Poder, estado, nación y país: La tergiversación de un concepto Corre el siglo XXI. El Estado es la forma mundial de organización social. El poder de los gobiernos se ha impuesto en todo el planeta Tierra. Nada parece indicar que pudiera existir vida fuera de esta forma estructural que organiza la vida social, política y económica de los seres humanos. Nuestra calidad de vida es insuperable. Los pueblos “primitivos”, bárbaros e incivilizados que viven sin todos nuestros conocimientos y libertades, nuestro confort y seguridad, son ejemplos pintorescos para visitar durante las vacaciones a algún exótico país del “Tercer Mundo”. No seríamos nada sin poder y Estados que nos hicieran la vida así de fácil y cómoda. Los líderes y reguladores de la sociedad, organizadores omnipresentes e infalibles, son imprescindibles. Ellos hacen posible la continuidad de nuestra forma de vida, de nuestra confortable y feliz existencia en un mundo organizado, encasillado y repartido en países y Estados al margen de los cuales, la existencia sería ardua y sufrida, inimaginable. Pero, ¿alguien se ha parado realmente a plantearse qué es un país? ¿Por qué surgió el poder sin el que estaríamos tan perdidos? ¿Qué causas y circunstancias llevaron al ser humano a crear esta organización? ¿Qué diferencia hay entre una nación, un país, un Estado? ¿Por qué hay voces nacionalistas que claman contra Estados? Corren días en los que resulta necesario aclarar ciertos aspectos sobre estos conceptos que tanto se manejan, de tan diversa manera y que engloban, dada la tergiversación oficial, varios significados bajo un mismo significante (ninguno de ellos real) y debido a ello, realmente pocos tienen claro. Se usan indiscriminadamente (nación como sinónimo de país, nacionalismo como patriotismo) en un momento, principios del siglo XXI, en el cual parecen resurgir más que nunca los movimientos nacionalistas a lo largo y ancho del planeta (¿o será que se les presta más atención y se hace eco en los medios de información a algo que existe desde hace mucho y siempre estuvo allí?). Chechenos frente a rusos, kurdos cara a cara contra los turcos, palestinos versus israelíes, tamiles contra indios, kashmires enfrentados a hindús y, a veces, a pakistanís, irlandeses plantando cara a ingleses, corsos y bretones al Estado francés, vascos pidiendo autonomía al Estado Español e indígenas de todo el mundo (muchos grupos étnicos como para enumerar aquí) insurrectos frente a Estados diversos forman lo que los media califican de nacionalismos y los gobiernos de todos los países bajo los cuales estos grupos afloran tachan como fanatismos nacionalistas y radicales terroristas (la mayoría de ellos toman la vía militar frente al opresor de su cultura o al que impide el desarrollo independiente de esta) y aplican calificativos peyorativos en busca del rechazo global y la uniformidad de pensamiento. Si escuchamos hablar a un dirigente mexicano de los zapatistas los tildará de violentos, terroristas y radicales, así como un homólogo indio lo haría de los tamiles o kashmires o un español de los vascos o catalanes. El objetivo es común: desacreditar cualquier movimiento nacionalista que pueda desestabilizar el orden establecido. Pero la cuestión aquí a abordar es ¿sabemos de qué hablamos cuando empleamos estos términos, nación, país, y nacionalismo? A juzgar por su empleo en boca de políticos y demagogos televisivos obviamente la respuesta es no. Aclaremos conceptos. Nada tiene que ver el nacionalismo con el patriotismo como nada tienen en común nación y país. Si se sabe algo de antropología esto resulta claro. Pero si aunamos el desconocimiento general de esta materia entre la población y el emponzoñamiento que los media se empeñan en realizar sistemáticamente del término (no sé si por desconocimiento o intencionadamente al servicio de fines mayores) el desquiciamiento semántico es tal que su significado real se diluye en otros con utilización política y fines destructivos (a veces incluso por parte de los propios líderes nacionalistas que muchas veces tienen intención de crear otro Estado idéntico al