El sueño (Relato de un maltrato)

      Gracias doy a la noche y sus desvelos. Gracias a ellos puedo correr el velo de una realidad, creada por la mente y con el corazón ausente, que carece de verdad.

     Soñar, despertar, observar: cómo, pese a los mensajes claros, la incoherencia va haciendo mella, cómo me alejo de mí cada vez más y permanezco pegada, como polilla a la llama, a esto que me daña.

       No corro ni vuelo, decido quedarme quieta en este calor que me va matando lentamente, en esta tela de araña que se va tejiendo día a día, año tras año. Y ahora sé que soy una mosca atrapada, cada vez más paralizada por ella, que a su antojo y deseo me va envolviendo en su fina tela, para servirle de alimento.

       No estoy horrorizada, me he rendido en el último momento, justo al poco de aceptar que no he sido capaz de vencer a la araña. Que me ha ganado la partida, tras una vida entera tratando de vencerla, de modificar su naturaleza.

       Pero ahora no me importa nada, en realidad ya todo lo que espero está dentro de este pastillero. Estoy tranquila, y empezando a asimilar mi inminente funeral.

          Cuando desperté, la araña todavía estaba allí.

(Esta última frase es un guiño al relato más corto del mundo: “Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba allí”, de Augusto Monterroso).

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