El obrero de derechas ¿Víctima o tonto del culo?

Pocos miembros de la sociedad despiertan sentimientos tan inquietantes, contradictorios y repulsivos como los que comúnmente llamamos “obrero de derechas”. Se deberían incluir en este grupo a los “trabajadores equidistantes”, que sin llegar a considerarse ellos mismos como de derechas, no sienten tampoco la menor empatía e inquietud por las insuficiencias sociales de personas fuera de su ámbito cercano (familia y amigos).

Para los dos subgrupos las necesidades comunes de su entorno y clase social, o tener una visión global de la sociedad, son aspectos que asocian a un mundo imposible de cambiar y en el que los más “listos” haciendo “negocios” son los que prosperan. De hecho llamarles clase trabajadora les aterra, como si mantuvieran la esperanza de algún día vivir en el Barrio de Retiro o Pozuelo. Son “librepensadores” cuya justificación común es que todos los políticos son iguales o que solo los patriotas españoles piensan en ellos. Es más, incluso justifican a evasores fiscales ricos y «youtubers andorranos» defendiendo como si fuera suyo que con su dinero hacen lo que quieran. Y esto, paradójicamente, tiene la devastadora consecuencia de mantener a unas elites económicas cada vez más ricas que directamente provocan una desigualdad social que ellos mismos sufren como nadie, entre otras cosas el abandono de los servicios públicos que les darían a ellos y sus hijos una igualdad de oportunidades real. La visión servil de un limpiabotas.

Tienen también una característica  frecuente, la escasa formación académica, política, social y cultural.

No por su culpa probablemente, sino porque un precario sistema de servicios públicos  no pudo darles la oportunidad de desarrollarse como ciudadanos críticos y con conocimiento real del entorno. Otras muchas veces las necesidades económicas familiares hicieron que entraran demasiado pronto en el mercado laboral.

Como está demostrado la precariedad, y las necesidades vitales que conlleva, crean personas menos interesadas en los movimientos sociales o la política. Por lo tanto, es evidente que hacer estas políticas ultraliberales de abandono de los servicios públicos (sobre todo de una educación pública de calidad) y de asistencia social a medio plazo son caladeros de la desidia.

El desapego por la política se evidencia en el marcado interés de muchos medios de buscar y promocionar contradicciones en la izquierda (casoplones, comidas en restaurantes, nos suben los impuestos, etc…) para desmovilizar a muchos trabajadores con el tan repetido «todos los políticos son iguales» o mantras más ridículos aun, pero que consiguen entrar emocionalmente con mucha fuerza a personas con un nivel de análisis crítico más bien escaso.

Muchas veces sin buscar el voto a un determinado partido, simplemente alentando la abstención y desafección por los temas políticos y sociales. A todo esto se le unen manipuladas e interesadas campañas de odio racista y xenófobo, que buscan que el trabajador desorientado tenga un referente (el inmigrante) al que señalar y odiar por sus desgracias.

La progresiva desindustrialización del país en los 80 llevó a miles de empleados de trabajar en grupos amplios (fábricas) a hacerlo como autónomos o en pequeñas empresas,  que dependen en gran parte de que la economía vaya como un tiro, por no hablar de burbujas o pelotazos. Oficios como la hostelería, construcción, taxistas y transportes, gran comercio y todo lo que esté relacionado con el consumo y ocio tienen sus bonanzas cuando el capitalismo está desbocado, a pesar de las consecuencias a medio y largo plazo. Sectores que en los últimos 30 años han crecido como la espuma, siendo en la actualidad España un país de «servicios», muy vulnerable a los vaivenes económicos como desgraciadamente sabemos (y no aprendemos).

Antes el contacto con tus compañeros y sindicato creaba lazos de solidaridad, conciencia de clase e intereses comunes, eso luego se transformó en competencia e individualidad. Se pasó de luchar por tener una vida digna, darle a tus hijos oportunidades y tener las necesidades cubiertas a producir sueños de crecimientos económicos eternos en el que la riqueza se mide por el modelo de coche y el consumismo ridículo. Y en estos delirios oníricos la derecha es una artista en su promoción, lo que termina siendo casi para ellos más atractivo que el gasto social (que encima se “llevan” los inmigrantes). Una vida de resignación a la espera de mejores tiempos o a que toque la lotería. Suelen ser carne de cañón de mensajes simplistas que piensan les beneficiarán, como por ejemplo bajar impuestos a los ricos para que gasten más y les caigan unas migas.

