Qué país

“Esos pocos casos aislados” son el enemigo que abatir, pero poco se oye que el problema es que el sistema está viciado de origen

En un país donde las instituciones están comidas por la corrupción, las cúpulas políticas, irónicamente, se proclaman como los avatares de la lucha contra esta lacra. Como prestidigitadores, nos distraen con la mano izquierda, mientras con la derecha nos cuelan otra colleja por debajo de la guardia, y volvemos a quedarnos mirando a los lados con cara de imbécil.

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“Esos pocos casos aislados” son el enemigo que abatir, pero poco se oye que el problema es que el sistema está viciado de origen, no oiremos a nadie afirmar que España no es un país democrático (yo, desde luego, estoy tan contento con el resultado de las últimas elecciones para jefe de Estado que para las próximas vuelvo a votar otro Borbón). ¿Alguna oposición ha pedido que se haga cumplir la ley y se declare ilegal el PP por estar financiado ilegalmente? (supongo que, si el Articulo 12bis, Ley Orgánica 6/2002, de 27 de junio, de Partidos Políticos. dice expresamente que cualquier partido político debe ser extinto judicialmente en caso de “No haber presentado sus cuentas anuales durante 3 ejercicios consecutivos o cuatro alternos, sin perjuicio de las responsabilidades que pudieran derivarse de la falta de presentación de las cuentas”, esto incluye si las cuentas que presenta son falsas, ¿no?).

No muchos se atreven a decir que los casos aislados son la punta del iceberg (por menos te meten una demanda y acabas inhabilitado del cargo, desahuciado, o peor, en el talego con unos titiriteros ensayando voces 24 horas al día de compañeros de celda), que la corrupción que recorre las instituciones de nuestro país como una imparable metástasis cancerosa es mucho más terrible de lo que se pueda uno imaginar, donde muchos cargos técnicos y políticos (desde un ministerio hasta la concejalía de un pequeño municipio) están ocupados por personal profesionalmente y (lo que es peor) moralmente deficiente, puestos tomados por corruptos, que a su vez están cimentados por funcionarios elegidos a dedo, bocas agradecidas que no morderán la mano del amo, porque su naturaleza y las migajas de sus “privilegios” son fruto de corrupción, estos ciudadanos conforman el primer muro de resistencia al cambio (y quizá el más difícil de derribar).

Tampoco hay demasiadas voces que digan que toda esa miseria no dejará de existir mientras no se ataque la raíz del problema. No es difícil entender porque no se coge de las partes blandas al gran mal que se esconde en las sombras, y de donde brota toda esta porquería, los corruptores la miríada de empresas privadas las cuales deberíamos convertir en cooperativas en manos de sus trabajadores y cuyas juntas directivas habría que entrullar con la totalidad de sus bienes embargados al mínimo caso de puerta giratoria. Mientras no se comience una inflexible ofensiva por esa vía, seguiremos siendo testigos (o no, peor aún) de espectáculos como el saqueo de ayuntamientos como el de Valencia por algún cetáceo, siempre en beneficio de los besugos de sus amigotes, y como por arte de birlibirloque, en vez de en la cárcel (o en la piscina de algún zoo), sus ronquidos se midan en la escala de Richter desde un asiento del Senado.

Todo esto, que nos cuesta nuestros impuestos, nuestra sanidad y educación pública, nuestras pensiones, libertad y nuestro futuro, pasa a un segundo plano mientras unos iluminados nos aleccionan de cómo se lucha contra la corrupción, y lo bien que lo están haciendo. Eso sí, algunos de los que dan lecciones son del tipo de conceder medallas al mérito policial a la virgen, no darse cuenta de que apareció un deportivo en el garaje por sorpresa, o gente de un nivel intelectual parecido.

Pero tranquilos, volveremos a ir a votar, con los cerebros llenos de la mierdecilla de entre las uñas de algún redactor de cualquier medio de comunicación, para desesperarnos después al darnos cuenta de que el esfuerzo de levantarnos con la resaca propia de navidad para ir a las urnas no mereció la pena. Conclusión: lo mejor, no volver por allí (que con esta ley electoral de carreras que tenemos ya sabemos que pasa con las abstenciones y demás).

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