El Talón de Hierro, de Jack London: Una mirada sobre el poder financiero desde la literatura

Jack London* es conocido sobre todo por sus novelas “Colmillo blanco” y “La llamada de la selva”. Sin embargo, “El talón de hierro”, que fue publicada en 1908, ha pasado desapercibida entre sus obras más conocidas.

«El Talón de Hierro» es el nombre que le otorga el personaje principal, Ernest Everhard al gobierno que la Oligarquía Industrial construye en el siglo XX. El argumento constituye un formato novelístico que le sirve al autor para denunciar la conformación de un cruel y sangriento sistema capitalista que se asienta sobre la miseria de los que explota. Véase las duras condiciones de trabajo durante la segunda revolución industrial 1870-1914.

Describe un sistema depredador de tal naturaleza que somete a todas las capas sociales al poder del dinero y esquilma los recursos naturales a velocidad de vértigo. La crítica, a lo largo del siglo pasado, la ha calificado como una premonición de los fascismos del siglo XX, pero, a mi juicio, la obra va mucho más allá, y toca casi todos los temas ligados con la plutocracia que apreciamos en la actualidad.

Es una obra tan actual que podría haberse escrito en estos últimos años. Lo que realmente London imaginó fue la opresión brutal del poder financiero, bajo una forma pseudo- democrática, que el mundo está viviendo en las últimas décadas. Situándonos en la historia argumental, es importante el concepto “pueblo del abismo” que muestra el ambiente de miseria en que se mueve la clase trabajadora a primeros del siglo XX. Vemos que los primeros capítulos de “El talón de hierro” son elocuentes.

El líder obrero es invitado a una reunión de intelectuales (incluido el clero). Para la élite intelectual de la Norteamérica de primeros del siglo pasado, no dejaba de ser una rareza que un obrero tuviera ideas propias y elaboradas, y además que las defendiera con pasión. Jack London aprovecha la tribuna argumental para poner en evidencia las contradicciones del sistema capitalista.

La obra describe con meridiana claridad la lucha de clases por la plusvalía que se genera en el proceso productivo, y cómo la clase capitalista se apropia en exclusiva de la misma, mientras que la clase trabajadora se organiza a través de sindicatos y organizaciones políticas de clase para conseguir algo de esa plusvalía mediante mejoras en las condiciones de vida. Llama la atención la claridad de análisis del autor al poner el foco sobre el beneficio excedente, pues el capitalista, al no poder consumir toda la plusvalía generada, acumula un gran volumen de capital que ha de ser invertido a nivel planetario para seguir obteniendo beneficios en un ciclo sin fin.

Todo ello da lugar a corporaciones gigantescas que vemos hoy en día; corporaciones que, de hecho, están por encima de los estados y pretenden consolidar su poder al margen de cualquier ley nacional. Lo verificamos al analizar el proyecto planetario del TTIP. El resultado de todo ello es ese poder en la sombra que llamamos mercados financieros, quienes aprovechan las debilidades de los estados nacionales para llevar a cabo movimientos especulativos que dejan en papel mojado la soberanía nacional.

En el aspecto del poder político, vemos su acertada descripción sobre el papel de la clase media (campesina y urbana), que se empobrece a la vez que crecen las corporaciones, y cómo esta clase media se implica en la política para luchar contra dichas corporaciones (véase la ley Sherman (1890) para limitar los monopolios y la ley Clayton Antitrust (1914) para remediar las deficiencias de la primera).

La participación en el poder político de la clase media supone a la larga un sometimiento al poder financiero, y su deriva lleva a corrupción política que llega hasta nuestros días y que merma de hecho la calidad de la democracia.

Podríamos decir que el sistema capitalista ha fagocitado a todas las fuerzas competidoras y ha generado una cultura de éxito productivo a través de los medios de propaganda; pero en una visión retrospectiva se puede ver el fracaso social, pues incluso el tan cacareado Estado del Bienestar está haciendo aguas, fundamentalmente porque la oligarquía financiera, una vez desaparecido el competidor soviético en el campo del estado social, quiere hacerse con el pastel público por la oportunidad de negocio que esa política conlleva.

En la obra queda clara la dialéctica oligarquía-pueblo, considerando que el término pueblo es inclusivo de todas las capas perjudicadas por la  oligarquía financiera. Pero esta oligarquía tiene los recursos para comprar voluntades, y el estado se convierte en una marioneta al servicio del capital, donde todo el estamento jurídico-represivo es utilizado contra el pueblo.

Otra cuestión no menos importante que sugiere Jack London es que el capitalismo ha conseguido la mayor de sus batallas: dividir a los trabajadores. Trabajadores especializados en sectores importantes para el capital dan lugar a la aristocracia obrera, estableciendo una diferencia notable con los desocupados.

