Ciertamente las pandemias son algo con lo que los europeos llevábamos tiempo sin enfrentarnos. Mucho menos una de magnitud mundial como la actual. Ciertamente la propagación de la misma deberá explicarse más por la soberbia de Europa que por una conspiración apocalíptica o reptiliana. Se nos presentó Europa como la tierra de la libertad y la abundancia, contrarrestándola con una Asia superpoblada y enferma.
De hecho, presenciamos desde mucha distancia la catástrofe sanitaria del ébola, que presentaba una mortalidad mayor a la del actual coronavirus. Pero no es solo la confianza de occidente con respecto a su superioridad sanitaria, si no que cuando el virus se empezó a expandir se puso por encima de la gente al dinero y los negocios. Esto se hizo sin ningún remordimiento, de hecho Estados Unidos es quizás el ejemplo más palpable de este delirio capitalista donde cada vez más se impone la ley del más fuerte (aunque no se trate exactamente de fortaleza física, si no de medios económicos).
En los momentos iniciales la coyuntura epidemiológica obligó a paralizar la actividad económica, pero esto no fue igual para todos como se nos quiere hacer ver. A parte de los sanitarios (realmente explotados y denigrados, siendo curioso como compartieron abusos y exposición al virus con la clase obrera de la que suelen renunciar aspirando a conformar una especie de élite sanitaria de clase media acomodada…), lo que nunca faltó fue gente que repartiera la paquetería, que limpiara, que atendiera en los supermercados, que trabajaba en las obras o en infraestructuras energéticas… en fin, obreros, los imprescindibles sin los cuales el engranaje capitalista no podría funcionar.
Fue realmente ridículo como los medios de desinformación trataban de mostrarlos como héroes circunstanciales, obviando la invisibilidad y el insulto constante que sufrían diariamente. Los invisibles fueron apuntados con el foco, aunque siempre fueron imprescindibles, no solo en las catástrofes. Además se solía pasar por alto que el virus se originó en China pero quien lo propagaron fueron aquellas personas con capacidad económica como para andar asiduamente de aeropuerto en aeropuerto, algo bastante restrictivo para el proletariado.
Pero además de esto es representativo el fenómeno de que incluso en los momentos más críticos en España se siguiesen retransmitiendo en directo programas como Sálvame y demás bazofia del corazón. Algo realmente macabro, ya que el propio sistema que provoca la inoperancia sanitaria de tu país tiene que proyectar la imagen de que todo sigue igual y tiene que hacer funcionar el circo como si nada pasase. Esta imagen creo que habla bien a las claras de lo que se está convirtiendo el país por mucho que se siga ladrando sobre la democracia y la Unión Europea.
La gota que colmó el vaso fue la súplica del gobierno para que Europa nos enviase sus habituales remesas de turistas, con el riesgo sanitario que esto conllevaba. De nuevo cabría recordar, quien se expone ante los turistas descerebrados británicos no es el dueño de la cadena hotelera, es quien los sirve, que luego tiene que vivir con su familia porque su salario solo le permite la subsistencia.
Realmente pocos fenómenos fueron capaces de evidenciar tan nítidamente todas las mentiras y las carencias de la supuesta panacea que es la Europa democrática. Para comenzar, el pilar fundamental del pensamiento occidental es el individualismo. Nada como una epidemia de propagación interpersonal para desmontar esta conducta antisocial. A no ser que seas un cabrero autosuficiente que vives en el medio del monte el concepto de individuo absoluto es bastante difícil de aplicar en nuestros tiempos.
Nos guste o no somos seres sociales, la relación mutua con otras personas es algo imprescindible, cualquiera que no sea capaz de entender esta verdad realmente tiene un problema de falta de capacidad interpretativa de la realidad. Por esto la solidaridad y la colectividad deben ser incorporadas en el futuro si queremos tener una vida más complaciente y plena. Otro de los fundamentos que evidenció el coronavirus fue la religión del dinero. Ciertamente es triste vivir una vida de disgustos y fatiga persiguiendo la riqueza y la abundancia para que te acabe matando un virus al que no puedes comprar ni sobornar. Por mucho dinero que consiguieses amasar, sigue siendo imposible poder comprar un billete que te regrese de los brazos de la muerte.
El otro pilar que se cayó con la llegada del coronavirus fue el de la existencia y omnipotencia del Estado de Bienestar. En el plano en que más fue evidenciado fue en el sanitario. El colapso de la sanidad pública y la inoperancia de la privada vina a demostrar que ese más que idealizado estado de Bienestar desapareció hace mucho tiempo. Por esto es llamativo como aquellas ciudades donde la privatización de la sanidad estaba más generalizada se encontraron mayores dificultades para contener el colapso sanitario.
En un momento como una pandemia es difícil actuar política o socialmente (no nos engañemos, poner algo en Twitter o subir una foto a Instagram es igual de ineficaz como aplaudir en un balcón o hacer una cacerolada), siendo la única posibilidad viable analizar la situación fríamente y tratar de desenredar la maraña de desinformación que se nos pretende imponer.
Pero lo que importa es el futuro. No, la pandemia no fue sufrida por todos de igual forma. Nuestra clase necesita un cambio real, necesitan medidas urgentes. Ya antes de marzo del 2020 la sensación de putrefacción del sistema era casi insoportable, pero la gestión ante el coronavirus fue la gota que colmó el vaso. En la izquierda llevamos décadas infectados por la pasividad, dando bandazos, convirtiéndonos en grupúsculos diminutos, centrándonos en cuestiones secundarias, aceptando la lógica del capitalismo y la postmodernidad, pero esto debe acabar.
No nos caerá nada del cielo, del cielo solo cae orina mientras decimos que llueve. Hemos visto claramente que seremos el escudo humano ante cualquiera catástrofe futura, para las clases superiores los obreros somos poco más que máquinas. Realmente creo que incluso la denominación de proletariado se queda corta. Somos la esclavitud asalariada. No solo curramos por sueldos precarios en condiciones precarias, le damos nuestro único bien (nuestro tiempo) a cambio de que nos denigren y nos borren del relato. A España le urge una revolución, al mundo le urge una revolución, esta es la única lección que nos ha venido a demostrar el coronavirus.