Introducción
A lo largo de toda la historia de la humanidad se han creado mitos que, con el transcurso del tiempo, se han convertido en leyendas, pasando, en ocasiones, a ser tomadas como hechos ciertos. Estos mitos se construyen para engrandecer hechos acaecidos –en algunas ocasiones que no llegaron ni a ocurrir- que contribuyan a mayor gloria del que los crea. Dentro de estos parámetros se sitúa el mito creado en torno a la defensa del Alcázar de Toledo por parte de los franquistas. Se puede decir que el mito del Alcázar de Toledo es el mito por antonomasia de la publicidad franquista. Para la creación de este mito, los publicistas franquistas no han dudado en hacer comparaciones históricas, en este caso con Guzmán el Bueno (que según la leyenda ofreció su daga a los sitiadores musulmanes antes de rendir la fortaleza de Tarifa). En ambos casos, el «heroico» defensor no duda en sacrificar la vida de su hijo con tal de no faltar a su deber.
Para fomentar el mito los publicistas franquistas no dudaron en emplear cualquier soporte que sirviera para tales fines: libros, prensa, radio; incluso la propaganda arquitectónica –el Alcázar fue declarado monumento nacional el 19 de febrero de 1937-. Durante todo el tiempo que duró la dictadura el Alcázar significó el ejemplo más inexpugnable de la «bondad» de un régimen, no permitiendo que se pudiera crear la más mínima duda de que la hazaña fue tal y como se contaba oficialmente. Su utilización propagandística fue uno de los soportes en que se apoyó Franco para agrandar su propia figura. Recordemos que al día siguiente de la liberación del Alcázar, Franco fue nombrado Generalísimo de todos los Ejércitos.
El Alcázar fue el signo más significado del franquismo, por eso no es de extrañar que aún siga vigente tanto en los franquistas, como en los neo o profranquistas actuales. Sánchez Biosca lo resume perfectamente: El alcázar de Toledo supuso un triunfo simbólico y el hecho de que haya permanecido incólume cuando algunas de sus bases se han desmoronado científicamente no hace sino reforzar esta idea (Sánchez Biosca, 2009: 144). Es por esto que podemos seguir viendo como algunos continúan manteniendo teorías sobre el Alcázar que ya han sido desmontadas científicamente por la historiografía. El profesor Reig Tapia define a los personajes que siguen defendiendo el mito del Alcázar como Los arribistas metidos a «historiadores» son una especie natural que brota con especial pujanza en épocas particularmente convulsas. (Reig Tapia, 1998: 115).
La verdad es que lo que ocurrió en el Alcázar entre el 21 de julio y el 27 de septiembre de 1936 ha sido tergiversado, manipulado y ocultado por aquellos que, como dice Reig Tapia, son simples publicistas de un régimen afortunadamente extinguido. En la defensa del alcázar hubo más mezquindad que heroísmo, y eso es algo que ni los franquistas ni los nostálgicos del dictador pueden admitir.
Asedio y defensa
El 18 de julio el levantamiento militar fracasó en Toledo. El «valiente» general Moscardó, en lugar de presentar combate, se refugió en el Alcázar siguiendo una táctica utilizada por las tropas españolas durante la guerra de Marruecos; guarecerse en un bastión de fácil defensa y esperar la llegada de refuerzos. Moscardó, bastante menospreciado como miliar por sus propios compañeros, seguía con esta decisión su línea de militar mediocre.
Moscardó se encerró en el Alcázar con más de 1.000 hombres; 100 jefes y oficiales, 800 guardias civiles –bajo el mando del teniente coronel Romero Bassart, al que muchos apuntan como el verdadero jefe de las tropas allí guarecidas-, 150 soldados, 9 cadetes -8 de infantería y uno de caballería- y unos 200 voluntarios entre falangistas, requetés y miembros de la antigua CEDA –entre ellos Silvano Cirujano que fue el primer gobernador civil franquista y Antonio Rivera Ramírez, conocido como el Ángel del Alcázar[1]-. Los atacantes no fueron 25.000 como mantienen los publicistas franquistas, sino 2.320, pobremente armados, con escasas piezas de artillería y de poco calibre. Koltsov[2], testigo de los hechos, decía: Un cañón disparaba contra el Alcázar cada tres minutos; por término medio, de cada cuatro obuses estallaba uno (Koltsov: 93). También hay que hacer constar que los asaltantes no se emplearon a fondo debido a los rehenes que Moscardó mantenía dentro de la fortaleza. Estos fueron los motivos que posibilitaron que el Alcázar resistiera durante tanto tiempo el asedio de las fuerzas republicanas.
