El pueblo ecuatoriano, entre la espada y la pared

Recientemente se publicó un informe de la Defensoría del Pueblo del Ecuador, en el que se investigaron los abusos policiales y el proceder de los medios de comunicación ante la última ola de protestas contra el gobierno de Lenín Moreno.

El informe es bastante claro con las arbitrariedades que se cometieron, así como con el cinismo con que fue tratado el tema, siendo justificado desde todos los medios la brutal agresión hacia simples manifestantes indignados ante la ineficacia del gobierno. En él se informa de heridas graves e incluso de bajas humanas. Hasta aquí todo bastante habitual en el triste devenir Latinoamericano después de que se apagase la onda expansiva en la “nueva izquierda” que iniciara Hugo Chávez en el 1998. Pero ¿quién es el realmente culpable de que no se evitasen estos sucesos? Se suele cargar toda la culpa sobre el despótico arribista de Moreno, pero debemos ir más allá siempre que queramos comprender este tipo de fenómenos. En este caso debemos pensar en quien posibilitó que los sectores reaccionarios del país tomasen el poder y cargasen con semejante violencia contra el pueblo.

En este contexto de regresión política, las fuerzas de “izquierda” americana suelen hablar de persecución judicial (con el caso de Lula por ejemplo), le echan la culpa a los medios o dicen que sus proyectos fueron tan positivos que a la gente que sacaron de la pobreza se convirtió mágicamente en clase media reaccionaria (y desagradecida).

Pero el principal culpable de lo sucedido en Ecuador es Rafael Correa. Este es uno de los grandes defensores del Socialismo del siglo XXI, un personaje de intelecto ciertamente elevado, sobre todo en el ámbito económico. Por tanto estamos hablando de uno de los alumnos aventajados de Heinz Dieterich, no de un Nicolás Maduro. Por lo tanto no podemos echarle la culpa de sus errores tácticos a su falta de conocimiento.

Al iniciar un proceso “revolucionario” (supuestamente socialista, si seguimos a Dieterich), lo último que este debería permitir es precisamente una regresión en ese proceso, una sola concesión a la reacción. Pero esa fe ciega en la bienaventuranza de la democracia burguesa le jugó en contra a Correa, llegando la contraofensiva incluso hasta su propia persona. Así llegamos al eterno debate: ¿qué le impidió a esta nueva izquierda apuntalar sus proyectos revolucionarios? Pero me atrevo a lanzar otra cuestión más: ¿realmente quisieron apuntalarlos alguna vez? Correa precisamente (quizás solo igualado por Cristina Fernández de Kirchner, basándose en argumentos tan científicos como la película Good bye, Lenin!) es uno de los más férreos detractores de la dictadura del proletariado.

Pero ¿acaso esta no es la herramienta necesaria para que las agresiones contra los sectores populares revolucionarios dejen de producirse, como tristemente se vio en Ecuador?. Vemos así como se derrumba la fachada del Socialismo del siglo XXI, ya que este busca movilizar al pueblo con el fin de aprovecharse de él, no para dirigirlo hacia un proceso revolucionario real. Y del mismo modo que se aprovechan de su movilización, lo hacen con su represión.

Es muy fácil lanzar consignas desde el exilio o desde una embajada viviendo a cuerpo de rey, mientras el pueblo al que prometiste el cielo es agredido vilmente. De este mismo modo actúa el gobierno cubano con el bloqueo estadounidense, echándole todas las culpas de sus propios errores. Lo mismo ocurre en Venezuela, ya que mientras las “guarimbas” masacraban a supuestos simpatizantes del chavismo (muchas veces solo basándose en su tono de piel, lo que es aún más aberrante), los dirigentes chavistas estaban bien guardaditos y protegidos, alentando a la contraofensiva para defender a la “revolución” (que por lo que se ve ni va a llegar ni se le espera).

Pero no hace falta cruzar el charco, ya que el mismo proceso lo vivimos aquí hace nada con el caso de Hasél, con gente en las calles en manifestaciones estériles (defendiendo un tipo cuyo único fin era precisamente entrar en la cárcel para ponerse el cartel de mártir) que solo sirvieron para que hubiese personas que perdieran la vista o sufrieran heridas graves.

Después de que se apaguen estos focos (que solo benefician a la reacción, ya que solo generan frustración entre los indignados), todo volverá a la simple lucha electoralista que enfrenta a dos polos, la tiranía y los “menos malos”, sucediéndose en supuestos ciclos de “progreso” y reacción, mientras el pueblo sigue herido y sin una alternativa viable. Precisamente esto es lo que se ve en el caso ecuatoriano, ya que no por nada este país tiene una de las diásporas más notorias del continente, perfectamente perceptible en nuestro país.

En el período de mandato de Correa los progresos sociales fueron innegables (se trata simplemente de aplicar las matemáticas, aunque debemos entender el contexto de partida…), pero la insistencia en ese respeto a la democracia burguesa, en la que una clase se aprovechará de la explotación de la otra, es lo que condena a estos proyectos a ser algo temporal y efímero (en este sentido tienen bastantes paralelismos con la concepción anarquista de la revolución).

En fin, otro ejemplo más de que el capitalismo no se puede reformar, además de la brutalidad que genera seguir defendiendo esto. Pero mientras estos demagogos nos sigan queriendo vender que eso no es así y pretender que nos sumemos a sus aventuras idealistas y efímeras, el proletariado seguirá sufriendo las mismas agresiones tras la restauración de la facción más reaccionaria de la burguesía. ¿Realmente merece la pena jugarse la integridad física por el mismo sistema que te moviliza hacia un oasis que nunca se materializa, una democracia solo para una clase, en la que los trabajadores solo aplaudimos?

https://www.youtube.com/watch?v=0iTObIA75hc

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