Los verdugos de Franco en la Guerra Civil. Bruno Ibáñez Gálvez «El azote de Córdoba»

En la mayoría de los trabajos relacionados con la represión franquista se ha incidido en las víctimas, estos artículos ponen nombres y caras a los responsables directos de las atrocidades que cometieron


IBÁÑEZ GÁLVEZ, Bruno, conocido como Don Bruno, ingresó en la Guardia Civil en 1911, y desde ese momento se dedicó con fervor a las tareas represivas. Ya en 1911 participó en la represión de los mineros de Puertollano –volviendo a participar en la represión contra estos mineros en la huelga de 1930-; repitiendo en 1913 esa misma tarea contra los mineros de Riotinto.

Participó, como tantos otros verdugos en la guerra de Marruecos, en donde ascendió a teniente, y a capitán en 1918. Durante su carrera pasó por varios destinos, dejando impronta de su paso allí donde era destinado. El 10 de marzo de 1931 es destinado a Toledo; pidiendo al año siguiente pasar a la situación de supernumerario; en aquel entonces residía en Daimiel, remitió esta solicitud para poder dedicarse a la administración de las tierras de las que era propietario su suegro, un importante terrateniente de la zona.

En febrero de 1933 solicitó su reingreso en la Guardia Civil. Ya en 1936 estuvo destinado en Ciudad Real, Málaga y Teruel, hasta que el día 29 de mayo de 1936 es trasladado a Córdoba. Según el historiador Francisco Asensio, Ibáñez hubiera sido uno más, que habría pasado sin pena ni gloria durante su carrera sino hubiera estallado la guerra civil: Quizá si la guerra civil no hubiera estallado Bruno Ibáñez hubiera sido un personaje anónimo, un oficial más de la Guardia Civil, pero la contienda le convirtió en un protagonista insigne en la España de Franco[1].

Cuando se produjo el golpe Ibáñez no se mostró muy lanzado a secundarlo, no porque no estuviera de acuerdo con la sublevación, sino porque la valentía no era uno de sus rasgos más sobresalientes. Tal fue su comportamiento, escondido en la habitación del hotel donde residía, que un compañero suyo, Evaristo Peñalver Romo[2], le amenazó con denunciarlo si no se presentaba inmediatamente a las nuevas autoridades. De hecho, dos meses antes de que estallara la guerra, Ibáñez hizo un comentario en voz alta: En menudo lio nos va a meter el cabrón de Franco; este comentario fue oído por un camarero, que se echó a reír al escucharlo. Cuando estalló la sublevación, Ibáñez ordenó fusilar al mencionado camarero.

Bruno Ibáñez con Ciriaco Cascajo[3]

El 28 de julio de 1936 Queipo le nombra jefe de la comandancia de Córdoba, junto a Ciriaco Cascajo; y el 22 de septiembre jefe de Orden Público, en sustitución de Luis Zurdo, otro salvaje asesino. Al año siguiente, el 28 de enero, es nombrado gobernador civil. Estuvo en el cargo de jefe de Orden Público hasta el 5 de marzo de 1937. Este período, que fue el más sangriento de la represión, es conocido en la capital cordobesa como el «Terror de Don Bruno».

Ya el primer día que ocupó el cargo de jefe de Orden Público, ordenó la detención de 109 personas, la mayoría de los cuales fueron fusiladas. Hasta su salida de Córdoba fueron miles de personas las ordenadas asesinar por este siniestro personaje. En 1936 se fusilaron en Córdoba 2.172 personas; al final de la guerra el número de asesinados había ascendido a 2.543.

Pasemos a conocer más al personaje que nos ocupa a partir de algunas de sus actuaciones y del testimonio de personas que le conocieron, y padecieron, durante su estancia en Córdoba. La gente de Córdoba decía de él: Virgen de la Consolación, si sigue en Córdoba Don Bruno, aquí no quedamos ni uno pata sacarla en procesión[4].

A tal punto llegó el número de ejecuciones que un empresario de la ciudad se quejó de su actuación ante el propio Ibáñez: O deja las detenciones entre mis obreros o me obligaré a cerrar la empresa, porque entre los que usted se lleva y los que huyen por miedo a la sierra, es imposible seguir la fabricación de material de guerra.

El abogado, y hombre de derechas, Francisco Poyatos López hizo una descripción de Bruno Ibáñez: Me levanté temprano. Apenas terminado mi aseo personal llegó don Bruno. Era un hombre sencillamente repugnante, viscoso. Me relató, entre risotadas, sus hazañas: « ¿Estalla un petardo en la vía férrea? Pues fusilo a todos los obreros que trabajaban en cinco kilómetros de uno y otro lado. ¿Qué un abogado me visita para protestar por la detención de un cliente suyo? Pues fusilo al abogado y a su cliente. Hay que tener mano dura, pues los enemigos son muy numerosos y únicamente pueden ser dominados por el terror[5].

Este mismo abogado relató al historiador Francisco Moreno, algunas «hazañas» de Ibáñez: Cuando «Don Bruno» me visitó por segunda vez, entre las mil barbaridades de que se jactaba me dijo que había fusilado a cuantos fueron vocales obreros de los Comités Paritarios. Me acordé de aquel medio centenar de hombres razonables que me ayudaron a restablecer la concordia y, aunque mis labios siguieron sellados por la cobardía, mis ojos ardían y mi corazón se acongojaba. Después me enteré de que bastaba una indicación patronal para que «Don Bruno» ordenase el fusilamiento del obrero mal visto [6].