que combaten). El término nación es cultural. Una nación es una población con una cultura común, un idioma común y un sistema de creencias compartido. Y lo que es más importante, un etnónimo otorgado a sí mismos por ellos mismos. Esto es, un nombre genérico para esa población determinado por dicha población. Estos son los criterios que los antropólogos e investigadores de la cultura han manejado durante años para determinar las que son naciones y las que no lo son. El idioma, una lengua común (aymara, quechua, otomí, euskera, quiché, lacandón…) a toda la población, un sistema comunitario y compartido de creencias, y la utilización de un nombre común para ellos mismos y por ellos mismos (euskaldún, inca, yanomamo,…). Por otro lado nos encontramos el vocablo país, el cual tiene un componente político. Un país es un constructo artificial, nacido más o menos recientemente y que viene a definir un pedazo de tierra que una elite dirigente, que organiza la política y la economía, se adjudica como propio con fines políticos y económicos. Se trazan unas líneas sobre un mapa y se distribuye arbitrariamente entre los interesados. Así ha sido el caso de África y Asia (en época muy reciente) y América quinientos años atrás, pero no debemos olvidar que también así lo fue en Europa bastante antes. De esta manera y en tal reparto de pedazos de mapa, un país puede englobar varias naciones dentro de sí. Luego, se intenta homogenizar lo que queda dentro con una aculturación muy fuerte y recurriendo a la violencia y coacción si esta fuere necesaria. Se superponen términos, se equiparan en los diccionarios, se habla de derechos históricos… En fin, mecanismos que conocemos muy bien y que llevan a la asimilación de conceptos corruptos que perpetúan lo establecido. Como ejemplo para los incrédulos y escépticos que se echen manos a la cabeza al leer esto se pueden citar miles. Estados Unidos es un país pero los apaches son una nación dentro de ese país, así como los cheyenes, los hawaianos y un largo etcétera. México como país engloba muchas naciones (mayas, mixtecos, zapotecos,…) así como todos los países de América Latina, construidos artificialmente sobre una realidad heterogénea. Los uros son peruanos por obligación ya que cayeron dentro del reparto que los catellanos realizaron de América en virreinatos. Pero la similitud entre un uro y un limeño es nula. Y qué decir de África: un “bosquimano” no es un sudafricano aunque su territorio esté contenido dentro de ese país. Un fur no es un sudanés ni un pigmeo es un congoleño. Y en cambio el Congo existe como país. Y en Europa tenemos casos similares: ¿qué tiene que ver un astur de una aldea perdida que habla bable con un saleroso y fiestero gaditano? Y ambos, irónicamente, son españoles. O un euskaldun, ¿en qué se asemeja a un extremeño?. El parecido cultural entre un corso y un parisino es nulo así como es inexistente entre un musulmán de Kashmir, un budista de Leh y un hindú de Vanarasi. Pero los países para sobrevivir han de crear una ficción de unidad. Si cada nación bajo un Estado reclamara sus derechos a la independencia cultural el chollo se acabaría para muchos al desintegrarse la falacia de la “unidad nacional” a la que la inexistente boca bajo el bigote de Aznar no hace más que aludir. Pero, ¿cómo se llega a la aparición de estas entidades que absorben naciones y crean países e imperios sobre ellas?. ¿Cuáles son las causas que llevan a la formación de los Estados que anularán las diferentes culturas que éstos engloban?. Cómo nacen y se perpetúan los estados Ciertamente, la antropología moderna aún busca la respuesta escrutando en el pasado e investigando el presente. La arqueología y la etnografía permiten ir perfilando hipótesis y esbozando conjeturas que bosquejan un complejo proceso que lleva al ser humano de vivir en organizaciones igualitarias de cincuenta a cien individuos, cazadores-recolectores con un sistema de reciprocidad, a organizarse en férreas estructuras sociales (que hemos venido a llamar Estados) con existencia de clases y fuertes desigualdades, fuerzas armadas (policía y ejército) que