En los tiempos que corren, exigir y defender los derechos humanos de las personas más vulnerables ES REVOLUCIONARIO. En el año 2008 entró en vigor la Convención de Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPD), lo cual ha supuesto un cambio cualitativo en la lucha por los derechos de las personas con trastornos mentales o discapacidades psicosociales.
No es fácil empoderarse para nadie. Romper el cascarón en el que te han envuelto desde niño, tener curiosidad e interés por todo aquello que te rodea, formarte y abrir tu mente a la información configurando poco a poco ese sentido crítico tan necesario ante los mensajes que se reciben y lo hechos que se observan. Todo ello supone ir más allá de los estereotipos y de los tópicos.
Es un camino a recorrer y hay muchos y muchas que sienten pereza, porque, aunque supone toda una aventura, también supone enfrentarse a los propios prejuicios y a la comodidad de las verdades enlatadas. Empoderarse supone lanzar un grito de rebeldía: ¡fuera dioses y tribunos! Quiero ser yo mismo o yo misma; alguien que no necesita que le lleven de la mano a todas partes y que decidan por mí. Y, sin embargo, todos necesitamos ayuda en un momento determinado.
Por eso, el ser humano es la mayor paradoja del universo: necesita la ayuda de los demás y a la vez quiere ser el que tome sus propias decisiones.
En este camino hay quien lo tiene más difícil. Imagina lector y lectora de Asamblea Digital que existen personas que tienen que vencer barreras con la carga del estigma acuestas. Ponte en lugar de esa persona que está llena de dudas e interrogantes ante la vida, que no entiende lo que le está pasando, que la ambivalencia y los miedos se apoderan de ella neutralizando sus decisiones, que ve irresolubles los problemas más nimios, que ante el acoso no sabe cómo defenderse y no encuentra a nadie que le tienda la mano; y lo más grave: sentir el bombardeo acumulado de siglos sobre su cabeza maltrecha: «déjalo, está loco», «déjala, está chiflada», «que los encierren porque son un peligro».
Sentirte como si fueras la peste no es la mejor manera de salir del pozo donde has caído porque la naturaleza y la vulnerabilidad se han aliado para crear un ambiente hostil y excluyente. Hace falta tener mucha más fuerza que el común de los mortales para superar las dificultades que el estigma impone desde su arrogante superioridad. Y la rebeldía de los que sufren el estigma del problema mental supone mayor intensidad para gritar: ¡quiero que me trates como persona, porque soy como tú, aunque intentes ignorarlo!
Muchos de estos problemas comienzan cuando aún somos niños. El «Informe Mundial sobre la violencia contra los niños y niñas», publicado por las Naciones Unidas en 2011 destaca que existen diversas formas de violencia contra este colectivo que ahora se están haciendo visibles. En Cataluña se ha detectado que los problemas de salud mental crecen de manera exponencial entre este sector de la población.
Los niños y niñas atendidos en centros de salud mental infanto-juveniles aumentaron un 27,6% entre 2009 y 2014. El acoso escolar se está dando porque la violencia se nutre del silencio. Este fenómeno, según la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar está constituido por un continuado y deliberado maltrato verbal o modal que recibe un niño o una niña por parte de otro niño, niña u otros, que se comportan con él o ella cruelmente con el objeto de someterles, amilanarles, intimidarles, amenazarles u obtener algo mediante chantaje y que atenta contra la dignidad del niño o niña y sus derechos fundamentales.
El doctor Celso Arango, jefe de psiquiatría infantil y adolescente del Hospital Gregorio Marañón de Madrid y director científico del CIBERSAM ha manifestado que «el haber sido víctima de acoso escolar duplica las posibilidades de que aparezca esquizofrenia o trastornos psicóticos en el futuro». En estos casos, el riesgo de depresión se multiplica por tres y el de suicidio por cuatro. Sin embargo, también está demostrado que la violencia de las personas con problema mental está muy por debajo de la que ejercen personas con probada cordura. Entonces, ¿por qué tanto miedo y recelo contra las personas que tienen un problema mental?
Según se desprende del Informe 2016 elaborado por Salud Mental España sobre el estado de los Derechos Humanos de las Personas con trastornos mentales, la toma de conciencia de la sociedad sobre este fenómeno es un factor determinante para el futuro, porque implica un reconocimiento de la otra persona en su valor y diversidad, de su capacidad de aportar a la sociedad, con una mirada libre de estereotipos y prejuicios.
Hay que derribar las barreras, hay que romper las etiquetas. Sin esta toma de conciencia no importa cuántas normas se aprueben ni cuantas medidas se adopten, porque todas ellas estarán teñidas de una mentalidad estereotipada que hará imposible o dificultará mucho el efectivo ejercicio de los derechos reconocidos.
Para empoderarse las personas que conviven con un problema mental, han de enfrentarse al entorno adverso de las actitudes que estigmatizan y al espacio de vulnerabilidad en que se mueven los afectados. Recluirse en el gueto no es la mejor manera de reconstruir un proyecto de vida. Hay toda una rampa que subir desde el infierno de la crisis psicótica hasta empoderarse. Además, existen encrucijadas peligrosas en las que algunos y algunas se plantean dos alternativas: seguir adelante para superar una etapa más o dejarse caer por la rampa. La mayoría supera la prueba de las encrucijadas, pero algunos se quedan en el camino.
Claro que también existen apoyos mediante recursos terapéuticos para subir la rampa como si fueran las muletas o los ejercicios reglados para volver a una vida normalizada en las mejores condiciones posibles. Claro está que algunos y algunas tendrán que seguir con las muletas, pero está demostrado que la superación no tiene barreras porque ahí están los Juegos Paralímpicos para demostrarlo. La discapacidad es una limitación, pero la persona está por encima de sus limitaciones y es capaz de superarlas siempre que los derechos humanos y el entorno social sean proclives a facilitar la plena inclusión de la diversidad.
Y para terminar conviene tener en cuenta que el empoderamiento es una realidad tangible y para ello me propongo ilustrarlo con algunos testimonios vitales de personas empoderadas en el universo que me rodea. DA, actor y escritor, le conocí en la presentación de su libro en el Ateneo de Madrid en un acto de Salud Mental España, y coincidimos más tarde en un programa llevado por personas con problema mental en Radio Vallekas. CM, publicista, escritor, presidente de una entidad gallega y activista comprometido con la salud mental, le conocí en un acto de la Fundación Manantial y tenemos en perspectiva proyectos comunes. AJ, dibujante, pintor y escritor, le conocí en una exposición de sus obras en Valdemoro y descubrí su capacidad de reinventarse cada día.
MG, escritora y actriz de doblaje, le conocí en una conferencia sobre la mujer y desde entonces he visto sus cualidades polifacéticas. MS, activista social, implicada con la Renta Básica, tiene en su mirada el futuro porque cree en el cambio social. Todo un reto compitiendo con el mundo «normalizado». La lista podría alargarse varios folios, pero como muestra creo que vale por hoy. También he visto cómo algunos y algunas han asumido la responsabilidad de mantener en activo las asociaciones de salud mental comenzadas por sus familiares para apoyo mutuo. Observo con esperanza como los nuevos empoderados y empoderadas van asumiendo responsabilidades directivas en el movimiento asociativo de la salud mental; y cada día son más los que están en los órganos directivos de más alto nivel para plantear a los poderes públicos sus necesidades. Y todo ello a pesar del estigma.
Octavio Cacho
Escritor y miembro de Asambleas Ciudadanas Somos Más
Miembro de la Unión Madrileña de Asociaciones de Salud Mental