Sin duda La Inquisición es uno de los temas del pasado que más comentarios y opiniones han producido. Veremos por qué fue tan temida y cruel, pero también desmontaremos falsos mitos y leyendas. La Inquisición, o Santo Oficio, reflejaba en sí misma toda la intolerancia, brutalidad e injusticia que caracterizó a Europa desde la Alta Edad Media hasta el siglo XIX, así como su uso por los poderosos en beneficio propio. Analizaremos también en este artículo su historia menos conocida, el origen y funcionamiento, su función represora en los incipientes estados modernos y las principales víctimas que lo sufrieron.
Los orígenes: La Inquisición Medieval
En los siglos XII y XIII Europa vivió una serie de movimientos religiosos que intentaban salirse de la ortodoxa y corrupta Iglesia Católica Romana. Fueron las herejías, las cuales muchas veces derivaban en auténticas revueltas populares de las clases sociales más marginadas. Recordemos que la Iglesia era el poder más importante y homogéneo del Medioevo. No sólo era una Iglesia rica sino que tenía una gran influencia en toda Europa central y occidental.
La rápida difusión de las herejías, como el maniqueísmo y el valdeísmo, provocó una reacción defensiva de la Iglesia. En 1184 el Papa Luciano III aprueba un decreto en el que la Iglesia puede aplicar la “inquisitio”, es decir, que la autoridad competente podía acusar a cualquiera por iniciativa propia, sin necesidad de testigos.
Ya en 1230 se crea en Francia, por parte de la Iglesia, una nueva institución para reprimir a los herejes cátaros (o albigenses) que se estaban extendiendo por el sur de Francia, los Pirineos y el norte de Italia. Ya en estos primeros tiempos la brutalidad era evidente, el destino de la mayoría de los herejes que no renunciaban a sus creencias era la famosa hoguera, la tortura y la confiscación de bienes. El éxito en la erradicación de herejías hizo que se fuera extendiendo la Inquisición por Europa, en esta época solamente Inglaterra y el Reino de Castilla carecieron de ella, destacando su uso sin embargo en Francia y la Corona de Aragón. Hay que resaltar que esta institución siempre fue promovida, y muchas veces impuesta, por la propia Iglesia. Los reyes y señores feudales carecían del poder que disfrutaba la Iglesia en el “Orbe christiano”. Muchas veces intentaron oponerse a sus dictados, como por ejemplo cuando la monarquía aragonesa se opuso, con escaso éxito, a la prohibición de los libros del Intelectual Ramón Llul.
La Inquisición en la Edad Moderna
A mediados del siglo XV, con la boda de los Reyes Católicos, se unen las Coronas (que no los reinos) de Castilla y Aragón. Los nuevos monarcas representan al nuevo príncipe autoritario que intenta hacerse con el poder en su propio reino. Tanto Isabel como Fernando instan al Papa a que creara una nueva Inquisición en Castilla con la excusa de los problemas con los “conversos”, es decir, de los judíos obligados a ser cristianos y que a veces mantenían sus antiguos ritos. Sin embargo la ambición real era poder controlar la Inquisición para beneficio de la Corona (como ya lo estaba haciendo Fernando en Aragón desde hacía unos años), con ello se pretendía homogeneizar, sobre todo religiosamente, a la población con la creencia de que así se lograría más fácil la creación de los nuevos estados modernos, dominados por la autoridad real. Con el nombramiento del dominico Fray Tomás de Torquemada como Inquisidor General de Castilla y Aragón, empieza en Europa la inquisición moderna, la que utilizarán los príncipes en sus territorios para aumentar su poder a base de terror.
Las víctimas de la Inquisición
Desde el siglo XVI los delitos considerados más graves fueron los de judaísmo, prácticas de los moriscos y el protestantismo, sin embargo la brujería, la bigamia y delitos sexuales eran considerados delitos menores.
