Los verdugos de Franco en la Guerra Civil. La Iglesia Católica española: Alentadora y ejecutora

En la mayoría de los trabajos relacionados con la represión franquista se ha incidido en las víctimas, estos artículos ponen nombres y caras a los responsables directos de las atrocidades que cometieron


Nadie pone en duda la complicidad de la iglesia católica con el régimen franquista, tanto durante la guerra como tras finalizar la misma. La iglesia no sólo avaló a los sublevados, sino que colaboró activamente en la represión, tanto participando en los comités que se formaban en las distintas poblaciones para elaborar las listas de los que debían ser reprimidos; lo que en muchos casos conllevaba la muerte, como siendo algunos de sus miembros los propios ejecutores.

Tomaré prestada una reflexión del historiador Julián Casanova: La complicidad del clero con ese terror militar y fascista […] fue absoluta y no necesitó del anticlericalismo para manifestarse. Desde Gomá al cura que vivía en Zaragoza, Salamanca o Granada, todos conocían la masacre, oían los disparos, veían como se llevaban a la gente […] Y salvo raras excepciones, lo menos dañino que hicieron fue asistir espiritualmente a los reos de muerte. La actitud más frecuente fue el silencio voluntario o impuesto por los superiores, cuando no la acusación o la delación[1]. A esta reflexión yo solamente añadiría, y la participación directa en múltiples asesinatos.

El ministro republicano Manuel de Irujo – ferviente católico-, envió una carta al obispo Vidal i Barraquer, el 23 de mayo de 1938, en la que le exponía lo que entendía estaba ocurriendo en el seno de la iglesia católica: Tengo presente que en las dos zonas se han hecho mártires; que la sangre de los mártires, en religión como en política, es siempre fecunda; que la Iglesia, sea por lo que fuere, figurará como mártir en la zona republicana y formando en el piquete de ejecución en la zona franquista[2]

A la jerarquía eclesiástica lo único que les preocupaba es que los que iban a ser asesinados murieran en “gracia de Dios”. En la carta colectiva que firmaron los obispos españoles se decía: […] al morir, sancionados por la ley, muchos comunistas se han reconciliado con el Dios de sus padres. En Mallorca han muerto impenitentes solo un 2%; en las regiones del sur no más de un 20%; y en las del norte no llegan tal vez al 10%.

Prueba de que a los jerarcas eclesiásticos les parecía muy bien la represión que se estaba llevando a cabo, lo refrendan las palabras del arzobispo de Zaragoza Rigoberto Domenech: La violencia no se hace en servicio de la anarquía, sino lícitamente en beneficio del orden, la Patria y la Religión.

Ruiz Villaplana, que era un ferviente católico también reflejó de qué lado se posicionó la iglesia católica: La iglesia que pudo ser la única y verdadera mediadora en este conflicto entre el Ejército y el pueblo, es solamente la inspiradora sibila de aquél, y llevada de un instinto sanguinario atávico de defensa, se ha colocado frente al pueblo[3].

A otro católico como Antonio Bahamonde, la actitud de la iglesia católica le hizo dudar de su fe: Los hechos que yo he visto realizar con el beneplácito y bendición de la Iglesia [… es lo que ha hecho vacilar mi fe y flaquear mis convicciones[4]

Pocas fueron las voces religiosas que se alzaron contra la salvaje represión; a algunas las callaron como siempre, como al padre Huidrobo.

El fraile Gumersindo de Estela fue una de estas voces. Gumersindo se quejaba amargamente de la colaboración que prestaban algunos sacerdotes con la represión: por culpa de incomprensión o brutalidad de muchos pastores se malogra la sangre preciosísima de Jesucristo[5].

Este mismo fraile manifestaba la disconformidad de su pensamiento y actitud con la de la mayoría de los religiosos: Mi actitud contrastaba vivamente con los otros religiosos, incluso superiores míos, que se entregaban a un regocijo extraordinario y no sólo aprobaban cuanto ocurría, sino aplaudían y prorrumpían en vivas con frecuencia.

