La primavera asomaba en los campos de la Terra Alta, una tenue neblina dejaba entrever la silueta de la montaña de Santa Bárbara.
El alba recibía a cuatro hombres uniformados avanzando lentamente en su coche por una torturada y serpenteante carretera rodeada de almendros en flor y viñas descuidadas.
Nadie hablaba, en el aire flotaba la preocupación, hacía dos días que habían perdido el contacto con una parte de la Brigada que resistía, en las proximidades de Gandesa, el avance de las tropas rebeldes. Su objetivo era encontrar a sus compañeros.
Habían sido jornadas difíciles, a la aviación alemana vomitando muerte, le había seguido la ofensiva de la infantería fascista del «carnicero de Badajoz» el General Yagüe.
El frente se había roto en varios puntos y en el puesto de mando de la XII Brigada Mixta Garibaldi se había decidido una retirada táctica.
La carretera estaba salpicada de cráteres producidos por las bombas, más de una vez se tuvieron que bajar del coche y empujar para poder continuar.
El sol se elevaba en el horizonte cuando se encontraron con una caravana de refugiados que huían del terror, ancianos mujeres y niños portaban los pocos enseres que habían podido coger a toda prisa, en sus rostros la desolación y el miedo. Qué lejos quedaban los días en los que habían sido protagonistas de una de las revoluciones sociales autogestionadas más esperanzadoras.
En el aire se respira el drama, a lo lejos, un pequeño pueblo, varias columnas de humo, el coche avanza hasta las primeras casas, un grupo de soldados lo rodean, apuntando con sus fusiles.
Les hacen bajar del coche, gritos, empujones, confusión. Desarmados y vejados les quitan la documentación, un capitán histérico comprueba las identidades y graduación de los ya prisioneros, Comandante Eloy Paradinas, Comisario Quinto Battistata y Teniente Florencio Velasco, el cuarto hombre es el soldado conductor.
A los brigadistas no se les hace prisioneros, una ley no escrita entre las tropas fascistas, que se cumple sin piedad.
El muro del pequeño cementerio es testigo de la infamia, los cuerpos quedan tendidos después de la descarga y del tiro de gracia preceptivo. La columna fascista continúa su siniestro camino. Era Abril, corría el año 1938, la sangre de los que luchaban en una guerra provocada por los que se habían levantado contra el legítimo régimen republicano, riega la tierra de Gandesa.
80 años después el nombre de Florencio Velasco Antona, mi abuelo, ha sido grabado en una placa del Memorial de Camposines, junto al de miles de combatientes muertos.
Asistimos a la ceremonia de inauguración de las placas recientemente grabadas, una fría mañana de Noviembre.
Me invade la emoción al contemplar los hermosos paisajes donde asesinaron a mi abuelo, cuyo cuerpo nunca apareció. Una mezcla de tristeza, orgullo y paz interior en una jornada que nunca olvidaré.
Agradecimiento a las personas e instituciones que han hecho posible este reconocimiento a la memoria de mi abuelo, en especial a la Generalitat de Catalunya, a su Subdirección General de Memoria Democrática y al Ayuntamiento de La Fatarella.
Alegría al saber que las y los descendientes de mi abuelo continuamos con su espíritu republicano de lucha por un país democrático justo y decente.
In memoriam:
Florencio Velasco, sepulvedano de 44 años, padre de tres hijos, empleado de comercio, residía en el barrio de Lavapiés, era socio del Ateneo de Madrid y militante del PSOE. El 19 de Julio de 1.936 se presenta voluntario integrándose en las milicias republicanas, para posteriormente encuadrarse en la XII Brigada Mixta Garibaldi ejerciendo siempre labores de intendencia.
Participa en la defensa de Madrid, en las campañas de Extremadura, Guadalajara y en la llamada Ofensiva de Aragón.
Apresado y fusilado sumariamente en las proximidades de Gandesa.