Me encuentro en las puertas del Tribunal Supremo, estoy rodeado de gente con sus pancartas y silbatos, entre cánticos e improperios tras los sucesos de los últimos días. Hoy todo el mundo se ha enterado del vergonzante cambio de decisión de este tribunal en cuanto al tema de los impuestos de los contratos hipotecarios
Este sería un resumen cronológico para ponernos en contexto (resumen estilo libre):
-Varias sentencias determinan que los bancos deben costear el gasto de los impuestos por las firmas de las hipotecas.
-Una flojera de esfínteres en el mercado provoca la caída de las acciones de los bancos en bolsa, con pérdidas de entre 2% y casi el 7%
-El Tribunal Supremo, como una madre sobreprotectora, cambia de opinión y se desdice, se da un lametón en la palma de la mano y peina el flequillo de una banca llorosa, un abrazo, un cariñoso azote en el culito del TS y todo olvidado.
-En unos minutos, tras la apertura de la bolsa, los bancos se recuperan con creces de esta caída (el mejor parado el Banco Sabadell, que subía un 13% en unos minutos).
-Las acciones de la credibilidad del Tribunal Supremo caen por debajo de la temperatura del Nitrógeno líquido.
Aparentemente los principales beneficiarios de la expedición de la documentación y registro que genera este Impuesto de Actos Jurídicos Documentados sería la Banca, puesto que esto les permite cubrirse las espaldas ante un impago, mediante la ejecución hipotecaria, por consiguiente, debería ser la Banca quien lo pagase, como se sentenció al principio.
A este tipo de sucesos estamos demasiado acostumbrados, llevamos años siendo decepcionados por las instituciones «democráticas» viendo que no trabajan por el bien del pueblo, o lo hacen en beneficio del caciquismo del régimen tardo franquista del 78, o lo hacen en beneficio de un tal dios mercado.
El sistema está diseñado para mimar a los grandes “inversores” porque, según la corriente de pensamiento “Main stream”, estos arriesgan su dinero y riqueza especulando (comprando y vendiendo en bolsa, deuda de los países, etc.), este riesgo justifica los “merecidos” beneficios, resultado de estos ejercicios.
Por esto, el resto de la humanidad debemos hacer lo imposible y sacrificarlo todo para devolverles el favor y que el resultado de la inversión resulte positivo de forma continuada y hasta el infinito, porque si no, el pánico y su altruismo inconmensurable hará que cojan la pasta y corran agitando los brazos en alto (muy loco todo).
Bien, sin embargo, la percepción de la realidad de algunos herejes es bien distinta: Estos grandes inversores son una panda de vagos, para los que ganar dinero mediante un trabajo honrado es impensable (y nadie se ha hecho nunca rico de esta forma, aunque digan «haberse hecho a sí mismos»).
Tampoco van a permitir arriesgar su pasta (para perder dinero ya están los pequeños inversores, los que mueven cantidades más humildes), de ahí se puede explicar que dispongan de un sinfín de herramientas y favores a su disposición para asegurarse su beneficio a toda costa y evitar por todos los medios el riesgo (riesgo que se supone que justifica sus beneficios).
Asistimos pues, año tras año, a rescates a Bancos, autopistas, que los gobiernos firmen cláusulas de tribunales de arbitraje internacionales para que las multinacionales puedan demandar a los países, beneficios y cloacas fiscales, contratos públicos marrulleros, medios de comunicación y tribunales muy amigos y poco independientes, incluso gobiernos que se ponen del lado del pueblo, pero poco, porque esto supone ponerse en contra de estos poderes fácticos.
Así todo gira en torno a evitar sobresaltos en los mercados, porque el precario e inestable equilibrio de este tinglao capitalista se mantiene por cuestión de fe, esperanza o información privilegiada, muy científico todo ¿eh?
Cuando estos gigantes de pies de barro son tan grandes que no podemos permitirnos que les dé flojera de piernas por un intento de hacer justicia, tenemos un problema que afecta severamente a nuestra democracia. Quizá la solución a este problema sería no permitir que existan estos gigantes, son una amenaza, y después de todo quizá no seamos nosotros quienes necesitamos ese crecimiento que venden como una bendición, quien sabe.