Otro que no estaba de acuerdo con lo que estaba ocurriendo era el sacerdote Marino Ayerra, que se quejaba de cómo eran tratados todos aquellos que no estaban de acuerdo con la forma en que se estaba actuando: a los pocos, poquísimos, eclesiásticos que no compartíamos el apostólico ardor […] nos miraban de reojo, nos recelaban, nos eludían y odiaban como a vendidos y claudicantes, que traicionaban simultáneamente a la Religión y a la Patria[6].

Muchos religiosos alentaron con sus arengas o declaraciones; su complicidad en la elaboración de listas o en asesinatos; y en no pocas ocasiones siendo ellos mismos los ejecutores. De todos ellos hablaremos a continuación.

Comenzaremos por aquellos que, desde los púlpitos, en discursos, o en manifestaciones públicas o privadas, alentaron la represión, haciendo, en muchos casos alegatos para el exterminio del contrario.

Los mensajes que se transmitían desde los púlpitos quedaron grabados en las personas que los escucharon, cómo el que lanzaba el cura de la parroquia de San Juan de Sahagún: El cura de nuestra parroquia comenzaría suavemente, pidiendo severidad para con el adversario, siguió increscendo (sic), hasta pedir que se hicieran denuncias, para terminar por decir que había que matar a los “rojos”. Cuando mi suegra le oyó decir aquella sarta de barbaridades, salió de la iglesia tan atemorizada que llegó a casa, diciendo que no volvía a misa, que jamás querría ver a don Santos… En los pueblos, sin embargo, no había medio de esquivarlos, pues no ir a misa constituía un desafío[7].

Ruiz Vilaplana, que era secretario de juzgado en Burgos, cuenta lo que oyó al párroco de la iglesia de la Merced –iglesia de jesuitas- en una arenga desde el púlpito: ¡Vosotros! Vosotros que os llamabais cristianos tenéis la culpa de muchas cosas. Habéis convivido, tomado, dado trabajo, al obrero sindicado en sociedades enemigas a la Religión y a la Patria. Habéis desoído nuestras advertencias y tratado con judíos y masones, con ateos y renegados, contribuyendo a dar pujanza a las logias que nos habían de hundir en el caos […] Debéis ser, debemos todos ser, para ellos, como el agua y el juego… Ni un punto de contacto… ni perdón para los criminales destructores de iglesias, asesinos de prelados y sacerdotes virtuosos… Que no quede entre nosotros ni aún la semilla, la mala semilla, que es siempre del diablo ¡Los hijos del demonio son también enemigos de Dios![8] No sé a los lectores, pero a mí se me erizan los cabellos al leer estas palabras.

Eduardo Martínez Laorden

El párroco de Rociana del Condado (Huelva), Eduardo Martínez Laorden, cuando llegó al pueblo acompañando a las tropas que dirigía Ramón de Carranza, lanzó una arenga desde el balcón del Ayuntamiento, en esta arenga no había el más mínimo resquicio de piedad: Ustedes creen que por mi calidad de sacerdote voy a decir palabras de perdón y arrepentimiento. Pues no ¡Guerra contra ellos hasta que no quede ni la última raíz![9]

Entre agosto y principios de octubre de 1936 se asesinó en Rociana a unas 60 personas. A pesar de que los socialistas le salvaron la vida a él, a una sobrina suya y a la hija de esta que vivían con él. El 17 de enero de 1937 escribió una carta a Santiago Garrigós Bernabéu, por entonces delegado de orden público en Sevilla, quejándose de que casi todos los culpables habían quedado impunes, y que había «condescendencia y una falta de celo» ofreciéndose para acabar con tanta «lenidad». Tal fue su persistencia que desde el Estado Mayor de la II División se pidieron explicaciones, tanto el comandante militar de la plaza, como el jefe de Falange local, tuvieron que confirmar que se les había aplicado el bando de guerra a 60 personas. En este pueblo no había habido ni una sola víctima de derechas.

El canónigo de la catedral de Salamanca, José Artero Pérez, no tenía mucha simpatía por los catalanes. En la catedral de Tarragona, tras la toma de la ciudad por los franquistas, dejó clara la opinión que tenía sobre ellos: ¡Perros catalanes! ¡No sois dignos del sol que os alumbra!

