En las zonas industriales, las fábricas, comercios y otros servicios fueron tomados por los trabajadores con el fin de evitar que se parara la producción. La excepción, como he mencionado anteriormente, fue Euskadi. Cataluña fue sin duda la zona donde más colectivizaciones industriales hubo. Hay que señalar que en las industrias de capital extranjero –salvo escasas excepciones- no se llevaron a cabo colectivizaciones.
En la industria la colectivización era sinónimo de autogestión. Los trabajadores elegían un comité de empresa que a su vez elegía a un director. A partir de enero de 1937 en Cataluña la Generalitat tenía un representante que actuaba como interventor. En Cataluña fue el único lugar en el que se regularon mediante leyes las colectivizaciones.
En muchos casos la colectivización vino un poco «obligada» ya que los patronos habían huido al fracasar el golpe de Estado, lo que hizo que los trabajadores se hicieran cargo de la gestión de la empresa para poder continuar con la producción. Algunos de los antiguos propietarios no sufrieron la pérdida total de su empresa. Por ejemplo, en Cataluña un decreto de la Generalitat concedía a los patronos que se mantuvieran en la empresa el derecho a recibir una compensación económica
Las industrias colectivizadas tuvieron que hacer frente a numerosos problemas como la falta de materias primas, la escasez de mercados donde vender su producción, etc. Otros problemas fueron la poca colaboración que solio haber entre empresas colectivizadas, o la falta de personal cualificado para su gestión.
Según Julián Casanova (2006: 215) a la mayoría de los trabajadores que no habían destacado en la lucha sindical los cambios en la organización de la empresa, en la jerarquía laboral, les afectaron muy poco. Los percibieron como cambios en la dirección que no les liberaba de sus preocupaciones inmediatas: obtener mejoras salariales, mantener su nivel de vida y trabajar menos. Una colectivización presidida por las armas y la coacción no era la mejor vía para lograr su reconocimiento. Tampoco era, definitivamente, la felicidad social que siempre habían anunciado los revolucionarios. Este análisis de Casanova es bastante discutible, ya que no hay conocimiento de que las colectivizaciones industriales se hicieran «a punta de pistola» ni que hubiera fuertes coacciones; por otra parte si hubo mejoras sustanciales para los trabajadores aunque posteriormente las necesidades de guerra obligaran a eliminar algunas de ellas.
Que había que adecuarse a las necesidades de guerra queda reflejado en el periódico anarquista Solidaridad Obrera, que en su número del 27 de abril de 1937 mantenía que el 1 de mayo ya no era el día de las reivindicaciones, de las huelgas, de las batallas; ya no tenemos por qué luchar contra el capitalismo, que está más allá de nuestras trincheras (citado Casanova, 2006: 215).
El 23 de febrero de 1937 el entonces ministro de Industria, el cenetista Joan Peiró promulgó un decreto que otorgaba al Estado a intervenir e incautar empresas; estas últimas las gestionaba directamente el gobierno central, que se hizo cargo de las principales empresas.
Lo primero que se solía colectivizar eran los servicios públicos –transporte, agua, gas, electricidad, teléfono- y los comercios, incluyendo cines, teatros, bares, restaurantes, etc.
Los impedimentos oficiales que sufrieron las industrias colectivizadas no fueron pocos; Vernon Richards (:161-162) la señaló: Las interferencias de los Gobiernos de Barcelona y de Madrid impidieron que el experimento de la colectivización de la industria se desarrollase hasta sus límites naturales. Sin embargo, hay bastantes pruebas para sostener que, si hubieran tenido las manos libres, esto es, el control de las finanzas a la vez que la gestión de las fábricas los trabajadores españoles, que demostraron espíritu de iniciativa y de incentiva y un profundo sentido de responsabilidad social, podrían haber logrado frutos sorprendentes[1].
