La represión franquista contra la mujer «Guerra Civil y Posguerra» Conclusiones

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Dentro de la brutal represión que ejerció el franquismo, fueron miles las mujeres que la padecieron. Al igual que los hombres fueron encarceladas, torturadas, asesinadas.

A modo de Epílogola represión general se unió, en el caso de la mujer, una represión de género. El nacionalcatolicismo no podía permitir que las mujeres se salieran de los cánones por él establecido. No podía consentir que la mujer hubiera ocupado durante la República espacios hasta entonces reservados a los hombres. Debía de pagar este empoderamiento que la mujer había iniciado.

Por lo anterior se puede hablar que sobre la mujer también se llevó a cabo una represión específica. Las mujeres fueron vejadas hasta límites insospechados: rapadas, purgadas, violadas; todo ello con el fin de arrebatarles su condición femenina.

La represión sobre la mujer se extendió a todas las formas posibles, no sólo a la represión física. Padecieron una represión económica que les impidió poder ganarse la vida, obligándolas a muchas de ellas a acabar en la prostitución. Les fueron arrebatados sus hijos, muchos de ellos al nacer, para evitar que pudieran ejercer como madres que inculcaran a sus hijos los valores nacidos de la República.

El robo de los niños republicanos fue una constante, que llegó a convertirse en algo usual hasta bien entrada la década de los ochenta, e incluso después. Los niños debían ser educados en los valores del nuevo régimen; para ello se debía evitar que fueran educados por las «rojas».

Sí en las últimas décadas la historiografía sobre la represión franquista ha dedicado buena parte de su producción a la llevada a cabo sobre los hombres, o a nivel general, ha de ahondarse en la represión específica sobre la mujer, aunque bien es cierto que se va mejorando en este aspecto. Hay que resaltar que, dentro de la represión general, hubo también una dirigida específicamente al sexo femenino.

A modo de Epílogo

Se dice que el historiador ha de ser imparcial, lo que suele equivaler a un término que está últimamente muy de moda; la equidistancia. Esta idea viene heredada de la famosa Transición española; donde algunos decidieron, e impusieron, que había que cerrar heridas, que en ambos bandos hubo buenos y malos, etcétera.

Nunca he estado de acuerdo. El historiador ha de ser objetivo, lo que no equivale a ser imparcial. El historiador ha de contar la verdad sobre lo ocurrido. El historiador ha de contrastar las fuentes, utilizar tanto las que se avienen a sus propósitos como las que no. Una vez hecho esto, el historiador debe sacar sus conclusiones; conclusiones que se han de ajustar a la realidad que se ha estudiado. Estas conclusiones no pueden ser etéreas, porque el historiador es también una persona que piensa, siente y padece.

Por tanto el historiador que respete y ame a la Historia, y que se atenga a la verdad demostrada, no puede ser imparcial con determinados momentos de la historia, sobre todo la más reciente. ¿Alguien puede ser imparcial ante el Holocausto? ¿Alguien puede ser imparcial ante las atrocidades cometidas por individuos como Hitler, Franco, Mussolini, o Stalin?

Por todo lo anterior en este trabajo he sido objetivo, he contado la verdad de lo ocurrido; pero no puedo ser imparcial. No puedo ser imparcial ante las barbaridades que soportaron las mujeres vencidas de la guerra. No puedo ser imparcial a la hora de juzgar todo lo que soportaron.

Por eso este trabajo ha querido ser un modesto homenaje a todas las mujeres que fueron vejadas, torturadas, encarceladas, asesinadas. Porque atendiendo al último deseo que pidió Julia Conesa en la última carta que escribió a su madre: Que mi nombre no se borre de la historia; no puedo dejar que el recuerdo de esas mujeres sea olvidado.

Para terminar reproduzco un hermoso poema que Ángeles García-Madrid dedicó a las Trece Rosas:

A trece flores caídas

Trece flores de trece limoneros
hacia el Valle que seca los trigales.
Trece ninfas de trece manantiales
que le ceden su canto a los jilgueros.

Trece sueños fragantes de romeros
que se crecen ante los peñascales.
Trece voces que riman los riscales
para que tengan paso los veneros

Trece estrellas que rompen las cadenas
que les impiden alcanzar su cielo
y se desprenden de sombrías arenas.

Trece ideas con un solo desvelo.
Trece arpegios vencidos… ¡Trece penas!
¡Trece flores, tronchadas, en el suelo!»

Para leer el libro completo…

 

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