El homo consumens, la razón del «sin sentido» común de nuestra era

¿Qué significa ser obediente a la naturaleza humana y al objetivo de la sociedad, y desobediente a todo tipo de ideales e ideologías políticas?

He aquí el problema central. Un manifiesto personal que sintetiza las ideas fundamentales de uno de los más importantes psicólogos y sociólogos del siglo XX, el de Erich Fromm.

Él expone su concepción de los requerimientos básicos para una vida humana lentamente realizada (necesidades de relación, de enraizamiento, de trascendencia y de identidad), y critica las estructuras sociales que obstaculizan su cumplimiento.

También describe cómo las naciones técnicamente avanzadas han logrado un nuevo tipo de individuo, «el homo consumens«, consagrado a la posesión y al consumo, pero solitario, aburrido y ansioso: un hombre-organización peligrosamente obediente,

Y afirma que tanto el capitalismo como el comunismo totalitario se mueven hacia una burocracia industrial negadora de la vida, el primero por ignorar, y el otro por traicionar los ideales de un socialismo auténticamente humanista en el cual los individuos prevalezcan sobre las cosas, la vida sobre la propiedad y el trabajo sobre el capital.

Sus razonamientos son aún pertinentes en la actualidad, pues nuestro principal objetivo debería ser todavía esta desobediencia al conformismo y la adopción de una postura crítica contra el “sin senti­do” común.

Reyes, sacerdotes, señores feudales, patrones de industrias y padres han insistido durante siglos en que la obediencia es una virtud y la desobediencia es un vicio.

Pues bien, para presentar otro punto de vis­ta, enfrentemos esta posición con la formulación siguiente:

Según los mitos de hebreos y griegos, la historia humana se inauguró con un acto de desobe­diencia y no es improbable que termine por un acto de obediencia.

Adán y Eva, cuando vivían en el Jardín del Edén, eran parte de la naturaleza; estaban en ar­monía con ella, pero no la transcendían. El acto de desobediencia liberó a Adán y a Eva y les abrió los ojos. Se reconocieron uno a otro como extraños y al mundo exterior como extraño e incluso hostil.  Su acto de desobediencia rompió el vínculo primario con  la naturaleza y los transformó en individuos.  El “pecado original”, lejos de corromper al hombre, lo liberó; fue el comienzo de la historia.

El hombre tuvo que abandonar el Jardín del Edén para aprender a confiar en sus propias fuerzas y llegar a ser plenamente humano.

Para los profetas la historia es el lugar en el que el hombre se vuelve humano; al irse desplegando la historia el hombre desarrolla sus capacidades de razón y de amor, hasta que llegue a crear una nueva armonía entre él, sus congéneres y la naturaleza.

Esta nueva armonía Fromm la  describe como “el fin de los días”, ese período de la historia en que hay paz entre el hombre y el hombre, y entre el hombre y la naturaleza.  Es un “nuevo” paraíso creado por el hombre mismo, y que él sólo pudo crear porque se vio forzado a abandonar el “viejo” paraíso como resultado de su desobediencia.

Como para el mito hebreo de Adán y Eva, también para el mito griego de Prometeo toda la ci­vilización humana se basa en un acto de desobediencia.  Prometeo, al robar el fuego a los dioses, echó los fundamentos de la evolución del hombre.  No habría historia humana si no fuera por el “cri­men” de Prometeo.

Él, como Adán y Eva, es castigado por su desobediencia. Pero no se arrepiente ni pide perdón.  Por el contrario, dice orgullosamente: “Prefiero estar encadenado a esta roca, antes que ser el siervo obediente de los dioses”.

Entonces, si la capacidad de desobediencia constituyó el comienzo de la historia humana, la obediencia podría muy bien, como ya he comentado anteriormente, provocar el fin de la historia humana. No estoy hablando en térmi­nos simbólicos o poéticos.

Existe la posibilidad, o incluso la probabilidad, de que la raza humana destruya la civilización y también toda la vida sobre la tierra. El hecho es que, si bien estamos viviendo técni­camente en la Era Atómica, la mayoría de los hombres (incluida la mayoría de los que están en el poder) viven aun emocionalmente en la Edad de Piedra.

Creo sinceramente que, si la humanidad se suicida, será porque la gente obedecerá a quienes le ordenan apretar los botones de la muerte; porque obedecerá a las pa­siones arcaicas de temor, odio y codicia; porque obedecerá a clisés obsoletos de soberanía estatal y honor nacional.

Y me preguntó… ¿Por qué se inclina tanto el hombre a obedecer y por qué le es tan difícil desobedecer? Mien­tras obedezco al poder del Estado, de la Iglesia o de la opinión pública, me siento seguro y protegi­do.

En verdad, poco importa cuál es el poder al que obedezco.  Es siempre una institución, u hom­bres, que utilizan de una u otra manera la fuerza o el miedo y que pretenden fraudulentamente poseer la omnis­ciencia y la omnipotencia. Mi obediencia me hace participar del poder que reverencio, y por ello me siento fuerte.

No puedo cometer errores, pues ese poder decide por mí; no puedo estar solo, porque él me vigila; no puedo cometer pecados, porque él no me permite hacerlo, y aunque los cometa, el castigo es sólo el modo de volver al poder omnímodo.

Pienso que para desobedecer debemos tener el coraje de estar solos, errar y «pecar».

Pero el coraje no basta. La capacidad de coraje depende del estado de desarrollo de una persona, si ha adquirido  la capacidad de pensar y sentir por sí mismo, puede tener el coraje de decir “no” al poder, de desobedecer.

Al dilucidar en el porqué de la obediencia del hombre a unos pocos, me doy cuenta de que la obediencia por la fuerza no basta, ya que existe la amenaza de que los muchos algún día puedan llegar a tener los medios para derrocar a esos pocos… se necesita crear la necesidad  de obedecer o incluso  desear obedecer en lugar de solo temer.

La autoridad debe asumir las cualidades del » Sumo Bien» de la «Suma Sabiduría», de esta forma los muchos pueden aceptar la obediencia porque es buena y detestar la desobediencia porque es mala. Simple… ¿no?

Por eso los filósofos del Iluminismo y los hombres de ciencia siempre lucharon contra la autoridad: Los principios sapere aude y de omnibus est dubitandum, “atrévete a usar tu sensatez” y “hay que dudar de todo”, eran característicos de la actitud que permitía y promovía la capacidad de decir “no”.

Se trata, en última instancia, de mostrar la imagen de una sociedad que sea digna del hombre, en la cual éste no sea parte de una máquina, no sea pa­sivo, sino que participe activamente, en la que el hombre no sea manipulado burocráticamente, no sienta un profundo fastidio. Muchas personas lo sienten, pero en gran parte en forma inconsciente.

Conclusiones:

Mientras el hombre reverencie ídolos, no estará en situación de pensar y actuar como un hombre libre que responde afirmativamente a su propia vida y a la de los demás.

Junto con la refutación de los ídolos o con la lucha entre ellos, va la escalada del odio y de la fuerza, dejando claro que resulta peligroso para la paz, atizar el odio y la violencia ya que sirven también a los fines de los belicistas. Sólo un cambio radical de la socie­dad podrá aportar una paz duradera.

Isabel Bailo Domínguez
Isabel Bailo Domínguez
Profesora de educación infantil, técnica fitosanitaria cualificada, técnica medioambiental y forestal, madre a tiempo completo, actualmente estudiante de grado de historia y Rebelde con causa

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