Un Quijote latinoamericano. Pepe Mujica, expresidente de Uruguay

Las luces

Es de esas personas que uno ama u odia. Tiene admiradores incondicionales y detractores impíos. Pocas personas son capaces de verlo como un ser humano con luces y sombras. Para algunos el Pepe, como lo llamamos los uruguayos, es un dios. Para otros, la encarnación del demonio. Es atrevido y ha gobernado como lo que es.

Tiene 82 años, de los cuales trece, los pasó en prisión; pero vamos a entendernos, no una prisión tal como un europeo la entiende, con retrete, camastro, ventilación, tres comidas diarias y derechos humanos en bandeja. Las cárceles en América Latina son otra cosa, y fueron otra aún peor cuando el continente vestía de verde allá por los setenta y los ochenta.

Mujica, en tanto tupamaro, guerrillero, revolucionario y sedicioso, formó parte del grupo de los nueve rehenes que durante el proceso militar pasaron por distintas prisiones de toda la República oriental del Uruguay, en calidad de moneda de cambio. Y cuando digo prisiones digo aljibes, pozos, sótanos de un metro de diámetro, sin luz, sin agua, sin ventilación,

Quizá por ello o a pesar de ello, Mujica es un enamorado de la vida y está más allá del bien y del mal. Su célebre frase como te digo una cosa te digo la otra, refleja su falta de compromiso partidario que le ha costado dolores de cabeza a los políticos de su sector.  Es fiel a sus ideas y, en política, eso no es poca cosa.

La burguesía conservadora no lo quiere, a pesar de que con Mujica el precio de la hectárea de campo creció como nunca y las exportaciones de materia prima (comodities les dicen ahora) conocieron nuevos mercados.

El presidente más pobre del mundo que se negó a vivir en la residencia presidencial lava los platos a mano y comparte con su esposa las tareas domésticas, puso a Uruguay en el mapa. Hasta hace poco cuando alguien decía Uruguay los menos entendidos preguntaban ¿Paraguay? Los más entendidos solían preguntar ¿Forlán? Desde hace algunos años, Uruguay es, dependiendo del interlocutor, sinónimo de Mujica o Suárez.

Durante su administración, Uruguay conoció una ampliación de las libertades individuales nunca experimentadas desde el gobierno de José Batlle y Ordoñez en los primeros años del siglo XX

El pan o el circo, la herencia romana es indestructible. Pero es cierto que Mujica puso a Uruguay en un primer plano en la escena internacional. Un primer mandatario que se niega a usar traje, que rechaza el protocolo y que vive con la austeridad de un campesino, por fuerza llama la atención.

No se puede entender cabalmente a Mujica si no se entiende también a Uruguay: ferozmente laico, ilustrado, republicano e igualitario: “aquí naiden es más que naiden”, proclamó desafiante el caudillo Aparicio Saravia hace ya más de 100 años. Esa garra charrúa que le llaman, la convierte en una nación peleadora. Tradicionalmente neutral en los conflictos internacionales, Uruguay es camorrista dentro de fronteras. Los orientales peleamos, nos manifestamos, hacemos paros, huelgas, cacerolazos, apagones masivos. Nos oponemos a la venta de las empresas públicas, a la suba del boleto de transporte, a los recortes presupuestales.

En suma, somos resistentes. No es extraño entonces, que este país haya dado al mundo este tipo de especímenes como el Pepe, que ha estado tanto en la clandestinidad durante los años sesenta, como en el primer plano de la escena internacional en los albores del siglo XXI. No es raro tampoco que Uruguay haya elegido por el 52 % de los votos a un tipo “impresentable”, con un pasado guerrillero para llevar adelante la conducción del país. Los orientales supimos que, para embestir la ola neoliberal, precisábamos a alguien de armas tomar.

En junio de 2012 el boom Mujica alcanzó magnitud global cuando el Pepe se presentó en la cumbre sobre desarrollo sostenible en Rio y sorprendió al mundo con un discurso filosófico sobre el consumismo y el despilfarro. Esa imagen de presidente austero lo hizo candidato al premio Nobel de la paz en 2013. Y a pesar de su crítica al despilfarro y al consumismo, durante su gobierno Uruguay alcanzó cifras de consumo nunca vistas. Por ejemplo, durante el período 2011 2015 la adquisición de vehículos 0 km batió record en un país donde comprar un auto es dos o tres veces más caro que en Brasil, Argentina o Europa.

Mujica predicó un estilo de vida socialista en un país que de socialista solo tiene unas cuantas leyes. Uruguay sigue siendo un país capitalista donde el mercado es dueño y señor. Es cierto que, con algunas restricciones, donde la educación es inclusiva, donde los estudios universitarios son todo lo democrático que pueden serlo y donde la salud es un derecho universal. Es un país donde los sindicatos tienen fuerza, los trabajadores están protegidos y donde el que gana más, paga más al menos teóricamente.

