Para llevar a cabo las políticas neo-conservadoras también llamadas “neocons”, que consisten básicamente en renovar e incrementar el reparto desigual de la riqueza otorgando la mayor parte a la pequeña porción de los que más tienen siempre a costa de los desfavorecidos, se necesitaba una mecánica de registro contable que justificase, hiciese aparecer y protegiese, como “técnicamente” irremediable, la política que implementaban.
A tal fin, se comenzaron a variar los principios de “contabilidad generalmente aceptada” para dar paso a la llamada contabilidad creativa. ¿Cuál es el objetivo que se persigue? Sin lugar a duda el que, al amparo de la misma, las maniobras aparezcan como el desarrollo lógico de la deriva económica y se pueda calificar cualquier otra propuesta como utópica, irrealizable e ineficaz. Para ello el poder financiero, actualmente imperante, cuenta con los medios de comunicación, mayoritariamente en su poder, para que les sirvan de voceros frente a la opinión pública.
Hagamos un pequeño ejemplo de cómo se desarrolló la contabilidad creativa. Si comprábamos una casa, su importe se reflejaba por la cantidad que se había pagado y si se vendía, y solo en ese momento, se producía un beneficio y siempre que la cantidad resultante de la venta fuese superior a la de compra. Es decir lo que realmente ocurría: no teníamos dinero en el bolsillo si no efectuábamos la venta (hay otros criterios contables como depreciaciones, amortizaciones, uso, etc. que obviamos para una más fácil comprensión).
La realidad llevaba a que esa casa, transcurrido un tiempo, aunque se había mermado en su valor contable, en realidad por su situación, por la inflación de los precios y por la demanda había incrementado su valor. Para hacer patente el mismo se comenzó por aplicar la regularización de activos, mediante una certificación técnica se procedía a elevar su valor al del mercado, produciendo un beneficio inmediato. Se crearon otros artilugios financieros como el leaseback, donde se vende el bien a una entidad financiera suscribiendo simultáneamente un contrato de leasing. De esta forma se sigue gozando de su uso, lo que lleva a una aportación de liquidez al mismo tiempo que, del pago de las futuras cuotas, se obtienen desgravaciones fiscales.
Hay que ser conscientes de que existen más implicaciones técnicas, pero se trata de expresar de un modo simple, y comprensible, el porqué de la justificación primigenia de la contabilidad creativa que pretendía corregir los defectos de los registros para que reflejasen, como es el fin de la contabilidad, más fehacientemente la realidad. El desmadre que le siguió a la hora de manejar las cifras en beneficio del rápido enriquecimiento, el expolio y manejo de los fondos públicos es una consecuencia de la perversión de los principios neocons.
La contabilidad creativa se basa en, y ya, reflejar una expectativa de venta superior al valor de compra, con lo cual el beneficio se produce sin necesidad de esperar a su realización y ya se pueden retirar y repartir dividendos. Con lo que cuanto más se infle la perspectiva del valor, mayor beneficio inmediato se produce. Así se viene realizando con el apoyo de toda una serie de artificios contables, a los que han cuidado de dar cobertura legal lo que, como ya es conocido, supone una de las principales funciones de los parlamentos en el mundo capitalista financiarizado. El vacío, que posteriormente hay que cubrir, se produce cuando la cantidad “creativamente” generada no es real y se ocasionan pérdidas; los beneficios ya se han repartido y no se puede hacer devolver el dinero que rápidamente ha sido retirado conscientes de su volatilidad. Tampoco se puede provocar una quiebra, que sería lo procedente según las reglas capitalistas, ya que la cubrirían los inocentes depositantes o los fondos de pensiones invertidos principalmente en las instituciones financieras. La mayor desfachatez es que entonces deban de responder los ciudadanos, mediante los rescates, del desastre provocado por esta forma de hacer “negocios”. Eso sí, sin que ni siquiera por ello se derive su nacionalización, sino únicamente la inyección del dinero necesario para su saneamiento y así retorne a ser propiedad privada una vez limpia de lo tóxico, aunque haya que recurrir a su traspaso a un “banco malo” que sufrague el Estado a costa de los ciudadanos. Es lo que se conoce como la privatización del beneficio y la socialización de las pérdidas, una verdadera desfachatez sin límites que agota y empobrece los recursos públicos.
Si el anterior ejemplo era palpable en la microeconomía, ¿qué decir cuando lo que se trae entre manos es la economía de un país, de una zona o a nivel mundial tal como implica la globalización? ¿podemos creer ingenuamente que las decisiones se toman por razones técnicas o más debiéramos pensar que las razones son ideológicas e inspiradas por los intereses de quienes detentan el poder económico?