Según los datos aportados por el militar Martínez Bande, hubo 90 muertos, 555 heridos y 18 desertores; para Reintein los muertos fueron 82, más de 400 heridos, 3 suicidios, 30 desertores y 57 desaparecidos. El mismo Reintein se pregunta cómo pudo haber tantos desaparecidos en una fortaleza sitiada. Posiblemente la respuesta esté en que los «desaparecidos» fueran rehenes fusilados por los sitiados (ver Reintein, pp. 203-206).
El gran historiador norteamericano Herbert R. Southworth resume a la perfección la verdadera «heroicidad» de la defensa del Alcázar: Los hombres que luchaban en el interior del Alcázar estaban mejor protegidos que la mayoría de los combatientes en el resto de España […] El agua potable no llegó a faltar. Hubo ciertamente más muertos entre los sitiadores que entre los defensores[3] […], las personas que resistieron en el interior de la fortaleza estuvieron mejor alimentados que la población civil obrera de Madrid en 1946 (Southworth: 121- 123)
Una de las falacias más mantenidas –aunque pronto fue desmontada- para engrandecer la heroica defensa del Alcázar, es que los principales protagonistas de esta fueron los cadetes de la Academia Militar. Esto no es cierto ya que la mayoría de ellos estaban fuera, ya que era período vacacional. Según Southworth había siete cadetes (otros apuntan que fueron nueve), ya que un octavo que se menciona, Ángel Valero González, no es considerado cadete ni siquiera por los máximos publicistas franquistas de la guerra civil: Joaquín Arrarás y Francisco Gómez Jordana.
Llegó a tal extremo la mentira sobre los cadetes, que dos fascistas francesas: Robert Brasillach[4] y Henri Massis escribieron el libro Les Cadets de l’Alcazar, donde se narraba el heroísmo de los cadetes en la defensa de la fortaleza. Esta versión fue rápidamente eliminada de la propaganda, ya que los militares no estaban muy contentos con que se atribuyera la defensa más heroica a unos adolescentes.
Un hecho de la historia del asedio del Alcázar que la historiografía franquista ha negado siempre es la toma de rehenes por parte de Moscardó. Evidentemente había que ocultar un hecho tan deleznable como es la utilización de escudos humanos, viera la luz. Esta utilización, condenada por cualquier mínima regla de guerra, desvirtuaría la heroica y caballeresca hazaña por parte de los defensores del Alcázar. Hay testigos de la época que así lo atestiguan, como el pintor Luis Quintanilla, que en su obra Pasatiempo. La vida de un pintor, escribía: Durante los 19 y principio del 20, obedeciendo las instrucciones preparadas de la forma de hacer la sublevación […] secuestraron en el Alcázar unas quinientas sesenta mujeres y niños de las familias del Frente Popular, para escudarse en ellas como rehenes (citado López Sobrado: 12). El propio Quintanilla asegura que vio una relación con los nombres de los rehenes. Entre estos rehenes se hallaban el maestro de la cárcel Francisco Sánchez López de la Torre –que había ayudado al propio Moscardó a preparar unas oposiciones-, Domingo Alonso Jimeno, director del Heraldo de Toledo –que sufrió graves heridas por negarse a ser detenido, falleciendo poco después a causa de las mismas-, y el entonces gobernador civil Manuel María González López y su esposa.
Quizás el mutismo sobre los rehenes también se deba a que muchos de ellos fueron fusilados en el propio Alcázar, siendo utilizados sus cuerpos para tapar agujeros dejados por las bombas. Justificando la posible existencia de rehenes, algunos mantienen que se hizo para evitar represalias contra los familiares de los encerrados en el Alcázar. Es una excusa absurda que se derrumba de inmediato. No había temor a las represalias; lo demuestra el hecho de que la propia mujer de Moscardó y su hijo menor seguían viviendo en Toledo sin que se que ejerciera sobre ellos la más mínima represalia. Por otro lado en el Alcázar se encerraron a las familias de los guardias civiles, pero ningún familiar de los oficiales, posiblemente porque estaban más seguros fuera del Alcázar que dentro de él.