Al principio la única diferencia sustancial es que la propiedad de la industria había pasado de estar en manos de un empresario a estar en manos de varios, ya que, por ejemplo, seguía habiendo diferencias en las remuneraciones entre administrativos, técnicos, obreros, etc. Era como definió A. Souchy (:22) una especia de capitalismo colectivo. En una empresa que marchaba bien los trabajadores cobraban más que en una que tuviera peor rendimiento. Esta disparidad salarial se palió cuando los sindicatos de industria o construcción, por poner dos ejemplos, pasaron a tener el control de todas las empresas del ramo.
Un sector que nunca fue colectivizado fue la banca. La causa es que las colectivizaciones nunca partieron del Gobierno, sino de los trabajadores, y en la banca la sindicación era muy baja y la que había era mayoritariamente de la UGT bastante menos proclive a la colectivización que la CNT.
Evidentemente hubo elementos positivos en la colectivización industrial; por ejemplo jamás provocaron los enfrentamientos que las rurales; o que, a pesar de los problemas a los que tuvieron que enfrentarse, mantuvieron unos niveles de producción más que aceptables teniendo en cuenta la situación general.
Cataluña
En Cataluña se estima que en torno al 70% de las empresas industriales y comerciales fueron colectivizadas. La primera empresa colectivizada en Cataluña fue Cementos Asland, a la que siguieron Tranvías de Barcelona, CAMPSA, La España Industrial, empresa textil; las metalúrgicas Hispano-Suiza, La Maquinista Terrestre y Marítima, la cervecera DAMM, etc.
Aunque muchas empresas ya habían sido colectivizadas de forma espontánea por los trabajadores, el 21 de agosto de 1936 el consejo regional de la CNT aprobó la incautación y colectivización de los negocios bancarios […] y el control sindical obrero de todas las industrias que continúen explotadas en régimen de empresa privada (citado Casanova, 2009: 300). Más tarde, un mes después de que la CNT se incorporase al gobierno autonómico la Generalitat publicó el Decreto de Colectivizaciones, concretamente el 24 de octubre de 1936.
También se colectivizaron todos los grandes centros comerciales, así como muchos medianos. El comercio mayorista de alimentos también sufrió el proceso colectivizador, de esta forma se eliminó a los intermediarios que podían continuar trabajando como simples asalariados. Asimismo se colectivizaron muchos gremios, alrededor de los sindicatos únicos anarquistas.
La colectivización industrial en Cataluña se puede dividir en cuatro fases:
- Julio- octubre de 1936. Se llevan a cabo la mayor parte de las colectivizaciones y las agrupaciones, la mayoría creadas de forma espontánea por los trabajadores.
- Octubre 1936- mayo 1937: Se promulga el Decreto de Colectivizaciones de la Generalitat, que legaliza las colectividades industriales, la mayoría ya funcionaban de hecho de esta manera. Comienza a notarse una mayor intervención de la Generalitat.
- Mayo 1937- febrero 1938: La Generalitat refuerza su poder mientras que el de la CNT-FAI va decreciendo. También hay un aumento del control de la economía por parte del gobierno central.
- Febrero 1938- enero 1939: Los ataques del gobierno central contra las colectividades son cada vez de mayor envergadura. Por otra parte la dirección de la CNT abandona la defensa de la autogestión, confirmada en el pacto CNT-UGT de 18 de marzo de 1938.
Las colectivizaciones de las industrias catalanas se pueden dividir en dos grandes grupos, aunque luego haya diferentes matices en cada uno de ellos; por un laso las empresas colectivizadas por sus obreros, por otro la concentración de empresas del mismo sector dirigidas por los sindicatos del ramo. Ambos serán reglamentados por el Decreto de Colectivizaciones de 24 de octubre.
Pormenorizando en los diferentes tipos de empresas existentes tras la colectivización, seguiré a Castells (:27 y ss.) en los grupos en que se pueden dividir:
- Empresas confiscadas por los trabajadores y colectivizadas. En estas la propiedad pasa a la sociedad, encargándose de toda la gestión los propios trabajadores –en primer momento los miembros de los comités sindicales, para posteriormente ser elegido un comité por parte de la asamblea general.
