Ciertamente el 2020 ha sido un año cuanto menos diferente, que vino para romper con esa dinámica de normalidad absoluta que parecía reinar en suelo europeo, quizás solo interrumpida en el caso español por los sucesos en Cataluña o por la parafernalia prestidigitadora que se erige cada vez que el país se enfrenta a una cita electoral. En el marco de la pandemia global que aún sufrimos (aunque la economía ya se esté engrasando de nuevo o se realicen homenajes a los muertos y a los sanitarios…) llevamos bastante tiempo escuchando expresiones como “nueva normalidad” o “antigua normalidad”.
Pero la cuestión es ¿la pandemia de la Covid- 19 vino a implantar una nueva época creadora de una nueva realidad o solo nos enseñó con más claridad la realidad, y con esta la brutalidad de la que va acompañada? Hablaré de brutalidad ya que mientras exista explotación de una persona sobre otra y esto se pretenda mostrar de manera hipócrita como “normalidad”, no se me ocurre expresión mejor para definir esta situación. Además, vivo en un país en el que el nivel de hipocresía en el tratamiento del tema a veces roza el surrealismo, entendiendo que existen otros en el que se llega a disimular con mayor fortuna.
A pesar de la baja mortalidad del virus de la Covid-19 (alrededor de un 3% por lo que tengo entendido), su novedad y el desconocimiento en su tratamiento efectivo generó una situación de alerta social y prevención sanitaria que hizo actuar a todos los Estados del mundo de diferentes modos para tratar de combatir sus efectos. Bueno, todos los Estados del mundo es casi un modo de hablar, ya que en ciertos casos como el estadounidense la realidad del país solo se modificó en que se hace todo igual que antes pero con la mascarilla puesta (si tomas la decisión individual de ponerla…), o en el caso español donde de forma macabra se trató en todo momento de equilibrar la gravedad de la crisis sanitaria con los oscuros intereses de sectores económicos no esenciales (destacando el ccaìaso del turismo), derivando en los lamentables datos de fallecidos que todos conocemos… No es solo eso, ya que en el caso español vemos como se creó un debate político en torno a la cuestión de la gestión del coronavirus, con innumerables polémicas, donde creo que se mostró con una claridad cristalina que si dos adversarios políticos tienen que polemizar con una cuestión vital como esta, lo único que demuestra es que se debe mantener la imagen de “enfrentamiento” constante para que no se vea que en el fondo ambos son la misma cosa.
Esto muestra a las claras el tipo de sistema político que rige el país, vinculado profundamente no solo a sucesos posteriores a la muerte de Franco, se no desde la imposición militar de este con la imposición de su proyecto político. Y es en este sentido donde surge la primera cuestión. En un contexto donde está muriendo gente ¿no existe mayor acto de hipocresía que quejarse de que nos “encierran” en casa?. Estas en un lugar apropiado para la vida y con la barriga llena, así que debería de tener un mínimo de empatía con aquellas personas que no viven en condiciones habitacionales dignas o que a lo mejor ni siquiera tienen vivienda. Aun así la crítica tiene su parte de sentido, ya que lo que se debió hacer es cerrar las fronteras en los momentos iniciales de la pandemia. Entendería los reproches al “encierro” si fuese la segunda o tercera pandemia que estuviésemos viviendo, pero ni yo ni mis padres, por ejemplo, vivimos una experiencia semejante en nuestras vidas (cando a lo largo de la historia las epidemias o pandemias son algo de lo más común, desde la peste negra a la gripe española, por solo citar algunas de las muchas…).
¿Acaso las actitudes antisociales y el modo de gestión estatal que trata de primar la economía (entendida de manera capitalista, como el mecanismo de obtención de la máxima plusvalía posible) frente a la salud de la población, no nos muestra la imposición de una especie de ley de la selva, del “solo los más fuertes sobreviven”?. Esto viene a enseñarnos a las claras la naturaleza de los valores derivados de la Ilustración dejando ver sus sombras, siempre ocultadas por los propagandistas del liberalismo y la democracia. En la historiografía es algo muy frecuente la discusión sobre en qué momento los movimientos burgueses surgidos en el siglo XIX (de los que nuestros modelos estatales son herederos) pasaron de revolucionarios a contrarrevolucionarios, cuando en el fondo esa esencia contrarrevolucionaria sería propia de los mismos desde el principio.
