De cuando ser joven se convirtió en sinónimo de ser estúpido

Ya estamos en la «nueva normalidad», y ya estamos comenzando a ver como en distintas zonas del país aparecen rebrotes del Covid-19. Los motivos son diversos: movilidad de los temporeros del campo, contagio en centros de trabajo o establecimientos sanitarios y la celebración de fiestas, botellones, y demás saraos por parte, casi siempre, de gente joven, que sin guardar la más mínima medida de seguridad se entregan a la fiesta con renovado ardor tras el encierro obligado.

Dicen que la juventud es una enfermedad que se cura con el paso del tiempo, puede ser, pero lo que suele perdurar es la estupidez. Y esta estupidez, o imbecilidad, como prefieran los amables lectores, es una pandemia que está atacando de forma harto virulenta a los jóvenes.

Estos jóvenes, que se creen inmortales, no parecen entender que en la tierra existen más personas además de ellos; existen sus padres, sus abuelos, y millones y millones de personas a los que ser contagiados por el coronavirus les puede suponer la muerte. Pero parece que esto les importa poco; lo importante es la fiesta, esa juerga constante que ha servido para caricaturizar a España con respecto a muchos países que nos siguen viendo como el país del olé, el traje de faralaes, los toros; es decir la España cañí.

Quizás estos estúpidos jóvenes si sufren la pérdida de alguna persona próxima a ellos, se den cuenta de lo que está ocurriendo y de que su estupidez puede matar a gente. Pero entonces ya sería tarde, porque su egoísmo y su imbecilidad habrían sido la causa de la muerte de un ser humano.

Pero parte de que esto esté pasando es culpa de las medias palabras, la falta de noticias veraces, y algunas disposiciones del Gobierno que no tienen ningún sentido. No se pueden dar mensajes, por mucho que luego intenten matizarlo, de que ya estamos en la normalidad. Porque no es de recibo que los trenes vayan a rebosar –como ya han denunciado numerosos pasajeros- sin que haya nadie que compruebe que todos van con su mascarilla puesta. No es de recibo que se establezca que las mesas de las terrazas tengan que estar separadas 1,5 metros, cuando en una mesa –y esto lo he visto ya varias veces-se juntan 6,7 o 10 persona separadas por menos de 30 cm, y evidentemente todos sin mascarilla. Porque no es de recibo que se permita el traslado entre provincias, y salga el señor Simón diciendo que, aunque permitido no se aconseja, en qué quedamos.

Así que estamos en un buen lío, entre la estupidez de unos, y la incoherencia de otros, mucho me temo que de esta no salimos y que un rebrote fuerte está más próximo de lo que creemos. Ojalá me equivoque.

José Luis Garrot Garrot
José Luis Garrot Garrothttps://asambleadigital.es
Historiador y arabista. Profesor de la UCM

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