Una de las primera acciones que solían llevar a cabo era la depuración de los antiguos cargos, permitiendo que algunos de estos continuaran trabajando en la empresa; planificación de la jornada laboral; toma de medidas a favor de los trabajadores; ayuda médica, embarazos, jubilación, etc. También se solían regular los precios que generalmente se establecían en beneficio del consumidor.
- Empresas controladas antes de la promulgación del Decreto de Colectivizaciones y Control Obrero. En estas la dirección era compartida entre los trabajadores y los antiguos propietarios o directivos. La realidad era que los obreros ejercían el control casi absoluto y que los antiguos patronos o directores no solían oponerse a las decisiones tomadas por ellos. Tras el Decreto se mejoraron las condiciones para los antiguos propietarios que volvieron a asumir la dirección.
- Cooperativas de producción y trabajo. Se constituían por un grupo de socios trabajadores, que a su vez eran propietarios de la empresa. Cada socio aportaba la misma cantidad de dinero, y en el caso de que alguien abandonara la cooperativa se le devolvía la cantidad aportada. En estas los beneficios se repartían en función de la importancia del trabajo realizado – a diferencia de las colectivizadas donde generalmente todos cobraban lo mismo-.
Muchas de estas empresas transformadas en cooperativas lo habían sido a instancia del propietario, que de esta manera seguía controlando de alguna manera su negocio en espera de tiempos mejores. Esto motivó que el 16 de febrero de 1938 se publicara un decreto intentando reconducir a estas empresas: Serán consideradas empresas colectivizadas las cooperativas de producción y trabajo constituidas después del 19 de julio de 1936, y aquellas en que el capital no se haya originado exclusivamente por la aportación individual de todos los socios.
La transformación de la empresa de la empresa o negocio privado en cooperativa de producción, realizada por el propietario –un solo propietario o varios pequeños de forma conjunta-, para evitar la confiscación, no fue un caso aislado, pero sin ser excesivas, se dan con cierta frecuencia, por lo que a mediados de 1937, según datos de la Federación de Cooperativas de Producción y Trabajo, había unas 300 cooperativas que agrupaban a 12.800 socios, con un capital constituido de unos 12 millones de pesetas; es decir en un año, el número de cooperativas se había quintuplicado (Balcells: 30).
- Empresas nacionalizadas y municipalizadas. Pertenecían al conjunto de la sociedad. Su propiedad y administración era ejercido en su nombre `por el Estado o el Ayuntamiento. Estas empresas se crearon fundamentalmente con el fin de frenar el proceso colectivizador y aumentar el control por parte de la Generalitat o el Gobierno central. Este proceso tomo auge desde la segunda mitad de 1937 y principios de 1938.
Como era de esperar este tipo de empresas fue muy alabado por los anticolectivistas y criticadas por los colectivistas. Tampoco los trabajadores de estas empresas estaban muy contentos con el nuevo status, ya que entendían que esto era cambiar de amo; un particular por el Estado o el Ayuntamiento, pero su situación no cambiaba en absoluto.
- El último tipo de empresas lo componían las dedicadas a las finanzas, que aunque controladas por los trabajadores y la Generalitat siguieron operando de la misma forma que lo venían haciendo antes de la guerra. En realidad los comités de trabajadores las controlaban bien poco, ejerciendo este control el gobierno catalán.
El que la Generalitat pasara a controlar la banca fue un grave problema para las colectividades ya que estas se vieron presionadas cuando tenían falta de liquidez o tenían problemas de financiación.
Evidentemente la colectivización suponía la democratización de la empresa; este proceso democratizador no era del gusto de todos; así lo manifestó el miembro de la UGT y el PSUC Estanislao Ruiz Ponseti en su obra de 1937 Las empresas colectivizadas y el nuevo orden económico, en la que, aunque reconocía que las colectividades de momento funcionaban bien, estimaba que la democratización interna llevaría al desastre económico (citado Castells: 38).
La industria catalana se tuvo que enfrentar a múltiples retos: por un lado transformar parte de su industria en industria de guerra, hecho que afectó principalmente a la metalurgia y la química; la pérdida de mercados interiores en manos de los sublevados, siendo prácticamente imposible encontrar mercados alternativos. Otro grave problema fue la falta de materias primas y combustible que afectó, y mucho, a la industria textil. La producción industrial catalana bajó de un índice 100 a principios de 1036 a 70 en febrero de 1937 y a 55 en abril de 1938.