Pero en lo económico se mantuvieron los alineamientos macroeconómicos de la administración anterior que le permitieron al Uruguay incrementar su producto bruto y por tanto la capacidad de consumo de los uruguayos. Paradójicamente se generó un déficit fiscal de 3.5 por el gasto social que promovió su gestión. Porque Mujica entendió que el Estado debe velar por los más débiles. Es cierto que llevó adelante una política más redistributiva que productiva en ese sentido y muchas veces repartió pescado en lugar de enseñar a pescar.

Un informe del Banco Central señaló que la economía registró un crecimiento del 4,4% y que cerca de 30.000 personas (el 1% de la población) salieron de la pobreza.

De acuerdo con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Uruguay avanzó de la posición 52 en la medición de 2013 a la 50 un año después, en un ranking de 187 países.

Las propuestas económicas de su gobierno se tradujeron en un aumento significativo del PIB per cápita, aumento de salarios, disminución de la tasa de desempleo sobre todo en zonas rurales y aumento de la asistencia social, entre otros factores. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Uruguay es el segundo país con menor pobreza y el primero con menores en situación de indigencia. El crecimiento económico favoreció la salida gradual de la pobreza.  Durante su gobierno Uruguay registró el nivel más alto de empleo de la historia del país, con una tasa del paro del 6,8% de la población, según el Instituto Nacional de Estadística (INE).

 Asimismo, durante el mandato de Mujica se registró un crecimiento real de los salarios y de las pensiones por jubilación con el consiguiente aumento del poder adquisitivo y el consumo. Eso se tradujo en una dinamización del mercado interior. En promedio la subida de los salarios ha alcanzado hasta un 23% respecto al sueldo medio y, en el caso de las pensiones y jubilaciones, el aumento ha sido de un 24%.

En los últimos años el sector energético experimentó un importante desarrollo, después de que el Gobierno se comprometiera a lograr la expansión y diversificación del mismo mediante el desarrollo de la energía solar, el etanol y el biodiesel.

Una de las leyes más anheladas fue la que permitió regular el trabajo de los peones rurales, una vieja reivindicación de la izquierda uruguaya que recién se concretó en su gestión.

Durante su administración, Uruguay conoció una ampliación de las libertades individuales nunca experimentadas desde el gobierno de José Batlle y Ordoñez en los primeros años del siglo XX. La ley que habilita el aborto por la sola voluntad de la mujer, el matrimonio entre personas del mismo sexo y la regularización del consumo, el cultivo y la comercialización de la marihuana con la participación del Estado, expusieron al mundo la versión moderna y liberal del Uruguay. Serían factores como estos los que explicarían que, al dejar el gobierno, Mujica contara con más del 60 % de aprobación. Esto significa que incluso la oposición, apoyó su gestión.

Uruguay fue el primer país en recibir en calidad de refugiados a prisioneros de la cárcel de Guantánamo. Esta medida humanitaria dividió a la opinión pública que criticó el gasto público que eso suponía. Mujica tiempo después abandonó la justificación inicial y afirmó que lo hizo para que el negro[1] me comprara las naranjas.  En esta línea de sinceridad in extremis, el Pepe no ha ahorrado comentarios sobre actores e instituciones, del tipo esta vieja es peor que el tuerto, refiriéndose a Cristina Fernández de Kirchner o que los de la FIFA son una manga de viejos hijos de puta. Mujica no se ha dejado influir por el protocolo y ha demostrado una franqueza que, en lugar de molestar, genera confianza.

Sin duda una nueva forma de hacer política que prescinde de las frases hechas y la diplomacia rayana en la hipocresía. Pero a pesar de su lengua mordaz, este ex guerrillero tiene el corazón blando. En sensible a las injusticias, a los animales, a los niños.  Es sensible a los problemas de este mundo y a cambiar esto dedicó su vida con mayores o menores aciertos, pero con una convicción inquebrantable. Pudiendo vivir como un rey, vive como campesino porque según él, un presidente debe vivir como la mayoría de la gente. Ha donado la mayor parte de su salario de primer mandatario y sigue conduciendo su Volkswagen de 1987 a pesar de que un jeque árabe se lo quiso comprar en un millón de dólares.

Se ha manifestado en contra de la política exterior de Estados Unidos e Israel, y nunca ha actuado como actúan los políticos, con un discurso flexible que les permita acomodar el cuerpo. Y aun así Obama ha dicho de él que tiene una credibilidad extraordinaria en lo que se refiere a asuntos de democracia y derechos humanos.

Uruguay no ha seguido la línea de desarrollo de la mayoría de los países latinoamericanos que, a excepción de Cuba y Venezuela, han adoptado el modelo neoliberal a pie juntillas. A principios de siglo, un presidente reformador y visionario, José Batlle y Ordoñez quiso hacer de esa pequeña nación, un país donde los ricos sean menos ricos y los pobres menos pobres. Entonces nacionalizó y estatizó las empresas de servicios, impulsó la industria y la educación media y revolucionó la legislación social.

Para la alta burguesía Batlle era un socialista, para los socialistas un burgués de buena voluntad, los obreros los consideraban un amigo y la oposición, un autócrata demagogo. Pero lo cierto es que, al fortalecer al Estado, Batlle demostró ser un visionario. Nadie, fuera de Rusia, podía predecir en 1910 la revolución socialista de 1917 y la posterior evolución del capitalismo hacia el orden criminal neoliberal setenta años después, consenso de Washington mediante.