Fray Jacinto de Chucena no tenía duda de que había que hacer con los “rojos”: Es preciso, de toda precisión, que a esta degenerada y venenosa semilla del marxismo se la quebrante y desarraigue del patrio suelo, hasta que no quede ni sombre de ella. Esta proclama la lanzó el 14 de agosto de 1936 a través de las ondas de Radio Sevilla. En otra alocución, esta vez en Radio Córdoba, emitida el 24 de agosto de 1936, bramó: ¡Cobardes! ¡Asesinos! Con mil vidas no podríais pagar vuestros crímenes. Tened por cierto que, con la propia, o por lo menos con el ostracismo que os conduce a no pisar nunca el suelo patrio, lo pagareis[10]

En agosto de 1955 envió un informe al Archivo Diocesano en el que seguía manteniendo las mismas ideas. Pues bien, este piadoso fraile tiene una estatua delante de la ermita de Chucena (Huelva). Y a nadie se le cae la cara de vergüenza.

Estatua de fray Jacinto de Chucena

Entre los que acompañaban a las tropas también vemos esa sed de sangre que les invadía. Peter Kemp era un inglés que luchó con los franquistas encuadrado en la Legión. Kemp hablaba de un sacerdote que los acompañaba como capellán; el padre Vicente. Cuenta Kemp que, en una discusión entre oficiales, un capitán acusaba al padre Vicente de hablar siempre de matar. En el transcurso de una batalla, Kemp estaba junto a este sacerdote y le oyó gritar: ¡No le dejes que se escape! ¡No le dejes que se escape! ¡Dispara hombre, dispara! ¡Le cazaste!, mientras la víctima se retorcía en el suelo.[11]

Al periodista portugués Mario Neves, el cura que le acompañó a ver los cadáveres que habían sido quemados en el cementerio de Badajoz, al ver la cara de horror que puso Neves, le dijo: Merecían esto. Además, es una medida de higiene.

Muchos eran los que no ocultaban su ideología, como el párroco de Encinasola (Huelva), Eugenio López Martín, conocido como “La Pava”, en un sermón que dio en septiembre de 1936 hizo profesión de su ideología fascista:

Yo soy fascista, pero no al estilo portugués, que tiene abiertos centros socialistas y publica periódicos de izquierdas.

Yo soy fascista, pero no al estilo alemán, que persigue a los católicos […]

Yo soy fascista al estilo italiano. Ni un centro contrario abierto, ni un periódico de oposición a vuestros ideales salvadores[12].

Luis Fernández Casado, arcipreste de Montilla (Córdoba) era otro redomado fascista. En unas declaraciones que hizo el concejal Rafael Merino Delgado, publicadas en El Socialista, el 27 de septiembre de 1936, señalaba a Fernández Casado como uno de los cabecillas fascistas de Montilla; pueblo en que fueron asesinadas más de doscientas personas. El 16 de febrero de 1937 organizó un auto de fe presidido por los retratos de Franco y José Antonio Primo de Rivera; en este acto se quemó una urna electoral.

A este arcipreste se le acercó la madre de Francisco Solana Martínez, al que habían enviado a un batallón de trabajadores, es decir a un batallón de castigo, la mujer pidió al sacerdote que intercediera por su hijo, la respuesta de éste fue: Déjale que purgue sus culpas

El obispo Pérez Muñoz no dudó en felicitar efusivamente al coronel Cascajo, uno de los mayores genocidas de Córdoba: «bravo salvador» de Córdoba; derribó cual otro David, audaz y valeroso, al Goliat; lo de Córdoba dejó fuera de combate a las «satánicas hordas marxistas»[13]

El 10 de agosto de 1936 en El Defensor de Córdoba, órgano de la iglesia católica cordobesa se podía leer: Los malvados marxistas ¡Muera la canalla! […] Cordobeses, que sois amantes de San Rafael; cordobeses devotos de la Virgen de la Fuensanta, declarad guerra a muerte a los laicos, a los masones, a sus hijuelas y a todos sus adeptos[14]

Cardenal Gomá

Hasta la máxima autoridad de la iglesia católica española, cardenal Isidro Gomá, tenía claro que hacer con los enemigos: La guerra es un plebiscito armado. Paz sí. Pero cuando no quede un adversario vivo. Con estas palabras que se podía esperar de la actitud de la iglesia católica, si su máximo dignatario defendía el exterminio total del enemigo. A día de hoy la iglesia católica española no ha pedido perdón por su actitud durante el franquismo, sino que continúa en las posiciones más retrogradas.