Tras los sucesos de mayo de 1937 los interventores impuestos por la Generalitat en las empresas colectivizadas pasaron a ser los verdaderos directores. El proceso colectivizador entró en una pendiente que llevaría a su práctica desaparición en los últimos meses de guerra.
Pero ya el año anterior, concretamente el 22 de octubre de 1936 –dos días antes de publicarse el Decreto de Colectivizaciones- CNT y UGT firmaron un acuerdo que si se lee con atención es toda una claudicación. El punto dos decía:
Somos partidarios de la colectivización de producción, es decir de la expropiación sin indemnización de los capitales y de la transferencia de esa propiedad a la colectividad. Somos partidarios de la colectivización de todo lo que sea necesario para las necesidades de la guerra.
Estamos de acuerdo en considerar que esa colectivización no daría el resultado deseado si no estuviera dirigido y coordinado por un organismo representante natural de la colectividad que, en ese caso, sólo pueda ser el Consejo de la Generalidad (citado Semprún).
Según avanzaba la guerra muchas empresas fueron transformadas en empresas de guerra; el cambio que se hizo en las empresas de metalurgia fue extraordinariamente rápido. En julio de 1937 la Comissió d’Industries de Guerra, órgano creado el 7 de agosto de 1936, controlaba 290 fábricas; algunas de ellas como Hispano Suiza o Elizalde fueron requisadas por orden de Negrín por el gobierno central, que cada vez se haría con mayor número de empresas completando un proceso centralizador. En octubre de 1937 en Cataluña había 500 fábricas de material bélico con 50.000 trabajadores y otros 30.000 encuadrados en empresas auxiliares.
Por decreto de 11 de agosto de 1938 la industria bélica dejó de ser controlada por la Generalitat para pasar a ser dirigida por el gobierno central. Esto no supuso que la producción aumentara con respecto a la época en que estas empresas estaban colectivizadas. Es más, el dirigente comunista Joan Comorera –enemigo declarado de las colectivizaciones- declaraba: la situación de las industrias de guerra hay que confesar que no ha mejorado suficientemente y que en algunos casos incluso ha empeorado (citado Mompó: 81).
La intervención del gobierno catalán en relación a las colectivizaciones comenzó muy pronto. El 24 de octubre de 1936 se promulgaba el Decreto de Colectivización de las Industrias y Comercios y Control Obrero de las empresas particulares. El decreto era una manera de intentar dar un marco legal a o que ya existía de hecho, pero también era una manera de controlar el proceso. Este decreto suponía que todas las empresas de 100 o más trabajadores se colectivizaban; las que tenían entre 50 y 100 se colectivizaban si lo solicitaban el 75% de la plantilla. También se hacía obligatoria la colectivización de las empresas que tuvieran varios centros repartidos por distintos lugares.
El Decreto fue elaborado por el Consejo de Economía de Cataluña, creado el 11 de agosto de 1936 y en el que estaban representadas todas las fuerzas políticas. Según Vernon Richards el autor material del Decreto fue Joan Fábregas[2], militante de la CNT y conseller de Economía de la Generalitat. Estaba formado por 16 integrantes (4 ERC, 3 UGT, 3 CNY, 2 FAI, 1 PSUC, 1 ACR, 1 UR, 1 POUM) lo presidía Josep Tarradellas. En septiembre el Consejo de Economía quedó bajo las órdenes del Departamento de Economía, que dando el Consejo como mero órgano consultivo.
En la CNT hubo discusiones sobre su participación en el mismo, de ahí que el 24 de septiembre de 1936 se celebrara un Pleno Regional en el teatro Olympia de Barcelona. Rn dicho congreso Joan Pau Fábregas expuso los planteamientos económicos que debía seguir el sindicato anarquista; se debería apoyar la colectivización y no la nacionalización: Hemos de matar el espíritu burgués en mucha gente. No puede ser apoderarse de una fábrica como poseía su dueño. Si vamos contra la burguesía no hemos de crear nuevos burgueses (citado Batzac: 29).