Tienen también un odio generalizado a los funcionarios, científicos con becas, artistas (la cultura en general) o intelectuales .A todo lo que no esté relacionado con la producción de dinero vuelcan toda su frustración de precariedad en los tiempos malos al culparlos de ser un «gasto». Se les suele pasar por alto que aprueban una oposición, que nos sirven para el funcionamiento del Estado y que en épocas de «vacas gordas» ganan cuatro veces más que ellos.

El subgrupo “obrero facha” es ideológicamente la herencia de un franquismo que pretendía parecer paternalista con los eslabones más bajos de la sociedad, a través de la caridad y de propagandistas promociones de viviendas de escasa calidad pero de efectiva publicidad. Esto, unido a un exacerbado nacionalismo español inculcado durante décadas a través de supuestos valores patrios como los toros, un ejército e imperios gloriosos, la Semana Santa, Gibraltar o reinventarse la historia pasada hasta parecer que el Cid fue de Falange de toda la vida. Por desgracia el racismo es uno de sus pilares, y más cuando son ellos (y no sus señoritos) los que conviven con los inmigrantes que tienen sus mismas necesidades. Este racismo suele ser el principal argumento de la ultraderecha para atraerse trabajadores desclasados.

Un buen ejemplo de todo esto es Madrid. La abstención en los barrios de trabajadores siempre es mucho mayor que en los barrios pudientes o de clase media, y además tienen un porcentaje no desdeñable de votos de partidos de derechas. Esto hace que estén más igualados los bloques izquierda-derecha en estas zonas populares que en los de rentas más altas (donde siempre gana la derecha por mucho mayor margen). Este déficit de votos en los que supuestamente deberían ser los caladeros inagotables de la izquierda (pues además son los más poblados), hace que la suma total de la ciudad y Comunidad se incline ligeramente para la derecha. Por ejemplo, se puede saber perfectamente qué bloque ha ganado las elecciones cuando dan los resultados de porcentaje de votantes en los distritos y ciudades del sur. Simplemente con una diferencia de un 2 o 3 %  en la abstención es suficiente para que la derecha gane unas elecciones. Recordemos que los simpatizantes de la derecha votan siempre.

Ahora bien, como comentaba anteriormente, un hecho fundamental de este comportamiento suicida e incoherente es la formación de estos trabajadores. La lenta pero progresiva pauperización de la educación pública tiene una vertiente muy interesada a largo plazo, y no es otra que una baja calidad educacional, sin medios para atender a población desfavorecida que necesitarían un apoyo extra. No solo se abandona si no que se desvían esos fondos a la escuela concertada, donde muchos anhelan poder meter a sus hijos y presumir de cole de “pago”. Esto es importantísimo, pues cuando la izquierda quiere proponer un apoyo masivo a la escuela pública (la única que garantiza la igualdad de oportunidades) la derecha lanza gigantescas campañas mediáticas para defender el “modelo libre” concertado. En los últimos años se han construído más colegios concertados que nunca en los barrios del sur. Un auténtico paraíso de apariencias para los «quiero y no puedo».

Estos gráficos dan fe de todo ello, dándose curiosas paradojas respecto a las rentas y nivel de estudios, como que el PP es el más votado entre las rentas bajas y personas sin estudios o estudios básicos:

Estudios del CIS

Por supuesto el nivel de estudios tampoco es condicionante ni justificante para votar en contra de tus intereses de clase. Discernir entre el bien y el mal no es tan difícil, no hace falta ser universitario para entender el origen de las desigualdades, un régimen tributario injusto o que tu vecino peruano tiene los mismos sueños y dificultades que cualquier persona. Pero también es un nuevo proletariado abandonado por los poderes públicos que ve en la economía salvaje su supervivencia, y al final esa es la percepción que tiene, que todo el mundo va a lo suyo, pues ellos también. Recuperar a esta gente para el bien común y alejarlos de los populismos será el gran reto a medio plazo.

El obrero de derechas realmente qué es ¿una víctima del sistema o un tonto del culo? En mi opinión un limpiabotas de los cayetanos, aunque no es consciente.

Francisco Javier García Martínez
Francisco Javier García Martínezhttps://asambleadigital.es
Licenciado en Historia. Técnico superior en electromedicina. Activista, defensor de los DDHH y la justicia social

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