Seguro que a usted también le ha pasado alguna vez: ir por alguna autovía de las muchas que atraviesan Castilla, equivocarse de desvío y recorrer kilómetros y kilómetros de carretera secundaria hasta que se cruza con el primer ser humano o con la primera vivienda habitada. Y no debe preocuparse, es una situación normal. En realidad, España está vacía por dentro
Ahora busque un mapa. Si está leyendo este artículo en un dispositivo electrónico, tiene Google Maps a mano. Aleje el zoom hasta que toda Europa occidental ocupe la pantalla. Fíjese en el tamaño de Suecia y compárelo con el de España. ¿Verdad que parece que el país escandinavo es bastante más grande que España? No, no lo es. De hecho, es algo más pequeño. Mientras que Suecia tiene 450 mil kilómetros cuadrados, el territorio español le supera con 505 mil kilómetros.
No son sus ojos quienes le engañan, sino la polémica proyección de Mercator, una proyección cartográfica que convierte la superficie elipsoidal de la Tierra en un plano, haciendo que las regiones situadas más al norte y más al sur aumenten su tamaño, mientras que según las regiones están más cerca del ecuador, aparezcan más pequeñas en comparación.
A continuación vaya un poco más abajo, hasta Alemania. Nuevamente nos encontramos con la misma situación. Aunque el país germano parezca más grande que España, o de un tamaño similar, no lo es ni por asomo. Alemania tiene mucho menos territorio que España, tan solo 357 mil kilómetros cuadrados.
Nuevamente la proyección de Mercator ayuda a la confusión, pero hay algo que no tiene discusión: mientras que en los 357 mil kilómetros cuadrados de extensión germana residen algo más de 82 millones de habitantes, el estado español acoge a un total de poco más de 46 millones. Ya hacemos nosotros las cuentas por usted: la densidad de población alemana es de 231 habitantes por kilómetro cuadrado. La de España no llega a 92.
Fenómeno editorial
Hace poco más de un año, la editorial Turner Noema editó el ensayo del novelista Sergio del Molino titulado «La España vacía: Viaje por un país que nunca fue». Fue uno de los libros del año y ya ha superado su décima edición. En él, el autor desgrana cómo nuestro país se ha ido vaciando en los últimos años; cómo las capitales han ido sobrepoblándose mientras que el interior de nuestras provincias está hueco.
Nos habla de cómo regiones españolas replican a otras regiones de Europa conocidas por sus bajas temperaturas y por ser desiertos donde nadie habita: la Siberia española, donde el termómetro de esta zona de la Guadalajara oriental suele marcar las temperaturas más bajas todos los inviernos y donde la densidad de población es incluso menor a la Siberia original; o la Laponia española, de la que Siberia también formaría parte, y que se extendería por la ya mencionada Guadalajara, y también por Teruel, Zaragoza, Soria, Burgos, La Rioja y, en menor medida, Castellón y Valencia. Una zona donde la densidad de población puede tener de media 8 personas por kilómetro cuadrado, pero puede llegar a bajar hasta 1 persona. El desierto español ya no es ni el de Tabernas ni el de Los Monegros.
Aprovechando el rebufo iniciado por Del Molino, las librerías se han apresurado a llenar sus estanterías con libros de similar temática y de otras editoriales y autores, como puede ser «Los últimos», de Paco Cerdà y que está ya agotando su tercera edición, «La lluvia amarilla» de Julio Llamazares, «Quién te cerrará los ojos» de Virgina Mendoza o el siempre reivindicable «El disputado voto del Sr. Cayo» de Delibes. Estos tres últimos son referenciados por el mismo Del Molino dentro de su ensayo, cuyos capítulos finales divagan en torno al concepto de la soledad dentro de la cultura y el folklore, incluso fuera de las fronteras españolas.
Los últimos
En contraposición al libro de Del Molino, «Los últimos» de Cerdà, directamente subtitulado “Voces de la Laponia española” aunque posteriormente se refiera a esa región como “Laponia del sur”, no trata tanto de buscar las causas a esta despoblación sino que prefiere conocer de primera mano a esos «señores Cayo» que viven aislados, lejos del mundanal ruido. A esos «quijotes», como él los llama, los últimos vecinos de pedanías a las que solo se puede llegar a través de caminos de tierra y que reclaman unos derechos mínimos (sanidad cercana, agua corriente) que tendríamos que dar por cumplidos a estas alturas del siglo XXI. Y no solo es el abandono a sus habitantes, sino también al de su cultura y su historia.
Uno de los testimonios del libro de Cerdà, destaca por su crudeza. Se trata de una investigadora turolense que ha acuñado un término para este proceso de vaciado poblacional que se está dando en el interior de la península Ibérica. Ese término, bautizado como “demotanasia”, es definido así por su creadora: “Un proceso que tanto por acciones políticas, directas o indirectas, como por la omisión de las mismas, provocando la desaparición lenta y silenciosa de la población de un territorio, que emigra y deja la zona sin relevo generacional y con todo lo que ello significa, como la desesperación de una cultura milenaria. Es una muerte inducida, no violenta”.
La Siberia española, donde el termómetro de esta zona de la Guadalajara oriental suele marcar las temperaturas más bajas todos los inviernos y donde la densidad de población es incluso menor a la Siberia original.
La comisionada
El actual gobierno quiso tomar cartas en el asunto y hace ahora un año nombró a la exconsejera de la Xunta de Galicia y exsenadora Edelmira Barreira como Comisionada del gobierno para el Reto Demográfico. Entre sus objetivos estaban, según la nota de prensa entonces emitida, el “elaborar y desarrollar una estrategia nacional frente al reto demográfico, que recoja el conjunto de propuestas, medidas y actuaciones necesarias para alcanzar el equilibrio de la pirámide poblacional”. A finales de 2017, varios medios se hacían eco de los nulos resultados que esta comisionada había obtenido, pues desde el nombramiento, su oficina no había desarrollado ninguna actividad ni había generado ningún informe que se hubiese compartido con diputados, senadores o miembros del gobierno. A pesar de contar con un salario de 100.000 euros anuales, similar al de un subsecretario de Estado, Edelmira Barrios no había hecho absolutamente nada para lograr acabar con la demotanasia. Ni siquiera, por lo que parece, ha empezado a ponerse manos a la obra.
Llama la atención que en un país que registra más fallecimientos que nacimientos desde hace años, tengamos tantos inconvenientes para aceptar que venga gente de fuera. Esos territorios merecen una oportunidad. Vivimos en un país hueco por dentro, solo poblado en grandes ciudades y en su costa. Ojalá podamos darle pronto una nueva oportunidad a esas tierras, ahora trabajadas por nuevos españoles, de dentro o de fuera del país, que quieran reconquistar estas zonas ahora despobladas.