La Revolución Inglesa (1625–1689) es posiblemente de las menos conocidas de las revoluciones modernas, siempre se resaltó la perspectiva de los grandes hechos y sus dirigentes más destacados como Fairfax o Cromwell. Una guerra civil y complejas luchas entre unos poderes en decadencia (sistema feudal) y otros emergentes (clases precapitalistas). Sin embargo, el conocimiento de la historia de la población más humilde y sus luchas siempre han sido un tema secundario o anecdótico.
La revolución triunfó cortando la cabeza a un rey absolutista, Carlos I, pero en la Inglaterra “republicana” al final triunfó el bando más fuerte económicamente; se abolió el caduco sistema social feudal pero se establecieron los nuevos derechos de propiedad, afianzando a unas nuevas clases sociales, como los comerciantes y la Gentry (grupo social con amplios ingresos económicos, sobre todo de sus tierras, pero por debajo de la nobleza).
Un nuevo poder a través del Nuevo Parlamento, un poder político para expandir las nuevas formas e ideas económicas que la ética protestante alentará, es decir, un mundo hecho a medida de los hombres de negocios y el inicio imparable del capitalismo. Estos nuevos valores económicos y sociales fueron también puestos en duda por una serie de movimientos e intelectuales que no aceptaban que romper con el yugo feudal les arrastrara a otro nuevo infierno de desigualdad y pobreza. Esta revolución dentro de la revolución, la del pueblo llano, nunca llegó a triunfar, pero fueron una auténtica vanguardia, unos pioneros de las futuras luchas de clases.
La eliminación de la censura durante los primeros años revolucionarios nos ha dado una visión más profunda de lo normal de la auténtica explosión de ideas y visiones de un mundo más justo que se dio en este periodo. Es precisamente la férrea censura aplicada por el resto de todos los estados europeos la que nos hace suponer que existía un espacio intelectual más amplio del que nos ha llegado a nuestros días. Estos pocos años de libertad de pensamiento son un gran ejemplo de que la sociedad estaba más viva y menos sumisa al poder establecido de lo que aparentaba.
Anticlericalismo y herejías
Unida a las tensiones de clase existía una tradición anticlerical muy extendida entre el pueblo llano. Durante los siglos XV y XVI, la herejía de los Loardos mantuvo una descalificación continua de la iglesia de su tiempo, así como los llamados “locos”, gente que rechazaba y negaba la resurrección o la propia existencia de Dios. Más tarde, en el siglo XVI y a la sombra de la reforma luterana, aparecen los anabaptistas y familistas.
En esencia, los anabaptistas declaraban que el bautismo debía aceptarse sólo al llegar a adulto, negando la pertenencia a la iglesia nacional sin poder elegir, y por lo tanto contrarios al diezmo que debían ceder a la Iglesia anglicana para ser mantenida. Se negaban a prestar juramento en juicios, pues pensaban que no era correcto hacer una ceremonia religiosa con fines judiciales, así hasta llegar algunos a negar la propiedad privada.
No es de extrañar que siempre se sospechara de ellos como perturbadores del orden social, pues entre sus “locuras” decían que los hombres eran iguales y no había diferencia entre amos y sirvientes. Los familistas, miembros de la “familia del amor”, eran seguidores de Heinrich Niclaes, acusado de haber sido colaborador de Thomas Münzer en las revueltas campesinas de Alemania (1524) y la posterior insurrección de Ámsterdam.
Su principal argumento consistía en enseñar que el cielo y el infierno estaban en este mundo, que había que crear el paraíso en las sociedades actuales, y que Cristo estaba en todos los hombres y no se necesitaban intermediarios. No es difícil imaginar cómo con la abolición de la censura y la posterior tolerancia religiosa se extendían estas teorías, hasta entonces enseñadas de forma secreta y aislada.
Esta influencia se tradujo en una serie de “sectas” que rompió uno de los baluartes del poder del parlamento, el control ideológico a través de la religión de las clases media y baja, así que no es de extrañar que los presbiterianos del parlamento intentaran parar estos movimientos mediante un sistema disciplinario muy parecido al que habían abolido, los antiguos tribunales eclesiásticos que mantenían la “verdadera doctrina”.
Los hombres sin amos
Como ya sabemos, el sistema feudal se basaba en una sociedad agrícola muy estática, con una jerarquía rígida y basada en el vínculo de lealtad, sumisión y dependencia del vasallo a su señor. En este mundo, casi era inconcebible que hubiera tierras y campesinos sin un señor que los dominara. Sin embargo, la realidad nunca fue una copia perfecta del modelo y, ya en el siglo XVI, la existencia de hombres “sin amo” no estaba fuera de la ley, por lo que no eran perseguidos. Solían ser los desechos de una sociedad cambiante y en rápida transformación económica.
En su mayoría eran vagabundos y pícaros, a los que se sumó un gran contingente de campesinos expulsados de sus tierras ante el nuevo concepto de “beneficio” que se estaba inculcando. Los campesinos menos productivos eran desahuciados sin contemplaciones; así, el aumento de riqueza de unos cuantos se labraba con la condena a la pobreza de una buena parte de la población.
En esta época se desarrollaba la protoindustria, es decir, muchos campesinos utilizaban el tiempo que no dedicaban a las labores agrícolas (por los paros estacionales) a fabricar telas y paños para comerciantes que les pagaban una cantidad de dinero muy pequeña, pero suficiente para ayudar a sobrevivir. Una grave crisis económica en la década de 1620 hizo que estos comerciantes les dejaran sin trabajo y, por consiguiente, se convirtieron también en pobres desheredados.