En la obra que comentamos, El Talón de Hierro crea un sistema social dentro del cual toman la cúspide, y para consolidar su posición, se rodean de los sindicatos claves (metalurgia, transportes, comunicaciones, etcétera). Estos sindicatos favorecidos se transforman en “obreros de primera clase”, frente a los “obreros de segunda clase”, que son los sindicatos de otras funciones. De esta manera dividen el movimiento sindical, y gobiernan sin contrapeso posible, ya que los sindicatos favorecidos, sabedores de que sus prebendas derivan de la

Oligarquía que rige el Talón de Hierro, interpretan como suyos los intereses de la Oligarquía. Vemos en la acción argumental cómo a finales del siglo XIX las grandes corporaciones industriales han ido creando monopolios en industrias estratégicas (los correos, los ferrocarriles, etcétera), hasta convertirse en una especie de casta social superior e impenetrable, bien parapetada por su control del Gobierno, la policía, el ejército y los tribunales de justicia.

En este contexto, los obreros intentan organizarse para luchar contra las medidas del Senado. En respuesta, el Talón de Hierro prepara un atentado fraudulento en el Congreso de los Estados Unidos, a través del cual pueden iniciar una vigorosa represión, y prácticamente abolir la democracia. Los obreros se organizan para una vigorosa resistencia, en forma de una huelga sistemática de alcance mundial, que paralice todos los servicios, incluyendo las comunicaciones, y dejar así a los oligarcas en la indefensión. Estos, en respuesta, crean escuadrones de Mercenarios que actúan como fuerzas paramilitares, y que se dedican a someter a los campesinos y obreros rebeldes.

En 1918 los obreros preparan una gigantesca rebelión. Se lleva a cabo en el más absoluto sigilo, en medio de las organizaciones antisistema que comienzan a surgir; pero los agentes infiltrados consiguen averiguar la verdad y toman contramedidas. Dejan que la sublevación estalle en Chicago, desatando los eventos de la Comuna de Chicago, y de esa manera le dan un duro escarmiento a la población.

No deja de ser curioso cómo Jack London anticipa en la ficción una revuelta mundial para 1918; lo que sucedió en 1917 con la revolución soviética. Hay que tener en cuenta que el plantea miento de choque inevitable lo hace el autor en 1907 cuando aún no se ha producido la gran revuelta planetaria del primer tercio del siglo pasado, y que prende (aunque no triunfe) en varios países de Europa.

Llegado a este punto, me atrevo a sugerir que tras del choque frontal con el capitalismo y la fracasada experiencia del “socialismo real”, cobra sentido el empoderamiento del pueblo oprimido, combinando la estrategia de la acción inteligente y la presión a todos los niveles sociales hasta lograr que el sistema capitalista se derrumbe sobre sí mismo. Creo sinceramente que el sistema capitalista no caerá por la acción de las armas, sino por sus propias contradicciones; y estas contradicciones son las que hay que poner de relieve una y otra vez, utilizando todos los medios técnicos y humanos que existen en la actualidad .

Otra cuestión que considerar (lo cual supone una contradicción fundamental de cara al futuro), es que el capital ya no necesita tanta mano de obra como en siglos anteriores, cosa que Jack London no llegó a  entrever, porque el modelo industrial de mano de obra poco cualificada estaba en plena expansión. Sin embargo, en la actualidad, con la entrada en escena de la informática y los equipos robóticos de producción y de servicios, se puede prescindir de una buena parte de la mano de obra; eso sin contar con que el modelo de acumulación de capital está cambiando de paradigma hacia la inversión financiera especulativa.

La socióloga, novelista y ensayista francesa, Viviane Forrester, nos dice en su obra “el horror económico” que en un próximo futuro sólo un sector ínfimo de la población tendrá una función remunerada.

Es decir, una mayoría de seres humanos ha dejado de ser necesaria para el pequeño número (1%) que detenta el poder y la economía”. Y añade: “en la lógica del capital, la vida de las amplias masas ya no es legítima sino tolerada”.

Creo que la obra ganaría en intensidad si el arranque se hubiera situado en el falso atentado en el Congreso, cuando Ernest está hablando a los congresistas. Con este cambio en la estructura argumental y mediante el recurso al flashback, intercalado en los momentos narrativos de la clandestinidad, hubiera producido un mayor suspense hasta el desenlace. Además, acercaría a los personajes como seres de carne y hueso y no se caería en una especie de novela-ensayo, que a veces resulta pesada.

*Jack London nació en San Francisco en 1876. Hijo de soltera, su padre adoptivo fue un obrero textil. Su educación fue autodidacta. Trabaja en una central térmica del ferrocarril y participa en la marcha conocida “armada industrial de Nelly”. Después de esto se convierte en vagabundo y acaba en prisión en Búfalo. Militó en el partido laborista norteamericano del que se apartó por su moderación, ya que él se consideraba social revolucionario. Después de haber llegado a la fama como escritor, en 1915 se suicida a los cuarenta años con una sobredosis de morfina.

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