Determinismo social, la distopía reaccionaria que nos quieren colar

Llevamos ya unos cuantos años viendo con asombro como este mundo se va derechizando poco a poco, llevando la centralidad política hacia los principios de un conglomerado político social movilizado y desinhibido.

Complejos en nombres, pero simples en ideología: Trumpistas, reaccionarios, ultraderecha, neoconservadores, fascistas, neofascistas, fachas, nazis, neonazis, cavernícolas, etc.… los podemos llamar como queráis, pero son lo mismo en todas partes.

Este Leviatán que crearon las políticas económicas de las élites tras la desastrosa solución a la crisis del 2008 (más desregulación de los mercados, rebaja de impuestos a grandes capitales, privatización de servicios y bienes públicos, sueldos de miseria en trabajos no cualificados, dependencia de materias primas y fabricación baratas o el empobrecimiento de la clase trabajadora frente al mayor número de ricos y super ricos de la historia) han provocado el caldo de cultivo hacia una mentalidad del mundo pesimista, resignada y, sobre todo, muy individualista. Y lo más peligroso, hacer creer a la clase trabajadora autóctona que la culpa de sus males son los inmigrantes que sobreviven como ellos, para que no miren arriba los animan a que miren culpables abajo. También marcan los temas que se tienen que hablar, hasta convencerte que tienes que instalarte urgentemente una alarma en casa para que no te la ocupen mientras bajas a por el pan.

Y esta es la gran contradicción, que los mismos que nos machacan desde hace años con una dialéctica distópica (sobre que en el futuro habrá inevitablemente más desigualdades, que no tendremos pensiones públicas dignas, que la sanidad y educación pública de calidad ya nunca volverán o que disfrutaremos de sueldos de mierda y sin acceso a vivienda) a la vez te dicen que la única solución es bajar más los impuestos a los ricos para que tengamos por lo menos trabajo en una empresa. Un sálvese quien pueda en el que las cartas ya están marcadas.

Las cuentas son claras, los intereses del 90% de la población están subordinados por ese 10% que controla los tentáculos del poder, sobre todo los medios de comunicación que han blanqueado a los fascistas y el capitalismo salvaje en los últimos tiempos.

Y este es el plan, desmantelar el estado, la comunidad, la asociación, la solidaridad, la equidad, la esperanza de un mundo mejor sostenible y justo, pues es lo único que puede parar la pesadilla en la que nos quieren meter. La ciencia, la teoría y el sentido común lo dicen, con un reparto justo de los recursos se puede conseguir un mundo con justicia social y medio ambiental. Y esto es lo que te quieren convencer de que es imposible.

Hay dos grupos sociales al que esta revolución reaccionaria han marcado como imprescindibles para sus objetivos, pues no solo buscan el voto del hombre blanco, machista, heterosexual y de mediana edad (que es su nicho principal en todos los países) sino también desmovilizar a unos grupos que determinan con su apatía y descontento lo que estamos viendo en las urnas, estos son los jóvenes y la clase trabajadora.

En las elecciones italianas, y muy parecido en toda Europa, se abstuvo sobre todo la gente joven y el tradicional votante de izquierdas, los grupos más golpeados por las crisis continuas y en donde la desafección por la política crea abstención o voto protesta incluso a los que le quitarán más derechos y servicios públicos que le garanticen un mínimo de igualdad de oportunidades.

Para los gurús conservadores desmovilizar este estrato de población es vital para llegar al poder. Crear pobreza al final alenta en los barrios populares una sensación de que “todos los políticos son iguales”, y por eso no voto o voto monstruos. Y esto es terrible, crear pobreza le da réditos electorales a la derecha pues desmoviliza al principal grupo de población que más debería movilizarse contra ellos, algo que habría que contarlo a los cuatro vientos las 24 horas del día.

Estamos ante una simple cuestión de mentalidad, el miedo renta siempre a la derecha, mezclado con la nostalgia de un pasado de fantasía donde no había feministas que «impusieran» su ideología de género, sin inmigrantes ni delincuencia, y en el que todo el mundo trabajaba y era feliz.

Para evitar el desastre de que esta inducción mental se apropie de más parte de la sociedad creo que desmontar esta visión es vital para nuestra supervivencia como sociedad. Hay que volcarse en convencer a esta parte de la sociedad decepcionada con todo que sí que es posible crear un mundo justo con leyes que protejan a los vulnerables, con servicios públicos que garanticen igualdad de oportunidades, con impuestos justos y progresivos.

Politólogos, periodistas dignos, sociólogos, artistas, intelectuales (por su influencia en la sociedad), y todos nosotros en nuestras relaciones sociales, tenemos la obligación de revertir este pensamiento. Doctores tiene la iglesia (partidos, sindicatos y movimientos sociales) y todos deberían estar ya volcados en evitar que la distopía reaccionaria se haga realidad.

Francisco Javier García Martínez
Francisco Javier García Martínezhttps://asambleadigital.es
Licenciado en Historia. Técnico superior en electromedicina. Activista, defensor de los DDHH y la justicia social

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