El gobierno republicano, a través de Cruz Roja, anunció que permitiría la evacuación, sin poner condición alguna, de las mujeres y niños que se encontraban dentro del Alcázar. El ofrecimiento fue desestimado directamente por Franco. También fueron inútiles los esfuerzos de los emisarios que envió el gobierno para que dejaran marchar a las mujeres y niños allí encerrados. Las gestiones que hicieron el coronel Vicente Rojo, el sacerdote Vázquez Camarasa y el embajador chileno Aurelio Núñez Morgado, resultaron igualmente infructuosos. Esto da idea del nivel de humanitarismo que tenían los jefes que dirigían la defensa del Alcázar. Estos «héroes» no tuvieron el menor inconveniente en refugiarse tras niños y mujeres.
La conversación telefónica
El episodio más conocido del asedio del Alcázar es la supuesta conversación que mantuvieron el coronel Moscardó y su hijo. Esta conversación es en la que se sustenta el mito creado por el franquismo sobre la heroica defensa de la fortaleza toledana.
Hay varias versiones sobre la mencionada conversación, celebrada el 23 de julio de 1936. Durante muchos años la versión oficial de la conversación pudo ser vista por todos aquellos que acudían a visitar el Alcázar. Reproducimos esta versión:
- El jefe de milicias: Son ustedes los responsables de las matanzas y crímenes que están ocurriendo. Le exijo que rinda el Alcázar en un plazo de diez minutos y de no hacerlo así, fusilaré a su hijo Luis, que lo tengo aquí en mi poder.
- Moscardó: Lo creo.
- El jefe de milicias: Para que vea usted que es verdad ahora se pone su hijo al aparato.
- Luis Moscardó: Papá.
- Moscardó: ¿Qué hay hijo?
- Luis Moscardó: Que dicen que me van a fusilar si no rindes el Alcázar.
- Moscardó: Pues encomienda tú alma a Dios, da un grito de ¡Viva España! Y muere como un patriota.
- Luis Moscardó: Un beso muy fuerte. Papá.
- Moscardó: Un beso muy fuerte. Hijo mío.
- Moscardó (dirigiéndose al jefe de milicias): Puede ahorrarse el plazo que me ha dado, puesto que el alcázar no se rendirá jamás.
La versión que dio el guardia civil Juan Letamendía Maura, difiere en algo de la oficial. Según su testimonio, Moscardó le dijo a su hijo: Quieren tu vida a costa del honor de cuantos aquí estamos defendiendo la Patria, así que ponte a bien con Dios y muere como un valiente y cristiano (citado Almarcha: 402). Este testimonio aparece en el B.O.E de 28 de enero de 1937, donde se le concede la Cruz Laureada de San Fernando, de forma conjunta a todos los defensores del Alcázar.
Muy distinta es la versión que tenemos de un testigo republicano de la conversación, Bernardino García Rojo. García Rojo mantiene que Moscardó habló con él, con Cándido Cabello y con Melquiades Martín Macho. Según su testimonio, la conversación fue, más o menos, así:
- Luis Moscardó: Papá, piensa lo que estás haciendo y haz caso de sus indicaciones, pues me pueden matar a mí.
- Coronel Moscardó: Pues bien, es lo que haría yo con los cobardes como tú, Luis, y me quedaría con el recuerdo de que por cobarde te han matado.
García Rojo nos ofrece más detalles de lo ocurrido: El muchacho comenzó a llorar y yo le dije que se tranquilizara que se preocupase porque no le iba a suceder nada, que con todo lo que creyera su padre, no le pasaría nada y que ni a él ni a nadie íbamos a matar (citado Reig Tapia, 1988: 123).
Las mentiras propagadas por los publicistas franquistas sobre esta conversación han sido múltiples y variadas. La primera, mantener que Cándido Cabello era el terrible jefe de los milicianos. Cándido Cabello, al que conocía personalmente Moscardó, era el decano del Colegio de Abogados de Toledo, y ni fue jefe de milicias ni nada que se le pareciese. Una segunda mentira, y esta es muy importante para la sustentación del mito, es que el hijo fue inmediatamente fusilado tras la conversación. En el límite del paroxismo imaginario se ha llegado a decir que Moscardó escuchó la ráfaga que acabó con la vida de su hijo, cuando aún mantenía el teléfono en la mano, como afirmaban Brasillach y Massis –versión defendida por McNeil-Moss[5] y varios autores italianos-. Incluso en la leyenda franquista caen en contradicciones. Según el ABC de Sevilla del 30 de septiembre de 1936, la conversación se celebró el 3 de septiembre (mismo día en que era tomada Talavera de la Reina). El despacho de prensa decía: Momentos después ante los muros del alcázar, caía fusilado a balazos el hijo del coronel. El día 31, el corresponsal cambió la fecha de la conversación al día 23 de julio, y el fusilamiento al 3 de agosto; ese mismo día vuelve a cambiar la fecha del fusilamiento para decir que se produjo el 25 de agosto. Todo esto no sirvió oficialmente, se continuó manteniendo que el fusilamiento tuvo lugar el mismo día de la conversación.
