Han pasado 6 años desde que germinó la semilla de la indignación en los corazones de millones de españoles y españolas
En mayo de 2011 floreció un movimiento que los títeres de los poderes fácticos despreciaron y criminalizaron desde su primer momento, un movimiento al que aún hoy desprecian y criminalizan. Solo esto es un indicativo de lo saludable que fue el 15M: consiguió que “el miedo cambiase de bando”, puso a la defensiva a las “élites” del latrocinio y la corrupción porque, de repente se vieron amenazados.
A lo largo de este tiempo, y fruto de lo ocurrido en Sol ese año, muchos se sumaron a las luchas en las calles aupando a los ayuntamientos a grupos políticos de nuevo cuño (gracias a lo cual hemos sabido que en Venezuela no tienen papel para limpiarse el culo, una información a la que aún le estoy buscando utilidad). Es cierto que entonces muchos creyeron que un enorme cambio era inminente (tal era el nivel de crispación).
También es cierto que, por desgracia, las protestas en la calle han aflojado la presión (suponemos que, en parte, porque el PP ha pervertido la ley para criminalizar las protestas con su infame ley mordaza y ha lanzado a las fuerzas del estado para proteger el statu quo, quizá en parte por desgaste), potenciándose medios como redes sociales, y ahora, para decepción de la mayoría, cualquier cambio sustancial se ve muy lejos en el tiempo.
Aun así, es innegable que el 15M fue un momento que quedará grabado en la historia, un momento único que supuso un punto de inflexión que, aunque no ha cubierto totalmente nuestras expectativas, nos ha permitido organizarnos para “tomar” las instituciones a la par que conciencia de su disfuncionalidad, en un proceso de aprendizaje y descubrimientos que nos muestra la fea cara del enorme monstruo de las cloacas institucionales, articulada mediante leyes diseñadas por el régimen del 78 para permitir la corrupción y frenar unos servicios de calidad a la ciudadanía.
También hemos asistido al lamentable espectáculo de los medios de comunicación españoles, una vergüenza para la profesión del periodismo. Hemos visto desfilar por los juzgados a lo mejorcito de la política española, sí, esos que destruyeron 8 toneladas de papel a toda prisa cuando se enteraron que en el ayuntamiento de Madrid iban a entrar a gobernar otros que no tenían su mismo pelaje. Esos a los que de la oquedad donde debieran tener su honradez reverberan las palabras “supuesto”, “presunto” o “presunción de inocencia”, cada vez que abren el portón de la boca…
Resumiendo: objetivamente, el 15M ha sido el germen de algo muy grande, un “crac” (como en esa fantástica canción de Nacho Vegas) para el que no hay marcha atrás. Un doloroso despertar de una distopía como las de esas novelas de ciencia ficción que tanto gustan a algunos. Un enloquecido intento de aprendizaje posterior, y de romper tantos pares de zapatillas contra el asfalto, pero hizo conocerse y organizarse a mucha gente con una capacidad de sacrificio, talento y tesón sin igual, y donde se aprende unos de otros.
Levantarse cada día con la incertidumbre de no saber si el esfuerzo tendrá algún fruto, pero a la vez, la esperanza de que, un humilde granito de arena sirva, después de todo, para formar otro peldaño que nos ayude a elevarnos paso a paso como sociedad, para algún día elevar la vista fuera de esta oscura cloaca capitalista.