Se aproxima la fecha en las que los españoles estamos convocados a acercarnos a los colegios electorales y depositar nuestro voto en las urnas. Nuestros votos decidirán quiénes nos gobernaran en los próximos cuatro años. Muchos lo tienen decidido de antemano; sobre todo aquellos que votan a la derecha, fieles hasta la extenuación, la ignorancia, los intereses y el rancio conservadurismo hacen que tengan claro su voto. ¿Pero y aquellos que nos llamamos de izquierdas? ¿A quién votamos?
Desde algunas plataformas cívicas y partidos políticos se está postulando por una unidad de las fuerzas progresistas para ir juntos en una confluencia popular que expulse del poder a la derecha que ha dirigido los destinos del país en los últimos cuatro años. Pero lo que cualquiera con verdaderos sentimientos de cambio desea, parece que no entra en los planes del partido –que según parece- lidera las fuerzas opositoras al antiguo régimen. Como los inteligentes lectores habrán entendido, me estoy refiriendo a Podemos.
El partido que lidera Pablo Iglesias sigue, erre que erre, en que ellos irán solos a las elecciones. O al menos eso decían hasta no hace demasiado tiempo. Ahora, y por las presiones que están recibiendo incluso dentro de su propia organización, nos dicen que ellos tienen abiertos los brazos a todo aquel que quiera integrarse en sus filas. Es decir: si queréis veniros pero esto lo dirigimos nosotros; no queremos sopas de siglas.
En febrero de 1936 se celebraron elecciones en España, en los dos años anteriores había gobernado una coalición derechista formada por el Partido Radical del populista Alejandro Lerroux y la CEDA del pseudo fascista José María Gil Robles. Durante su mandato –conocido como bienio negro- se habían dedicado a tirar por la borda prácticamente la totalidad de las reformas realizadas por los gobiernos progresistas que les habían precedido. Había que echarlos, y para ello todas las fuerzas verdaderamente democráticas se unieron en una coalición que denominaron Frente Popular. En ella estaban desde los republicanos de izquierda, socialistas, comunistas, e incluso algunos anarquistas, representados por el Partido Sindicalista de Ángel Pestaña.
Si algo caracterizó la coalición fue la generosidad de que hicieron gala todos los firmantes, renunciando a intereses particulares para lograr alcanzar un programa de mínimos que sirviera para desbancar a la derecha reaccionaria. No hubo sopa de siglas, aunque fueron numerosos los partidos integrantes, solo había una sigla Frente Popular. Y la victoria se logró.
Esta generosidad le falta a ese partido –no sabemos muy bien si de izquierdas, de centro, o de qué- que, supuestamente, es mayoritario entre la progresía española; poniendo condiciones leoninas para aceptar ir en coalición, por ejemplo, que su nombre vaya el primero; que se renuncie por parte de otros líderes a presentarse para liderar la candidatura, etc. Y les falta respeto hacia los demás, creyéndose que son ellos los únicos capaces de liderar el cambio en este país; un ejercicio de prepotencia que mal casa con ideales de izquierdas. Pero también les falta capacidad de análisis político, ¡y eso que fue creado por profesores de ciencias políticas! Porque no han caído en la cuenta, o su soberbia no les ha dejado caer, que, por ejemplo, en Madrid capital la coalición Ahora Madrid que se presentaba al ayuntamiento, sacó más votos que la candidatura de Podemos a la comunidad de Madrid. Es decir los madrileños querían una coalición no a un único partido.
Como dice un amigo mío, “soy rojo por la gracia de dios”, por eso mismo mi voto solamente iría a quién representara a la izquierda. Y esa izquierda la podría representar una coalición de partidos y, sobre todo, asociaciones cívicas, que luchen por imponer una política social e igualitaria. Es decir a Ahora en Común. Pero me temo que una vez más las izquierdas, o los que así se denominan, tendrán como prioridad aparecer en la primera línea de la foto. Aunque si en esta ocasión no se llega a una confluencia, habrá un culpable con nombre propio ¿Hace falta que lo diga?
En estas mismas páginas el compañero Antonio Cabrero se plantea el dilema de si ir o no a votar. Yo lo tengo algo más claro: o se forma una coalición progresista o me quedo en casa. A los prepotentes, insolidarios, mesiánicos… que los vote otro.