. 77 años después, en Extremadura. Revista de Historia, nº 1, pp. 228-243
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José Luis Garrot Garrot
José Luis Garrot Garrothttps://asambleadigital.es
Historiador y arabista. Profesor de la UCM

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