Aquí estamos otra vez sin ganas de rebajar el alto nivel de felicidad que invade nuestras vidas de Gran Hermano. No seré yo el que quite la ilusión a aquellos que no pueden evitar contarnos todo lo que hacen en su día a día cotidiano. Como si nos interesase lo más mínimo los asuntos de los demás, ¿o sí?
Si ustedes quieren a su país, deben demostrarlo. Ya no hace falta llevar una bandera o ir a una guerra. Lo único que tienen que hacer es ahorrar dinero, contratar un asesor fiscal, y que este les haga pagar menos impuestos a través de una sociedad de capital creada en un paraíso fiscal.
Por otra parte, aquellos a los que nos acusan de querer romper España somos, paradójicamente, los que con una nómina y una cuenta corriente aportamos más dinero para que el estado funcione. Somos tan patriotas que, aun siendo agnósticos y estar en contra del lobby de la iglesia, damos más euros a las organizaciones religiosas que la mismísima conferencia episcopal.
Los radicales de izquierdas somos así, pura contradicción. Unos auténticos españoles, mucho más que todos esos políticos, empresarios, famosos y banqueros que llevan su dinero, sin ningún pudor, a otros países para no pagar impuestos. Estos últimos representan la marca España sin duda.
Sin más, esperando que les guste y les disguste lo escrito, les dejo con:
LOS CURRIS
Había un lugar maravilloso, en un mundo desconocido, llamado Fraguel Rock. Sus habitantes más principales no trabajaban. Vivían de las construcciones de azúcar y miel que hacían unos seres pequeños y trabajadores llamados curris.
Los fraguels tenían una calidad de vida extraordinaria gracias al sudor de los curris. Como no eran idiotas, a los curris les pagaban un buen sueldo, les daban vacaciones y les dejaban un poco de ocio para que se pudieran gastar el dinero que ganaban tras interminables jornadas laborales.
Estos muñecos, divertidos y generosos en otro tiempo, se habían convertido en seres egoístas y caprichosos después de las últimas elecciones, las cuales llevaron al poder a un gobierno de ideología conservadora y nada progresista.
Habían hecho creer a los currantes, a nuestros pequeños y adoctrinados curris, que no eran clase trabajadora, que pertenecían a una clase un poco más elevada, que se acercaban incluso a la suya, a la de los fraguels, que eran clase media.
Los diminutos hombrecillos con bigotillo y gorra, junto con sus mujeres, las cuales llevaban a sus hijos a cuestas envueltos en una manta, tenían casas mejores, vehículos de alta gama, y todo tipo de productos tecnológicos que les proporcionaban una felicidad virtual.
Ya no necesitaban a los representantes sindicales. No necesitaban salir a la calle a protestar porque contaban con representantes en el parlamento que eran como ellos. Estaban convencidos, aunque unos, los fraguels, estuvieran arriba, y ellos, los curris, estuvieran abajo, de que el capitalismo era la solución que podía terminar con la diferencia de clases.
Cualquiera podía ascender en el escalón social. No importaba la cuna donde hubieras nacido. El hecho de ser hijo de padres curris no te marcaba para toda la vida. Con tesón y esfuerzo estos niños podrían llegar a los mismos puestos que los hijos de los fraguels.
La realidad no siempre es lo que a nuestros ojos les hacen ver las televisiones de plasma. La montaña de basura, dueña del planeta y de la vida de los fraguels, había urdido un plan para ganar mucho más dinero del que diariamente acumulaba. Y para que esto pasara era necesario que los curris ganaran menos.
Se inventó una reforma laboral que todos aceptaron de buen grado porque iba a crear empleo y ofrecer más oportunidades. A los pocos meses de ser aprobada, los derechos de los curris desaparecieron como la arena en la tormenta. Los sueldos cayeron en picado a la par que las deudas subieron hasta convertirlos en esclavos. Sus vidas de vino y rosas se convirtieron en pesadillas de pan y arroz de origen transgénico.
Nunca habían estado tan mal como ahora. Los jefes les insultaban en el trabajo. Tenían que estar haciendo la pelota constantemente. Les dividían en grupos, ensalzando a unos y desprestigiando a otros, para que no se unieran. Les aplicaban ERES para tenerles dóciles y domados ante una posible pérdida del puesto de trabajo.
Los fraguels, siguiendo las órdenes de la montaña de basura, habían convertido a los curris en seres autómatas, sin sentimientos, y más cercanos en sus comportamientos a los robots que a las personas.