Estos grupos no sólo estaban en el campo, en las ciudades (sobre todo Londres) existían también muchos individuos sin trabajo que deambulaban pidiendo limosnas. También había muchos pequeños artesanos y tenderos que simpatizaban claramente con ideas más radicales que las defendidas por la élite parlamentaria. Estos nuevos ejércitos de vagabundos y trabajadores humildes no formaban un grupo social organizado y eran incapaces de organizar una rebelión.
Su necesidad de pequeños hurtos para vivir les presentó como un problema de seguridad a resolver. En plena guerra civil (1644), el parlamento hizo unas leyes en las que se obligaba a los vagabundos a asistir a misa los domingos, sin duda para evitar que cayeran en manos “no deseadas”. Sin embargo, este grupo fue de los que más apoyaron los movimientos radicales y en donde mejor calaron las ideas de democracia e igualdad.
Las tierras comunales
Muchos de estos desheredados de la sociedad terminaron viviendo en las tierras comunales (habitualmente de los municipios libres), baldíos, bosques o páramos, multiplicándose su número durante los años de la guerra civil. Se alojaban en chozas y eran vistos por los poderosos (sobre todo la gentry) como ladrones, mendigos y holgazanes. La realidad es que no los tenían controlados y, por consiguiente, no podían decidir sobre ellos.
Realmente vivían de lo que cultivaban, del ganado y, por supuesto, se introducían en los bosques señoriales para recolectar o cazar, lo que les permitía disfrutar de una libertad impensable para un siervo. Eran una herencia de los colonos libres del medievo. Ya los Estuardo intentaron acabar con estos asentamientos mediante la deforestación de muchos bosques y con el cercamiento de tierras.
Este proceso de cercamiento era sin duda un duro ataque a las tierras comunales que, según los nuevos productores de beneficios, eran un escollo en el nuevo sistema agrícola que se estaba imponiendo. Estos terrenos “desaprovechados” eran un caramelo demasiado dulce para los nuevos señores de la economía, la gentry, sin duda más carroñeros que los antiguos señores feudales. Así se libraron duras luchas en el parlamento entre los defensores de los antiguos derechos comunales y los defensores de “favorecer la producción agrícola”
Agitadores en el ejército
En el ejército parlamentario que luchó contra el ejército real, el New Model Army, un gran número de voluntarios eran precisamente gentes “sin amo” de los bosques y páramos, que no dudaron en alzarse contra el monarca. El simple hecho de crearse un ejército con esta base social es ya en sí un hecho sorprendente, sin duda más representativo de la sociedad que los representantes del parlamento. Además, la libertad de organización y discusión de la que disfrutaban hizo que se convirtiera en un semillero de ideas políticas.
La movilidad del ejército fue muy importante en la expansión de estas ideas, llegando a lugares que de otra forma hubiera sido imposible. Su contribución fue clave para la derrota realista y, tras ésta, muchos empezaron a reclamar las reformas que no llegaban. Se empezaron a pedir límites en el tamaño de la superficie de tierras que una persona podía poseer, o que se utilizara al ejército “para enseñar la libertad a los campesinos”.
También muchos soldados se convirtieron en predicadores independientes de la influencia de los presbiterianos (que controlaban el parlamento). Al final las peticiones de igualdad y democracia estaban tan presentes en los soldados que tuvo que intervenir el parlamento. Se licenció a muchos “rebeldes” y al resto se les envió a la conquista de Irlanda para tenerlos entretenidos.
Sin embargo, los soldados, en contra de la opinión de la mayoría de los oficiales, se organizaron para elegir asambleas y agitadores que extendieran su ideario revolucionario.Los conservadores del parlamento no dudaron en usar la represión para terminar con los agitadores.
La influencia Milenarista
Aunque ahora nos resulte extraño y gracioso, en el siglo XVI todavía se vivía en un mundo en donde la intervención de Dios, el demonio, brujas, hechiceros y la magia en general, era evidente para casi todas las personas. Raro era el pueblo que no tenía un “adivino” o “astrólogo”, todo lo que no tenía explicación era magia, incluso a las matemáticas se la llamaba la “magia matemática”.
No es de extrañar en un mundo en donde el escaso conocimiento científico y la nula educación creaban en la gente una inseguridad que les hacía depender de los designios divinos. La peste, el hambre, los incendios, etc.,eran provocados sin duda por la voluntad de seres “no visibles”. En este ambiente sociológico, no es de extrañar la influencia que tenían las profecías.
En esos tiempos oscuros para el intelecto era fácil atraer a la gente con un mensaje diferente al oficial. Esto era muy común en los países influenciados por la reforma luterana; la libre interpretación de la Biblia y la relación directa sin intermediarios entre Dios y hombre crearon un ambiente muy propicio a las profecías de muchos milenaristas.
Si, además, ese mensaje prometía un mundo mejor en donde las injusticias no debieran existir y la igualdad sería una realidad, no es de extrañar que calara profundamente en muchos estratos sociales humildes. Así, mucha gente se dejó llevar por algo que les prometía un mundo diferente, un mundo idealizado tras la eliminación de la injusticia de los poderosos.
Este proceso es muy parecido al que se vería en el siglo XIX y XX con la entrada de los ideales libertarios y anarquistas en las zonas rurales del sur de Italia y España, regiones con un gran retraso social y tecnológico, y en donde muchos campesinos se sintieron atraídos por una nueva ideología que les prometía un cambio sustancial en sus vidas, un cambio que les convertiría en seres humanos de verdad, y no simple mano de obra barata de los terratenientes.
Así, tenemos a una base social que había sido históricamente marginada y que por su propio impulso intentará cambiar una sociedad injusta. No era un grupo homogéneo, lo que se tradujo en importantes movimientos como los Niveladores, los Cavadores, Cuáqueros, Seekers, etc., que nos darán diferentes perspectivas de cómo cambiar el sistema que les tenía oprimidos.