Arturo, el caballero de la mesa redonda no… el otro

“Yo soy corresponsal de guerra, novelista, reportero, más chulo que un ocho… un adonis, meo colonia y caballero”. Vociferaba siempre un triste varón, con ínfulas  de creerse caballero  andante,  más era tan mentecato y bergante que  no alcanzaba ni a ser bufón.

Cuál era su fatuidad, que utilizaba  fingida humanidad y honor, para valerse en su propósitos. Daba igual quién se cruzase  en sus escritos: Dama, vagabundo, corcel, letrado, un queso semi curado, un catalanista… o hasta un malabarista.

Todo era bien hallado, utilizado, sangrado y hasta descabezado. «No entro en debates», remataba el traidor, cuando en sus libelos cercenaba a sus víctimas cual Jack el destripador.

El muy canalla embelesaba a la orbe con su charlatanería y verborrea, pronunciándose como: escritor, filósofo, historiador, versado en letras, fontanero, alquimista, almendrero y periodista.

Recordando al Quijote, lo que no sabía el depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerías, publicador de sandeces, enemigo del decoro, harto de ajos, corazón de mantequillas, pan mal empleado  y prevaricador del buen lenguaje, era que una sentencia en los juzgados de Madrid redactada en prosa, (eso, sí,) le iba a hacer  pagar por plagio del «invento» del capitán Ala triste, más de 80.000 € al cineasta Antonio González-Vigil, que lo demandó.

Aiiiisss pobre desdichado, malversando con letras se gana la vida, español y muy español, machista, clasista, deslenguado, presuntuoso y procaz. Lo veo, solo le falta el palillo en los dientes presumiendo de haber encontrado la piedra filosofal.

Mediocre, petulante y engreído, el que presume de caballero y  luego contempla a las mujeres con la perspectiva de un jinete, hambriento de una buena cabalgada. ¿Cómo era?: «Las mujeres de antes sabían cuál era su papel: ocuparse de las labores domésticas y ser el descanso del guerrero».

En fin, para él todo es cuestión de gónadas, por eso se siente taurino y fascista, defiende la lidia y al torero: «lentos, callados y valientes ante la bestia».

Sobredosis de testosterona es lo que tiene, cuando se mete con la ley de memoria histórica, difama a los voluntarios de la guerra civil, a los republicanos y “se caga en Hemingway” literalmente.

Algo debe saber del fascismo, pues su hermano era el  inspector de la Brigada Regional de Policía Judicial de Madrid  apodado “Cartago”, jefe de “la mafia policial de los joyeros” y que hizo desaparecer a Santiago Corella, el Nani, entre otros.

Cuando reta a sus adversarios a resolver sus diferencias a puñetazos, me pregunto ¿Es la violencia un sello de familia? ¿Por qué el intrépido Arturo no utiliza su pluma para aliviar y reparar el dolor de las víctimas de su hermano? Imagino que para hacer eso hay que tener «huevos».

Y bueno, como a todo ruin y forfullero, lo de meterse con los catalanes por su independencia le sale a euro por falacia, así que hace cuentas y sabe que con esto le llega  pa’ pañales de incontinencia: «Como yo soy jacobino, es un tema que habría resuelto en el siglo XVIII», mientras hacía el gesto de la guillotina. «Ahora ya no tiene solución, ahora ya es otra cosa».

Acabando mi plebeya aportación confesaré que: Un triste don nadie es,
se le recordará por su malicia y sus rebuznos, no por su talento. Y –claro está- por sus santos huevos.

Isabel Bailo Domínguez
Isabel Bailo Domínguez
Profesora de educación infantil, técnica fitosanitaria cualificada, técnica medioambiental y forestal, madre a tiempo completo, actualmente estudiante de grado de historia y Rebelde con causa

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