Cervantes y Lope de Vega


Decía Cela que el «pecado» más grande de los españoles era la envidia. Así que hablemos de envidia y de los odios que, con demasiada frecuencia, se han dado entre nuestros poetas: nadie sabe con absoluta certeza todo lo que pasó entre Cervantes y Lope; sabemos lo que está escrito y eso es todo, que puede ser más que suficiente si acertamos a interpretar correctamente cada una de las líneas que tanto el uno como el otro llevó al papel al solo objeto de molestar a su contrario. Y si empleo este término, «contrario», es porque después de una buena relación, en la que Lope ejercía de maestro a pesar de ser bastante más joven que Miguel, las cosas se torcieron y de verdad a raíz de la publicación y éxito del primer tomo del Quijote.

Y es que a partir de ese momento, su liderazgo en los territorios de las letras fue puesto en cuestión: Góngora, que era amigo y del grupo de Cervantes, llegó a decir algo así como que la obra del manco era lo más fascinante que jamás se había escrito; Quevedo, por el contrario, que era partidario de Lope, no hizo sino despotricar contra el libro. Aunque la respuesta más contundente vendría de la mano del propio Lope, quien, bastante más tarde, escribiría otro Quijote con el único propósito de echar por tierra la obra de Cervantes.
(Hay quien asegura que la redacción del libro del que hablamos fue un encargo del
dramaturgo a un tal Avellaneda, pero no, ni el encargo es cierto ni la existencia del tal
escritor tampoco, por mucho que algunos hayan dado hasta con su lugar de nacimiento).

Ni Lope ni Cervantes eran hermanitas de la caridad: se hicieron todo el daño que pudieron y más: Lope lo tachaba de aficionadillo y anclado en épocas pasadas, en lo referente al teatro, y poco o nada podía hacer el autor del Quijote ante todo un genio de los corrales, excepto utilizar su obra para humillarlo, cosa que hizo. Podría decirse incluso que el ex preso de Argel no dejó títere con cabeza: a Gines de Pasamonte, por hablar solo de uno de los personajes de su obra, Jerónimo de Pasamonte en la vida real, un energúmeno donde los hubiera que se atribuyó en sus memorias «el heroísmo» de Cervantes en Lepanto, lo pintó de ladrón y de asesino en el primer tomo de su obra, algo que, a lo que parece, se lo había ganado a pulso.

La relación de Quevedo con Góngora, para desgracia de todos, fue por los mismos
derroteros: tanta era la tirria que se tenían que, estando Góngora de alquiler en Madrid, a Quevedo no se le ocurrió otra cosa que comprar la casa donde vivía el cordobés con la
única intención de desahuciarlo. Nada que ver desde luego con aquellos poetas ingleses
del romanticismo (Byron, Keats, Shelley), que compartieron sus vidas en Roma y no sólo
fueron como hermanos sino que, muerto John keats, Shelley escribiría el Adonais en su
memoria. Hasta en la muerte quisieron estar juntos, y juntos están en el cementerio
acatólico de Roma, a excepción de Byron, junto a Antonio Gramsci y un poeta de la
generación beat, de cuyo nombre no puedo acordarme.

Berta Lorenzo
Berta Lorenzo
Algorta, Bizkaia. Sindicalista y redactora de la revista de literatura LETREN EURIA

Artículos del autor

Visita nuestras redes

Verificado por MonsterInsights