Os presentamos un nuevo capítulo del reciente libro de José Luis Garrot, y que sacamos en abierto parcialmente para nuestros lectores. Puedes visitar nuestra librería o comprarlo directamente aquí:
La humillación de la mujer era un objetivo a cumplir en todos sus aspectos; incluso en la descripción física que se hacía de ellas. Un ejemplo de lo anterior es el artículo publicado por José Vicente Puente en el diario Arriba bajo el título El rencor de las mujeres feas: Eran feas, patizambas, sin el gran tesoro de su vida interior, sin el refugio de la religión, se les apagó de frente la feminidad y se hicieron amarillas de envidia. El 18 de julio se encendió en ellas un deseo de venganza, de lado del olor a cebolla y fogón, del salvaje asesino y quisieron calmar su ira en el destrozo de las que eran hermosas. Y delataron a los hombres que nunca las habían mirado.
La humillación debía llevarse a cabo de forma pública para que sirviera de escarmiento y como demostración de lo que les pasaría a todas las mujeres que fueran afectas al régimen. Enrique Santos «El Secretario», vecino de San Vicente de Alcántara (Badajoz) dejó testimonio en su libro de recuerdos de lo que vio hacerle a las mujeres republicanas en su pueblo: […] uno de los muchos desfiles que se celebraron fue el siguiente: anudadas fuertemente a una larga soga, caminaba una hilera de mujeres con alguna de sus hijas –no mayores de cinco o seis años- luciendo sus cabezas afeitadas, sus lazos rojos, sus vestiduras rasgadas. A uno y otro lado, los verdugos con látigos, fustas y palos, propinándoles constantes golpes y obligándolas a decir en voz alta ¡Somos comunistas! Si aquellos gritos no se pronunciaban con suficiente energía, los látigos se encargaban de que lo fueran… No importaba la edad, la humillación la sufrían todas aquellas que hubieran tenido la «desgracia» de nacer con el sexo femenino.
Rapadas y purgadas
El rapado del cabello fue llevado a cabo de manera sistemática –sobre todo en las poblaciones rurales-, era una forma de señalar a las mujeres que de alguna manera habían celebrado el establecimiento de la República, habían colaborado con él, o simplemente lo habían aceptado. Si te negabas a ser rapada te esperaba la muerte, como le ocurrió a una mujer de 53 años en Aranda de Duero (Burgos). El rapado solía ir acompañado de la ingesta de aceite de ricino que provocaba que las víctimas no pudieran controlar sus esfínteres, para mayor escarnio y vergüenza pública.
El rapado obligaba a la mujer a recluirse en su hogar, era una cruel forma de señalarle cual era su sitio. Luis Castro[35] comparte esta opinión: […], el rapado, como forma más común de represalia fascista, tenía en primer lugar la virtualidad de empujar forzosamente a la mujer al ámbito de lo privado, pues solo así quedaba lejos del escarnio público, y a la vez representaba la sanción por una conducta considerada transgresora de valores básicos.