Ya nos hemos ocupado mostrando una mínima muestra de lo que se predicaba desde los púlpitos o en declaraciones en radio, prensa, o por otros medios. Ahora pasaremos a hacer un somero repaso sobre los que fueron cómplices de los asesinatos, bien ayudando en la elaboración de las listas de los que deberían morir, bien siendo cómplices directos en el asesinato de muchas personas.

Por regla general los curas de los pueblos eran los primeros en elaborar las listas de «gente peligrosa». Decenas de miles de personas fueron asesinadas por aparecer en esas listas.

Luis Calderón Tejero

El coadjutor de la parroquia de la Concepción de Huelva, Luis Calderón Tejero, desde los inicios de la República había estado elaborando un listado de masones e izquierdistas. Nada más producirse el golpe le faltó tiempo para llevar sus listados a las autoridades franquistas. Calderón pidió que hubiera más represión ya que, según él, en Huelva los más destacados y verdaderamente peligrosos, no habían sido tocados[15].

El sentido de lo que suponía la «caridad cristiana» tenía un significado muy Sui géneris el párroco de Salvochea/El Campillo (Huelva), Elías Rodríguez Martín. A principio de 1937 estaba en la puerta del casino junto a unos falangistas y requetés. En ese momento llegó un grupo que traían amarrado a un chaval de 18 años, éste se arrojó a los pies del cura pidiendo clemencia; la respuesta del sacerdote fue darle una patada en la cara; le acababa de sentenciar a muerte[16].

El carnicero de Córdoba, Bruño Ibáñez, al que hemos dedicado el capítulo 3 de esta obra, tenía tres asesores religiosos; Idelfonso Hidalgo, capellán de la Guardia Civil, que tenía como amante a una prostituta, y que era el que asistía a los que iban a ser fusilados, acudía con un crucifijo y una fusta, al que se negaba a besar el crucifijo le cruzaba la cara con la fusta[17]; el párroco de San Francisco, Carlos Romero, que denunció a varios vecinos que posteriormente fueron asesinados, y el capuchino Jacinto de Chucena, del que hemos hablado  en líneas superiores.

Del párroco de Tocina (Sevilla) Manuel Vaquero, Miguel Arias Godoy, vecino del cura, escribía: Este sacerdote era el Presidente de una junta compuesta por varis caciques del pueblo que tenían la misión de reunirse cuando les parecía para acordar entre ellos quienes serían las personas que había que detener y cuáles serían fusiladas […] Esta junta de asesinos de la que era Presidente el cura del pueblo mató a mucha gente. Hacían su tarea a la sombra de una sotana y un crucifijo[18].

Otro elaborador de listas de la muerte era un sacerdote de Badajoz, Isidro Lomba Méndez, que colaboraba en la elaboración de la lista de personas que debían ser asesinadas en la plaza de toros de Badajoz[19].

El día 22 de octubre de 1937 llegó al hospital siquiátrico Valdediós, situado en La Cadellada (Oviedo) la VI Brigada de Navarra. Ese mismo día organizaron una fiesta obligando a las enfermeras a asistir, en el transcurso de la misma, muchas de las mujeres que habían sido obligadas a acompañar a los soldados en la fiesta fueron violadas. Al escuchar el griterío de las mujeres que estaban sufriendo los abusos, el capellán militar se acercó para ver que ocurría; las mujeres se acercaron a él esperando que las salvara del suplicio al que estaban siendo sometidas. El sacerdote se limitó a darles la absolución y decirles a los soldados que continuaran haciendo lo que tenían que hacer. Las obligaron a cavar su propia fosa antes de fusilarlas. Cuando se excavó la fosa en 2003 aparecieron 17 cadáveres, entre ellos el de una niña de 15 años, Luz Álvarez Flórez[20].