velan por el mantenimiento de dicha estructura y de los privilegios que unos pocos ostentan frente a desequilibrios internos o invasiones externas. En ese avance de las ciencias se van extrayendo conclusiones certeras que cada investigador interpreta según su enfoque. Ciertamente, lo que es innegable y ya ningún antropólogo pone en duda es que el paso de la vida en bandas igualitarias a organizaciones más complejas (jefaturas y, posteriormente, Estados) supuso un retroceso en calidad de vida y libertades para el individuo. Por esto es que hoy, lejos de creer al Estado como una forma organizativa superior (como antes de los 60-70 se presuponía y así se explicaba su adopción entre las sociedades humanas llegando a despreciar como salvajes e incivilizados primitivos a los componentes de bandas y tribus) las ciencias de la cultura actuales se empeñan en buscar explicaciones para la aparición de este fenómeno. Si el ser humano aceptó este paulatino retroceso en su calidad de vida y cedió sus libertades frente a una mínima parte de su sociedad que dejaba de trabajar para vivir mejor entre lujos y sirvientes y ostentación conspicua, debió de haber una razón para ello. La búsqueda sigue y se plantea compleja. Pero, vayamos paso a paso. La agricultura El agotamiento del medio por los cambios climáticos en el paso del Pleistoceno al Holoceno conjugada con la actividad del ser humano parece llevar al Homo sapiens sapiens a emplear nuevas técnicas de supervivencia. La agricultura nace por ello. No de la mano de un genio anónimo que la descubre, sino a través de muchos años de observación, experimentación y práctica. Posiblemente ya fuera conocida antes de verse obligados a tener que emplearla por el desgaste del medio al que hacíamos referencia. Si no se usó antes fue por la carencia de utilidad que suponía. La agricultura requiere más trabajo y un plazo mayor de tiempo hasta que se obtienen los beneficios. Además estos no son siempre seguros. Una cosecha puede fallar por un clima adverso o desastres naturales (plagas, heladas, inundaciones…). La caza y recolección ofrece el alimento necesario a menor esfuerzo. Unas horas al día bastan para alimentar a cincuenta-cien individuos de una comunidad. Solo cuando el Holoceno llega y se reduce la posibilidad de éxito en estas faenas, el ser humano se verá forzado a practicar la agricultura. Este cambio en la forma de producción llevará a cambios tecnológicos y sociales ulteriores. La agricultura tiene pues un puesto clave en el camino hacia los primeros Estados. ¿Cómo? Vamos a analizar como este proceso productivo nuevo lleva a novedosas formas sociales, económicas y políticas, formas todas ellas hasta ese momento desconocidas. Nuevas formas de organización Los países son construcciones más o menos recientes. En su intento por controlar una serie de recursos naturales y una población que proporcione fuerza de trabajo, los Estados emergentes guerrearon (y siguen guerreando) para consolidarlos como suyos y mantenerlos bajo su dominio. El ejército que se forma con la existencia de una clase ociosa encargada de vigilar los terrenos que la innovación de la agricultura allá por el Neolítico (proceso no uniforme en todo el globo) hace creer suyos a un grupo que ha abandonado el nomadismo perseguidor de los recursos estacionales para convertirse en sedentario. El desarrollo de la horticultura y, después, de la agricultura produce un cambio en la mentalidad de los poseedores de tal “descubrimiento”. El ser humano ya no pertenece a la tierra (como las bandas nómadas creían y creen) sino que es la tierra en la que se asientan de manera estable la que pertenece al ser humano. El territorio a cultivar pasa a concebirse como propio y hay que defenderlo de presuntos invasores ya que en él se ha invertido un trabajo costoso (preparar el terreno para la siembra, escardándolo, desbrozándolo, talando árboles, luego plantando las semillas, regando la tierra, esperando los frutos…). Este complejo trabajo debe ser organizado por alguien, un líder, que cohesione las tareas, las organice y dirija, y que, seguramente, en el