Esto no quiere decir que respecto al anterior modelo esclavista o feudal esto supuso un progreso, pero ese progreso se basa en la explotación. Ante esto se aprecia con mayor claridad la necesidad de evolución histórica, de ruptuprera con este modelo que conforme avanza el tiempo se va aferrando con mayor fuerza a su posición de dominio, con su consiguiente saldo de muerte y brutalidad, por mucho de que la postmodernidad quiera pintarlo de colores, reformarlo o vender la imagen de que las identidades fueron abolidas junto con la historia. Esta necesidad de avance histórico es expuesta con lucidez por el marxismo, ya que defiende que la naturaleza debe ser convertida en lo más justa posible por medio de la acción humana, poniendo al servicio de esta causa el trabajo y la técnica (no debiendo ser empleada solamente para aumentar los niveles de beneficios como en el actual sistema).
Pasando a una realidad más concreta, nos centraremos en el reino de España (entiendo que me repito, pero cada vez que escribo reino siento que me transporto en el tiempo y no solo en el espacio, chocándome la supervivencia de los reinos en pleno siglo XXI…). Lo que más me llamó la atención desde el inicio fue que por mucho que se hable de la “era de las comunicaciones, de la información, de la técnica suprema mejorada por la informática…” en ningún momento se nos llegó a explicar con claridad cual es el funcionamiento del virus, además de que no se le prestó la suficiente atención al fenómeno del contagio, más allá de ciertos casos muy radicales o de los efectos secundarios que puede tener superar la enfermedad. Paralelo a esto surgieron estadísticas en las que se mostraba que dentro de las ciudades eran los barrios obreros los que sufrían más contagios, ya que a unas condiciones de vivienda que no facilitaban la convivencia prolongada se le suma el hecho ineludible de tener que trabajar para vivir… Todo esto vendría a contradecir empíricamente esa máxima tan gastada de que el virus afecta a todos, dando igual que seas rico como pobre. Ya mencioné los homenajes, quizás el espectáculo más dantesco y macabro de la pandemia, ya que las mismas élites que nos condujeron a esta situación se querían representar como artífices de la “victoria”, en lugar de cuestionarnos el sistema y las consecuencias que este tiene para la vida, o cuanto menos hacer la promesa de mejorar el sistema sanitario… Esto contrasta fuertemente con las imágenes iniciales de la pandemia donde el material sanitario brilló por su ausencia.
De nuevo observamos lo estúpido de querer derivar hacia una sociedad de la “performance”, de las militancias simbólicas, de las imágenes en redes sociales o gestos en partidos de fútbol… la realidad es algo radical, algo que se debe afrontar con acciones decididas y reales, y la evasión de las mismas solo demuestra que se quiere proyectar una imagen de cambio para que nada cambie. No hablemos ya del tema de los bares (para dejarlo claro ante previsibles reclamaciones, obviamente al cierre obligatorio de los mismos deberían ir acompañadas las pertinentes ayudas económicas). En una pandemia (tenga esta la mortalidad que tenga) lo último que puedes hacer es pretender restablecer la idea de normalidad anterior a la misma, ya que esto compromete bastante la disciplina social necesaria con un contexto de este calibre… Casi igual de macabro fue ver la reanudación de los eventos deportivos y semejantes actividades que de ninguna manera se pueden considerar como esenciales. Aunque llegué a ser un gran seguidor del fútbol, el hecho de tratar la situación de Messi como una cuestión de Estado es algo que me llega a lastimar como persona (ya lo haría en un contexto de “normalidad”, pero si a esto le sumamos la gestión estatal del coronavirus…).