Con el Decreto de Colectivizaciones quien toma realmente el control de las empresas incautadas es la Generalitat. El artículo 26 decía: Los acuerdos que adopten los Consejos Generales de Industria serán ejecutivos, tendrán fuerza de obligar y ningún Consejo de Empresa ni empresa privada podrá desatender su cumplimiento, bajo ningún pretexto que no sea justificado. Solamente se podrá recurrir contra ellos ante el Consejero de Economía, la decisión del cual, previo informe del Consejo de Economía, será inapelable. Es decir la Generalitat se convertía en juez y parte.
Por otro lado el Decreto estipulaba como debían dividirse los beneficios: 50% para la Caja de Crédito Industrial y Comercial de Cataluña; se deducía un 20% para amortización y un 15% para asistencia social colectiva, seguros médicos, pensiones, etc., el 15% restante podía utilizarse de la forma que decidiera la asamblea de trabajadores.
Como bien señala Semprún sobre el Decreto: Esto ha sido presentado en muchas ocasiones […], como el simple reconocimiento de lo que habían realizado los propios trabajadores. En realidad, era exactamente lo contrario: el Estado se hacía cargo de las colectivizaciones, en primer lugar para limitarlas pero también, y sobre todo, para ampliar su propia influencia y su control en detrimento de la autonomía obrera.
Crítico con el Decreto fue también el líder anarquista Diego Abad de Santillán[3] que en un artículo publicado por la revista bonaerense La Campana, titulado Socialización de la economía española por los sindicatos y colectivizaciones agrarias e industriales, decía: […]; el decreto de colectivizaciones de Cataluña no hizo más que desfigurar el sentido de la obra popular. Felizmente resultó en la práctica un decreto en el papel como tantos otros. No quedó tan en papel mojado como le hubiera gustado a Abad de Santillán.
El 30 de enero de 1937 la Consejería de Economía de la Generalitat daba un paso más en el control de las colectivizaciones al emitir un decreto que marcaba los estatutos que debían seguir las empresas colectivizadas. Estas tendrían que tener:
- Una asamblea donde se tomarían las decisiones importantes y nombraría el Consejo de Empresa.
- El Consejo de Empresa se encargaría de dirigir y administrar la empresa.
- Formación de un Comité Permanente dentro del Consejo, encargado de representar, dirigir y administrar directamente la empresa, estaría formado por un director y tres consejeros elegidos, que se tendría que reunir al menos dos veces por semana.
- El director se encargaría de llevar a cabo las funciones propias de un gerente, contando con uno o dos subdirectores.
- El comité sindical sería el vehículo de enlace entre los trabajadores y el Consejo de Empresa.
- La Generalitat nombraba un interventor encargado de supervisar el desenvolvimiento de la empresa colectivizada, sobre todo de vigilar que se cumplía el Decreto de Colectivizaciones.
Por otro lado las empresas colectivizadas estaban obligadas a adaptar su producción s lo que ordenara el Consell General d’Industria (CGI). Este Consell dividió la industria en catorce ramos.
Para una producción más coordinada se crearon muchas agrupaciones industriales; en total 98 de las que cuatro abarcaban toda Cataluña (ramo del Plomo, la Fundición, fabricantes de material frigorífico y de básculas y otros muebles metálicos), el resto se concentraban principalmente en Barcelona y su área metropolitana[4]
Poco a poco la Generalitat fue tomando el control; primero con la creación en agosto de 1936 de los interventores –elegidos por los trabajadores pero con la aprobación del Consejo de Economía-; su misión era informar a la Generalitat de la evolución de la empresa. A partir de enero de 1937 asumieron más funciones: hacer cumplir el decreto de colectivización, además podían vetar las decisiones que tomara el comité de empresa. Para terminar con el proceso, el 20 de noviembre de 1937 se decretó la intervención total por parte de la Generalitat de todas aquellas empresas que ellos estimaran oportunos por necesidades de guerra.
