Todavía, si exceptuamos a las sociedades del primer mundo más desarrollado, en la vida de las mujeres su estado civil modifica su situación social. Esta realidad se ha mantenido hasta tiempos muy recientes y todavía hay bastantes lugares en la Tierra en la que la vida y actividades de las mujeres están condicionadas por su edad y estado civil
Las niñas son las solteras, que deben casarse y formar una familia, atendiendo a los que decida su padre. Las niñas están con las madres y de ellas aprenden todo lo relacionado con lo doméstico, y, además, mano de obra experta en su trabajo, puesto que las niñas ayudaban en el taller familiar o en el cultivo de la tierra que correspondía a sus padres.
Lo considerado como doméstico, que era y es obligación de las mujeres, supone tener la casa abastecida de todo lo necesario para la vida: comida, agua, ropas, cuidado de bebes, enfermos y ancianos. Ellas trabajan continuamente pues dentro de lo doméstico se incluía, además, la participación en el trabajo del cabeza de familia, padre o marido, según fuera campesino o trabajara en un oficio. Incluso las mujeres nobles y/o de las clases sociales altas, participaban en la responsabilidad de mantener y engrosar el negocio familiar.
Las mujeres solían casarse con hombres que tenían el mismo oficio o trabajo de su padre. Ellas conocían el oficio del padre, que solían ser el del marido y de esta manera, los hombres cuando se casaban, además de tener atendido lo considerado doméstico, tenían mano de obra gratuita en el negocio familiar. Este trabajo gratuito de las mujeres, tanto lo propiamente domestico como la participación en el negocio del padre o marido, generaba unas plusvalías que repercutían en el mayor o menor capital familiar, que siempre se consideraba que se debía al hombre. En las casas, además de las niñas, solía haber otras mujeres de la familia, viejas o viudas, que contribuían con su trabajo a las necesidades familiares. Estas mujeres viejas tienen el conocimiento y la sabiduría empírica de conocer lo necesario para el funcionamiento de una familia.
Esta situación es la diseñada por la sociedad patriarcal para las mujeres y hasta el siglo XIX no entró en crisis, que fue cuando algunas mujeres empezaron a luchar por tener un trabajo remunerado en lo público. No obstante, aunque tuvieran una actividad profesional, del tipo que fuera, en líneas generales se seguía manteniendo su obligación de atender, además, a todo lo doméstico y cuidar sus hijos. Esta situación todavía se mantiene pues, en lo considerado como primer mundo, la mayoría de las mujeres tiene una actividad profesional, pero siguen manteniendo sus obligaciones, impuestas y mantenidas por la sociedad patriarcal, de atender lo doméstico. Sólo pueden eludir esta situación teniendo mano de obra asalariada, una criada, que suple con su trabajo la “obligación patriarcal” para todas las mujeres de atender a su familia.
Actualmente, pero sólo en las sociedades desarrolladas, la vida de las mujeres se ha podido proyectar en los espacios públicos. Pero, en la mayoría de los casos y, desde luego, en las sociedades preindustriales, tanto en las actuales como las del pasado, la vida de las mujeres tiene unos espacios propios y diferentes a los de los hombres.
La casa es donde las mujeres deben desarrollar sus vidas y sus actividades. Además, hasta tiempos muy recientes, en la casa había una huerta que la mujer trabajaba y de lo que la familia se mantenía, pues, además de frutas, hortalizas, etc., había aves de corral y en la de las cristianas un cerdo por lo menos. Esto era de lo que la familia se alimentaba. Es trabajo de las mujeres pero no se considera como tal, pues no es asalariado, pero genera unas plusvalías, gracias a las cuales los ingresos que puede proporcionar el trabajo del cabeza de a la familia, sea campesino, artesano o mercader, se pueden capitalizar, pues el abastecimiento de lo doméstico no generaba gastos, ya que era mano de obra gratuita de las mujeres.
Por tanto, la vida de las mujeres se desarrollaba en lo doméstico, palabra que tiene un matiz despectivo, siendo considerado lo público, el espacio de los hombres, como lo productivo y lo que ha hecho avanzar a la humanidad. Pero, además, el capital que pueda atesorar cada familia, según la clase social a la que pertenezca, se considera que se ha generado en lo público, gracias al trabajo masculino, puesto que el de las mujeres, como no genera riqueza monetarizable, no se considera como tal, sino como “tarea doméstica”. Pero insisto, todo este trabajo gratuito que llevaban y llevan a cabo las mujeres, además del que realizan en el negocio familiar, campo de cultivo o taller de artesano, genera unas plusvalías que engrosan el capital familiar que se considera que se debe al buen hacer y dedicación laboral del cabeza de familia.
Esta situación se ha mantenido hasta la actualidad y es el principal punto de análisis y de reivindicación dentro de la tendencia considerada como feminismo marxista.
Cristina Segura Graiño
Catedrática jubilada de la UCM