La represión franquista contra la mujer «Guerra Civil y Posguerra» Capítulo 5. Las cárceles franquistas

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En este capítulo trataremos sobre las cárceles habilitadas por el franquismo para las mujeres – en la posguerra existieron hasta 43 cárceles solo para mujeres-; que una mujer que las padeció, Josefa Amalia Villa, definió perfectamente: almacenes de reclusas. Amén de una visión general nos pararemos más detenidamente en algunas de ellas.

La llegada de Victoria Kent a la Dirección General de Prisiones, supuso un cambio radical en el sistema penitenciario español. Amén de mejorar sensiblemente las condiciones de vida de los reclusos, impulsó la creación de nuevas cárceles – como la cárcel de mujeres de Ventas, sustituyendo a la anterior cárcel sita en el antiguo convento de las Madres Comendadoras-, y la mejora de otras muchas; el fin era eliminar el hacinamiento, mejorar la salubridad de las mismas, la alimentación de los reclusos, etc. Todas las mejoras llevadas a cabo por Victoria Kent fueron cercenadas por el nuevo régimen.

Amén de en las cárceles las mujeres también pasaron por los campos de concentración, aunque no se creara ninguno específico para ellas. Hay constancia de la presencia de mujeres en los campos de concentración de Los Almendros (Alicante); Cabra (Córdoba); Convento de Santa Clara (Soria), Campasancos (La Guardia-Pontevedra); El Sardinero (Santander) y San Marcos (León). En este último campo estuvieron recluidas unas 300 mujeres.

Al ingresar en el campo, hombres y mujeres eran recibidos por un «Comité de Recepción» formado por guardias civiles, falangistas y funcionarios, que lo primero que hacían era propinarles una brutal paliza. Consuelo Gómez Demaría fue una de las mujeres que sufrió estas palizas: Unos falangistas de verdad y otros deseando parecerlo para redimirse de los castigos de los asesinos por los que estaban invadidos; nos maltrataban con crueldad […] Cogían las almadreñas por la pella de atrás y con el resto nos daban con fuerza en la espalda y donde podían. A mí me rompieron una vena en la espalda y estuve algún tiempo echando sangre por la boca.

El jefe del Campo de Concentración de San Marcos era el comandante de Caballería José Llamas del Corral; para hacer méritos ante sus jefes, en 1937 devolvió 101.445,75 pesetas de las que le habían designado para la alimentación de los reclusos y reclusas; en 1938 aumentó la cifra devuelta a 121.010,28 pesetas. Algún inocente lector podría pensar que era un magnífico administrador; pues no, el ahorro lo lograba haciendo padecer aún más hambre a los presos que habían tenido la mala fortuna de caer bajo su dirección.

Ante la ingente cantidad de presos se tuvieron que alquilar edificios particulares para habilitarlos como prisiones. En marzo de 1942, existían 55 edificios de este tipo funcionando como cárceles.

Tal fue el colapso a que había llegado el sistema penitenciario que el 9 de enero de 1940 se ordenó la puesta en libertad de aquellos de los que no se supiera la causa de su encarcelamiento. También se daba la libertad a los presos gubernativos: siempre que hayan transcurrido treinta días desde su detención o ratificación de ésta. Ante los malos resultados que estaba dando esta orden, el 2 de septiembre de 1941 se impusieron requisitos para tramitar las denuncias con el fin de evitar: […] que las denuncias o acusaciones que se formulen contras presuntos responsables puedan agravar ineficazmente su situación por basarse en estímulos personales de tipo vindicativo, en vez de inspirarse en móviles de justicia y exaltación patriótica. Debido a esta norma a partir de ese momento, teóricamente, no se atendían las denuncias anónimas y sin testigos

Había ciertas diferencias entres las cárceles para hombres y las destinadas a las mujeres. Por ejemplo; en las segundas había presencia de niños, hijos de las presas, incluso de algunos nacidos en la prisión. Otra hecho diferencial es que, mientras en las cárceles de hombres los presos políticos estaban separados de los comunes, no ocurría lo mismo en las de mujeres, donde las presas políticas tenían que convivir con las comunes, la mayoría de ellas prostitutas.

También hubo prisiones de castigo, Juana Doña habla de una de ellas: En una prisión de castigo, donde todo era brutal «Penal de Castigo de Guadalajara», penal que con su nombre hacía temblar a la mayoría de las presas de los otros penales y cárceles […] Todo había sido cuidadosamente seleccionado para atemorizar. La plantilla que regia la prisión estaba compuesta por funcionarias que habían pasado por penales dejando una estela de malos tratos y recuerdos amargos, ¡cómo no!, allí estaba «La Sacristán» ese era un sitio, un penal de castigo donde todo estaba permitido.

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