En Barcelona debido a las dificultades que había para llevar una existencia mínimamente digna provocó que las criticas y peticiones a los comités que gestionaban las empresas fueran cada vez más numerosas. En fecha tan temprana como octubre de 1936 el comité de la Federación Local de Sindicatos Únicos de Barcelona dictó varias consigna: los trabajadores deberían considerarse «movilizados» dentro de la lucha contra el fascismo; se prohibía pedir nuevas condiciones de trabajo, aumento de salarios o disminución de las jornadas; se prohibían las fiestas entre semana y se eliminaba el cobro de horas extraordinarias (ver Casanova, 2006: 213). Todas estas decisiones no eran sino ajustar la actividad a la economía de guerra lo que no fue bien aceptado por parte de la clase trabajadora.
Otra forma de intentar llevar una vida más digna fue la creación de cooperativas de consumo, establecidas para intentar que no faltara el abastecimiento de productos de primera necesidad y conseguirlos a unos precios que no fueran abusivos.
Organización y desarrollo
El organigrama de las empresas catalanas[5] establecía varios estamentos:
- La Asamblea General, formada por todos los trabajadores. En ella se tomaban la mayoría de las decisiones, incluyendo el nombramiento y/o revocación de los miembros del Consejo de Empresa.
- El Consejo de Empresa, encargado de la gestión cotidiana.
- El Comité Sindical, se encargaba de establecer las jornadas de trabajo, estipular los salarios, etc.
- En las colectividades «legalizadas» había un interventor de la Generalitat, nombrado por el Consejero de Economía de acuerdo con los trabajadores.
En un principio la multiplicidad de comités, subcomités, etc., provocó que la organización del trabajo en las empresas colectivizadas fuera un tanto caótica. Esto sucedió, sobre todo, desde julio a noviembre de 1936.
Esta nueva forma de gestionar las empresas fue criticada incluso por Abad de Santillán: En el lugar del antiguo propietario, habían puesto a media docena de nuevos patronos que consideraban la fábrica o los medios de transporte por ellos controlados como su propiedad personas, con el inconveniente de que no siempre saben organizarse tan bien como el antiguo dueño.
Entre las primeras tareas que asumieron los comités estuvieron la creación de una nueva estructura en la que se eliminaban las jerarquías; nivelación y/o subida de salarios, fijación de la jornada laboral, elección de productos y manufacturas, fijación de los precios de venta, etc.
La colectivización mostró dos caras de la clase trabajadora; en unos casos se mostró un gran sentido de la responsabilidad, en el lado negativo la indisciplina que mostraron en más ocasiones de las debidas: Los sindicatos, buscando obtener el mayor número de afiliados, daban a menudo la razón a los indisciplinados, en perjuicio de toda la sociedad y frente a los consejos de empresas que velaban por los intereses de la fábrica que representaban (Balcells: 191)
Cierto es que algunos comités de fábrica, los menos, tomaron actitudes despóticas como los antiguos propietarios; por eso retornaron algunas formas sibilinas de protesta: llegar tarde, robar herramientas, baja productividad, etc. Algo más ruidosas fueron las protestas de las mujeres barcelonesas por el descontrol que había en el suministro de alimentos –hasta el 16 de diciembre de 1936 organizado por la CNT, a partir de ahí por el miembro del PSUC Joan Comorera que dirigía la Consejería de Abastos. Comorera eliminó el monopolio de abastos y volvió a introducir el mercado libre, que tuvo una primera consecuencia muy negativa: la subida de precios.
La actuación de Comorera acabó con un hecho muy positivo fue la colectivización del comercio al por mayor que pasó a control sindical. Este nuevo monopolio fijaba los precios de venta al comercio minorista, de esta forma se evitaba el encarecimiento de los alimentos y se aseguraba el abastecimiento al evitar un posible acaparamiento por parte de los comerciantes.