Uruguay es un país donde el Estado está presente, con deficiencias, errores y carencias, pero el Estado es visible. En la salud, en la educación, en la legislación social, en la recaudación.  No tenemos niños en las minas (tampoco tenemos minas), ni embarazadas a término en las fábricas. Nadie pierde su trabajo por hacer paro y los sindicatos participan en los consejos de salarios. El acceso a los servicios de salud es democrático y no se paga matrícula en ningún nivel de la educación. La universidad es abierta, autónoma y tiene cogobierno. Todo esto no es obra de Mujica, ni siquiera del Frente Amplio. Batlle sentó las bases y nadie se atrevió a cuestionarlas, a excepción de los militares durante el gobierno de facto que en nombre de la seguridad nacional intervinieron la educación. Pero también hay que reconocer que, en el tránsito hacia el sistema neoliberal, Uruguay podría haber abandonado estos logros en aras de la productividad y la eficiencia. Pero no lo hizo y la herencia batllista quedó intacta.

Un poco de utopía y una dosis de pragmatismo hicieron de Mujica un fenómeno que, desde el amor o el odio, no ha pasado desapercibido. Su honestidad y manera de mostrar las cosas como son ha convencido a los inversores de que se puede confiar en Uruguay a pesar de sus sindicatos fuertes y su moneda menos fuerte.

Las sombras

Pero el gobierno de Mujica tuvo también muchas sombras que no se ven desde afuera, pero son urgencias para los uruguayos.  La seguridad es una de ellas.  A pesar de ser ésta uno de los ejes sobre los que estructuró su campaña, Uruguay tiene índices de homicidios propios de los países más peligrosos del mundo.

Al mismo tiempo y como contrapartida de ese paraíso de las libertades y la diversidad, Uruguay tiene los índices más altos de violencia de género de América Latina, un continente por definición patriarcal y machista. Las cifras de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas sitúan a Uruguay por encima de los países árabes y han dado lugar a iniciativas que proponen agravantes penales al homicidio de mujeres.  A pesar de las incesantes movilizaciones bajo la consigna Ni una menos, casi todas las semanas una mujer es asesinada por su pareja.

Debido a que Mujica se ha resistido a la mano dura. Quizás por haber sido él mismo víctima de la represión, procura evitarla. En el imaginario uruguayo persiste la idea de que policía y ejército son sinónimos de terrorismo de estado, de violencia institucionalizada. Los dieciocho años de ruptura del Estado de Derecho que experimentó Uruguay entre 1967 y 1985 han dejado una marca difícil de borrar en el imaginario social.

Dos años después que Mujica dejara el gobierno, el país ha entrado en un proceso de recesión económica. Muchos culpan a su gestión por el gasto social, por el déficit presupuestal, por haber tapado agujeros

Aunque socialista por ideología y guerrillero por actividad, no pretendió una revolución al estilo de las que se intentaron en los años sesenta en Latinoamérica. Tampoco proyectó llevar al Uruguay al socialismo a través de las urnas como hiciera Allende en los setenta. Su opción fue fortalecer las inversiones y el capital internacional, incrementar el producto interno y promover un modelo impositivo que habilitara la redistribución de la riqueza.

Su revolución era otra. Una revolución de la conciencia. El Pepe quiso, desde el discurso y desde la praxis, que los uruguayos entendiéramos que nada es más valioso que el tiempo y a la vez nada más escaso. Que compramos con tiempo y que, al comprar un bien, estamos comprando más necesidades. Quiso predicar con el ejemplo que pobre no es el que menos tiene, sino el que más necesita. Es verdad que muchas de sus iniciativas no prosperaron, otras no estuvieron a la altura de las expectativas que generaron y algunas otras fracasaron por falta de experiencia o mala gestión. Pero no se le puede negar que el Pepe intentó lo que otros ni siquiera soñaron. Con la utopía de quienes pretenden cambiar el mundo Mujica se lanzó contra molinos de viento con el apoyo de su Dulcinea.

Dos años después que Mujica dejara el gobierno, el país ha entrado en un proceso de recesión económica. Muchos culpan a su gestión por el gasto social, por el déficit presupuestal, por haber tapado agujeros. Otros critican la falta de experiencia de algunos técnicos y políticos de su equipo. Pero nadie puede culpar a Mujica de haber hecho la plancha[2]; por el contrario, Mujica remó contra la corriente y lo hizo a brazo partido. Pretendió combatir la posmodernidad, reivindicó el valor del tiempo, de los sueños, del encuentro cara a cara. Se animó a intentar lo imposible, porque según él, lo imposible sólo lleva un poco más de tiempo. Mujica quiso que Uruguay siendo pequeño, cumpliera la mayoría de edad. Quizá por eso lo autorizó a fumar porro.

                                                       

[1] Se refiere a Barack Obama presidente de EE. UU

[2] Término usado habitualmente en Latinoamérica, que viene a significar que “no hizo nada”, “permaneció inmóvil”, etc.

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