Desde lo alto se ve todo más claro. Lo difícil es subir, y una vez arriba, no ponerse de perfil, vencer el miedo a la caída, y tirarse con todas las consecuencias aun sabiendo que uno se puede hacer daño.
A este mundo venimos solos, sin nada, y nos vamos de la misma manera. En el camino, luchamos, a la vez que competimos, y mantenemos diferentes tipos de relaciones. Las más valoradas son las afectivas, y las más habituales, las sociolaborales.
Este sistema salvaje, aparte del corazón y los sentimientos, nos ha robado los columpios, esos que nos hacían dichosos, a la vez que audaces, eso que nos hacían sentir bien.
También nos han quitado el sentido común, la lógica, la coherencia, la resistencia y la empatía, con el objetivo de que pensemos más, o únicamente, en nosotros mismos y nunca, jamás, en los demás.
El que menos tiene, menos necesita. Estar solo, o sola, no debería ser un problema y sí un alivio. Es más, viendo como está el patio, me atrevería a decir que es lo más recomendable. Se padece un egocentrismo absurdo, y se sufre la estupidez de aquellos y aquellas que, no asumiendo su condición de “pobres”, compiten por alcanzar una vida que está totalmente reservada para unas pocas élites.
“Lo importante es ir al servicio (quien lo tenga) y ver que todo va bien, y atarse los cordones de los zapatos, sin problemas, uno mismo”. Esta frase la llevo utilizando más de cuarenta años cuando la gente me pregunta qué tal me va la vida.
Esta respuesta siempre ha causado decepción o extrañeza a la persona que la ha realizado. A mí me resulta de lo más sensata siendo, como soy, un animal más que va a morir. También me parece indiscreto utilizar el verbo “tengo” y enunciar las cosas que son de mi propiedad, privada, por supuesto, a los demás.
La gente de origen humilde me habla de cosas que no comprendo, nunca he comprendido y cada vez entiendo menos. De vez en cuando hago algún inciso y les hablo de cosas que creo que son importantes, como la justicia social, la desigualdad, la ecología, pan, techo, trabajo, por ejemplo.
Me suelen tratar como un tipo cansino, que siempre está con “lo mismo”. Les aguas la fiesta. La última tontería que se me ocurrió comentar, en una conversación seria, fue que me tocaba las narices los cientos de guerras que hay en el mundo y el vergonzoso comercio de armas del cual son partícipes y cómplices nuestros maravillosos y democráticos países.
Cuando uno defiende a los maltratados por el sistema capitalista, da su punto de vista, y denuncia lo que no está bien diciendo la verdad, debe tener claro que siempre va a perder, y que va a ser castigado.
Como recurso humano que soy tengo la fortuna de ser expoliado de la plusvalía que genero en un centro educativo, antiguamente llamado escuela. Hay que eliminar y machacar a los disidentes que intentan ayudar a estos futuros esclavos del mercado laboral. Ellos, los que mandan, quieren, que estos niños y niñas sean igual de sumisos, egoístas e ignorantes que la mayoría de los ciudadanos que les rodean.
No quieren que aprendan a utilizar el sentido común, o que piensen por sí mismos. Ellos quieren, y lo desean, incluso consiguen, que sean unos buenos soldados consumistas.
Mientras subo y bajo me da tiempo a pensar que el sistema lo ha conseguido. Ha logrado que defendamos el individualismo.
Me gustan los columpios porque suelen para dos, y puedes hablar con la persona que está sentada a tu lado. Estoy excluido, pero tengo sitio para el que se quiera venir. Aunque se piensan que estoy triste y amargado por estar al margen, y que incluso me lo merezco por decir lo que pienso, no saben que el vaivén de los hierros, de mi integridad, dispara mis endorfinas.
Ellos también sufren maltrato, pero no se enteran, o no se quieren enterar. El ama no cumple las leyes, no les da las nóminas en su tiempo y forma, les habla mal, les explota y les, nos, trata como lo que son, somos, idiotas que se creen, creemos que todos son, somos, iditas menos ellos, yo.
He vuelto a cambiar. Vuelvo a disfrutar en mi tobogán rojo con barras negras. La tranquilidad anula los efectos de las conversaciones vacías de ideas y sustancia. Lo que tiene lo salvaje es que mantiene la mente lúcida, en alerta, para continuar la lucha por la vida y por los que peor están. Todos aquellos y aquellas que no son capaces de aguantar la caída porque no les han dado ni la oportunidad de subir.