Sentada ya en mi sitio en el avión, acompañada de mi prima, la aventurera, me daba la sensación de que este viaje a Kenia iba a cambiarme por dentro. Todavía no lo sabía, sólo lo presentía
Mucha ilusión por conocer un país nuevo, en África, y a la vez un poco de aprehensión por no saber si estaba preparada. La gente te cuenta que África es diferente, que sus habitantes viven de otra forma, pero hasta que no lo experimentas no sabes bien a qué se refieren.
La llegada fue durilla, de noche a las 6 de la mañana en el Uber. La localización del “hotel” no estaba clara y el conductor se perdió varias veces. Los y las keniatas ya estaban activas a esas horas. Caminos de tierra donde el coche daba botes, y de pronto un chico con su sonrisa de oreja a oreja nos habla y nos dice que es del hotel y que nos indica el camino.
Llegamos a una casa que no está acabada de construir en medio de un camino de barro y rodeada de un inmenso edificio color tierra con andamios de palos de madera. Muy cansada, pienso que no estoy preparada para este viaje, que no sé si podré soportar ver tanta miseria. Me recorre un escalofrío, pero luego el cansancio del viaje hace que me entre sueño y quedo rendida.
Los días van pasando y vivimos experiencias extraordinarias.
El coro de Ghetto Classic en la barriada de Kariobanji, la hospitalidad con la que nos acogieron y nos invitaron a comer. La música que te transporta a otros mundos, los niños y niñas de la orquesta que tocan con ilusión y los bailarines africanos que desprenden energía y alegría.
Los niños y niñas de Magoso School en Kibera (una de las barriadas más grandes de África con más de un millón de habitantes), siempre con su sonrisa y dispuestos a darte un gran abrazo aunque no te conozcan.
Los chavales del proyecto “Made in Kibera” de la ONG Kubuka que con su motivación y buen hacer han conseguido montar un estudio de grabación. Y a través de las artes, han generado un proyecto comunitario que facilita a artistas de Kibera a desarrollar su talento y a generar ingresos económicos.
Los peques de Shanghilia, una casa de acogida en otra barriada de Nairobi. El amor que te transmiten nunca lo había experimentado en Europa. Me cogen de la mano, me tocan el pelo, el foulard, todo lo que les parece nuevo, diferente. Y a mí, me llenan el corazón.
Y Lamu, paraíso en el Índico. Allí se detuvo el tiempo. Los coches están prohibidos. Los burros hacen la función de transporte de materiales y personas, y tienen prioridad en las calles.
Sólo se escuchan los ruidos de las motos y el mar moviéndose al son de la tranquilidad de este oasis.
La comunidad es musulmana. Los hombres están en los bares o mirando pasar la vida, y las mujeres se ocupan de todo: comida, hijos, casa, trabajo. Conocimos dos proyectos fantásticos: Afrikable y Anidan K. El primero es un proyecto de empoderamiento de mujeres en Lamu, un centro de trabajo para las mujeres y un centro escolar para los niños, muchas veces sus propios hijos. Heroínas anónimas que cargan con la cotidianeidad con buen humor. Anidan K gestiona una Casa de Acogida y un Hospital pediátrico.
Y ya de vuelta, reflexiono. Estas gentes que han nacido en un país, Kenia, donde las oportunidades son menores que en Occidente, tienen más ilusión que los europeos. Luchan por vivir mejor porque saben que pueden conseguir otra vida. Sólo que algunos piensan que esa vida está fuera de su país, y no saben todas las trabas y peligros que tendrán que pasar si un día deciden emigrar. Esos peligros generados por las políticas migratorias restrictivas europeas. Esos derechos despojados, por los que los europeos deberíamos de luchar, si todavía queremos poder seguir mirándonos al espejo, con dignidad. Porque cuando una persona migrante es tratada como lo hacen en los CIES o Centros de acogida de refugiados, poco a poco nuestra sociedad se vuelve más enferma.