El Batallón América fue el que protagonizó la matanza. En 2014 el diputado navarro del PP, Eloy Villanueva pidió una moción para felicitar al Regimiento de Cazadores de Montaña América nº 66 en su 250 aniversario. Sobran los comentarios.

Luz Álvarez Flórez y su madre Rosa Flórez Martínez

El sadismo y el cinismo estaban presentes en una gran mayoría de clérigos, tuvieran la categoría que tuviesen. El cura de Obanos (Navarra) elaboraba la lista de los que debían ser fusilados, según él eran muertos por el peso de la justicia. El jesuita Vendrell, párroco de la cárcel de Alicante, siempre iba armado, el consuelo que les daba a los que iban a ser «ejecutados» era decirles: No tened miedo porque los moritos tienen muy buena puntería.

Antonio Oña, que llegó a ser obispo de Mondoñedo, siempre iba con una pistola al cinto, elaboraba las listas de los que deberían ser ejecutados. La madre de Julia Pérez, concejala socialista condenada a muerte, visitó a Oña para pedirle clemencia, la respuesta de éste fue: Mira hija, si la matan ahora irá al cielo. Si no la matan, volverá a las andadas y se condenará. ¿Qué mejor momento para morir que ahora que está confesada?

Manuel Arce Ochotorena

El obispo de Zamora, Manuel Arce Ochotorena, se pasó un día a hacer un encargo en la sastrería de Benito Santesteban, al salirse le dijo: Bueno si en lugar de sotanas me envías fusiles, mejor que mejor. Ya me entiendes[21]

Ahora nos centraremos en aquellos que, o bien asesinaron con sus propias manos, o bien fueron cómplices directos de estos asesinatos.

Luis Fernández Magoña, este sacerdote requeté, era administrador del conde de Rodezno y coadjutor de la parroquia de Murchante en Tafalla (Navarra), daba el tiro de gracia a los presos que fueron sacados de la cárcel de Tafalla el 21 de octubre de 1936. Los presos fueron llevados en autobuses hasta Monreal, allí en el término denominado La Tejería, fueron asesinados las 83 personas sacadas de la cárcel de Tafalla.

Dos curas extremeños, el de Salvaleón, Francisco Martín Torrado «El Tío Chinote», y el de Barcarrota, José Martín Domínguez «El Asesino», siempre iban con la pistola al cinto; ambos participaron en detenciones, saqueos y asesinatos[22].

Otro de «gatillo fácil» era el capellán de la cárcel de Huelva, se le conocía como « Don Litro», su nombre era Pablo Rodríguez González. Una persona que participó en las ejecuciones en Nerva (Huelva), contó que el pelotón lo dirigía Don Litro. Cuando regresaban, de la ejecución, vieron que a un hombre  le habían despertado los disparos y estaba en la puerta de su casa observándoles. Ya montado en el camión, Rodríguez le dijo al chófer que parara, fue hacia el hombre y sin mediar palabra la disparó un tiro en la cabeza.

El cura de Uncastillo (Zaragoza) es ejemplo de la crueldad que envenenaba a muchos eclesiásticos. En esta población se iba a fusilar a Basilia Casano, con tan sólo 19 años de edad. El médico del pueblo advirtió que estaba embarazada y que en una o dos semanas daría a luz; la Guardia Civil aceptó esperar a que tuviera a su hijo para ejecutarla; pero el cura, que era primo suyo, dijo Hay que fusilarla, muerto el animal, muerta la rabia[23].

Emilio Álvarez Martínez

El cura gallego Emilio Álvarez Martínez «Reisiño», era el jefe en Vigo de una escuadra de Falange, dedicaba a llevar a cabo «paseos». Otro sacerdote gallego especialmente sádico era el jesuita Petronilo Nieto, destinado en el campo de concentración de la isla de San Simón (Vigo). Participó en ejecuciones; cuando los asesinados ya yacían en tierra, a los que habían rechazado recibir sus auxilios espirituales les metía la contera del bastón en la boca[24]. También les dedicaba «edificantes» frases, como: Hijos de la Pasionaria. Dinamiteros. Vosotros debéis ser quemados como fueron quemados los judíos[25].

