La Renta Básica a debate

Roxana Kreimer VS Juan Ramón Rallo

Hace ya a algún tiempo venimos asistiendo a un debate indirecto (debido a la actitud poco favorable de Rallo al debate directo de forma respetuosa en los términos que establece Kreimer) entre la investigadora y filósofa Roxana Kreimer, conocida principalmente por su visión crítica del feminismo plasmada en su obra El patriarcado no existe más, y el economista Juan Ramón Rallo, como diría Marx, un auténtico intelectual orgánico de la oligarquía capitalista bajo la bandera amigable del mito del pequeño propietario y los fantasmas de la libertad y el individuo. Todo esto en un formato de videos colgados en la plataforma audiovisual YouTube.

La cuestión básica de esta disputa es la imposición o no de una renta básica universal, que recibe varias denominaciones dependiendo del país en el que nos encontremos. La filósofa argentina defiende su aprobación en la medida que supondría un modo de paliar la exclusión social, aunque también afirma que esta es una medida parcial, nunca definitiva y resolutiva de todos los problemas que acarrea el capitalismo. Por el contrario, el economista español es contrario a esta medida porque expresa que esto fomentaría el “parasitismo social” (aunque contradiga esta posición en ciertos momentos de su argumentación), además de considerar ilegítimos los impuestos mediante los cuales se pretenderían recaudar los fondos para financiarla.

Pero lo interesante de este debate es que sobrepasa por mucho la mera cuestión de la renta básica universal, que tal como vimos en nuestro país, nunca pasó de ser una medida propagandística y retórica sin ninguna influencia en la realidad. Lo que queda de una socialdemocracia mínimamente realista se aferra a esta medida como un clavo ardiendo, mostrándose como el último tren hacia un capitalismo humano y social. Como contrapartida ha provocado la oleada liberal, que, basándose en las carencias de esta, consigue ganar adeptos en masa, proyectando la imagen de que el socialismo es el reino de las “paguitas”, olvidándose de la constitución soviética del 36 donde se decía algo así como: el que no trabaja no come.

Pero debemos admitir que Roxana en gran parte de sus argumentaciones, y en base a su abundante trabajo con datos reales (pudiendo discutir si desde el método empírico o el materialista), consiguió desmontar las principales falacias utilizadas por el liberalismo. La principal, y con la cual consiguió exponer de forma clara la doble vara de medir del capitalismo, es en lo referente al “parasitismo social”. Ya que, como bien argumenta, un capitalista que vive de herencias y mediante ellas puede vivir del trabajo ajeno es la máxima representación del parásito social. De este modo destruye también el discurso meritocrático, esencia de la retórica capitalista. Sin embargo, Kreimer, desde mi punto de vista, peca de falta de conocimiento histórico al esgrimir que la solución a todo es el cooperativismo, cuando precisamente en su continente (a imitación del modelo yugoslavo del nuestro) esto ha reportado enormes desastres económicos y sociales, siendo suficiente con nombrar la dictadura de Juan Velasco Alvarado en el Perú (heredera del corporativismo de la revolución mexicana), o el actual caso venezolano. Esto en la economía política marxista se conoce como la disociación de la producción y la distribución en el proceso productivo, cuando en esencia se encuentran indisolublemente interrelacionadas.

Por lo tanto, este debate nos deja dos importantes lecciones: lo parcial de plantear la reforma del capitalismo (mediante su racionalización que contradice sus leyes fundamentales) y la vigencia de la teoría leninista del imperialismo. Mientras los monopolios siguen imponiéndose, la riqueza se concentra, y esto a su vez provoca una reducción de los países que se benefician de esta concentración, que mediante el excedente de la explotación de otros países pretende financiar a una parte de la sociedad para que apoye este macabro modo de proceder. La renta básica no es nada más que el enésimo intento de parchear un sistema que se desmorona, utilizando los excedentes del expolio imperialista para movilizar al lumpenproletariado y que se comprometa con la oscura empresa de la “nación”. En medio de todo esto se encuentra la clase trabajadora, aquella que ha mirado a los ojos la brutalidad del sistema y ha comprendido que el atisbo en los mismos de sentimientos o compasión es una quimera, y solo su abolición podrá liberar al mundo de semejante monstruo.

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