La república no interesa

Llegó un nuevo 14 de abril y los muros de mis amigos de Facebook, y por ende el mío, se llenaron de banderas tricolor, de mujeres con túnica y rostro impertérrito y de fotos de algarabías en la Puerta del Sol. Pero esas fotos están en blanco y negro y la señora de mirada penetrante es de otra época. Hace ya 90 años desde que se promulgó por última vez una república en España y más de 80 desde que dejara de existir.

Si utilizo mi Facebook con fines estadísticos, podría sacar la conclusión de que somos mayoría los que deseamos con cierto fervor tener un sistema de gobierno que creemos más moderno y justo, pero como todo lo que sucede en las redes sociales, no es más que un espejismo. En el mundo real, es un tema que interesa solo a unos pocos.

Mucha gente cercana a mí, incluso los que tienen una buena cultura sobre actualidad política, no sienten mucho interés en eso de la República, y me he encontrado diversas reacciones cuando confieso públicamente que deberíamos modificar el sistema político y dejar de tener una monarquía. En una ocasión, un compañero de trabajo mostró extrañeza a que yo fuera republicano, al igual que Donald Trump. No fui capaz de responder aquello. En otra ocasión, una amiga me decía que la celebración del día de la República era como si se celebrara el Día
de la Dictadura. Por supuesto, ni siquiera quiso entender la explicación posterior que di y pronto ya habíamos cambiado de tema.

El CIS dejó en 2015 de preguntar en sus encuestas sobre la monarquía, cuando su valoración se encontraba en los datos más bajos de su historia. Desde entonces, tan solo una encuesta realizada por algunos medios de comunicación (Público, Mongolia y El salto, entre otros) ha dado datos sobre la afección de la sociedad hacia los reyes. Un 41% apoyaría en un supuesto referéndum el sistema republicano, frente a un 35% que apoyaría la monarquía y un 13% que contestan que no saben o no saben qué contestar. Picas pajas, que dirían en Levante. Incluso hay un 11% que ni siquiera irían a votar o votarían en blanco. La monarquía interesa, incluso cuando la opinión hacia ella es negativa, pero, ante mi fastidio, pocos se plantean una República como alternativa.

Y, seamos sinceros, es cierto que no parece que el sistema de gobierno esté asociado a lo bien o mal que se vive en un país, aunque desde luego sí a su justicia. Ahí tenemos a potencias con una fuerte tradición republicana como Francia, EE.UU. o Alemania compartiendo los primeros puestos de la economía mundial junto a naciones con rancias monarquías (entiéndase por su larga tradición) como son Reino Unido o Japón. Igualmente, algunas de las sociedades mejor vistas desde fuera conservan aún a sus reyes, como casi todos los países escandinavos, y otros estados más inestables prescindieron de sus reyes hace más de dos siglos.

Ya afirmaba en sus últimos años Julio Anguita, una de las principales figuras del republicanismo reciente, que no era necesario abogar por la república, puesto que esto podría causar el rechazo de mucha gente y antes había que solucionar otros temas más urgentes. La tercera llegará sola, decía, como las veces anteriores, cuando nos demos cuenta de que no necesitamos a un rey. No fueron muchos los que salieron a reivindicar por la calle la República el pasado 14 de abril. En muchas ciudades lloviznó y es cierto que la situación no es la más propicia para organizar reuniones multitudinarias, pero en la última manifestación celebrada en Madrid en condiciones normales, en aquel ya lejano 2019, no éramos tantos los que subíamos por la Gran Vía gritando «¡República!». Y entonces pienso que ojalá que el Califa tenga razón.

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