En Ávila hubo dos curas a los que les entusiasmaba dar el tiro de gracia. Uno era Redín, un jesuita que no dudaba en desvalijar a los cadáveres de los asesinados supuestamente estaba encargado de devolver los objetos personales de los asesinados a sus familiares, pero muchos de estos objetos iban a parar a sus bolsillos. El otro era Justo Sánchez, que se jactaba ante sus alumnos de darle el tiro de gracia a los que no querían confesarse[26].

Hermenegildo de Fustiñana, era capuchino y capellán carlista. El 6 de agosto de 1936, sacó de la cárcel de Jaca, junto a otros carlistas, a Desideria Giménez, de 16 años de edad, y a Pilar Vizcarra, que estaba embarazada, y que una semana antes había visto como había sido asesinado su esposo; tras sacarlas de la cárcel las llevaron a las afueras de la ciudad y las asesinaron. Estos mismos que claman contra el aborto no tenían el más mínimo problema en asesinar a mujeres que llevaban un hijo en su vientre.

Ildefonso Hidalgo, el «cura confitero», del que ya hemos hablado anteriormente, era el cura de Luque (Córdoba), población, en 1930 tuvo que salir del pueblo por petición del propio ayuntamiento. Una vez iniciada la guerra estuvo implicado en el asesinato de personas de Luque que habían sido detenidas y trasladadas a Córdoba[27].

Hemos hecho un somero repaso presentando a algunos de los miles de eclesiásticos de toda condición que colaboraron, de una u otra forma, en la feroz represión que los sublevados llevaron a cabo durante la guerra civil española. Ahora nos detendremos un poco más detalladamente en cuatro religiosos que, a mi entender, merecen una especial atención.

Aniceto Castro Albarrán

CASTRO ALBARRÁN, Aniceto. Fue rector de la Universidad Pontificia de Comillas, y colaborador de la revista  Acción Española. Castro fue el que ideó el término Cruzada, utilizado por los franquistas para denominar la sublevación. Según Cobo Romero era uno de los más avezados publicistas y divulgadores de una muy arraigada interpretación sobre la ilegitimidad del gobierno republicano. El sacerdote Juan de Uzabiaga le considera el progenitor doctrinal del levantamiento armado contra la República. El mismo se jactaba de haber colaborado para que produjera el levantamiento –ya antes de 1936 había estado implicado en la Sanjurjada-.

En 1933 publicó el libro El derecho a la rebeldía, en el que hacía un  llamamiento al levantamiento armado. Esta obra fue rechazada por el Vaticano, y provocó que fuera destituido como rector de Comillas. Amén de esta obra escribió otras como El derecho al alzamiento  o El sentido del Movimiento Nacional, todas ellas con la misma tesis de fondo.

Castro bendijo la represión ya que para él: la muerte o encarcelamiento de los republicanos son actos de purificación, purgas necesarias para la regeneración de España.

GALÁN BERMEJO, Juan «El cura de Zafra». Tras la toma de Zafra por los sublevados se unió como capellán a la 11ª Bandera del 2º Regimiento de la Legión. A Galán no le importaba jactarse relatando el número de personas que había asesinado; se le atribuyen 750 asesinatos.

Juan Galán Bermejo «El cura de Zafra»

Antonio Bahamonde tuvo la oportunidad de hablar con Galán, lo que cuenta de aquella conversación no tiene desperdicio: Antes de partir la columna, él, que conocía muy bien en el pueblo y la «canalla marxista» que en él vivía, hizo fusilar gran número de personas […]Las dos escenas que relató a continuación las oí de sus labios. En la catedral de Badajoz, el día que entró el Tercio, había un hombre escondido en un confesionario. El sacerdote le descubrió, sacó la pistola y allí mismo lo mató. Relataba «No crea usted que entramos de rositas por esos pueblos. Hay sitios donde nos cuesta trabajo. Se defienden y resisten. Ahora que lo pagan bien. En Granja de Torre Hermosa […] cuando conseguimos entrar, encontré metidos en una cueva a muchos hombres y una mujer joven, que estaba herida. Les quité las pistolas que llevaban y tuvieron el cinismo de decirme que si hubieran tenido municiones no las hubiera cogido tan fácilmente. Les hice cavar la fosa y los enterré vivos, para escarmiento de esa ralea […] Días después, le vi en el Gobierno Civil. Iba a despedirme del gobernador. Charlamos un rato. Le pedí me mostrara la pistola, de la que me dijo que no se separaba nunca. Dijo: «aquí donde usted la ve, esta pistola lleva quitadas de en medio más de cien marxistas […] El señor obispo de su diócesis tiene para él todas sus complacencias. Como ha dicho es su pastor más querido[28].

