Una de las fechas señaladas en el calendario por los aficionados a la fotografía es la exposición con las obras premiadas en el World Press Photo Contest. En esta exposición, impresas de una forma impecable y a gran tamaño, vemos las fotos que el jurado del concurso ha querido premiar en sus diversas categorías.
Allí veremos las más bellas fotografías de naturaleza tomadas en el último año, con animales salvajes confundidos en la noche de la jungla. También veremos fotos impactantes de deportes, como por ejemplo la del rostro deformado de una boxeadora milésimas de segundo después de encajar un fuerte puñetazo de su rival.
Los fotoperiodistas que toman esas fotos arriesgan su vida para traernos esas imágenes que nos acercan a una realidad de la que no siempre somos conscientes
También tendremos fotografías con un fuerte contenido social, como un extenso reportaje de varias fotos centrado en el baby boom sufrido por las guerrilleras de las FARC o el drama que sufren aquellos que intentan cruzar la frontera sur de Estados Unidos.
Pero también encontraremos imágenes que nos hacen preguntarnos por la naturaleza de la exposición. Hablamos de las fotos centradas en las víctimas de la guerra, donde veremos personas que acaban de sufrir un atentado en Yemen y todavía no han podido quitarse la sangre de sus rostros, donde vemos cadáveres tirados en el suelo, donde vemos momentos de violencia extrema.
Los fotoperiodistas que toman esas fotos arriesgan su vida para traernos esas imágenes que nos acercan a una realidad de la que no siempre somos conscientes. Pero si bien la intención informativa es clara, ¿es correcto llevarlas a una exposición donde las imprimirán con las mejores técnicas digitales y en un formato más grande que muchos cuadros del Museo del Prado? ¿Está bien que nos cobren una entrada por ver esas fotos? ¿Siguen cumpliendo esas imágenes su propósito informativo en una exposición de esas características?