sistema de “grandes hombres”, predecesor de la Jefaturas organizadas, trabajara igual que todos o, incluso, más duro. Pero con el tiempo este “Gran Hombre” redistribuidor justo, comienza a quedarse con más, a guardar excedente, y a dejar de trabajar. Sus éxitos en su tarea organizadora le avalan y le permiten quedar exento de labor física. Paralelo a esto, el grupo ha ido aumentando demográficamente. La agricultura proporciona más alimento y, más o menos, asegurado, aunque en ella haya que invertir mayor cantidad de trabajo que en la caza y recolección. Además, una mujer sedentaria tiene la posibilidad de tener más hijos que una nómada o seminómada. Más trabajo requiere mayor mano de trabajo. Si a esto le unimos la mayor producción alimenticia que permite sustentar a más elementos en el grupo podremos comprender el incremento demográfico del Neolítico. Es la pescadilla que se muerde la cola. Crece la población, hace falta más producción y para ella, más mano de obra. El excedente que la agricultura permite obtener y, muy importante, almacenar, es otro factor de suma importancia en el camino hacia los Estados prístinos. El temor, muchas veces justificado, a pillajes y grupos saqueadores, invasiones de un terreno que como hemos visto se pasa a considerar propio y diversas racias de grupos organizados, lleva a la organización de vigilancia armada del territorio. En principio, todos los integrantes del grupo tendrían armas y vigilarían los sembrados. Pero, al igual que ocurrirá con el Gran Hombre organizador y redistribuidor, poco a poco los más capacitados en el manejo de las armas, los que más valerosos se muestren o que mayor capacidad física denoten irán formando un grupo armado que se distancia de la producción para dedicarse única y exclusivamente de las tareas de protección del poblado y campos de cultivo. El excedente sobrante almacenado en depósitos para tal efecto será el que les alimente. Nacen así los ejércitos. Este embrión se irá desarrollando, perfeccionando y encumbrando en la nueva organización al tiempo que los excluidos de él, el resto de agricultores y, aún, recolectores y cazadores (se combinan ambas prácticas siempre que era posible), van olvidando el manejo de las armas relegadas a segundo plano por las azadas y palos cavadores. Finalmente, las generaciones venideras, descendientes de esta “clase” campesina, no tendrán la opción al uso de las armas mas que en periodos de reclutamiento obligatorio en épocas de guerra. Esta, tal y como la concebimos hoy día, un enfrentamiento entre dos bandos fuertemente armados, nace de la mano de estos Estados emergentes. No es que antes no hubiera conflictos armados. Desde que el ser humano es tal las luchas parecen acompañarlo en su periplo cultural. Pero la capacidad de enfrentamiento entre dos bandas de cincuenta individuos es limitada. Solo la mitad, estimando hacia lo alto, son adultos capacitados para la lucha. Armados de garrotes y lanzas, dos bandos de veintitantos individuos batallan en una suerte de combate a veces, incluso, simulado o ritual. Las bajas son escasas y nunca suponen la erradicación total de una tribu o poblado salvo extrañas y cruentas excepciones (se conocen culturas que batallan mediante insultos y, a lo sumo, pedradas. A la primera baja todos se retiran alarmados entre gritos y clamores de venganza que nunca llegará a consumarse). Con el desarrollo de las nuevas formas de control social y económico la capacidad de movilización de hombres aptos para la guerra es mucho mayor (ya hablamos del aumento demográfico) y se ha institucionalizado un ejercito permanente especializado en el arte de matar. Las armas se han desarrollado y el objetivo es conquistar nuevos territorios para sumarlos al ya poseídos por un Estado. En estas condiciones es fácil adivinar que las batallas son más cruentas y que en el ejercicio de la absorción de nuevas zonas los insurrectos son eliminados. Los demás componentes de la sociedad enemiga pasan a engrosar la mano de obra del Estado invasor. La guerra como se conoce en la actualidad ha nacido. Otros factores Antes de continuar por nuestro