Os presentamos el reciente y magnífico trabajo de investigación de nuestro compañero José Luis Garrot. Un conmovedor relato que da nombre y voz a las víctimas, delata a los torturadores y asesinos, nos descubre las tenebrosas cárceles y nos estremece con la crueldad hacia los niños.
Mostramos una pequeña introducción de este apasionante libro que podrás adquirir al final del texto:
La represión sistemática que llevaron a cabo los franquistas desde el inicio de la guerra civil tuvo una deriva si cabe aún más cruel cuando se ejerció sobre las mujeres. Una represión que tenía como objetivo no solo castigar a la mujer por haber apoyado la causa republicana, sino también, y sobre todo, por haber osado intentar apoderarse de espacios públicos que hasta entonces le estaban vetados por el simple hecho de ser mujeres.
El discurso de género del franquismo se asentaba en tres pilares: la sociedad jerarquizada, el patriarcado y el catolicismo trentista. Las mujeres y los hombres no debían ocupar los mismos espacios; para la mujer el privado, para el hombre el público. La mujer debía retornar a ser sumisa al hombre, esposa fiel y madre ejemplar; en resumen «el ángel de la casa». Este retorno a la situación anterior a la República le fue impuesto a la mujer de forma violenta y despiadada. Debían de pagar la osadía de haber intentado romper el modelo de feminidad nacional-católico
Cualquier excusa era buena para reprimir, vejar, arruinar y asesinar a las mujeres; haber cocinado para soldados republicanos, no haber correspondido como se debía a algún saludo fascista, conducta inmoral –en la que cabía cualquier cosa-. En definitiva, haber intentado ser mujeres libres. La bestialidad a la que llegaron llevó al extremo de asesinar a hijos delante de sus madres, como a un pequeño al que cogieron por los pies y estrellaron contra una pared, porque su madre le había puesto como nombre Lenin.
Los gobernadores civiles recibieron una nota en la que se citaban tres grupos de personas que debían ser especialmente vigilados, uno de ellos era el formado por las mujeres de la localidad, «sobre todo cuando estas sean agraciadas» y tengan familiares desafectos, detenidos, ejecutados o huidos a la zona roja.
Miles de mujeres, amén de las asesinadas, fueron encarceladas en condiciones infrahumanas. Las medidas que tomó en su día Victoria Kent sobre las prisiones, encaminadas a hacer labores de corrección y rehabilitación fueron totalmente desactivadas en las cárceles franquistas; en estas el objetivo era el castigo y la humillación.
Un demoledor informe del CICRC (Comisión Internacional Contra el Régimen Concentracionario), redactado por una comisión enviada a España en 1952 que visitó varias cárceles franquistas, estimaba que al finalizar la guerra el número de presas y presos superaba con mucho las 300.000 personas. También indicaba que el descenso paulatino en años posteriores no se debía a la «bondad» del régimen, sino a ejecuciones, muertos en las cárceles por culpa del hacinamiento, la insalubridad y la desnutrición, y a los diversos indultos que se habían promulgado para evitar el colapso carcelario.
Es triste ver que en nuestro país continúan existiendo calles con el nombre de personajes que formaron parte del régimen de terror que implantó Franco, o que se hayan otorgado honores en plena democracia, como el título de marqués de Queipo de Llano concedido a un nieto de uno de los más crueles y misóginos represores de las huestes franquistas; título concedido por Alberto Ruiz Gallardón cuando era titular de la cartera de Justicia.
Quiero que sirva este trabajo como mi modesto homenaje a todas las mujeres que sufrieron cualquier tipo de represión por parte del régimen más aterrador que hemos padecido en nuestro país en toda su historia.