Este verano hemos sido testigos de un nuevo acontecimiento relacionado con el clero de la Iglesia Católica. La Corte Suprema del estado de Pensilvania, y al frente su Fiscal General (al parecer allí cumplen su función), acusaba a 300 curas de abusos sexuales y violación durante décadas a más de 1.000 niñas y niños
El propio informe judicial aclaraba que el número de víctimas sería mucho mayor, pues muchos no quisieron o no pudieron ser identificados. Destaca sobremanera una característica común a estos casos: » Un encubrimiento sistemático por parte de altos funcionarios de la Iglesia en Pensilvania y en el Vaticano». No ha sido el único lugar de Estados Unidos donde han aflorado estos hechos, en Boston o Washington se dieron acusaciones similares.
Según un informe de ECA Global (organización que recopila todas las denuncias a nivel mundial) las víctimas reconocidas y documentadas por abusos sexuales por parte del clero católico estarían en unas 100.000 personas en todo el mundo. Por supuesto, cifras muy por debajo de la realidad y una auténtica punta del iceberg.
No sorprende que, en un país laico y en donde se supone que la Iglesia Católica no tiene gran influencia, hayan empezado a salir datos tan alarmantes sobre la cantidad de víctimas que hubo, teniendo en cuenta que los católicos son tan solo el 20% de la población. Algo parecido ha sucedido en Australia, Canadá u Holanda, con miles de afectados. Por suerte, este movimiento judicial y ciudadano de denunciar estos hechos provocó procesos de investigación también en las católicas Irlanda, Chile o Austria. Y en menor nivel España o México, donde solo se han investigado casos aislados denunciados por víctimas, pero sin un fiscal público que haya investigado su generalidad en las instituciones eclesiásticas.
La siguiente pregunta es obvia: ¿qué habrá pasado en los países evidentemente confesionales católicos o con una gran influencia en el Estado? En España la dictadura franquista era “nacional-católica”, es decir, la Iglesia tenía un poder desmedido, un poder omnipotente y omnisciente (como su dios). No hay que ser un sabio para plantearse que la unión entre el poder que los curas tienen (o tenían) sobre sus “fieles” más vulnerables (los menores), una sociedad sumisa a un régimen y una religión oficial, junto con un “sistemático encubrimiento de los cargos eclesiásticos denunciados” nos dan una de las mayores vergüenzas consentidas en la Historia.
Es cierto que también ha habido casos parecidos fuera de la Iglesia (entrenadores, profesores, etc.) pero nunca a un nivel tan hipócrita, donde la reputación de una institución religiosa ha estado por encima de la dignidad de cientos de miles de menores por todo el mundo. Curas que simplemente eran trasladados de parroquia después de denuncias, presiones a los más débiles para que no denunciaran, y con una orden clara a los suyos, esconder y tapar los casos, y al mismo tiempo no hacer nada para evitarlo, y ni mucho menos denunciarlo a los juzgados. También desgarra la falta de voluntad por investigar de infinidad de instituciones públicas que, como poco, miraron a otro lado. Solo «Dios» sabe bajo qué presiones.
No hay religión o institución que pueda haber permitido estos atroces hechos y que salga inmune de tal vergüenza, excepto una, la Iglesia Católica, cuyo poder máximo en el Vaticano siempre escogió la opción de hacer callar a las víctimas para mayor gloria de su poder terrenal.