particular recorrido en el desarrollo de las sociedades estatales quisiera incluir una nota aclarativa. Ya he recalcado, creo que suficientemente el relevante papel (a mi entender, imprescindible) que la agricultura juega en este fenómeno del paso de sociedades igualitarias a Jefaturas y, posteriormente, Estados incipientes. Sin embargo, pese a creerla piedra angular en este proceso y juzgar que sin ella los cambios no se hubieran podido dar, no pretendo dar la impresión de que es el único recurso que determina el surgimiento de estas estructuras sociales. La cultura humana es algo complejo e interrelacionado como para ser reducida a un único y decisorio factor. Con él se combinan otros no de menor importancia. Muchos casos han demostrado que el control de ciertas materias primas contribuyen al desarrollo de las Jefaturas y Estados. Territorios ricos en objetos preciados o de primera necesidad hacen que los controladores de esta zona acumulen riquezas fruto del intercambio y comercio de estas materias y se acelere el proceso. Sin embargo, el cambio de mentalidad ya se debe haber dado. Esa concepción de poseer el territorio, que dicho sea de paso, está en toda sociedad humana no solo en las agrarias aunque en estas últimas se acentúa hasta niveles extremos (una banda recolectora-cazadora explota un territorio y no gusta de otras bandas en el mismo espacio pero no considera en propiedad esa zona y casi nunca deniega el acceso a ciertos recursos naturales a otras bandas que pasen por allí), es necesaria para ver como propiedad personal una riqueza natural determinada. Ya han de ser sedentarios, controlar efectivamente ese territorio y defenderlo de los que necesitan o aspiran las materias que se contienen en dicha zona. Canteras para la construcción, sal, piedras preciosas, una fauna determinada, madera… y un largo etcétera son riquezas con las que puede contar un territorio y muchos otros no. La sociedad que pasa a erigirse en dominadora de una zona agraciada con tal riqueza, la explota e intercambia por otros materiales suntuarios o no, o favores personales debidos por los receptores que no pueden compensar a los poseedores de la riqueza natural. Caso conocido es el de los bonyoro en África. Controlaban la sal, bien preciado para la ganadería, la conservación de los alimentos y otras funciones menores, y en torno a ella se desarrolló una organización estatal deudora de tal control. Los mayas poseían en “su” selva tropical una fauna apreciada en el altiplano mexicano por sus exóticas plumas y pieles inexistentes allá. Este comercio consolidó una elite de comerciantes, hijos de los propios nobles. Se sabe que el comercio era un monopolio en manos de los dirigentes y que los plebeyos tenían vetada cualquier actividad comercial. Esto da fe de la importancia enriquecedora de esta actividad. Con ella se consiguen artículos suntuarios solo destinados a los nobles y reyes que se distinguen del resto con ellos y marcan esa línea infranqueable que recuerda quién es quién en el mapa social. Lo que antes eran plumajes y joyas exóticas y valiosas, son deportivos, yakusis y trajes de alto diseño en la actualidad que siguen poniendo de relevancia esa diferenciación social. La perpetuación del estado Hasta ahora hemos ido viendo de manera resumida y esquematizada al límite (de otra manera llevaría escribir un libro sobre el tema) como una nueva forma de estructuración social se izó de entre la maraña cultural de hace 4000 años. El cambio climático obligó a adoptar nuevas formas de explotación al medio que conllevaron un nuevo enfoque en la producción, la tecnología, las relaciones sociales y la mentalidad. La reciprocidad imperante en las bandas igualitarias va cediendo paso a una redistribución igualitaria al principio y luego desigual en manos de un Gran Hombre que, pese a trabajar al principio codo a codo con el resto, poco a poco y con el paso del tiempo y generaciones (el cargo al principio hay que ganárselo, luego pasará a ser hereditario) se aleja del esfuerzo físico productor para dedicarse a organizar las, por otro lado, necesarias