En todo este tiempo asistimos a numerosas noticias sobre congregaciones de jóvenes obstinados en seguir celebrando botellones y similares ritos esotéricos a pesar de todas las restricciones y del aumento vertiginoso de los contagios. En este caso me van a permitir que ejerza de abogado defensor de esa juventud (entre la cual me incluyo, a pesar de mis hábitos de vida más propios de un octogenario y de que la alopecia me esté ganando el combate de forma abrumadora…). Pero no defenderé las actitudes antisociales, el nihilismo y la autodestrucción… Creo que las drogas son el cáncer de nuestra generación, especialmente de la juventud obrera, ya que si papi tiene pasta siempre es más fácil solucionar tus desfalcos… Antes de nada, me gustaría señalar el hecho macabro en el que se convirtió la “fiesta” en nuestra era histórica. Incluso se perdió su etimología, ya que fiesta es una celebración, una expresión de júbilo por un hecho digno de efeméride. Pero si se carece de un hecho o motivo de celebración, ¿qué sentido tiene la “fiesta”?. Se acaba convirtiendo en una imposición, en un acto ritual heredado de nuestras generaciones pasadas y reproducido sin más, en el que se amontonan multitudes de jóvenes expectantes de que suceda algo especial, y siempre ocurre lo mismo… De todas las formas no creo que esta juventud que suele salir en los medios nos represente.
No voy a negar que se trata de una masa importante de gente que está próxima a mi edad, pero dudo que sea hegemónica. Creo que existe una cantidad importante de juventud que trabaja a destajo para ayudar a sus familias, que estudia arduamente para resolver los problemas que nos fueron legados y a los que debemos enfrentar con responsabilidad. Así mismo seguro que una cantidad ingente estudia y al mismo tiempo tiene que trabajar para poder pagarse los estudios. Esto no es solo un condicionante por la falta de tiempo que implica, si no que esto impone que deban escoger carreras que le deberán retribuir la “inversión” a corto plazo, desplazándolos hacia carreras de corte técnico, y yo como militante en el mundo de las humanidades observo con tristeza este panorama, ya que esa juventud trabajadora es muy necesaria por estos lares, donde la batalla contra la erudición idealista y el pensamiento tecnocrático hace necesaria la mayor cantidad de combatientes posible.
Como alegato final me gustaría introducir una cuestión. ¿Quiénes son los culpables de que parte de la juventud solo piense en la “fiesta”, con la avalancha de autodestrucción y falta de esperanzas en el futuro que esto supone? Desde mi ignorancia me atrevería a afirmar que parte de la generación que nos precedió no tuvo una concepción de la sociedad muy diferente a la que se nos acusa de tener, inflamada por el egoísmo, el individualismo y el clasismo, se reprodujeron al igual que ahora sus hijos reproducen sus conductas sociales, por automatismo y sin racionalidad. En la otra cara de la moneda tenemos a las familias trabajadoras, en las que mientras se les impone el mensaje de que “España va bien” observan como la explotación se convierte en algo genético de lo que muy difícilmente se consigue salir, por lo que la droga es una de las pocas salidas que se le dejan abiertas, generando el drama que anteriormente ya comenté.
Con todo lo expuesto creo que he contribuido a mostrar que el coronavirus no vino a imponer ninguna nueva realidad, si no a mostrar con más claridad la brutalidad imperante. Pero no todo en este relato van a ser afirmaciones. Si miramos hacia el futuro emerge poderosamente dos interrogantes: ¿Habrá reacciones ante este imprevisible choque con la realidad? ¿Cuánta más hipocresía social seremos capaces de aguantar?. Debemos romper con la vuelta al oscurantismo, con un modelo que expone veinte mil alternativas pero en el fondo ninguna reniega del capitalismo. Debemos recuperar un materialismo revolucionario, ya que la imposición del idealismo solo provoca brutalidad. A comienzos del año era necesario este cambio, siéndolo aún más en situaciones excepcionales como una pandemia, en la que se precisan soluciones científicas, no sentimentales o de militancia simbólica.