Recientemente entré en contacto con una interesante formulación teórica que se suele asociar al mundo de los estudios económicos, siendo denominada como ley de dependencia del camino (path dependence según su asignación original en inglés). Se trata de una teoría que tiene en cuenta el proceso evolutivo (por lo tanto histórico) en la creación de las actuales redes económicas dentro de los diferentes Estados, así como entre los propios estados. En el primer momento en el que la estudié me llamó poderosamente la atención sus similitudes con las tesis imperialistas, la fase actual del capitalismo siguiendo las tesis marxistas que desarrollarían Lenin.
Resumiendo, sería algo así como que el agente A que comience a evolucionar económicamente antes que el agente B tendrá mayores posibilidades de crear redes con el primero que lo beneficien (por lo tanto de explotación y dominación económica), provocando así un progresivo aumento de la distancia entre ambos. Esto es clave para entender las redes en las que se precisan ciertos materiales (extraídos en bruto) que a su mismo tiempo deberán ser transformados para convertirlos en manufacturas de cierta calidad y complejidad.
Este esquema se suele mostrar con claridad en las redes coloniales de gran escala del siglo XIX, pero no nos olvidemos que antes de dar el gran salto hacia otros continentes, las burguesías europeas debieron tejer estas redes de modo estatal, a menor escala. Esto es lo que hace que vinculemos esta teoría al fenómeno del nacionalismo, ya que éste defiende una uniformidad interclasista que nunca existió, pues a la burguesía le interesó crear estas redes de desigualdad en el propio territorio, que después del salto colonial no desaparecieron, sino que como mucho se marizaron.
Esto choca con las ideas de aquellos ilusos que simplemente piensan que porque tu región forme parte de un país “desarrollado/de centro” ya supone que será la panacea redistributiva, y que toda la población se beneficiará del espolio colonialista, o que por formar parte de la Unión Europea el progreso vendrá automáticamente en forma de investimento estratosférico. Estos olvidan esas redes de explotación desigual internas, que sobre todo en sistemas centralistas suelen presentarse, pero no solo desde la capital central (v. gr. Madrid) como muchos afirman.
Por lo tanto, esto se aprecia en aspectos tan simples como la dedicación al sector primario o secundario de una región (en el que el factor del valor añadido favorecerá a las primeras en detrimento de las segundas) o en otro aún más simple como el sistema fiscal, favoreciendo a regiones que aportan poco y reciben mucho del fisco “nacional”, tanto en forma de dotaciones económicas como de infraestructuras.
Por lo tanto una cuestión clave en todo este esquema es la competencia, ya que el hecho de poder desarrollar tu economía local antes te permite tener las herramientas para el aprovechamiento de otras zonas menos desarrolladas (pensemos por ejemplo en la iniciativa catalana en la incipiente industria de las conserveras en Galicia). Pero no debemos entender esto como un proceso únicamente económico, aunque tengamos una concepción materialista del mundo, ya que después del control económico derivaría el demográfico.
Pensemos en la emigración interna española, con la afluencia de las zonas menos desarrolladas hacia los núcleos desarrollados. Sin embargo estos emigrantes lejos de ser aceptados como unos españoles entre tantos, empiezan a aparecer los prejuicios nacionalistas, que en el fondo están escondiendo una cuestión de clase. Aparecen así los “beneficiados” por el nacionalismo y los perjudicados, que así mismo reclamarán también un discurso nacionalista.
Esto supone que esta discusión se convierta en el cuento de nunca acabar, ya que la cuestión en última instancia deriva de la problemática económica que hace que la clase trabajadora deba emigrar, encontrándose con sus hermanos que los rechazan por no haber nacido allí, sin percatarse de que los causantes de que estos tengan que emigrar fue su burguesía que se aprovechó y limitó el desarrollo de las regiones “secundarias”.
Esta a mayor escala derivaría en la cuestión colonialista, pero hay que pensar que la dominación colonial no es homogénea, ya que existe un apoyo a esta dominación de las elites y de otros ciertos grupos sociales del país colonizado, si no sería imposible la dominación prolongada y efectiva. De este modo, orientando la discusión hacia el terreno de las “naciones”, se pretende reducir el problema a una pugna entre dos burguesías, diluyéndose la cuestión de clase.
De este modo nos encontramos por un lado con el cosmopolitismo liberal, que en el fondo lo que pretende es una solidaridad de toda la clase capitalista para que la organización obrera sea aún más difícil e irrealizable. Y por otro lado las teorías del choque civilizatorio de corte tradicionalista, que propugna la urgencia de defender los valores nacionales, reforzando así las burguesías nacionales, que además suman para su causa a los obreros que rechazan la teoría del cosmopolitismo, que atenta contra sus valores identitarios (tanto los innatos como con los impuestos) y que por simple lógica tienen una vinculación muy fuerte con el lugar en el que viven, ya que sus posibilidades tanto de aprender otros idiomas como que sus puestos de trabajo y sus niveles de renta les impiden poder fluctuar su residencia y trabajos internacionalmente.
De este modo nos encontramos con una burguesía que defiende unos valores simplemente consumistas y clasistas internacionales (en esencia occidentales) y otra rama de la burguesía con un fuerte discurso de arraigo que en la práctica no va mucho más allá de una pulsera o una camiseta, ya que en el momento en el que les hablan de ayudar fiscalmente a la redistribución para una mayor calidad de vida de sus compatriotas salen volando con maletas llenas de billetes hacia Suiza, Panamá o Andorra.
Pero esto no es solo aplicable a aquellos países que se libraron de sus cadenas coloniales pero aún hoy siguen dependiendo de la producción industrial occidental y siguen sumidos en una economía de predominancia del sector primario. El caso español es buen ejemplo de estas redes internas marcadas por el “path dependence”, palpable sobre todo en el sistema tributario. De este modo nos encontramos una construcción estatal en la que no solo Madrid es clave en el proceso, sino que el País Vasco o Cataluña son agentes industriales y fiscales clave, que precisan tanto el capital humano de la península, como su aportación tributaria para seguir desenvolviéndose.
De este modo vemos como el proyecto del Galeusca no sería mucho más que un intento de crear una contraposición de fuerzas ante la “supremacía” de Madrid, ya que en la práctica no interesa un desarrollo real de Galicia que vaya mucho más allá del sector turístico, la viticultura o el marisqueo, todos a precios “competitivos”.
Esto no pretende echarle la culpa de la situación del país a los nacionalismos periféricos, ya que por ejemplo en el País Vasco, la fábrica de etarras no es el adoctrinamiento escolar o social, sino el terrorismo de estado que se lleva ejerciendo de forma periódica en este siglo. Pero debemos entender que tanto la burguesía vasca como la catalana son las más interesadas en seguir en el modelo estatal actual, ya que se benefician fiscalmente y a penas le resta nada significativo, además de que así se genera un discurso unidireccional del que sacan rédito electoral y mediático. En el caso gallego quieren que aspiremos a introducirnos en un nuevo sistema foral, pretendiendo lucrarnos del sudor de los que antes compartíamos bando (el de las regiones “secundarias”), pero no debemos olvidar que las redes caciquiles del sindicato de alcaldes que conforman el PP también utiliza un discurso “galleguista”, que no debemos dudar que se transformaría en independentismo si estas elites no sacasen suficiente rédito de las políticas de estado correspondientes a Galicia.