tareas. Comenzará a guardar lo mejor para él, ya sea del comercio como de la producción de la tierra, y a distribuir lo obtenido desigualmente entre los pobladores. Premia a unos para ganarse su apoyo, en especial a esa “clase” armada que le conviene tener de su lado, a sus familiares y cercanos, así como a un grupo de antiguos chamanes que se empiezan a constituir en una religión institucionalizada. No producen y se encargan de mediar entre los humanos y los espíritus y antepasados para que sean favorables al grupo. Estos especialistas sobrenaturales en las tribus y bandas son a tiempo parcial, es decir, también producen. Conforme la agricultura se va convirtiendo en nueva forma de producción desplazando al resto de actividades, estos antiguos chamanes a tiempo parcial van dejando de producir, especializándose en su tarea principal y más requerida: la comunicación con el mundo sobrenatural. Los antepasados, siempre venerados en todo tipo de sociedad preindustrial, poco a poco sufren un proceso de divinización, en especial los ancestros del líder. Se entronca así y poco a poco, en un proceso paulatino, al jefe redistribuidor con las deidades y el derecho divino le legitima como soberano. Su mandato es perpetuado por una ideología extraterrena que se va forjando despacio y constituyendo una mitología compleja y rica al servicio del poder. El animismo “primitivo” es suplantado por una religión en toda regla, con deidades que regulan todas las actividades del humano así como su propia vida. Los chamanes pasan a ser sacerdotes que monopolizan la sabiduría y los conocimientos que, transmitidos de generación en generación, les aseguran un puesto clave en el organigrama social. Escritura, astronomía, matemáticas, calendario… son disciplinas que les mantienen en una posición estratégica y necesaria para el funcionamiento de la economía. Las cosechas requieren una precisa predicción del clima que solo y gracias a estos conocimientos los sacerdotes pueden determinar. Los rituales, actividades religiosas comunales y sacrificios dan al grupo un sentido de pertenencia a un todo, una cohesión interna y una justificación de la desigualdad imperante. El Gran Jefe lo es por derecho divino. Ningún mortal temeroso de los dioses puede discutir sus privilegios. De esta forma, el redistribuidor que comenzó organizando las arduas tareas que la agricultura reclama pasa a convertirse con el devenir del tiempo en un despótico mandatario, a veces un dios viviente con derechos ilimitados. Se empieza a distinguir del resto llevando adornos y ropajes vetados al común. Hace valer su autoridad gracias a la coerción armada y la legitimación ideológica. Sus hijos o elegidos heredan su cargo. Lo que antes se donaba voluntariamente para ser redistribuido igualitariamente ahora son impuestos obligatorios a depósitos estatales. Se reclaman trabajos para obras públicas y al servicio del soberano. Un nuevo sistema se perpetúa. El poder ha nacido. ¿Punto y final? Desde ese momento, el nuevo sistema, el Estado se inmortaliza en el tiempo. Pocas bandas pueden sobrevivir a su expansión continua del nuevo organismo en busca de recursos que satisfagan la demanda alimenticia de una población creciente y un mayor contingente de mano de obra, guerreros… Lo que antes era una amenaza, el aumento desmesurado demográfico que para una banda supondría una catástrofe, ahora, para los Estados agrarios y ganaderos supone una bendición. Cuanta más masa humana bajo su control mayor poder podrá concentrar. Esta concepción lleva al desarrollo sistemático y feroz de la guerra y explica porqué una banda no hace prisioneros en sus contiendas y una cultura en el nivel estatal conquista y somete. Carneiro definió como incostación el proceso que sufren las culturas que no han querido alcanzar el estadio estatal. Si tienen donde huir, así lo harán, refugiándose de la expansión civilizadora de los Estados. Ocuparán tierras no deseadas, insalubres o con condiciones muy duras. Los ¡kung san, por ejemplo, se vieron forzados a desplazarse al Kalahari, o los pigmeos a refugiarse en las entrañas de la selva ecuatorial