Hipatia de Alejandría es, probablemente, una de las personalidades más famosas de la antigüedad tardía, habiendo sido una de las filósofas más reconocibles de esta época, además de un ejemplo de la cultura pagana. Vivió entre los siglos IV y V, y su vida se va a ver enmarcada en una época en la que ya se asentaba el cambio de mentalidad al cristianismo, dejando atrás los últimos vestigios del mundo clásico. Para muchos, la historia de Hipatia pasa a leyenda, o incluso a mártir, de una época en la que el mundo antiguo se iba difuminando y la Edad Media se abría paso.
Hija de Teón de Alejandría, matemático y astrónomo griego, de quién también fue discípula, fue filósofa y maestra, siguiendo la corriente neoplatónica, con la que entró en contacto en un posible viaje a Grecia. Además, es una de las primeras mujeres matemáticas de la historia, escribió también sobre astronomía, geometría y álgebra; aunque no se quedó ahí, sino que también tocó el campo de las ciencias aplicadas, diseñando varios instrumentos científicos.
Ya en su época se la reconocía como gran maestra: Sinesio, obispo de Cirene y discípulo suyo, le dirigió varias cartas alabándola y reconociendo su admiración hacia la filósofa; además, Sócrates Escolástico –historiador cristiano– la considera la tercera cabeza del platonismo tras Platón y Plotino, él mismo nos cuenta como se la consideraba modelo de dignidad y virtud, acostumbrada a aparecer en público ante los magistrados y sin dejarse intimidar cuando asistía a las asambleas de hombres, pues era admirada.
A Hipatia acudían en busca de consejo las autoridades de la ciudad, al ser considerada modelo de sabiduría, así como nobles, artistas y pensadores. Sin ir más lejos, Orestes, prefecto de la ciudad y delegado del emperador, estaba entre sus discípulos.
Hipatia fue una mujer que se entregó por completo a su escuela, por lo que nunca se casó. Quizá una de las anécdotas más famosas que nos ha llegado sobre ella es la que habla sobre uno de sus alumnos que se enamoró de ella, e Hipatia, no pudiendo convencerle del sinsentido mediante sus palabras, le mostró paños con su menstruación para hacerle comprender que el amor carnal no era apropiado para un filósofo que aspirase a la pureza.
Independientemente de si la anécdota es cierta o una invención, sirve para ejemplificar la forma de vida dedicada al pensamiento que había elegido seguir Hipatia.
Influencia social y política de una mujer
Pero no todo era tan bonito como parece, el mundo académico e intelectual, así como muchos otros ámbitos, también se vieron afectados por las disputas de poder en el antiguo centro intelectual que una vez fue la ciudad de Alejandría en época helenística.
Como ya he mencionado antes, se estaba produciendo un cambio de mentalidad que chocaba directamente con cultura asentada hasta el momento en la ciudad. El cristianismo iba en auge a la vez que los grupos que seguían la nueva religión mostraban cada vez más hostilidad hacia la cultura pagana, lo que se acrecentó a finales del siglo IV cuando el emperador Teodosio I decretó el fin de los oráculos, cultos y templos de la religión pagana.
En el 415, Cirilo, obispo y patriarca de Alejandría en ese momento, entró en conflicto con Orestes. Como suele suceder en estos casos, los hechos se sacan de contexto y cada uno cuenta su versión de la historia, por lo que Cirilo consiguió convencer a Teodosio II de que él tenía razón. Lo típico, la verdad es lo mío y el resto son malos malísimos.
Pues bien, Hipatia se vio afectada por este enfrentamiento debido a que los grupos cristianos sacaron a relucir la amistad de la filósofa con el prefecto, responsabilizándola de todo, posiblemente fue Cirilo quién les convenciera de ello.
Todo venía de antiguas envidias y rencores. Según se cuenta, Cirilo vio en una ocasión a una muchedumbre dirigirse a una casa, más tarde se enteró que era la escuela de Hipatia y, cómo no, ahí empezó la pelusa, porque era inconcebible el hecho de que alguien buscara consejo en una mujer y que esta lo ofreciera, al menos desde el punto de vista de los cristianos más ortodoxos. Vamos, ¿cómo podía una mujer tener tal influencia social y política?
Tras esto, una muchedumbre de cristianos interceptó a Hipatia cuando regresaba a su casa, la tiraron al suelo y la arrastraron hasta una iglesia, allí, con conchas, la despedazaron, para luego quemar sus restos. En definitiva, una muerte horrible para una mujer cuyo único delito fue dedicarse al campo del conocimiento. Y, efectivamente, su muerte fue peor a como nos lo cuentan en la peli (Ágora).
Y sí, de nuevo vienen las escusas, algunos defendieron estas acciones diciendo que Hipatia era “una peligrosa hechicera”. Volvemos a lo mismo de siempre, si una mujer es inteligente, fuerte, independiente, no es porque ella sea así –con todo el derecho del mundo– sino porque es o bien una “mujer de vida alegre” o bien una “bruja”. En el caso de Hipatia, es que era una bruja, claramente.
Aunque al menos nos queda el consuelo de que la mayoría de las fuentes históricas, aún partiendo de cristianos, condenan estos hechos, como es el caso de Sócrates Escolástico.
En fin, sea como fuere, Hipatia se convirtió en mártir de la filosofía, y su recuerdo, como suele pasar cuando se intenta borrar algo, perduró en el tiempo y se quedó grabado en la historia, sobre todo a partir del siglo XVIII, cuando en la Ilustración se convirtió en defensora de la razón.
Pero que todo esto se lo digan a Hipatia, que sufrió una muerte horrible que no merecía, por un crimen que no había cometido, y que todo se debió a la mala fe, qué contradicción, puesto que él era cristiano, de un hombre al ver con envidia cómo una mujer inteligente florecía y era reconocida por sus pares.
A lo largo de la historia, si una mujer mostraba curiosidad o inclinación por las ciencias, el pensamiento o el mundo académico e intelectual, se la etiquetaba, y no precisamente bien, incluso se la llegaba a castigar. Hipatia, en este sentido, es sólo un ejemplo más de una mujer brillante, independiente e inteligente que decidió por ella misma cómo quería vivir su vida y a qué dedicarla, una mujer más que a la que castigaron por ello sin motivo alguno.