El libre comercio utilizado por el neoliberalismo contemporáneo es un mito. El mercado «libre» no existe como tal, todo mercado tiene reglas y límites que restringen la libertad de elección. Un buen ejemplo es el que ilustra el economista surcoreano de la Universidad de Cambridge: ¿Por qué un chófer de autobús de Suecia gana 50 veces más que uno de Nueva Delhi? Porque el de Nueva Delhi no puede ir a Suecia, pues hay límites a los flujos migratorios.
Otra de las falacias o creencias erróneas del capitalismo es que la libertad de mercado y la no intervención estatal genera más riqueza. Y si no, basta con fijarse en la «desregulación del sistema financiero». Puede que generara mucho dinero, pero provocó la crisis en la que estamos inmersos y la brutal destrucción de riqueza que aún se sigue produciendo.
Lo que digo es que si uno estudia la realidad de los países en desarrollo de la posguerra, la historia oficial que pregona el neoliberalismo con el FMI y el Banco Mundial a la cabeza, no coincide con la realidad. El milagro japonés es un ejemplo bien claro, pero también lo es China.
También está la rama ideológica del mercado anarquista, donde se han cultivado en las últimas décadas todo un movimiento estudiantil libertario, siguiendo la estela del americano Murray Rothbard. Sus posiciones varían entre la reducción del Estado al mínimo necesario para proteger el imperio de la ley (minarquismo) y su abolición completa (anarcocapitalismo). Ellos apelan al lejano Oeste como paradigma.
Pero por mucho que lo deseen, el mercado no puede operar satisfactoriamente en el vacío institucional. Es precisamente la creación y el sostenimiento de ese marco institucional que da lugar al sistema de transacciones comerciales (es decir, al mercado) la razón de ser del Estado. Según yo lo veo, nadie invierte si no hay seguridad jurídica, respeto por el derecho de propiedad, libre disposición de las utilidades, moneda estable, etc.
Conviene distinguir entre el Estado como unidad política constituida por unos ciudadanos, un territorio y unas leyes e instituciones, del Estado como aparato que gobierna de forma monopólica y centralizada a dicho colectivo (políticos, burócratas, funcionarios) de aquí la nace la corrupción y la no creencia en el mismo.
Pero vamos, que esto tampoco se resuelve por individuos produciendo, comprando y vendiendo en el mercado.
Otra de las falacias que nos vende el capitalismo neoliberal es que las empresas privadas funcionan mejor que las empresas públicas, se privatizan por razones de eficiencia… cuando la realidad es que se han vendido empresas públicas bien gestionadas que han perdido “eficiencia” con la privatización. Buen ejemplo de ello es la privatización de ENDESA que, vía despidos o prejubilaciones a cargo de las arcas públicas, sustituyó al personal fijo cualificado que conocía y mantenía la red, por subcontratas, (algunas del empresario/mafioso Florentino Pérez) con personal temporal y menos cualificado para ahorrar costes y aumentar beneficios.
También se dice que los funcionarios no trabajan. Cierto es que todo se puede mejorar, pero la realidad es que la Seguridad Social, el SEPE, los colegios públicos de Educación Infantil y Primaria, los de secundaria, las Universidades, los hospitales públicos, el transporte urbano de titularidad pública, las oficinas de Correos, y otros, atienden, todos los días, a millones de personas.
Conclusiones:
No debemos resignarnos a la perpetuación del sistema capitalista, que enriquece a unos pocos pero genera profundas desigualdades e injusticias y reduce a mucha gente a la miseria.
La proclamación de una ley fundamental o constitución para una nación o grupo humano no es algo que suceda de repente y a partir de la nada, sino que puede ser la culminación de un proceso gradual de cohesión social.
Apelemos entonces al principio del bien común, al colaboracionismo entre individuos para lograr que el Estado sea eso, de los ciudadanos y público. Aristóteles decía: «en su vida política activa, un ciudadano lleva a cabo acciones virtuosas a favor de su polis tanto en la asamblea como en el consejo, los tribunales y la actividad bélica«.
Para él, una vida política activa, en la que los ciudadanos deliberen, gobiernen y construyan la polis, equivale a una vida buena y feliz.