Réplica a Juan José Benítez por su libro «Las últimas horas del Che»


Las últimas horas del CHE, de Juan José Benítez, está basado en tres diarios (escritos por él mismo, en mi opinión) que, entrelazando sus contenidos, conforman una historia cuya única pretensión es la de ridiculizar a Ernesto Guevara de la Serna: el primero de los textos fue escrito supuestamente por un guerrillero que acompañó al argentino desde Sierra Maestra hasta el final de sus días en Bolivia, y firmado por un tal «Roselló»; el segundo fue redactado por un coronel del ejercito boliviano al que llama «Saturno», y que fue el que recibió la orden de ejecutar a Guevara, y el tercero pertenece a un ex agente de la CIA, de origen cubano, cuya misión fundamental era la de asesorar al ejercito de Bolivia en la lucha contra la guerrilla. Qué casualidad más grande que los tres escribieran un diario para que Juan José Benítez, entrelazando los unos con los otros, como ya he dicho, consiguiera elaborar una historia absolutamente llena de mentiras.

Lo primero que dice por la boca del Roselló, que es el diario con el que empieza el libro, es que Fidel se lo quiere quitar de encima (al «che») a cuenta de una intervención del famoso guerrillero en el segundo seminario económico de la solidaridad afroasiática; un encuentro en el que, entre otras muchas cosas, llegó a decir que «los países socialistas son cómplices de la explotación imperialista», algo que cayó tan mal en la Cuba revolucionaria «que no tuvieron otra salida que mandarlo al Congo, país desde el que pudimos escuchar al líder cubano leyendo una carta de Guevara, en la que se despedía de Cuba, de su nacionalidad cubana, y de sus cargos». Una carta que todo el mundo conoce pero que, sin embargo, y según el tal Roselló, «el argentino nunca escribió». Una mentira no más, si tenemos en cuenta que la carta en cuestión era un manuscrito que ha sido publicado en cientos de periódicos y expuesto en numerosos museos.

Más adelante, Benítez, por boca del mismo elemento, cuenta que cuando regresó a Cuba (desde Checoslovaquia «y de incognito») le ofrecieron luchar en Argentina pero que antes debía establecer las condiciones en Bolivia, donde reuniría una importante fuerza subversiva al objeto de lanzar a los guerrilleros a los países fronterizos (Brasil, Perú, Venezuela y Argentina), lo que provocaría la inmediata intervención de los Estados Unidos y el enfrentamiento, consecuentemente, de China y Rusia contra los «americanos», osease la tercera guerra mundial. Lo que viene a significar, según este guerrillero fantasma, que Ernesto Guevara de la Serna estaba poco menos que loco: nadie que tuviera dos dedos de frente podía estar por la labor de provocar la tercera guerra mundial; de hecho, si esa guerra no se produjo durante la crisis de los misiles fue precisamente porque un enfrentamiento de esas características hubiera significado el fin de la humanidad; y eso es algo que lo sabía hasta el más tonto de los yanquis.

De la Tania (Tamara Bunke Bider) afirma que era una agente triple al servicio de la Stasi alemana, la KGB rusa y de la inteligencia cubana, pero a mí lo que de verdad me sorprende es que Juan José Benítez, por la boca de este Roselló, no nos haya dicho que la guerrillera en cuestión era una extraterrestre que venía de Ganimedes con el solo objeto de «tirarse» al argentino. Aunque lo más extraordinario de todo es esa parte del libro, vamos a llamarlo así, en la que nos asegura que fue amante del General Barrientos, presidente de Bolivia por aquellos días, quien no sabemos si dolorido, porque no sabemos si los membrillos sienten, acudió al funeral de la guerrillera argentina.

Antes de salir para Bolivia, nos cuenta también por la boca del Roselló, «fue preciso retocarlo [se refiere al «che»] para que nadie pudiera reconocerlo; de modo que le pusieron una prótesis en la dentadura, unos zapatos especiales para que pareciera más pequeño y, finalmente, le arrancaron 25.000 cabellos [supongo que los contaron uno a uno], una intervención en la que el argentino, durante diecisiete días, no paró de gritar como un niño». ¡Pero qué pena da este Benítez! Quién se va a creer que un hombre como Ernesto Guevara, acostumbrado a los deportes de choque y al sufrimiento, gritaba como un chico al arrancarle los pelos de la cabeza. ¡Pero cómo se puede ser tan asquerosamente miserable!