Con el paso del tiempo, y cuando ya ha quedado totalmente desmentido que el fusilamiento se produjera inmediatamente después de la conversación; los publicistas franquistas varían ligeramente la versión; pero manteniendo que existe una relación directa entre la amenaza y el fusilamiento. Así lo mantiene el inefable periodista franquista Manuel Aznar[6] en su Historia Militar de la Guerra de España (p. 187) en la edición de 1940, y pp. 314-315 en la de 1958): Luis fue fusilado al cabo de unos días, para añadir, así se cumplió la siniestra amenaza del jefe miliciano.
La realidad fue muy distinta. El hijo de Moscardó fue fusilado un mes después de la supuesta conversación. La causa fue una saca indiscriminada que se produjo en la cárcel de Toledo como represalia a un bombardeo sobre la capital manchega, que causó numerosas víctimas, entre ellas mujeres y niños. García Oliveros, que se encontraba entre los defensores del Alcázar, escribió: El 23 de agosto se produjo una saca como represalia por un bombardeo. Luis Moscardó es uno de aquellos infelices destinados a ser fusilados. Pero hay más, el propio hermano de Luis, Carmelo Moscardó, en carta reproducida por Aznar, indica que la ejecución fue el 23 de agosto, y que fue sin premeditación. Aún así, Aznar, y otros muchos juntaletras, siguen manteniendo que la causa de la muerte de Luis Moscardó fue la no rendición del Alcázar.
Como ya no es posible mantener la relación entre el fusilamiento y la amenaza telefónica; algunos autores neofranquistas –entre ellos el terrorista Pío Moa– mantienen que el bombardeo sobre Toledo lo efectuaron aviones republicanos que se equivocaron de objetivo. Sobran los comentarios.
El mito del Alcázar se apoya básicamente en crear una relación causa-efecto entre la conversación telefónica mantenida por Moscardó con su hijo y el fusilamiento de este. Aunque creo haber dejado claro que tal relación no existe, hay otros elementos que desmontan la teoría de la propaganda franquista sobre lo ocurrido en la capital toledana.
En primer lugar habría que conocer algunos detalles de la personalidad de Luis Moscardó. El primogénito del coronel Moscardó trabajaba como funcionario de Obras Públicas en el Ayuntamiento de Toledo; es decir era funcionario de la República. Sus ideas políticas estaban alejadas de las de su padre, razón por la que solían mantener acaloradas discusiones. Estas discrepancias políticas pudieron ser la razón por la que Luis no se encerró con su padre en el Alcázar, o lo que es lo mismo, por lo que no apoyó el golpe de Estado contra la legalidad republicana. La conclusión que sacamos es la misma que en su momento mantuvo Reig Tapia: El hijo de Moscardó […] no fue fusilado ni por hijo ni por héroe, ni por su identificación con la causa de su padre, ni por cualquier otra falaz explicación. Lo fue anónimamente […] a consecuencia de una dramática circunstancia: una «saca» de represalia por un bombardeo. Junto a otras víctimas casuales y puramente circunstanciales (Reig Tapia, 2006: 227)
Pero aún hay otra circunstancia que podría desmontar todo el entramado publicista sobre el Alcázar; saber con quién habló realmente el coronel Moscardó. Southworth hace un exhaustivo repaso de todas las menciones a la conversación y sus protagonistas desde 1936 a 1963. De las treinta y dos menciones, veintidós le dan al hijo una edad entre 15 y 17 años; solamente cinco le sitúan por encima de los veinte años, y de ellos solamente dos dan la edad exacta de Luis Moscardó, 24 años. Si nos atenemos a estos datos, observamos como la mayoría otorga a Luis la edad que tenía su hermano Carmelo. Esto nos da pié a pensar que con quién realmente mantuvo la conversación telefónica el general Moscardó fue con su hijo menor Carmelo, que no sufrió daño alguno. Pero claro esto no interesa para los fines propagandistas del franquismo.