Una actuación que tuvo relevancia fue la concentración de todas las empresas, o la mayoría, de un determinado sector localizado en un área geográfica. Entre las agrupaciones barcelonesas cabe mencionar la Madera Socializada, la Agrupación de Establecimientos de Barbería y peluquería Colectivizados de Barcelona, la Industria de la Fundición, etc. Se formaron consejos generales de industria compuestos por representantes elegidos por los consejeros de empresa y los técnicos designados por el Consejo de Economía de la Generalitat. La mayoría de estas agrupaciones no se conformaron hasta el otoño de 1937.
La falta de financiación fue un gran hándicap con el que tuvieron que lidiar las colectividades. El presidente del Gobierno Juan Negrín dijo al periodista Louis Fischer en una entrevista que le concedió, que las empresas colectivizadas habían gastado sus reservas en pagar salarios y que por eso solicitaban préstamos: Aprovecharemos su petición para hacernos con el control de las fábricas (citado Mompó: 87). No he podido verificar si esta declaración fue real o no, en cualquier caso si es cierto que la presión financiera fue algo que utilizó tanto el gobierno central como el de la Generalitat para hacerse con el control de las fábricas.
Tras los hechos de mayo de 1937 en Barcelona el declive de las colectivizaciones fue constante pasando a ser cada vez más controladas, no ya por la Generalitat, sino por el gobierno central, por ejemplo controlando todas las exportaciones, o las empresas dedicadas a material de guerra.
Levante
También en la zona levantina hubo un importante proceso de colectivización de la industria, aunque distase mucho de la situación de las empresas catalanas. El ministro de Industria Demetrio Carceller Segura escribía sobre Valencia en 1940. […], nos hemos encontrado con que el número de industrias y comercios colectivizados ha sido verdaderamente extraordinario, pudiendo decirse, sin temor a equivocarme que casi toda la industria y el comercio de esta zona estaba orientado y desarrollaba en la práctica la forma anteriormente referida (citado Bosch, 1984: 95). Hubo colectivizaciones importantes en Valencia, Alicante, Castellón, Sagunto, Alcoy, Elda, Villena, Crevillente, Jijona, Villajoyosa y Benicarló.
El 2 de noviembre de 1936 el Comité Ejecutivo Popular de Valencia creó el Consejo de Economía de Valencia, solamente formado por los sindicatos y de ámbito provincial. El objetivo era reconstruir y planificar la economía valenciana. El 1 de diciembre aprobaron las Bases Reguladoras de Incautaciones, Colectivizaciones, Control e Industrias Libres, que regulaba las empresas industriales y comerciales y la tierra. En cuanto a las empresas se colectivizarían todas las que tuvieran más de 50 empleados o las de propietarios afectos a la sublevación, que hubieran desaparecido, también todas aquellas que fueran vitales para los intereses generales. Señalar que estas Bases casi nunca fueron respetadas, siendo los sindicatos locales los que de forma independiente decidían que empresas se incautaban y de que forme funcionarían.
En las empresas menores, no colectivizadas pero sujetas al control obrero, se establecía la forma de repartir los beneficios:
- 40% para el patrono.
- 10% para el fondo de compensación de finanzas.
- 50% entre los obreros de forma proporcional a los sueldos (ver Bosch, 1982: 147).
En Valencia capital se colectivizaron los astilleros, el agua, el gas, la electricidad, los transportes públicos, las industrias químicas, la construcción, o las 39 industrias textiles de Valencia y su comarca, controladas conjuntamente por la CNT y la UGT.
En Alicante se colectivizó la industria conservera, la construcción y la industria del vidrio. En Castellón, donde había poco tejido industrial, se colectivizaron algunas industrias metalúrgicas, que causaron algunos problemas por la indisciplina en la producción obligado al comité directivo a tomar medidas disciplinarias el 30 de diciembre de 1936. También hubo problemas con la industria pesquera castellonense, a la que los comunistas acusaban de bajar la producción y elevar los precios.
En Alcoy, dominada por la CNT, pasaron a control obrero la metalurgia, la industria papelera y la textil. La metalúrgica se adecuó a la fabricación de material bélico, concretamente proyectiles de artillería. El 31 de agosto de 1936 se crearon las Industrias Metalúrgicas Alcoyanas Socializadas (IMAS) dirigidas por un consejo de once miembros de los que tres habían sido patronos y dos gerentes.