- El Judaísmo. Este fue el principal móvil de la creación de la inquisición moderna en Aragón y Castilla. Los judíos sefardíes habían vivido relativamente en armonía con los cristianos hasta el año 1391, cuando una plaga de peste negra asoló Europa (perdió la mitad de su población). Pronto cayeron sobre ellos las culpas, pues eran considerados los “asesinos de cristo”; sin duda sus riquezas (eran prácticamente la única burguesía acomodada) y marginalidad ( vivían en barrios apartados, las juderías) tuvieron mucho que ver en su intento de aniquilación. Desde entonces muchos de ellos se convirtieron al cristianismo para evitar la pobreza o incluso la muerte. Se les llamarán los “conversos” o “cristianos nuevos”. Sin embargo, muchos mantuvieron sus antiguos ritos que desarrollaban a escondidas y que transmitían a sus hijos. Como ejemplo del recelo que se les tenía, destacar que entre 1481 y 1530 se condenó a muerte al 22 % de la población judeoconversa de Toledo. También el filósofo valenciano Luis Vives tuvo que exiliarse al ser acusado la totalidad de su familia de practicar el judaísmo, todos fueron a la hoguera, también Fray Luis de León pasó 3 años de cárcel por este delito. Hubo miles de casos como estos, ser intelectual, escritor crítico o simplemente ser envidiado por alguien podía ser una condena a muerte si no se demostraba la “pureza de sangre”. El panorama se endureció con los judíos que se quedaron después de la expulsión definitiva de los sefardíes en 1492.
- Los Moriscos. Ellos eran los descendientes de los hispanomusulmanes que no habían abandonado la península con el avance de la mal llamada reconquista. Casi todos ellos eran apreciados y cualificados agricultores por sus conocimientos y habilidades en sus trabajos con la tierra y la creación de los famosos huertos y regadíos (y que incluso hoy en día se siguen utilizando). Por lo tanto, a diferencia de los judíos que vivían en ciudades, los moriscos eran sobre todo rurales. Estaban asentados en zonas de tradición agrícola de Granada, Valencia y partes de Aragón. A finales del siglo XVI una revuelta de los moriscos en las Alpujarras, por las presiones y abusos que sufrían, termina con la persecución total de sus ritos y costumbres, destacando la lengua, el árabe andalusí, que todavía utilizaban. Aunque fueron obligados a un proceso de cristianización brutal siempre destacaron por su perseverancia y firmeza en el mantenimiento de sus costumbres.
- Delitos ideológicos. El Santo Oficio no sólo quería controlar la religión de las personas, se persiguió con igual dureza todo intento de pensamiento libre y crítico, y por supuesto todo de lo que dudara del dogma de la Iglesia. El primer caso importante fue declarar hereje al humanista y reformista Erasmo, pues se consideró como un promotor del protestantismo que ya estaba avanzando en Alemania. Sus escritos tuvieron una buena acogida en ciertos sectores sociales de la península. Y como consecuencia se empezó a controlar toda entrada de libros sospechosos desde el extranjero. El libro empezó a ser considerado un enemigo y propagador de la “falsa verdad”. Desgraciadamente se hicieron frecuentes la quema de libros, incluidas Biblias no autorizadas, y la censura. La literatura fue la más afectada por la censura. Obras como “La Celestina” o “El Lazarillo de Tormes” fueron prohibidas o eliminados capítulos enteros, las llamadas expurgaciones. Del exterior se prohibieron grandes escritores como Ovidio, Dante o Boccaccio.
Respecto a la ciencia, la censura no fue tan fuerte al principio (seguramente por el desconocimiento y no ser una época de grandes descubrimientos en ciencia), y se expurgó más que prohibir, aunque todo lo que fuera contradictorio con la ortodoxia católica se eliminó. Como curiosidad ni Galileo ni Copérnico fueron prohibidos, aunque asumiendo “rectificaciones”. Ya en el siglo XVIII sí que arremetieron fuertemente contra las ideas de los precursores de la Ilustración, se prohíbe a Montesquieu, Rosseau, Volteare, Bacon etc.., así como la célebre Enciclopedia Francesa.