Al periodista Marcel Dany, corresponsal de la agencia Hava, le confesó: Todavía no hemos tenido tiempo de legislar cómo y de qué manera será exterminado el marxismo en España; por eso, todos los procedimientos de exterminio de estas ratas son buenos. Y Dios, en su inmenso poder las aplaudirá.

TUSQUETS TERRATS, Juan. Este sacerdote era un enfermizo antisemita y anti masón. Elaboró las listas de judíos y masones que se utilizaron para llevar a cabo la represión de estos colectivos. Le ayudaba en esta tarea su secretario, el sacerdote Joaquín Guiu. Ambos incendiaron una logia masónica[29], llevándose documentos que les ayudaron a elaborar sus listas.

Juan Tusquets Terrats

Durante la guerra estuvo encargado del Servicio de Prensa Nacional, dirigiendo asimismo la Sección Judeomasónica del Servicio de Información Militar. Tusquets fue el traductor y mayor difusor en España del libelo conocido como Los protocolos de los sabios de Sión. También fue el autor de libro Orígenes de la revolución española, en el que afirmaba que la República era el resultado de una conspiración judeomasónica. Tusquets veía masones por todos los lados, de hecho, acusó de serlos a Aniceto Alcalá-Zamora y a Francesc Maciá.

Tras una visita al campo de exterminio de Dachau, comentó: Lo hicieron para enseñarnos lo que teníamos que hacer en España. Según Unamuno era uno de los principales defensores de la represión que se estaba llevando a cabo.

En sus últimos años de vida intentó desmentir su colaboración con Franco y la represión, echándole la culpa de todo a Joaquín Guiu, negando incluso que hubiera entregado su lista de masones y judíos a los franquistas.

Posiblemente su interés en desvincularse de su pasado se debiera a remordimientos de conciencia, o simplemente a seguir borrando su pasado, como hizo con sus antecedentes judíos –su padre era descendiente de unos banqueros judíos-, y su paso por el catalanismo.

EL CURA DE OCAÑA. Desgraciadamente no tenemos el nombre completo de este sanguinario verdugo, solamente sabemos que podría ser que se apellidara Rodríguez. Este sacerdote, entre otras cosas, era el encargado de dar el tiro de gracia a los reclusos que eran fusilados en el penal de Ocaña. Este sacerdote siempre iba con la pistola debajo de la sotana. Tenía la sangre fría de confesar a los que luego iba a asesinar.

En el penal de Ocaña prácticamente todas las noches se hacía sacas de presos para fusilar, en una sola noche se asesinó a 57 presos, que fueron llevados desde la prisión al cementerio del pueblo. Las fosas donde eran enterrados con cal viva permanecieron abiertas hasta 1945. Se calcula que entre 1939 y 1945 se fusiló a 1.500 presos.

Un preso de Ocaña recordaba a este siniestro sacerdote: ¿Sabes lo que nos decía el padre Rodríguez? (…) Nos decía: vosotros rojos, ¿sabéis a l que tenéis derecho? ¡De la tierra que pisáis hacia el cielo no tenéis derecho a nada! ¡De la tierra que pisáis hacia abajo tenéis derecho a unos centímetros donde enterraros!

Celedonio Vizcaíno, nieto de un fusilado en Ocaña, contaba al diario Público: Todos sabíamos que era el cura. Participaba en las palizas y después gustaba de coger su pistola y dar el último disparo. Pero poco sabíamos de él. No se dejaba ver por el pueblo y un buen día desapareció de la prisión. Ni siquiera recuerdo su nombre.

