Debido a la perniciosa y longeva crisis que está provocando la epidemia de coronavirus, el presidente del Gobierno Pedro Sánchez está invocando un gran pacto nacional. Sobre este posible pacto, los medios e incluso el propio Sánchez han mencionado que serían una reedición de los Pactos de la Moncloa. Particularmente cada vez que lo oigo, como se suele decir coloquialmente, «se me ponen los pelos como escarpias».
Viví, y padecí en primera persona, los famosos Pactos de la Moncloa, para los que no se acuerden y sobre todo para la gente joven que no los vivió, voy a intentar en pocas líneas explicar lo que fueron aquellos nefastos pactos que solamente vinieron bien a los empresarios.
Como me imagino todos sabéis la Transición fue impuesta y no negociada, a pesar de todos los que ahora siguen alabando el tránsito de la dictadura a la democracia tal y como se hizo, y que no dudan en afirmar que la Transición fue modélica.
Entre 1977 y 1988 existe una política «pactada» social y económica, que tiene como principal objetivo la desmovilización obrera y configurar como se llevaría a cabo el desarrollo económico; todo ello con el beneplácito de los sindicatos y para regocijo de la patronal. Desde 1977 a 982 los pactos permitieron, como apunta acertadamente André Bazzana[1], que la UCD capitalizara el cambio político y, por tanto, tener el máximo protagonismo en la dirección del período; a los socialistas consolidarse como la única alternativa de gobierno, y a los comunistas su participación en el escenario político.
Estos pactos consiguieron que buena parte del cuerpo social abandonara la batalla política. El desencanto produjo su despolitización, lo que dejó las manos libres para que los destinos del país fueran exclusivamente dirigidos por el poder político y sobre todo por el económico. Como señalaba Julián Casanova[2], los acuerdos adoptados impedían la participación de la sociedad civil. Hubo voces disidentes pero estas no tenían la suficiente fuerza como para cambiar el rígido sistema establecido. La mayoría de estos acuerdos tuvieron dos grandes vencedores UCD y PSOE, de eso se encargaron los dos políticos que llevaron el peso de las negociaciones: Fernando Abril Martorell y Alfonso Guerra.
Ya entramos directamente en los que fueron los Pactos de la Moncloa. Estos se firmaron el 27 de octubre de 1977 por la práctica totalidad de las fuerzas políticas y sindicales con alguna significación. Estos pactos se dividieron en dos partes: Acuerdo sobre el Programa de Saneamiento y Reforma de la Economía, y Acuerdo sobre el Programa de Actuación Jurídico Política. Nos centraremos en el primero de ellos. El objetivo de este Programa de Saneamiento Y Reforma de la Economía. Su objetivo era lograr un amplio consenso sobre la política económico-social que se debería llevar a la práctica para sacar a España de la profunda crisis económica en la que se hallaba inmersa (similar a la que estamos padeciendo y vamos a padecer).
Los Pactos de la Moncloa se han vendido como el gran consenso que logró sacar a España de la crisis, y como ejemplo de los resultados positivos que se obtienen cuando los actores políticos y sindicales dejan a un lado sus intereses particulares en aras del bien común. Un discurso que suena muy parecido al que estamos escuchando en la actualidad, tanto en políticos como en medios de comunicación. Veamos lo bien que fueron para algunos y lo mal que fueron para otros.
En el apartado económico se acordó congelar los salarios, autorizar el despido libre de hasta el 5% de las plantillas, aumentar la presión fiscal –no a las grandes fortunas, no os vayáis a equivocar- y reducir el gasto público. Para una segunda fase se acordó que el crecimiento salarial no podría superar el 20%, y que este siempre tendría que ser menor que el IPC previsto, que en aquellos momentos se estableció en el 22%. Dos años después, y siguiendo las consignas de los Pactos de la Moncloa, el aumento de salarios se fijó en un tope entre el 11% y el 14%, con un IPC previsto del 12%. En ambos casos la inflación fue superior a las subidas salariales, lo que supuso una fuerte disminución del poder adquisitivo de los trabajadores.
A lo anterior se sumó el compromiso de los sindicatos de disminuir a términos insignificantes las movilizaciones laborales. Los Pactos de la Moncloa cercenaron radicalmente las huelgas denominadas «políticas», que hoy en día siguen estando prohibidas. A esta desmovilización sindical se unió la desmovilización de la calle, tarea en la pusieron especial empeño el PSOE y el PCE.
El desempleo fue totalmente ignorado en los Pactos. Si a la pérdida del 10% del poder adquisitivo de los trabajadores que se produjo en 1977, unimos que el desempleo no paró de aumentar entre 1977 y 1988 –con la excepción de 1985- podemos fácilmente imaginar que consecuencias tuvo para la clase trabajadora la firma de los Pactos de la Moncloa.
Lo que aún queda por esclarecer es como el PCE –Santiago Carrillo y Ramón Tamames fueron los más entusiastas defensores de los Pactos – se avino a firmar estos acuerdos. Que los firmara el PSOE y UGT no tiene nada de asombroso, ya desde aquellos lejanos días defendían posiciones económicas liberales, aunque se les llenara la boca de políticas sociales. Juan Carlos Monedero[3] da una buena respuesta a esta cuestión: El PCE […] vio en los Pactos la posibilidad de compensar su pérdida de relevancia parlamentaria. Si su principal arma era el control sobre las Comisiones Obreras, su ofrecimiento de las mismas para frenar las huelgas le devolvía al grado de importancia que le quitó el resultado electoral.
Como aún existían centrales sindicales díscolas, en 1979 se firmó entre la CEOE y UGT –luego lo asumió CCOO- el Acuerdo Básico Interconfederal, que posteriormente sería incorporado en gran medida al Estatuto de los Trabajadores pactado entre UCD y el PSOE. En este acuerdo se primaba a las centrales sindicales que más porcentaje hubieran obtenido en las elecciones sindicales, es decir a las sumisas, léase CCOO y UGT. Esta situación se mantiene hasta hoy en día.
Ahora entenderán amables lectores por qué cuando escucho Pactos de la Moncloa no puedo por menos que pensar que nuevamente se van a firmar unos acuerdos entre las organizaciones políticas con más representación, los borreguiles sindicatos, y la patronal, que terminarán con un resultado que venimos padeciendo en España en todas las crisis económicas, pagan los trabajadores.
[1] Benedicte André-Bazzana: Mitos y mentiras de la Transición, Barcelona, 2006.
[2] La calidad de nuestra democracia, en El País, 7 de abril de 2010.
[3] Juan Carlos Monedero: La Transición contada a nuestros padres, Madrid, 2013.