- Otros delitos. La Inquisición persiguió con menos intensidad los delitos relacionados con el sexo y el esoterismo. Se penalizaba la simple afirmación de la no necesidad del matrimonio para las relaciones sexuales, también la bigamia, la sodomía, el bestialismo y las “solicitaciones de confesionario”, es decir, el intento de muchos sacerdotes de aprovechar su situación para requerir “favores sexuales” de sus feligreses o colegas. Casi ningún delito de este tipo se castigaba con la muerte.
La represión contra las supersticiones, muchas veces unida a la cultura popular, no fueron muy duras en comparación con los casos anteriores, tuvieron la suerte de que nunca se las consideró herejías. Salvo famosas persecuciones y posteriores juicios de “Akelarres” en el País Vasco, Navarra, Galicia y los Pirineos, la Inquisición sólo intervenía si se hacían “invocaciones al demonio”. Es por ello que siempre se intentó asociar la brujería con el satanismo, cuando habitualmente solían ser mujeres libres o chamanes que hacían la función de curanderos. Habría que destacar que en la Europa protestante sí que fueron estas manifestaciones de brujería las más perseguidas, no ya por una Inquisición que no existía en esas zonas sino promovido por las propias iglesias luteranas y gobiernos locales en su afán por acabar con lo “no cristiano”.
La organización de La Inquisición
Los dos principales bastiones sobre los que se apoyaba esta estructura eran la rígida centralización y control, así como la presencia casi absoluta en el territorio a través de los tribunales de distrito.
La cabeza del Santo Oficio era el Inquisidor General, nombrado directamente por el rey y ratificado por el Papa. El primer Inquisidor General fue el dominico Tomás de Torquemada en el año 1483. Aunque famoso porque su mandato fue una época bastante cruel, realmente destacó por ser un gris y eficaz funcionario al servicio de los Reyes Católicos.
El Inquisidor General presidía el Consejo de la Suprema y General Inquisición, denominada habitualmente como La Suprema. El Consejo se encargaba de la coordinación y control de los tribunales de distrito, para así seguir una actuación conjunta en todo el territorio. Los miembros del consejo los nombraba también el rey, y su número nunca pasó de 10.
Los Tribunales de Distrito nunca fueron un número determinado, en los primeros años proliferaron por gran parte del territorio del reino de Castilla y los reinos de Aragón, pero su número dependía más de la situación económica del momento. Los primeros tribunales fueron los de Sevilla, Córdoba, Zaragoza y Valencia hasta llegar a 23 tribunales. A finales del siglo XVI los tribunales llegaron a América, destacando los de Lima, Méjico y Cartagena de Indias.
La Inquisición daba de comer a mucha gente, y su número de “funcionarios” era alto. En cada tribunal había dos inquisidores (jueces), de los cuales uno era un jurista y otro teólogo. Trabajaban seis horas al día. Al principio predominaba el clero de las órdenes religiosas como los dominicos (clero regular), aunque a lo largo del siglo XVI se fue imponiendo el clero secular (sacerdotes). Los inquisidores solían hacer carrera en los tribunales, promocionando de los menos a los más importantes a lo largo de su vida. Para el control de los inquisidores se realizaban a menudo inspecciones por parte de la Suprema ante la falta de “honestidad” que solían demostrar.
Había gran cantidad de cargos más, como el Procurador fiscal, que elaboraba las denuncias, acusaba e interrogaba testigos y convertía las declaraciones en acusaciones.
Los Consultores procedían de la Audiencia (juzgados civiles) y matizaban las acusaciones precisando alguna cuestión procesal.
Los calificadores eran teólogos y catedráticos universitarios que analizaban libros, textos y expresiones dando su opinión sobre su peligrosidad.
El Alguacil era una especie de policía ejecutor, su obligación era detener y perseguir a los fugitivos.
El Alcalde era el carcelero, el encargado del cuidado y alimentación de los detenidos.