Un recluso del penal de Ocaña escribió unos versos que, al parecer, fueron corregidos por el poeta Miguel Hernández, que estuvo recluido en esa prisión[30]

La luna lo veía y se tapaba

para no fijar su mirada

en el libro, en la cruz

y en la Star ya descargada.

Más negro que la noche

menos negro que su alma

cura verdugo de Ocaña.


Bibliografía reseñada en el capítulo

AYERRA, Marino (2019) No me avergoncé del Evangelio, Tafalla.

BAHAMONDE, Antonio (2005): Un año con Queipo, Sevilla.

CASANOVA, Julián (2001): La iglesia de Franco, Madrid.

COBO ROMERO, Francisco (2010): Aniceto de Castro Albarrán: de la rebeldía al alzamiento, disponible en https://www.researchgate.net/publication/327861677_ANICETO_DE_CASTRO_ALBARRAN_DE_LA_REBELDIA_AL_ALZAMIENTO

ESPINOSA MAESTRE, Francisco y GARCÍA MÁRQUEZ, José Mª (2014): Por la religión y la patria, Barcelona.

GARROT GARROT, José Luis (2018): La iglesia católica cómplice del genocidio franquista, en https://asambleadigital.es/la-iglesia-catolica-complice-del-genocidio-franquista-en-la-guerra-civil/

MAESTRE, Antonio (2020): Infames. El retroceso de España, Barcelona.

MORENO GÓMEZ, Francisco (2009): 1936: el genocidio franquista en Córdoba, Barcelona.

RAGUER, Hilari (2007): La espada y la cruz (La iglesia 1936-1939), Barcelona.

ROBLEDO, Ricardo (2007): La iglesia salmantina: rebeldía, cruzada y propaganda. El Centro de información Católica Internacional, en  Ricardo Robledo (ed.) Esta salvaje pesadilla. Salamanca en la guerra civil española, Barcelona, pp. 71-98.

RUIZ VILAPLANA, Antonio (2012): Doy fe… Un año de actuación en la España nacionalista, Sevilla.

SOUTHWORTH, Herbert R. (1986): El mito de la cruzada de Franco, Barcelona.


[1] Casanova, 2001: 51.

[2] Tomado de Raguer: 138-139.

[3] Ruiz de Villaplana: 228.

[4] Bahamonde: 64.

[5] Tomado de Casanova, 2001: 114.

[6] Tomado de Casanova, 2001: 110.

[7] Tomado de Robledo, 2007b: 85-86.

[8] Tomado de Ruiz Vilaplana: 224-225.

[9] Tomado de Casanova, 2001: 116.

[10] Tomado de Moreno, 2009: 594.

[11] Tomado de Southworth: 76-77.

[12] Ver Espinosa, García, 2014: 49.

[13] Ver Moreno, 2009: 588.

[14] Tomado de Moreno, 2009: 594.

[15] Ver Espinosa/García, 2014: 49.

[16] Ver Espinosa/García, 2014: 53.

[17] Ver Espinosa/García, 2014: 60.

[18] Tomado de Espinosa/García, 2014: 63.

[19] Cuando murió el diario Hoy, 5 de diciembre de 1964 publicó una semblanza de este sacerdote: […] de carácter entero y enérgico, jamás vaciló en enfrentarse resuelta y valientemente con los enemigos de Dios y de la Patria. Tomado de Espinosa/García, 2014, nota 26, página 182.

[20] Ayudanta de cocina; también asesinaron a su madre, la enfermera Rosa Flórez Martínez.

[21] Tomado de Ayerra: 51.

[22] Ver Espinosa/ García, 2014: 56.

[23] Tomado de Espinosa/García, 2014: 71.

[24] Ver Espinosa/García, 2014: 75.

[25] Tomado de Maestre: 132.

[26] Ver Espinosa/García, nota 27, página, 186.

[27] Ver Moreno, 2009, nota 26, página 579.

[28] Bahamonde: 118-119.

[29] Situada en la calle Avinyó de Barcelona,

[30] Miguel Hernández estuvo recluido entre 1940 y 1941. También estuvo en Ocaña Marcos Ana, entre 1944 y 1946

José Luis Garrot Garrot
José Luis Garrot Garrothttps://asambleadigital.es
Historiador y arabista. Profesor de la UCM

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