africana, ambos terrenos poco codiciados por sus condiciones adversas a la vida del ser humano. Los uros tuvieron que llegar a vivir sobre las aguas del Titicaca para no ser engullidos por el engranaje imperial inca. Sin embargo, no todas las naciones pueden escapar a la agresión civilizadora. Hay culturas sin posibilidad de huida por imposición geográfica o por encontrarse entre dos culturas estatales. Es la incostación. Finalmente se unirán voluntaria o forzosamente al Estado pretensor. Así volvemos al principio de este ensayo. Los Estados engloban naciones muy distintas desde su génesis. El reloj de la historia pasa, pero el poder permanece ahí, petrificado en la estructura social que se enquista en el tiempo. Hoy día siguen existiendo los Estados como forma de organización social imperante. Pocas tribus y bandas sobrevivieron al avance arrollador de estas culturas. Las que permanecen vivas es, como ya he observado, en medios poco accesibles. Sin embargo, nichos ambientales que pertenecen a alguien. Los ¡kung mantienen a duras penas su forma de vida ancestral en el desierto del Kalahari, pero están confinados bajo la supervisión y el paternalismo del Estado sudafricano. La Amazonia, zona cultural rica en naciones con culturas en el estadio de banda, se divide entre la avaricia usurpadora de varios Estados (países) que las han absorbido y, en gran parte, destruido aculturándolas. Estas son las consecuencias del avance de los países. Las múltiples naciones que han ido incorporando a su organismo han despertado. Se desperezan y piden una autonomía que, claro está, los Estados se niegan a conceder. Son los nacionalismos que tanto censuran los bienpensantes. Han estado demasiado tiempo cautivos bajo las estructuras opresivas de los países. Y ahora que reclaman lo que hace mucho se les arrebató, quizá sea tarde. Porque las semillas de la confusión sembradas por los Estados han germinado y ya poca gente puede discernir un Estado de una nación, un país de una cultura y el poder se ha petrificado en la sociedad como única forma posible de regir el destino social. Tergiversa las mentalidades para hacerse creer imprescindible y niega cualquier forma organizativa que prescinda de él. Es su gran éxito. Hacer creer que nada fuera de su tutela puede existir, crear una dependencia fortísima hacia la forma de vida que ofrece. El 90% de la sociedad considera atrasados e incivilizados a las naciones que aún hoy viven como bandas y tribus. Ridiculizan sus creencias o les consideran anécdotas vivientes en un mundo de superstición e inseguridad, muriéndose de hambre o enfermedades en su lucha continua por conseguir alimentos. Hoy día, la antropología ha desvelado que la calidad de vida (midiendo calidad de vida en relación horas trabajadas) es mayor en un grupo de estas características que en la sociedad industrial occidental. Se ha destruido el mito del salvaje con taparrabos, casi un animal sin razocinio, sustituyéndolo por un ser humano perfectamente adaptado a un medio con una alta calidad de vida y una libertad inimaginable para nosotros. Los estudios de Richard Lee entre los mal llamados bosquimanos, por citar un ejemplo entre muchos, ilustran estas argumentaciones. Sin embargo, la opinión mayoritaria no deja de ser la anteriormente citada. Los más condescendientes hablan de tolerancia (nunca respeto) hacia sus formas de vida. Víctimas del turismo, son mercancías del sistema estatal. Puntos de referencia para demostrar lo bien que vivimos y lo afortunados que somos. ¡Van desnudos! ¡Y ni siquiera creen en Dios! Hemos analizado cómo surgió el poder, qué mecanismos y procesos le llevaron a desarrollar sus omnipresentes tentáculos y las consecuencias que trajo consigo, así como cuándo lo hizo y su perpetuación, todo ello de forma resumida y esquemática. Solo espero que este breve ensayo (llamarlo como queráis) sirva para algo y aclarar ciertas ideas y, sobre todo, demostrar que sin poder se pudo y podría vivir. Solo hay que desearlo. Artículo original de la antigua revista Alejandría Revolucionaria |
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