Con el título del presente artículo no me estoy refiriendo al lógico bochorno estival que se suele padecer en estas fechas; sino al bochornoso espectáculo que nos han ofrecido en los últimos días Pedro Sánchez y Pablo Iglesias durante las negociaciones –si les puede llamar así- previas a la sesión de investidura y durante esta misma.
Al PSOE nunca le ha gustado contemplar la posibilidad de un gobierno de coalición con Unidas Podemos, su deseo era gobernar en solitario apoyado, como lo había sido desde que Sánchez accediera a la presidencia del gobierno, por UP. Por su parte UP exigía formar parte de un gobierno de coalición.
A tenor de lo anterior el PSOE comenzó a hacer unas ofertas que eran difíciles de aceptar por parte de su «socio preferente». Por su parte UP solicitaba una serie de ministerios, incluyendo una vicepresidencia para su líder Pablo Iglesias, que tampoco eran aceptables, por maximalistas, por el PSOE. Y de estas posturas no se movieron hasta que Pablo Iglesias renunció a formar parte del gobierno –no me creo que esta renuncia fuera por un gesto de generosidad personal de Pablo Iglesias, sino por la presión ejercida por algunos de sus socios de coalición-.
Ante esta «jugada» del líder de la coalición morada el PSOE no tuvo más remedio que ofrecer una serie de cargos ministeriales a sus posibles socios. Las carteras ofrecidas fueron consideradas por UP como «ministerios florero» – de esto en UP saben de lo que hablan, porque la situación en la que mantienen a Alberto Garzón es lo más parecido que hay a un «hombre florero»-.
En los últimos instantes el PSOE ofrece una vicepresidencia –para Irene Montero- y tres ministerios, esta vez sí se ofrecen carteras con contenido y con importancia dentro del organigrama gubernamental. Esta oferta que al noventa por ciento de los mortales les parecería más que razonable, tampoco fue del agrado del «Mesías» (léase Pablo Iglesias) y a sus más destacados «apóstoles», tampoco les pareció razonable.
El último acto de esta comedia sin gracia la protagoniza el líder de Podemos, que al parecer iluminado por una persona de relevancia del PSOE, hace una contraoferta que particularmente me pareció como el gesto patético y desesperado de una persona que sabe que ha perdido la batalla, renunciando al ministerio de Trabajo, pero exigiendo controlar la política de empleo, sin saber que las transferencias en esta materia están transferidas a las comunidades autónomas. Fue el colofón final a una patética sesión de investidura de la que se pueden salvar las brillantes intervenciones de los portavoces de ERC y PNV, Gabriel Rufián y Aitor Esteban respectivamente y poco más.
¿Y ahora qué? Pues ahora se abren dos posibilidades. La primera que el PSOE convenza a PP o Cd’s –que es lo que de verdad deseaba el PSOE-, lo que sería una desgracia para la gran mayoría de los españoles. La segunda una nueva convocatoria electoral que conlleva el gran riesgo de que el «trifachito» se hiciese con el poder. En este último caso la única salida que nos queda a los ciudadanos es irnos del país.
Una nueva convocatoria de elecciones sería la cruz que culminara la tumba de la izquierda española. Este entierro de la izquierda ha tenido desde hace tiempo un principal protagonista, Pablo Iglesias. No se escandalicen mis amables lectores, intentaré desarrollar mi tesis. La labor de zapa de la izquierda comenzó con el intento fallido por parte del «triunvirato» de Podemos entonces representado por Iglesias, Errejón y Monedero con la colaboración de Izquierda Anticapitalista.
Al no poder conseguir hacer con el poder en IU, estos profesores universitarios deciden fundar un nuevo partido (esto me lo reconoció personalmente el señor Monedero). El segundo acto del principio del fin de la izquierda es cuando los líderes de Podemos se hacen con el control del movimiento 15M, haciendo ver que el nuevo partido tenía mucha transversalidad, mucha consulta a las bases – la última que se hizo me recordó a los referéndum de Franco; si votabas sí quería decir que querías que se quedara, si votabas no, era que no querías que se fuera; mucha discusión en los famosos círculos –por cierto ¿qué queda de los círculos?-, para hacer finalmente un partido como los de la «vieja política», jerarquizado y vertical.
Un clavo más se incrustó en el ataúd de la izquierda cuando en 2016 Podemos propició el gobierno del PP. El resultado de esta última actuación fue que en las siguientes elecciones generales Podemos perdiera más de un millón de votos, y que en las municipales y autonómicas celebradas poco después perdieran aún más. Yo me asombro de que el «gran politólogo» que se supone que es Pablo Iglesias no hiciera un análisis crítico de estos resultados. Posiblemente la respuesta esté en que su ego es mucho mayor que su capacidad de liderazgo político.
Esta película de terror que nos han obligado a visionar los señores Sánchez e Iglesias, tendrá, si nadie lo remedia, y creo que nadie lo hará, un patético final. Y ante este final, a uno lo que le apetece es decirles la famosa frase que el inmortal Fernando Fernán Gómez le dijo a un admirador un tanto pesado; no hace falta que la repita porque estoy seguro que mis inteligentes lectores sabrán a que frase me refiero.