Por alguna extraña razón uno de mis primeros recuerdos de infancia son las conversaciones de los adultos respecto a los colegios que íbamos los hijos de los vecinos de mi torre. Un barrio nuevo de familias jóvenes por entonces, y en donde un colegio público y otro privado estaban separados por una calle. Yo estaba en el “bando” público, no sé muy bien si por convicción o necesidad de mis padres. Por aquella época no existían todavía los “concertados”, y la escuela pública se movía en una precariedad de inversiones que sorprenderían incluso hoy.
Y aquí vienen mis recuerdos de algunas madres (a esas que atendías a sus conversaciones sin que se dieran cuenta), en estas salían siempre comentarios como “yo prefiero pagar más y que tengan una mejor educación” o hacer alusiones a la insolencia y “falta de educación” de algún niño revoltoso, que por supuesto iba al público. Ni qué decir que toda la privada era de pago, algo que sin duda daba un prestigio especial.
Cuando actualizas al momento actual el estado laboral y cultural de esa mi generación dividida en dos modelos es evidente que no existe ninguna relación entre la educación recibida y tu papel en el mundo. Es decir, que un colegio público medianamente financiado se pusiera a la misma altura de formación de los alumnos que uno de “pago” era algo que había que “corregir”.
Pero el precio desorbitado de mantener un par de niños, mínimo, en un privado lo hacía inviable para la mayor parte de la sociedad, pudiéndose quedar este modelo aislado con clases sociales altas (que tampoco son tantos), y por tanto poco negocio a largo plazo. Y aquí aparece la concertada, financiando a la mayoría de los privados, aumentando así el negocio y ofreciendo a los padres de clase trabajado la oportunidad de “sentirse entre las élites”. Esto explica la obsesión del PP de Madrid de construir concertados en los barrios populares, mientras abandonaba los públicos. Por supuesto esto ha tenido un impacto mental y electoral en estratos de población que piensan que por ir a privado son de una clase social superior a la que son.
Pero al final el resultado no evidencia que los alumnos de uno y otro modelo haya diferencias en la formación, al final lo determina más la cartera de tus padres que hará que tengas más o menos oportunidades. Entonces ¿qué puede vender la privada para intentar diferenciarse de la pública cuando la formación es la misma? Pues inflando las notas de los alumnos para que salgan en los rankings de buenos coles para tener más alumnos, y como extra la cara de orgullo de algún cayetano pensando que su hijo va muy bien y así tan contento con el cole. En la CAM los privados y concertados hay un 30% más de sobresalientes que en la media de la pública, donde el peso de la cartera de papuchi no tiene ningún valor.
Pero luego, casualmente, cuando el baremo es objetivo, como por ejemplo la selección universitaria de la EVAU, los resultados son totalmente igualados tanto para los que vienen de pública y privada. Es evidente que inflan notas como se ha demostrado estos días en Navarra en colegios del OPUS DEI.
Pero este engaño tiene consecuencias, más allá de la decepción de algunos cayetanos. La nota media de la EVAU se calcula también con la nota de Bachillerato (hasta un 50%), al estar ésta inflada sacan unas décimas extras que pueden determinar una plaza universitaria.
Es decir, engañan y estafan. Privilegiados haciendo trampas para tener aún más posibilidades en la vida dejando a un lado a gente más valida que ellos. Es lo que ellos llaman la “cultura del esfuerzo”, restregando su manipulación e incompetencia de forma indigna a los que realmente se esfuerzan. Sin duda una de las causas de los rebaños de VagoVox y sus siervos que campan a sus anchas por estas tierras.