Nada más irrisorio sin embargo que esa parte del texto en el que el supuesto guerrillero, ese cubano al que nadie conoce, le da por hablar de las venadas del argentino al solo objeto de hacernos creer que había perdido el juicio. Pero claro, qué otra cosa podemos pensar si nos cuenta que al «che», cuando no tenía otra cosa que hacer, le daba por montar a caballo y pasearse por los diferentes campamentos de Ñancahuazú gritando que era «el segundo Bolívar». Un cuento que solo puede salir de la pluma de un tipo sin escrúpulos, acostumbrado a la ficción, y al que solo le mueve el dinero.

Otra de las cosas que dice este solemne imbécil, por la boca del tal Roselló, es que una de las aficiones favoritas del «che» era sacar muelas sin anestesia. «Anestesiaba a los guerrilleros a base de insultos en argentino», llega a escribir, «incomprensibles del todo para los hombres». Pero lo que yo me pregunto ahora, después de las palabras de este señor, es cómo sabían que se trataba de insultos si eran del todo incomprensibles. Había que anestesiarlos, supongo, y a falta de anestesia, lo más probable es que Guevara recurriera a la distracción y a las bromas antes de tirar de la muela, algo absolutamente razonable en aquellas condiciones. Pero bueno, está claro que en este libro de lo que se trata, entre otras muchas cosas, es de hacernos creer que el famoso guerrillero disfrutaba con el sufrimiento de los demás.

En otro pasaje del texto, el mismo guerrillero al que nadie conoce y en una situación en la que tuvieron que hacer bajar a los viajeros de un autobús, al «che» no se ocurrió otra cosa, ante la negativa de una viejecita a bajarse, que decirles a sus compañeros que estaba hasta los órganos de generación (osease los cojones) y que le pegaran un tiro, una situación que, según este energúmeno, volvió a repetirse con otra anciana porque no sabía absolutamente nada de lo que le estaban preguntando. Una fábula como otra cualquiera, y una cara como el cemento la de este «caballero».

También la historia del perrito está en las páginas del libro; solo que este Benítez (porque quiero entender que es él quien la escribe) no sabe ni cómo fue: cuenta que Guevara se puso eufórico cuando le pegó un tiro a un pastor alemán que seguía su rastro. Pero no, la historia no va por ahí: el perro, que no era más que un cachorro, se unió a la columna del argentino y fue tratado con cariño por todos los guerrilleros, y muy especialmente por Félix, que era el que se encargaba de cogerlo en brazos cuando el pobre animal no podía seguir a los combatientes. Pero llegó un momento en que la tropa de Sánchez Mosquera, a quienes los guerrilleros acosaban, estaba tan cerca que el «che» no pudo tomar otra medida, ante los ladridos del cachorro, que ordenarle a Félix que lo matara, hecho que ha sido utilizado por los fascistas para desprestigiar la figura del guerrillero. ¿Qué otra cosa, me pregunto, podía hacer Guevara sino intentar salvar la vida de sus compañeros?

El caso de la pérdida de las botas por parte del supuesto Roselló, no es más que una solemne estupidez de las muchas que escribe este personaje: cuenta que al cruzar un rio, en una de las maniobras por la zona en donde estaban, tuvo la mala suerte de perder las dos botas que llevaba puestas, suceso que disgustó tanto al comandante que no solo lo llamó «comemierda» sino que, además, lo obligó a caminar descalzo durante el resto de la jornada. «Y a dios pongo por testigo de que fue así», es lo único que le faltó escribir. Lo que pasa es que es tan absurda la historia que nos cuenta, que dudo mucho que haya alguien que pueda creérsela. ¿Caminar descalzo por los montes de Ñancahuazú? Ni el mismísimo diablo podría hacerlo.

