Sira echaba el último vistazo, aprobatorio, al espejo. Se preparaba para una cita que estaba lejos de poderse llamar «a ciegas» —era esa su sensación—. Había conversado con él lo suficiente como para intuir, que al otro lado del ordenador se hallaba un hombre inteligente. Qué fáciles eran las risas, los juegos, y los sueños de viajes a nuevos lugares… ¡Ummm…..! Nada le motivaba más que encontrarse —sin buscar—, con un ser dispuesto a enseñar y a aprender, sin rivalidad, solo por el placer de compartir tesoros culturales, éticos, incluso sociales y políticos. Un disfrute sencillo y libre de protocolos, pero sublime en su significado vivencial.
Creando un santuario íntimo, siguió los pasos de una sensual liturgia: se había duchado con esmero, hidratado la piel, y puesto un conjunto de lencería negro. Como envoltorio había elegido uno de sus fuertes; un vestido largo y estrecho en el que se había enfundado, como se mete la funda en su almohada, pues no tenía cremallera ni cierre alguno. Por último, su perfume, un fiel aliado de perfecta química con su olor básico.
Mientras se encamina al punto acordado, recrea en la cabeza retales de conversaciones, sembradas de humor y risas. La complicidad, sin necesidad de un río explicativo, es el mejor y mayor imán que existe entre los dos. Siente el pequeño remolino que eso despierta en su interior. Inspira profundo, deja pasar esa sensación que intenta aferrarse a sus piernas; quiere saborear ese momento como si fuese una manzana jugosa y dulce, así le sabe ahora la vida. — “Respira, disfruta” —, se arrulla a sí misma.
Pero Sira es consciente de que su cabeza, —su psiquis—, juega un papel fundamental en su mundo Eros… Por aquí comienzan siempre los “juegos de seducción”; y estos son, en gran medida, laberintos sin descifrar, aun por ella misma. No puede evitar una nube de temor en la frontera misma de su “querer no saber”. “Ay, —piensa—, ¿irán a la par por esta vez, estos dos órganos míos tan díscolos entre sí? Mi cabeza… Mi piel… ¿Sabrá este hombre tranquilo descifrar lo que guardan mis costuras… y mi voz?