Muy conocido en los prostíbulos cordobeses, y acusado de llevar a cabo múltiples violaciones a mujeres que iban a pedir clemencia para algún familiar, Ibáñez mantenía una imagen de fervoroso católico y rígido valedor de la moralidad. Bajo esta premisa ordenó la quema de miles de libros, que él consideraba pornográficos o «revolucionarios»; en su primera actuación ordenó quemar 5.544 libros. La idea de Ibáñez era librar Córdoba de todo libro pernicioso para una sociedad sana, por lo que se ordenó a todos los ciudadanos que entregaran las obras pornográficas, revolucionarias o antipatrióticas [7]

En un bando se mostraba muy satisfecho de su labor en pro de la moral y las buenas costumbres: me encuentro satisfecho de haber llevado a cabo esta labor de limpieza moral, anunciando que la continuaré y que, en el caso de que los agentes en mi autoridad encuentren en sus investigaciones algunas publicaciones de esta índole en librerías, kioscos, los dueños de los mismos serán sometidos a las más severas sanciones, aparte de cerrarles su establecimiento[8]

Bando ordenando la entrega de libros.

Cómo no podía ser de otra manera Bruno Ibáñez contó con la inestimable ayuda y consentimiento de la iglesia católica en sus labores represivas. Muy cercano a su persona estaba el sacerdote Alfonso Hidalgo Real, al que nombró capellán asistente. Entre las misiones de Hidalgo estaba la de acompañar a las personas que iban a ser ejecutadas. Hidalgo siempre iba con un crucifijo y una fusta, al que se negaba a besar el crucifijo le golpeaba con la fusta. Un vecino de la calle Hinojo, donde estaba la casa rectoral de la parroquia de san Andrés, recordaba al sacerdote: No se me iba el recuerdo de como todas las madrugadas llegaba una furgoneta llamada La Lechuza con objeto de recoger a don Alfonso. En el silencio, se oían las voces de elementos como Luis Velasco Moreno y sus acólitos aporreando la puerta como aviso de llegada. Seguidamente, salía vestido con un uniforme de la Guardia Civil y marchaba al cementerio para cumplir con su cometido macabro». Cuando regresó a Córdoba el obispo Adolfo Pérez Muñoz, se negó a recibir a Hidalgo. Este «insigne» sacerdote fue una de las pocas personas que fueron a despedir a Bruno Ibáñez cuando este abandonó Córdoba.

Alfonso Hidalgo Real, junto a los también sacerdotes Jacinto de Churruca, y el párroco de san Francisco, ayudaban en la elaboración de las listas de los que debían ser asesinados.

El Defensor de Córdoba, órgano católico, publicó el 26 de noviembre de 1936 un artículo elogiando la figura de esta despiadado asesino: Si a los cordobeses legítimos ha de causar legitima satisfacción lo que ha hecho por la Iglesia de su Custodio, don Bruno, no deben causarnos a todos menos satisfacción otras medidas suyas[9]. Estas otras medidas debían ser el exterminio de miles de cordobeses.

La salida de Bruno Ibáñez de Córdoba no fue muy airosa. Al parecer solicitó 100.000 pesetas a la Banca Pedro López, el propietario de la misma fue a quejarse a las autoridades. Otra versión es que pidió dinero a la Casa Carbonell, y Juan Cruz Conde se trasladó a Burgos para quejarse directamente ante Franco. La petición de donaciones «voluntarias» que reclamaba don Bruno, hicieron de este un hombre acaudalado, ya que no todas iban a parar a los fines previstos. Cuando terminó la contienda se abrió un expediente contra Bruno Ibáñez; el expediente abierto por un juez militar de Sevilla se debía a que no se sabía donde habían ido a parar las recaudaciones hechas por él entre 1936 y 1937. Finalmente salió indemne de la actuación judicial.

Bruno Ibáñez jamás tubo remordimientos por lo que había hecho en Córdoba.  En su despedida, y ante los elogios que recibía por los servicios prestados, se limitó a decir: No me corresponde a mi ningún mérito, pues me limitaba a firmar las listas que me ponían delante.

Bibliografía reseñada en el capítulo

ASENSIO RUBIO, Francisco (2012): Bruno Ibáñez Gálvez, de oficial de Infantería a represor, en Espacio, tiempo y Forma, Serie V, Historia Contemporánea, t. 24, pp. 195-228.

MORENO GÓMEZ, Francisco (2009): 1936: el genocidio franquista en Córdoba, Barcelona.


[1] Asensio: 214.

[2] Durante toda la guerra fue el presidente del Consejo de Guerra Permanente de Córdoba.

[3] La foto está tomada delante del Gobierno Civil, en el acto de la quema de una urna electoral. La publicó el diario Azul, el 17 de febrero de 1937.

[4] Tomado de Asensio: 217.

[5] Tomado de Asensio: 220.

[6] Ver Moreno Gómez, 2009: 568-569.

[7] Ver Asensio: 218.

[8] Publicado en el diario Azul, citado por Asensio: 219.

[9] Tomado de Morano, 2009: 569.

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