LA importante industria textil alcoyana que comprendía 129 fábricas y daba trabajo a 7000 personas pasó a control sindical el 3 de agosto de 1936. Este control sindical conjunto de la CNT y la UGT no quitó la propiedad de las fábricas a sus antiguos propietarios, simplemente hicieron una labor de control de las actividades. Un acurdo fue la jornada de 40 horas y un mínimo de cuatro días de trabajo pagados. Hay que señalar que ya antes de iniciarse la guerra la industria textil alcoyana, como la metalúrgica, se hallaba en una delicada situación.
Otra importante colectivización fue la de las 80 industrias del calzado repartidas entre Elda, Petrel, Sax, Monóvar y Novelda. Estas empresas pasaron a ser dirigidas por el sindicato unificado CNT-UGT y por el Sindicato de Industria del Calzado de Elda y Petrel (SYCEP). También se colectivizaron comercios y no solamente en las capitales.
Otras zonas
Si exceptuamos Euskadi hubo colectivizaciones industriales en casi todos los territorios controlados por el gobierno republicano. Veamos algunos ejemplos
En Madrid más que de colectivizaciones se podría hablar de control sindical de las empresas, aunque es cierto que se colectivizaron sectores como los del espectáculo.
En Murcia se incautaron y colectivizaron las minas, posteriormente nacionalizadas por su valor estratégico. La incautación de minas en las sierras de Cartagena-La Unión dio pie a la Colectividad Minera de la CNT, algo similar ocurrió en Mazarrón. En 1939 casi todas las empresas murcianas estaban controladas por los trabajadores pero bajo supervisión del Estado.
En Castilla- La Mancha fueron dispares y no demasiado extensas. En Ciudad Real solamente se colectivizó la central eléctrica. En Talavera de la Reina, las tiendas e industrias tenían un cartel en el que se leía: Aquí se trabaja colectivamente, lo que no significaba que los obreros controlaran las empresas, sino que esta repartía parte de los beneficios con ellos. De cierta importancia fueron las industrias colectivizadas en Manzanares, Herencia y Alcázar de San Juan. También se colectivizó buena parte de la industria vinícola.
Los resultados de las colectivizaciones industriales fueron dispares; mientras que en algunas se obtuvieron buenos resultados, por ejemplo en el sector metalúrgico y en el químico, en otras la mala gestión llevó a obtener resultados descorazonadores. Evidentemente los resultados no pueden ser juzgados como si se hubieran obtenido en tiempos de paz, ya que, entras cosas, la demanda nato interior como exterior bajo considerablemente.
Algunos de los cambios observados sin pueden ser catalogados de muy positivos, como la racionalización de la producción, la eliminación de intermediarios innecesarios, se mejoraron las condiciones de trabajo, se crearon servicios de asistencia médica y jubilación, etc.
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- RICHARDS, Vernon (1977): Enseñanzas de la revolución española, Madrid. Edición digital a cargo de C. Carretero, https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/Vernon%20Richards%20-%20Ense%C3%B1anzas%20de%20la%20Revoluci%C3%B3n%20Espa%C3%B1ola.pdf
- SOUCHY, A. y FOLGARE, P. (1977): Colectivizaciones. La obra constructiva de la revolución española, Barcelona.
- VELA SEVILLA, David (2013): ¿Economía de guerra o revolución social? Las colectividades agrarias libertarias durante la Guerra Civil en Aragón 1936-1938; trabajo fin de Máster.
[1] Hay que tener en cuenta que este análisis lo hace un firme partidario del anarquismo.
[2] Joan Pau Fábregas, economista, era miembro de la CNT y de ERC –con el que se había presentado a las elecciones municipales-. Fue nombrado consejero el 26 de septiembre de 1936 y destituido el 26 de noviembre de 1936.
[3] Su verdadero nombre era Sinesio Baudilio García Fernández.
[4] Ver Batzac, pp. 65-67.
[5] Básicamente el mismo que se impuso en el resto de las ciudades republicanas.