Caso aparte se merece el cargo del Familiar, era un colaborador laico del tribunal y participaba directamente en las persecuciones e informaciones sobre los acusados, eran los encargados de la red de espionaje, es decir, la policía secreta. Era un cargo bastante solicitado pues daba derecho a llevar armas y otros privilegios, como los fiscales. Y eran muy temidos, una acusación falsa podía llevarte directamente a la ruina o muerte.
En general los cargos tenían larga duración, casi hasta la muerte, aunque la corrupción era alta por la dificultad del control y los bajos sueldos.
Los procedimientos de denuncia y las penas
Aunque parezca mentira y suene raro La Inquisición era un tribunal que siempre funcionó de acuerdo a derecho. Su base jurídica estaba formada por el derecho común, mezcla del derecho romano medieval, el derecho canónico y las normas llamadas “instrucciones” que elaboraron los primeros inquisidores.
La fase instructiva del proceso empezaba con una denuncia en base a sospechas o por la “pesquisa”, que formalizaba el tribunal directamente. Además existía el edicto de fe, que obligaba a la denuncia al santo oficio de todos los comportamientos de herejía. Los testigos tenían que ser cristianos, mientras que los “infieles” solo podían denunciar a infieles, también debían estar en plenas facultades mentales y no tener enemistad con el acusado
Siempre se tenía más en consideración el testimonio ocular frente al auricular. Destacar que el testimonio de la mujer no era tomado en consideración a no ser que hubiera más de tres testigos femeninos. La prueba más considerada era la confesión del acusado, extraída muchas veces “bajo tormento” (tortura), si conseguía resistir “el tormento” era tomado con presunción favorable.
Después de la denuncia el acusado era convocado para hacer una declaración formal y ser examinado por los inquisidores, los cuales determinaban si las acusaciones eran consideradas herejías.
El siguiente paso era “la clamorosa”, en donde el procurador fiscal hacía las acusaciones formales. Después de ser acusado formalmente el alguacil le conducía a prisión, con el consiguiente secuestro de bienes para hacer frente a los gastos. En la cárcel estaban incomunicados aunque las condiciones de vida dependían del estatus económico del detenido, pues eran cuidados según su riqueza.
En el proceso judicial, ya en audiencia, el procurador exponía las acusaciones. El reo tenía un abogado defensor, que solía ser un letrado del propio tribunal, cuya función era animarle a decir toda la verdad para salvar su vida. Después eran leídos los testimonios, aunque siempre ocultando el nombre de los testigos. El reo se podía defender de estas acusaciones encontrando testigos favorables o tachando a los testigos acusadores de no fiables. La posterior sentencia debía ser por unanimidad, si no pasaba al Consejo de la Suprema.
Las penas variaron mucho a lo largo del tiempo, hasta 1530 las condenas a muerte eran muy numerosas (hasta el 40 %), estabilizándose más tarde sobre el 5 %.
El acto más espectacular eran los llamados “autos de fe”, un acto solemne con misa, sermón y lectura de las sentencias, y en donde asistían mucho público. Casi siempre se hacían cuando había muchos condenados en un juicio, haciéndose público el castigo, generalmente la hoguera.
La pena de muerte se aplicaba a los no arrepentidos y convencidos de su herejía, se necesitaba como poco tres testigos para aplicar esta pena. La pena más común era la “abjuración”, a la que se unían las penitencias como llevar los “sambenitos”, azotes, destierros o la más temida de todas: las galeras durante tres años. A esto se unía la confiscación de bienes.
Conclusión
Como ya he comentado La Inquisición fue un elemento más del control real que se pretendía establecer en los nuevos estados modernos, más homogéneos y por consiguiente más fácil de dirigir y dominar. Algo que vino muy bien para la Iglesia católica y confesiones protestantes para implantar su dogma y controlar la sociedad mediante el terror.
Sin embargo, aunque la historiografía y el conocimiento popular nos hayan pintado al Santo Oficio como el máximo representante de la represión, la tortura y la intolerancia, no lo era más que cualquier institución o gobierno de la época. Ambos poderes se utilizaron para conseguir sus objetivos, unos controlar el estado y los otros controlar a las personas.