Aún hay más. En el diario del teniente de la Guardia Civil, Jesús Enríquez de Salamanca[7], éste afirmó que Moscardó habló con su hijo, un muchacho de 15 años, es decir, Carmelo y no Luis. Ni en el diario que escribió Romero Bassart, ni en el atribuido a Moscardó, aparece el nombre del hijo con el que conversó, ¿por qué? Todo lo anterior nos hace afirmar, como también piensan Herbert R. Southworth o Fernando Reintein, que el coronel Moscardó no habló con su hijo fusilado, sino con el que se mantuvo ileso. El mito se desmorona.
Historiografía
El mito del Alcázar comenzó en el mismo 1936 con la publicación de Henri Massis y Robert Brasillach, les cadets de L’Alcazar, del que ya hemos hablado anteriormente. El mismo año se editaron folletos en Portugal, Suiza y el panfleto de Geoffrey MacNeil-Moss. No faltaron los mensajes apologéticos emitidos por la iglesia, como se refleja en la pastoral del cardenal Gomá, en la que establece una comparación entre los héroes de Tarifa y el Alcázar, o las calificaciones que hacía el sacerdote Alberto Risco, llamando a los sitiadores del Alcázar: hijos de rameras; toda la canalla más soez. Como se ve un lenguaje muy apropiado para un sacerdote.
Hasta los años cuarenta proliferan esos panfletos publicitarios a cargo de renombrados franquistas como Alberto Risco, Agustín Bravo Riesgo, Joaquín Arrarás, Luis Jordana y un largo etcétera.
Podría parecer que con el transcurso del tiempo, y una vez que ya se había desmontado por varios historiadores de verdad el mito habría desaparecido; pues no fue así. Tras la muerte de Franco podemos ver que se continúan las mentiras en libros escritos por Rafael Casas de la Vega, Ángel Palomino, Luis Eugenio Togores, José Manuel Martínez Bande, Pío Moa, y algunos juntaletras más.
Vamos a detenernos un poco en uno de nuestros juntaletras preferidos, Pío Moa. Este historietador en su obra Los mitos de la guerra civil[8], da todo un ejemplo de cómo no debe escribirse la historia. En la página 255 dice: Con las tropas entraron más de 500 civiles, mujeres, niños, familiares de los guardias civiles, más un puñado de prisioneros izquierdistas, como garantía ante posibles represalias enemigas contra otros parientes de los sublevados. Totalmente falso, el propio Moscardó dijo que dejó a su familia fuera porque estarían más seguros; tampoco entraron en el Alcázar los familiares de los oficiales. Es decir que no temían represalias. Los rehenes los utilizó como escudos humanos.
Amén de reproducir la conversación que se mantiene en la plaza que había en el alcázar. En relación a la muerte de Luis Moscardó insinúa que no lo mataron inmediatamente para utilizarlo en un posible cambio con prisioneros izquierdistas. Esta idea la saca de la Causa General –uno de los pocos archivos que Moa ha consultado en toda su vida-. Esta hipótesis no se sostiene, ya que si ese hubiera sido el propósito de los republicanos el intercambio se hubiera producido inmediatamente.
Más adelante leemos: Al día siguiente de la promesa de Franco a los del Alcázar, tenía lugar el asesinato del hijo de Moscardó más un grupo de prisioneros sacados de la cárcel, en represalia por la caída de una bomba de aviación que había matado a ocho personas (p. 262). Una mentira más del terrorista metido a historiador. Según su relato da la impresión de que no hubo bombardeo, solamente una bomba que se debió caer sin querer de a saber que avión. Hubo michos más de ocho muertos, entre ellos mujeres y niños. ¿De dónde saca su hipótesis Moa?, ni idea, porque no se molesta en decirnos en que fuente se ha basado para su afirmación.