Cheney, vicepresidente de Bush y uno de los principales impulsores de la penetración de las corporaciones en el aparato estatal para su control, puso en marcha el Plan de Energía de EE.UU. redactado directamente por los responsables de las empresas energéticas del país, entre las que destacaba ENRON, conocida posteriormente por haber sido la segunda mayor suspensión de pagos en la historia de los EE.UU. y acusada de todo tipo de irregularidades: contabilidad creativa, creación de empresas fantasmas para ocultar su verdadera situación, información privilegiada, etc. Enron tuvo la impunidad para traspasar las fronteras existentes en la práctica de los negocios, ya que el Gobierno no fue un contrapoder a tener en cuenta, como debía de ser su objetivo, sino más bien lo contrario, y emprendió una serie de engaños contables por los cuales se hinchaban artificialmente los resultados de la empresa ofreciendo beneficios irreales y niveles de endeudamiento muy por debajo de los verdaderos. Se inició una época de excesos empresariales. Desde su quiebra han ido estallando casos de contabilidades creativas. Esas son las consecuencias de las “puertas giratorias”, tan queridas por nuestros políticos, realmente es una magnifica inversión empresarial enriquecer a unos pocos para mejor saquear los bienes públicos.
Esta forma de “hacer negocios” se descubre en el mundo empresarial como muy rentable y se puede resumir en el lema “la codicia es buena”: vamos a hacer todo el dinero posible sin pensar en las consecuencias porque, aunque todo salga a la luz, tarde o temprano, no hay forma de que nos hagan devolver el dinero. Ya vendrá el erario público a cubrir todos los desmanes que hemos producido y una vez saneado lo vuelva a privatizar para que podamos volver a reiniciar el negocio con la misma impunidad.
La falacia más repetida e infinitamente difundida es que un país, o el mundo, deben de ser gobernados tal y como realiza un buena ama de casa, es decir no gastar más de lo que se ingresa. Un argumento muy simple, para mentes simples, pero no válido en problemas complejos. ¿Un ama de casa puede decidir crear dinero como hace el Tesoro americano o el Banco Europeo, cuando inyectan miles de millones en la economía?, ¿puede también acceder a un préstamo a interés ventajoso, incluso cero, cuando considere que es lo más beneficioso para la economía familiar? ¿o acaso el ama de casa puede crear fondos para una actividad concreta, por ejemplo equipar a sus hijos al comienzo del periodo escolar con los recursos recibidos por aquellos sectores que, en su momento, se deciden apoyar?
Las Facultades de Económicas, y todavía más las de Empresariales, han sido dirigidas en las ultimas décadas ideológicamente hacia un contenido uniforme en sus planes de formación, dogmáticos y escasamente racionales. Ya se empiezan a cuestionar, por parte de los estudiosos, la ineficacia de esta formación que lleva a un concepto mecanicista, pretendidamente técnico, y al final, estos auténticos “ingenieros económicos”, ni se han creado con éxito ni acabaron siendo tan prácticos como en un principio se pretendía.
Las Ciencias Económicas no forman parte del mundo científico, aunque utilicen las herramientas que le son aportadas principalmente por el mundo matemático y especialmente el estadístico, ya que la definición de los objetivos es previa al trazado de los modelos de trabajo a desarrollar. Es decir, poniendo un ejemplo, en una empresa cuando se prepara un presupuesto el órgano rector de la misma comienza por expresar sus deseos: qué y en que cantidad desea producir, donde pretende distribuirlo, y cuál espera que sea el resultado económico que se derive de ello. A continuación se procede al estudio, aquí se empiezan a utilizar las herramientas científicas, examinando si esos deseos son realizables y cuáles serán los medios (maquinaria, publicidad, capital, prestamos, etc.) qué será necesario aportar, el plazo de tiempo requerido y qué otras alternativas podrían existir. Como vemos no existe una idea científica única de objetivo sino que el mismo es fijado de antemano por razones puramente humanas y personales, las soluciones son variadas y, finalmente es el ser humano quien toma las decisiones.
La economía actual es ficticia. Los neocons proscriben a la política keynesiana, inversión pública para crear empleo y consumo, porque inyecta dinero en demasía. Pero, sin embargo, ellos practican una política todavía más inflacionista del dinero circulante. En la actualidad la Deuda Publica global se estima en diez veces el PIB mundial. ¿De verdad pretenden que nos creamos que es posible producir sin consumir durante diez años para liquidar la deuda?, íbamos a quedar demasiado delgados, por muy de moda que esté, y tampoco está en las costumbres financieras dar un plazo suficientemente largo como para que pueda ser amortizada la deuda sin mayor quebranto económico. Esto es lo que se viene aplicando, sobre todo en nuestro país donde, aparte de quitarles los bienes a las personas, origina en ellas unas deudas vitalicias con las entidades financieras en una especie de cadena perpetua económica. Respecto a los países, suele acompañarse de privatizaciones (realmente enajenaciones) de bienes públicos a favor de corporaciones multinacionales.
El capitalismo financiarizado, se opone radicalmente, en aras de la libertad de mercado, a las subvenciones pero no deja de pedirlas y disfrutarlas. No hay empresa que no se beneficie de subvenciones para contratación, investigación, exenciones fiscales, a precios por debajo del costo, tributar de forma diferente (SICAV, como un desvergonzado ejemplo).
Hay otra forma de abordar la economía, mucho más sostenible, racional y justa que la que se nos quiere imponer, es nuestra decisión si, adormecidos por la comodidad (quien la conserve), entregamos a las generaciones futuras un mundo agotado, inviable e injusto