Lo más gracioso del libro sin embargo viene casi al final cuando, una vez apresado el guerrillero, «Saturno», coronel del ejercito boliviano y supuesto autor de otro de los diarios, escribe que cuando apresaron al «che» se derrumbó como un niño: «Hablaba en voz baja y miraba al suelo. Y me preguntó que si lo íbamos a matar. El tono era de suma docilidad. Yo estaba desconcertado. ¿Qué había sido de aquel sujeto implacable y violento? Respondía a todo con gran mansedumbre. En el tiempo que alcancé a verlo no supe de ningún mal gesto o de una palabra grosera. El tipo, en efecto, se había derrumbado» Esto es lo que nos cuenta el supuesto coronel en su diario, bajo el nombre de «Saturno». Lo que quiere decir, sin lugar a dudas, que la persona a la que habían apresado no era Ernesto Guevara de la Serna sino Sor María Inés de la Higuera y Turchio, una monja que pasaba por allí y que era el mismísimo retrato de Guevara.

Y por fin llegamos a los Rolex, ¿cómo iba a faltar aquí una historia semejante? Si no ha faltado la historia de las gafas de «carey», que son las que llevaba el «che» al objeto de que no pudieran reconocerle en la aduana de Bolivia, o «la pipa de plata con la que fumaba sin parar», ¿cómo iban a faltar en su vida dos Rolex como dos cojones en el momento en que lo apresaron? Pero no, no vamos a contar la historia porque para cuentos ya tenemos bastante con la vida que nos toca. Solamente añadir, que ya es añadir mucho, que no deja de ser curioso que se utilice un reloj de mierda para desprestigiar a Ernesto Guevara. Ignoro si eran Rolex los relojes que llevaba el guerrillero, pero ninguno de estos canallas que se dedican a detenerse en semejantes menudencias, hablan nunca de la mierda de los suyos; ¡qué va!, a los perros como el narrador que nos toca solo les interesa el dinero y ser gobernados por gentuza que les permitan acumularlo.

Tengo que reconocer, no obstante, que hay una cosa en el libro que bien pudiera ser cierta: que la ejecución de Ernesto Guevara de la Serna, al poco de ser apresado, estuvo íntimamente relacionada con el escandalo internacional que supuso el juicio, en la Paz, del francés Regis Debray y el argentino Ciro Bustos, dos importantes colaboradores de la guerrilla. Bolivia, según algunos, no podía permitirse otro escandalo como aquel. Y eso sin tener en cuenta las movilizaciones que se hubieran producido en todo en mundo, con un Guevara entre rejas y a la espera de juicio. «Mendi», agente de la CIA entonces y supuesto autor del tercer diario, se posiciona en contra de la ejecución y propone enviar al guerrillero a Panamá para ser interrogado (osease torturado) por los «americanos», pero me da que esto no es más que una puta mentira: dudo mucho que el argentino fuera ejecutado sin el permiso de los Estados Unidos de América.

Y termino: yo no creo que el Che Guevara fuera el mejor de los hombres, pero sí uno de los mejores: renunciar como hizo a todas las comodidades que le ofrecía su cago de ministro en Cuba, para pasar todo tipo de calamidades en las montañas del Congo, Venezuela y Bolivia, es algo que no está alcance de cualquier sensibilidad. Y eso por no hablar ya de una conciencia y fuerza de voluntad capaz de superar todos los límites; sobre todo si tenemos en cuenta que Ernesto Guevara de la Serna padecía de asma, una enfermedad que cada vez que lo visitaba lo dejaba prácticamente sin respiración. Solo por esto y porque vivió para los demás (como los misioneros de otro tiempo), merece un mínimo de respeto; pero no, algunos individuos, como este Juan José Benítez, se han empeñado últimamente en hacernos creer que el guerrillero argentino no era más que un imbécil, un guarro «que no se lavaba nunca», un maltratador y un asesino. Pero claro, como decíamos arriba, cualquier cosa vale cuando hay dinero por medio.

Juanjo Galeano Martín
Juanjo Galeano Martín
Bilbao, sindicalista y miembro de la revista LETREN EURIA

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