Su afán tergiversador llega a unos niveles de ridículo, En la página 263 leemos –tras tomar una buena dosis de sal- Pidió también un sacerdote para celebrar una misa, y al día siguiente le fue enviado el canónigo Vázquez Camarasa, uno de los pocos clérigos partidarios de las izquierdas y de encubrir la persecución. Entró de paisano, vestido de punta en blanco, y ejerció una indisimulada presión moral a favor de la rendición. Es increíble la manipulación que hace del hecho y los comentarios vejatorios sobre el sacerdote. Según la propia declaración de Moscardó en la Causa General (anexo X) –que se le dio pasar leer a Moa- respecto a la indumentaria del sacerdote dice: se presentó vestido correctamente de paisano, llevando en la mano un crucifijo; ¿ir correctamente vestido es lo mismo que ir de punta en blanco? Miente también cuando dice que Vázquez Camarasa les pidió la rendición, Moscardó dijo: pues dijo, entre otras cosas que comprendía nuestra actitud defendiéndonos de los ataques de fuera; pero que no comprendía el porqué las mujeres e inocentes niños, ajenos a toda culpa, tenían que soportar los riesgos y privaciones del asedio. El propio Moscardó desmiente a Moa.
Como es habitual en este juntaletras y los publicistas neofranquistas, Moa apenas indica las referencias en donde basa sus argumentos. Para justificar esta ausencia de referencias nos cuenta: los datos expuestos aparecen en prácticamente todas las historias del sitio del Alcázar, por lo que no vale la pena poner referencias (nota p. 205). Lo que no dice es que solamente ha leído a los historiadores franquistas, obviando a todos los historiadores –de los de verdad- que han desmontado, con argumentos, el mito franquista del Alcázar de Toledo.
Para colmo de la desvergüenza se atreve a criticar a diversos historiadores, eso sí, sin ofrecer ni una sola tesis suficientemente fundada. Para Moa, los que verdaderamente han aclarado todo al respecto son Alfonso Bullón y Luis E. Togores –insignes miembros del CEU-, que en su obra no demuestran absolutamente nada que desmienta las tesis de los historiadores que han acabado con el mito del Alcázar.
La crítica de Southworth por la toma de rehenes por parte de Moscardó, Moa la despacha diciendo: Estas fábulas proceden especialmente del exiliado pintor Quintanilla (p. 269). Al final va a resultar que es mentira que hubo rehenes. Sobre Matthews comenta: En su tiempo Matthews recibió una contundente réplica del historiador franquista Manuel Aznar. No dice ni pío –haciendo honor a su nombre- de cómo autores como el propio Southworth, y otros muchos tras él, desmontaron todas las falacias escitas por Aznar. Pero claro hay que hacerle la pelota al abuelo de su entusiasta lector José María Aznar.
Según Moa, tomando como fuente el cuaderno escrito por Moscardó –que ni siquiera el autor real- los rehenes eran dieciséis. También asegura que los franquistas no bombardearon Toledo, que fue una bomba que le «cayó» a un avión republicano. Su fuente Ramón Salas Larrazábal –«valeroso» militar que lucho junto a Franco en la guerra civil-. Esto es llegar al máximo de la falsedad. Todos los historiadores, incluyendo a los franquistas, reconocen el bombardeo por parte de la aviación franquista.
Podíamos seguir comentando lindezas de Moa; pero no creo que los lectores merezcan pasar por tal suplicio.
Afortunadamente hay historiadores d prestigio que han demostrado que todo el mito creado en torno a la defensa del Alcázar de Toledo, es una gran mentira. El mito fue comenzado a ser desmontado por el escritor británico E. A. Baker en su artículo Toledo after the storm[9], publicado en Contemporay Review, nº 158 (1940). En 1957 el libro del estadounidense Herbert L. Matthews, El yugo y las flechas. Un informe sobre España, tuvo que sufrir despiadados ataques por parte de la prensa y presuntos historiadores franquistas, encabezados por Manuel Aznar. Con posterioridad historiadores como Southworth, Reig Tapia, Isabelo Herreros, Juan Carlos Losada o Vicente Sánchez Biesca, se han encargado, con aportación de pruebas irrefutables, de destruir el mito por excelencia de los sublevados que terminaron con orden democrático instaurado en España en 1931.
Conclusiones
Lo más triste de toda esta historia es que los habitantes de Toledo han tenido que estar viendo cada día placas conmemorativas de la «heroica gesta» de los fascistas. En la céntrica plaza de Zocodover, centro neurálgico de la capital toledana existía una placa en honor de Moscardó: Al heroico general D. José Moscardó. La ciudad imperial. Año XMMXL. No es difícil imaginar lo que sentirían los herederos de los masacrados, por ejemplo, en el Hospital Tavera, por las tropas franquistas cuando tomaron la ciudad. Hasta el 2010 no fue retirada esta placa, ni se cambió el nombre de la calle que inmortalizaba al coronel Moscardó. El PP votó en contra de la retirada de la placa y del cambio de nomenclatura de la calle. Ese miso año el Ministerio de Defensa retiró la placa instalada en el Alcázar, en donde se daba conocimiento de la versión franquista de la conversación telefónica mantenida por el coronel Moscardó y su hijo.
Desgraciadamente nunca se ha instalado en Toledo una placa en recuerdo de los heridos asesinados en el Hospital Tavera, ni de las mujeres sacadas de la maternidad y fusiladas en las tapias del cementerio, ni de las 1.154 personas que fueron fusiladas, víctimas de la represión franquista una vez que la ciudad fue ocupada por los sublevados.
En cuanto a la heroicidad de los defensores del Alcázar, hare mías las palabras del maestro de historiadores Herbert R. Southworth: El obrero inexperto, pobremente armado de Madrid –que le plantó cara al tercio delante de Madrid- era un hombre más valiente que Moscardó, bien seguro en los sótanos del Alcázar (Southworth: 213-214).
Para saber más:
Almarcha Núñez, Esther y Sánchez Sánchez, Isidro (2011): El Alcázar de Toledo. La construcción de un hito histórico, en Archivo Secreto: revista cultural de Toledo, pp. 392-416.
Cerro Malagón, Rafael del (1998): La herida de la guerra civil, en El Alcázar de Toledo: Palacio y biblioteca, pp. 62-73.
- (2011): Toledo 1936-1939. La ciudad en la guerra civil, en Archivo Secreto. LA revista cultural de Toledo, nº 5, pp. 294-320.
González Madrid, Damián (2006): Sin novedad en el Alcázar. El triunfo de la reacción en Toledo (1936-1945), en VI Encuentro de Investigadores sobre el franquismo, Zaragoza, pp. 48-63.
Hernández, Antonio Alfonso (2012): El mito del Alcázar, disponible en http://badajozylaguerracivil.blogspot.com.es/2012/04/vamos-a-contar-mentiras-mentira-4-9-el.html.
Koltsov, Mihail (2009): Diario de la guerra de España, Barcelona.
Losada, Juan Carlos (2005): Un agosto sangriento, en La guerra civil. Mes a mes, pp. 7-11.
Martínez Gil, Fernando (2005): Historia del Alcázar, en Historia 16, nº 134, pp. 84-88.
Quintanilla, Luis (2015): Los rehenes del Alcázar de Toledo, Sevilla.
Reig Tapia, Alberto (1998): El asedio del Alcázar: mito y símbolo político del franquismo, en Revista de Estudios Políticos, nº 101, pp. 101-129.
- (2006): La Cruzada de 1936. Mito y memoria, Madrid.
Reintein, Fernando (2005): Heroísmo, propaganda y mito, en La guerra civil mes a mes¸ pp. 203-206.
Sánchez Biosca, Vicente (2007): propaganda y mitología en el cine de la guerra civil española, en Cuadernos de Información y Comunicación, vol. 12, pp. 75-94.
- (2009): Imagen, lugar de memoria y mito. En torno al Alcázar de Toledo, en Espacio, Tiempo y Forma, historia Contemporánea, t. 21, pp. 141-159.
Southworth, Herbert R. (2011): El mito de la Cruzada de Franco, Barcelona.
Valero Ramos, Restituto (2005): 25 días que cambiaron el curso de la guerra, en La guerra civil mes a mes, pp. 7-11.
[1] Todavía existe una calle denominada así en seis poblaciones españolas, entre ellas Valencia capital.
[2] Koltsov era un periodista soviético desplazado a España. Algunos le consideran como el «hombre de Stalin» en la guerra civil. Aunque sería ejecutado por orden del dictador soviético.
[3] Southworth cifra el número de muertos en 82.
[4] Tras la II Guerra Mundial fue fusilado por haber sido colaboracionista de los nazis.
[5] Este militar inglés, simpatizante del nazismo, fue uno de los que negó la matanza de Badajoz o la destrucción de Guernica por la aviación franquista.
[6] Es el querido abuelito de José María Aznar.
[7] Murió durante el asedio.
[8] Era el libro que tenía en la mesilla de noche José María Aznar.
[9] Toledo después de la tormenta.